domingo, 25 de agosto de 2013


 "SIGO SIENDO": PERU EN SU REAL DIMENSION

No conozco a Javier Corcuera. Un día de estos le llamaré para darle las gracias  por presentar a los Andes como son  realmente en la película “Sigo siendo”  (Kashkaniraqmi).

Merced a su obra fílmica donde historia pueblos y gentes he vuelto a recorrer,  con el corazón en ristre,  caminos que conozco. Al verla millones de peruanos sentirán como yo una identificación plena con paisajes, habitantes, músicas y sentimientos.

Habrá un reencontrarse con Ronin, la anaconda cósmica, a través de la mujer que canta al agua en lugares donde se empoza el tiempo y crece la soledad. Su voz es parte de un antiquísimo ritual que aflora de sus memorias más íntimas para ir en busca de ella, la que contiene en sus anillos el fluído líquido que anima su universo. Un ritual que debe proseguir para que nunca la comarca de los ríos se vaya a convertir en pajonal. Yo tenía olvidada a Ronin en mis apuntes de viaje y la he sentido desperezarse y levantarse de sus líneas. Corcuera la ha hecho retornar en el silencio del aguajal y quienes escuchen la invocación oracional  en nítido susurro la sentirán también  deslizarse en su sangre  y en sus sueños.


El agua es amada en la foresta y en la altura. En los Andes Ronin es Yaku, la madre agua. Ella baja de las cimas,  agitando cascabeles de encaje en las paqchas o se mueve como serpiente de traslúcidos cristales en los yarqa aspiy,  la limpieza de acequias,  siendo celebrado su regreso   con tintineo de tijeras por  los danzaq. Al mover sus hojas sus dedos digitan arpegios.

La presencia del cóndor, abriendo rutas  en el aire con sus alas, no es casual, tal parece que hubiera entendido la necesidad de incorporarse al coro de mujeres  como si fuera a recoger su mensaje  y llevar al infinito el fino ovillo de sus voces.


En el espacio de una saywa o de un polvoriento chakiñan las canciones que amó José María Arguedas  compaginan escenas y momentos de la vida cerca de los Apus.  Por algo Máximo Damián lleva tatuado en su corazón el wamani que alumbró su nacencia, logrando que se  convierta en luminoso guiador con su violín de la cuadrilla de hijos y nietos de Amador Ballumbrosio, el patriarca,  quienes  ajustan su zapateo al sonido de su cordaje andino. 

El mar es inmenso y sin embargo,  solamente es un reflejo frente a la amazonía como sugiere la mágica Ronin,  que se enrosca al sol en la curva de un crepúsculo y lo ahoga.

Las gentes de Perú, en la foresta, en los Andes o en el mar,  caminan con mil paisajes en su interior.  El “Todos vuelven” de César Miró marca esa búsqueda hacia el principio después de  un devenir añoso, en una voz que resuma nostalgias.  


Fue en una tarde de recuerdos, de gozar laceradamente a los Andes, sin la indignación que provoca el uso y  abuso de la burla y el menoscabo a la provincia en la pantalla chica.  Javier Corcuera no necesitó maquillar su voz o su acento. Todo es auténtico en su documental que está recibiendo aplausos cuando llega el final y una orquesta wanka atraviesa los títulos. Faltó verla en el ecran como un gran remate. Otra vez será. Los Andes pueden esperar.

 

LAS WANKAS DE LA PAPA

En setiembre volverá a repetirse un viejo ritual  en los Andes del sur. Como hace miles de años las menudas papas semilla  escucharán con avidez tiernas canciones. El acto es preparatorio para iniciar la siembra del primer alimento nacional en Tarkuyo, comunidad campesina de Apachako, distrito de Coporaque, provincia  de Espinar, Cusco.

En la memorable ceremonia del taki, las papas escogidas entornarán sus ojuelos con arrobo y una sonrisa cálida se dibujará en sus hoyuelos.  

Las wankas para la Aqsumama o Madre Papa son un descubrimiento en Cusco, donde se han conservado hasta hoy. En días previos se estará escuchando el  llamado del  ‘yayawayawa’ como una caricia vocal a 3, 931 metros sobre el nivel del mar.  Su objeto es despertar dulces recuerdos  en la memoria de las papas niñas.  

