sábado, 15 de abril de 2017

PASION EN EL PERU

La Semana Santa tiene una gran fuerza en el Perú. Se vive con unción y con tristeza el sufrimiento y la muerte del Hijo del Hombre, como dice el Nuevo Testamento. Apóstoles, Cristos, Marías enlutadas, Verónicas, salen de las iglesias en procesiones conmovedoras. Si hubiera un mitin de imágenes llenarían plazas y calles con sus rostros dolientes, que a veces ocasionan despeñamientos de lágrimas. Hay mucho amor por el Mártir Universal y se revela a través de tradiciones que generan un enorme movimiento en nuestros pueblos. Desde las alfombras de flores que se tienden a su paso hasta la esencia de toronjil y arrayán que perfuma sus calvarios.
Los rostros que se iluminan con un fuego de esperanza, desmenuzando oraciones, sugieren otra Pasión, la del admirable país en que vivimos. Hace tiempo que el Perú arrastra como el Nazareno por un Vía Crucis inacabable una cruz. No sé de un país tan hostigado, tan maltratado, tan explotado, tan sometido, tan humillado. Tan obligado a vivir de rodillas siendo tan digno de otra suerte.

Muchos quisieran que se levante y que camine. Que se eche a andar. Pero, a otros no les conviene. En el aire, sin magdalenas que enjuguen sus heridas, se siente su padecimiento, su agonía, su miedo a un desmembramiento en ciernes que siempre es más fácil ignorar. Las terribles experiencias pasadas no nos han enseñado a prevenir los desastres y hay una complicidad en darles la espalda, en hacer que las cubra el polvo del olvido.
En el interior, los que pueden abandonan sus campos raídos y se vuelcan a las ciudades. No hay respeto por sus espacios que antaño se manejaban con cariño, por sus aguas que mantenían su prístina blancura, por sus bosques que ahora son invadidos y talados sin misericordia, por su patrimonio arqueológico y monumental que es depredado haciendo caso omiso del compromiso que se debía tener con la historia.

Resultado de imagen para señor de resurreccion en ayacuchoLima nunca dejará de ser centralista a pesar de las buenas intenciones. La independencia política que se ganó sigue siendo una dependencia con una cara diferente y permanente. En la voracidad, en el afán por exprimir sus recursos, en ese flotar a cualquier costo, que está comenzando a generar una indignación, una sorda protesta. El barrabás bíblico se multiplica a un punto que gravita como un peso insoportable sobre un pueblo desvitalizado. Quienes lo copian siguen el mismo diseño. Cerrar los ojos y sintiéndose poderosos ignorar premeditadamente las tormentas que comienzan a empañar el horizonte, justificando los viejos errores.
Un país en permanente pasión, desde varias décadas, conmociona cuando se hace un recuento de su república. Quienes lo aman sienten que su posible resurrección está lejos y no se avizora signo alguno. Sin educación cívica, con el desconocimiento de sus grandiosas culturas, usufructuando lo que queda después de sus caídas, qué se puede hacer. Todo tiene que ser de media tinta y en esa pasividad culpable sentimos que se desangra lentamente. 

Las Semanas Santas son de reflexión. Será posible que piensen en un Perú crucificado miles de veces los que tratan de disfrutar sólo de prebendas en el feriado largo que ocasionan. Vallejo dijo que había muchísimo que hacer, siendo sólo un poeta, un espíritu sensible a quien le dolía mucho el corazón. Lo veía desde París sufriendo como él, soñando y pensando que no estaba solo. Es una larga espera, pero los patriarcas andinos tienen fe en que un día el gigante se levante y logre ponerse de pie. Así lo queremos y lo exigimos.

Alfonsina Barrionuevo


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