PASION EN EL PERU
La
Semana Santa tiene una gran fuerza en el Perú. Se vive con unción y con
tristeza el sufrimiento y la muerte del Hijo del Hombre, como dice el Nuevo
Testamento. Apóstoles, Cristos, Marías enlutadas, Verónicas, salen de las
iglesias en procesiones conmovedoras. Si hubiera un mitin de imágenes llenarían
plazas y calles con sus rostros dolientes, que a veces ocasionan despeñamientos
de lágrimas. Hay mucho amor por el Mártir Universal y se revela a través de
tradiciones que generan un enorme movimiento en nuestros pueblos. Desde las
alfombras de flores que se tienden a su paso hasta la esencia de toronjil y
arrayán que perfuma sus calvarios.
Los
rostros que se iluminan con un fuego de esperanza, desmenuzando oraciones,
sugieren otra Pasión, la del admirable país en que vivimos. Hace tiempo que el
Perú arrastra como el Nazareno por un Vía Crucis inacabable una cruz. No sé de
un país tan hostigado, tan maltratado, tan explotado, tan sometido, tan
humillado. Tan obligado a vivir de rodillas siendo tan digno de otra suerte.
Muchos
quisieran que se levante y que camine. Que se eche a andar. Pero, a otros no
les conviene. En el aire, sin magdalenas que enjuguen sus heridas, se siente su
padecimiento, su agonía, su miedo a un desmembramiento en ciernes que siempre
es más fácil ignorar. Las terribles experiencias pasadas no nos han enseñado a
prevenir los desastres y hay una complicidad en darles la espalda, en hacer que
las cubra el polvo del olvido.
En
el interior, los que pueden abandonan sus campos raídos y se vuelcan a las
ciudades. No hay respeto por sus espacios que antaño se manejaban con cariño,
por sus aguas que mantenían su prístina blancura, por sus bosques que ahora son
invadidos y talados sin misericordia, por su patrimonio arqueológico y
monumental que es depredado haciendo caso omiso del compromiso que se debía
tener con la historia.
Un
país en permanente pasión, desde varias décadas, conmociona cuando se hace un
recuento de su república. Quienes lo aman sienten que su posible resurrección
está lejos y no se avizora signo alguno. Sin educación cívica, con el
desconocimiento de sus grandiosas culturas, usufructuando lo que queda después
de sus caídas, qué se puede hacer. Todo tiene que ser de media tinta y en esa
pasividad culpable sentimos que se desangra lentamente.
Alfonsina
Barrionuevo
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