Entre las 3,500 variedades de papa registradas en nuestros Andes, sólo unas tres o cuatro serán agraciadas con  las wankas o canciones tradicionales.  En otras localidades se ha perdido esta conexión musical con el famoso tubérculo que ha conquistado al mundo. La noticia de su existencia es una primicia. La investigación ha sido hecha por Manuel Arce Sotelo, quien ha obtenido el doctorado en etnomusicología, con una tesis sobre el particular  en la Universidad de Nanterre, París, Francia.

Nuestro entrevistado estuvo buscando en el Perú, durante varios años, novedades para su especialidad. Aunque Espinar es  una provincia de clima muy frío le dio resultados inesperados. El músico limeño vivió una sorpresa indescriptible al penetrar círculos cerrados  sobre rituales guardados celosamente. Lo ayudó Yanet  Hermoza Pinedo,  con su conocimiento del idioma qechwa, para que  accediera a los cantos wankas.

En su tesis Arce Sotelo declara que: “La vida emotiva en las alturas ha encontrado canales de expresión  tan interesantes como la producción agrícola. En cada planta hay una carga de historia cultural que convierte a la especie en un actor vivo  de su transcurrir cotidiano. Los cuidados que exige y los cambios a que está sujeta hacen que sus cultivadores les atribuyan características de comportamiento humano.”

La gente de Espinar desciende de los k’anas, que formaron una cultura en esa área. Su parentesco con los pobladores de la gran región del Tiawanako es innegable.  De allí que no sea extraña la conservación de cantos semejantes en la altipanpa*. Por algo Puno y Cusco son el gran centro de los domesticadores de la papa.

Las wankas, revela,  son el inicio de una serie de rituales que se suceden  a lo largo del ciclo productivo de la papa. Los cantos tienen singular importancia  porque ayudan y estimulan a las semillas  de la papa para crecer y vencer obstáculos climáticos.

En el campo el día irrumpe muy temprano y los sembradores se reúnen para crear un ambiente propicio a los cantos a capella de la cantora guía y un terceto de intérpretes juveniles, entre once y doce años de edad. Ellas ocupan el centro y se cubren la cara, levantando un extremo de su pollera, para cantar quedamente, en una suerte de privacidad total.
 
El canto confidencial arranca de sus canteras más profundas para engreir a las papas, diciéndoles dulcemente:“Ñachus, mamallay, kuskayunkiña/ kayllay millk’aman,  kaylla wachuman”.  O sea —más o menos—  “Mamita,  ya estamos juntas, para que  vayas a tomar asiento en el wachu (o camellón)  que te espera”. Y agregan: “Kuskayusqaqa, yananchasqaqa/qanñas mamallay, waqtamuqtinpas”; lo que  significa que las acompañarán hasta que puedan florecer.
 
Kanas (Canas) es una de las provincias que toma parte en las batallas rituales del Toqto y el Chiaraqe. Como su objetivo es conseguir épicamente la protección de los Apus para tener un año agrario óptimo,  es lógico que impriman el mismo acento bélico a las wankas. Se quiere inspirar confianza a las futuras papas para que soporten los daños que suelen provocar los elementos telúricos y meteorológicos en las sementeras.

El lirismo es típico en los takis: “Amas mamallay, mancharinkichhu/fuerte qasaña waqtamuqtinpas”, “No tengas miedo, mamita, si te envuelve una ráfaga de helada, piensa que es sólo una brisa pasajera.”  Amas, mamallay, risilankichhu/ rumi chikchiña ch’allamuqtinpas, “Mamita, no tiembles si el granizo te golpea,  piensa no más que es un soplo de rocío.” 

Las intérpretes tienen un repertorio que aprenden con la comunidad yendo a a wankar cuando es necesario. Ellas son la memoria viviente de los versos y las melodías  que escucharon en su corta vida. “Sus voces bajan al Ukhu Pacha, donde se multiplicarán las papas, uniendo entidades humanas y no humanas”, explica el estudioso.

En el pentagrama de su “conciencia”, las papas-semilla guardan sus hermosos mensajes. La yayawayawa primigenia  es una invocación a su fertilidad y las wankas que escucharán después una reiteración de su cariño: Altun phawaq lasirwan/airiykita mañamuwan. / Phawchi  ukhu sirenita /kunkaykita mañamuway.  “Golondrina que vuelas alto, préstame tus alas para llegar hasta ella. Sirenita que habitas en el interior de las cascadas, préstame tu voz, para wankar.”.

Si ellas las ayudan, podrán decirle a las papas que están de pie, en su puesto, sin moverse, como un árbol, sufriendo el azote del viento con lágrimas de lluvia, porque las quieren.

“Como sucede con numerosas tradiciones agrarias, el momento actual es crítico” —señala Manuel Arce Sotelo—“Las pequeñas cantoras ya no quieren participar con las wankas. Ellas sueñan con la ciudad y sus padres se quejan de que no aprenden a tejer sus mantas porque prefieren vestir de otro modo”.

En Tarkuyo las familias se reunían en el tatay aspiy,  para llamar a las papas antes de la cosecha; en el  tuta qhashwa, para cantar de noche junto a las papas cosechadas, y en  el chuño apay, para llevar las papas heladas a sus depósitos.
 
Unas diecisiete wankas recopiladas  han logrado sobrevivir a las  tempestades etnológicas, económicas y hasta religiosas foráneas, como las evangélicas, que arrasan con creencias y costumbres importantes de los Andes.  En eso tiene que ver también la división de la tierra en parcelas para su titulación, restando fuerza a la comunidad.

Sólo queda un camino: O las cantoras de hoy entienden cuán trágica es su renuncia a ese legado cultural y siguen transmitiendo  las wankas a las nuevas generaciones, o éstas se perderán para siempre.  Lo fundamental es salvarlas. Sin sus cantos, la Aqsupapa o Madre Papa se quedará huérfana de afecto en los Andes.

 

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 18 de agosto de 2013


EL LLAMADO DE LA MONTAÑA

 

La tradición oral ha guardado con celo la historia de la construcción de  Machupiqchu. A mí me la contaron y la conservé inédita, hasta que llegó el momento de publicarla en mi libro: “Templos Sagrados de Machupiqchu”.

La entrego con alegría tal cual la recibí, como un tesoro invalorable:

El joven Kusi Yupanki llevó a cabo una gran jornada en el Valle Sagrado. Por orden de su padre, el Inka Wiraqocha, concertó alianzas con varios señoríos,  sometiendo a los que se resistieron a su misión.

Cuando estuvo a punto de volver a Qosqo sintió el llamado imperioso de una montaña.   

Al conocer su propósito de ir a ella el jefe de su ejército le manifestó que le daría una gran balsa con muchos remeros, pues en la entrada del cañón, donde el río Willkamayu toma el nombre de Urubamba, se formaban furiosos remolinos y habría que surcarlo. También sería necesario que fuera gente especializada para abrirle paso en la maraña que la circundaba.

El joven inka dijo que quería una pequeña balsa donde se trasladaría de pie, sin acompañantes. Si la montaña lo llamaba con tanta urgencia  ella se encargaría de darle facilidades.

Al escucharle tembló el corazón del valeroso guerrero. Si algo le pasaba  sería el responsable y no sólo eso sino que quería quería mucho a Kusi Yupanki.   Pero no se atrevió a opinar. Sus órdenes no se discutían. Lo vio marcharse y respiró con tranquilidad cuando vio que las aguas se aquietaban mientras la balsa era atraída a la  orilla, abriéndose un camino en la espesura.

Kusi Yupanki llegó rápidamente a la cumbre y al colocarse al mismo centro, levantando los brazos en saludo, un chorro de energía cósmca, Hanan Kallpa, descendió para unirse con otras que ascendían de abajo, Uran Kallpa. Las fuerzas cósmicas y terrígenas que le esperaban lo tomaron como vaso comunicante en medio de ellas. Por un momento tuvo la sensación de que flotaba en el espacio, etéreo, ingrávido, translúcido, compaginando sus moléculas mediante una corriente de energía. Cuando bajó nuevamente a la cima sintió que en su sangre se fundía el universo. en ella se acuñaron soles, lunas, estrellas, arco iris, montañas, ríos, comprimiéndose principios de la vida silvestre, montaraz, libre, sin ataduras, mientras la suya recobraba su pulso.

Tuvo tiempo de preguntar para qué lo habían llamado y conoció su respuesta. Las fuerzas de sus tres mundos, Hanan Pacha, Kay Pacha y Ukhu Pacha, querían un santuario para sus reuniones, donde pudieran llegar a plenitud.     

Kusi Yupanki dejó que pasaran los mañanas mientras maduraba. Cuando llegó a ceñirse la maskapaycha, con el nombre de Pachakuti Inka Yupanki, ordenó la construcción del santuario, sin llegar a verlo terminado.

Antes quiso transformar el Qosqo para que fuera digna capital de un imperio, con un tawantin de Suyus, sumando el Kuntisuyu, el Qollasuyu, el Chinchaysuyu y el Antisuyu.

El Qosqo debía tener la forma de un felino, el temido oqe michi, el puma, para que fuera respetado, siendo su plaza ombligo del mundo andino, por donde pasaban líneas o seqes siguiendo los rayos del sol. En el interior de su cuerpo dispuso  una constelación de wakas que le dieron condición de sacralidad.

Las obras que debió ejecutar fueron epopéyicas y se hicieron poco a poco. En  cinco lustros de arduo trabajo pudo secar los pantanos que ocupaban el lecho del  gran lago que se vació,  -nominado seiscientos años después como lago Morkill-, remover ingentes cantidades de lodo,  trasladar tierra buena de los alrededores para usarla en los rellenos y los andenes, encauzar los riachuelos que corrían a un lado a otro, canalizar los manantiales que afloraban por varios lados, mandar cincelar bloques de piedra para los primorosos muros que se fueron levantando.

Mientras tanto, Machupiqchu aguardaba en el inmenso valle. Pachakuti se reservó la tarea porque era algo íntimo, suyo, personal, muy querido. El proyecto había nacido de la más hermosa de sus experiencias. Un lugar donde confluían el cosmos grandioso y la tierra inacabable, con su cadena de montañas resguadándolo. Las avizoraba en sus sueños y cuando el proyecto avanzó asistió para dirigirlo, dejando la huella de su espíritu.

Lo concluyó su hijo Tupaq Inka Yupanki, con el encargo de que sólo podían visitarlo los miembros de su panaka. Los constructores guardarían silencio por siempre. El santuario quedaba protegido.

*Derechos reservados.
Foto: Fernando Moscoso

 

APU RIMAQ: EL RÍO QUE TRUENA
 

Ante Apu Rimaq, “el río que truena”, ninguna persona se atrevía a hablar y todos enmudecían. Frente al cañón donde se levanta como si reventara con sus golpes  las paredes de roca los caminantes pasaban con el espíritu sobrecogido.  Hasta los Inkas respetaron a este río, el único en el Perú, cuyos registros vocales aùn apagan cualquier grito humano. Al acercársele lo único que se podía hacer era callar y dejar paso a la admiración de su grandeza. Por allí debió existir un templo que cuidaba, según la leyenda, Asarpay, una noble doncella. Ante la inminencia de la aparición de los españoles y su profanación ella preparó un rito sacro de vida y de muerte. Esperó hasta el último momento y para no caer en sus manos abrazó sus espumas que se elevaban hasta la saliente donde estaba de pie.  La valentía y el desprecio que la sacerdotisa mostró al verles envuelve con su aura al gran río. El Inka Garcilaso decía que iba muy recogido entre altísimas sierras y era llamado Qhapaq Mayu, “río príncipe, todopoderoso”. Cieza de León agregaba que el camino para llegar hasta él era tan áspero y dificultoso que "algunos caballos, cargados de plata, han caído en sus turbulentas aguas y es de espanto ver cómo se exponen los hombres que van con ellos."

Han pasado varios años para descubrir una maravilla. El cañón donde el río  encajona sus furias en los meses de lluvia es el más profundo del mundo. Tiene 4,691 metros sobre el nivel del mar, mucho más que  los cañones de Cotahuasi y del Colca, todos en el Perú. Las mediciones y cálculos pertenecen a José Antonio Torres, por mucho tiempo consejero del CTAR Apurímac, que ha registrado las infinitas variables de la accidentada geografía del Perú en 42,000 fotos, en un recorrido de 75,000 kilómetros en motocicleta.

El cañón se inicia en la confluencia del río Santo Tomás del Cusco y va ganando en presencia a medida que avanza 60 kilómetros más abajo, hasta totalizar 210 kilómetros de recorrido en un laberinto enrocado y monumental. Un atractivo turístico de primer orden para planear un viaje a la tierra que fue cuna de los belicosos chankas.

A su paso se han ubicado hasta nueve miradores: Kuntur Wachana, Kunyaq, San Cristóbal, Capitán Rumi, Taramoqo, Kapuliyoq,  Kiuñalla, Kachikunka y Waskatay. Capitán Rumi, una roca de unas 120 toneladas que tiene la forma de una mano izquierda, permite apreciar  una de las vistas más espectaculares del Apurímac, “el señor tronante”, “que ruge cuando habla”. El departamento está a la espera de los descubrimientos de sus ingentes recursos en paisajes inéditos, historia, arqueología, fiestas tradicionales, costumbres, música y danzas. Una magnífica carretera lo une con Lima  pero visitar  la mayoría de sus atractivos es un reto para los amantes de la aventura y sus riesgos.

Sólo llegar hasta el puente de San Francisco requiere templar las piernas bordeando un chakiñan o “senda” espeluznante, abierta sobre el abismo donde se va colocando un pie y luego el otro por su estrechez durante un largo rato. Adrenalina pura que prueba el temple de quien se atreve al riesgo de mirar sus aguas como una hormiga pegándose a unas enormes piedras, siguiendo adelante hacia un puente colgante  de setenticinco metros de largo por un metro sesenticinco de ancho que se cimbra en el aire. Los señores inkas no aplacaron al coloso pero lo cruzaron con ese  puente que por hoy se ayuda con potentes cables de acero. El piso que antes fue de criznejas o cabuya es de troncos recubiertos con un tapiz vegetal para darle un toque de antigüedad. A su margen derecha está el camino que lleva a Cachora. Desde allí se avizora la cadena del formidable nevado Salqantay con un manto de verdor en sus faldas.

En Apurímac no todo es difícil. A sólo veinte minutos de la plaza de Abancay, su capital, se ingresa al santuario de Ampay, donde crece un árbol extraño: la intinpa, el legendario árbol del sol, amén de muchos gigantes frondosos que elevan sus copas entre flores, pájaros, mariposas, reptiles y otros animales. Según la leyenda el nevado Ampay es la bellísima nieta de un valiente guerrero aimara, que sus manes tutelares convirtieron en cumbre,  para que no la capturasen los ejércitos chankas y pudiera morir en paz.

 
Alfonsina Barrionuevo

domingo, 11 de agosto de 2013


ARQUITECTURA SACRA

 

Han pasado cien años desde su apertura al mundo y, aunque lentamente, Machupiqchu  tendrá que ir recobrando su rango de santuario inka.
Al principio del siglo XX sus visitantes pensaron que se trataba de un conjunto de ruinas inkas. Lo mismo creyó la misión de Hiram Bingham en 1911.
Entre otras denominaciones los estudiosos le han llamado y llaman parque arqueológico,  ciudadela y poblado de avanzada hacia la selva, incluyendo a veces  el de “universidad de la idolatría” como sugirió que podía existir,  en un lugar desconocido, el fraile agustino Antonio de la Calancha.
A su vez los miles de turistas que día a día recorren sus ambientes esperan recibir su energía, una fuerza que suponen sigue gravitando en la dos veces maravilla del mundo.   

Pachakuti, según la tradición oral que han conservado las comunidades de su entorno, ordenó su construcción, pero lo hizo respondiendo un mandato de la montaña donde se encuentra.

Las fuerzas cósmicas y telúricas querían su cima como punto de reunión. Una cadena de cerros creando un espacio donde se conjuga la magia del paisaje –río, fronda, cresta y cielo-  con la arquitectura creada para realzar su magna presencia.

El arco iris que ciñe atrevidamente el cielo, con su refajo de colores, después de la lluvia, es una waka. También las nubes, que peregrinan atrevidamente sus ambientes. Lo mismo el río, que corre por su costado hacia la selva u omagua, nacido de una lágrima solar.

 Las wakas, que unificaron las energías de la tierra y el espacio con el espíritu de sus onstructores, dejan sentir el efluvio de su poder, el kamaqen que se arranca y se proyecta de ellas.

Una exultante naturaleza, de extrañas formas y colores, otorga mayor encanto al santuario. Los cerros, arrebujados a su alrededor en actitud vigilante, están omnipresentes. Los bosques que se prenden a sus flancos, impregnan sus sentidos con sus aromas. Su flora y su fauna parecen escapadas de una mente delirante. A veces se puede ver entre sus cuchillas el lento trajinar de los osos de anteojos, también la incursión de los zorros negros que se deslizan como sombras, de los tímidos venados coliblancos de nervios que se encrespan al menor sonido y de las viskachas que saludan el atardecer uniendo sus patas delanteras en plegaria. En sus ramas se balancea el tunki o gallito de las rocas como un tizón encendido; aletea el picaflor, pedrería volátil; y, se mueven impulsadas por la brisa flores de vibrantes colores, que parecen haberse dado un baño en la paleta de un pintor.

ALGARROBO PATRIARCAL EN CUSCO

Encontrar en Lambayeque bosques de algarrobo (Prosopis pallida) es natural. Sus pequeños brotes retozan en tierra árida y un día, si los dejan, serán árboles bañándose en rayos de sol. Una leyenda dice que el primer hombre del norte fue hecho de algarrobo porque ayudó a la luz a vencer a la oscuridad.

El algarrobo es un árbol de copa que se abre como un paraguas de verdor, hojas pequeñas y flores. Suele crecer de manera silvestre en la costa norte del Perú y también en Ica, siempre en áreas secas. Por eso, resulta extraordinario que un algarrobo extienda su fronda gentil en el Valle Sagrado de los Inkas, sobrepasando los 1,500 metros de altura designados para su habitat.

Esta es una primicia que nos llega de Qosqo (Cusco) por intermedio de mi amigo y colega Fernando Moscoso. En sus viajes por nuestra tierra imperial se dio con un robusto ejemplar en un recodo de la carretera a Urubamba.

Los Inkas se empeñaron en adaptarlo a las condiciones de su suelo y de su clima. No lograron tener grandes bosques pero tuvieron ejemplares suficientes para emplear su noble madera en la fabricación de keros, unos vasos con decoración incisa y a veces motivos zoomorfos en los bordes que usaban para brindar con el astro radiante, la madre tierra, el viento y las estrellas.

Mientras en Moquegua le llamaban guarango en el Valle Sagrado recibió el nombre de taqo o thaqo. El ejemplar que nos motiva es viejo, de tronco engrosado por los años, que concita la atención por el verdor de sus hojas y la cantidad de espiguillas de flores amarillas conque se llena dos veces al año.

Nunca se ha calculado cuánto tiempo viven los algarrobos, quizá hasta doscientos años en el norte si antes no los cortan, sin razón, para producir carbón y leña. Los depredadores no pueden entender, que vivos son más útiles y le dan valor a los desiertos norteños. Sobre la corteza del algarrobo de Qosqo han llovido muchos años y no se puede calcular su antigüedad.

Los Prosopis pallida tienen una alta capacidad para vivir en lugares totalmente inhóspitos, se le llama “el milagro del desierto”, “el superárbol de las dunas” y “un regalo de Dios” porque tiende sus raíces muy profundas en busca de aguas subterráneas y no requiere de lluvias para subsistir. 

En su libro “La Crónica del Perú” Pedro Cieza de León nombra la espesura donde distinguió entre otras especies unos bosques de algarrobo y vio una cantidad de aves, -palomas, tórtolas y perdices- y también venados.

El sabio Antonio Raimondi encontró que los Alaek, señores muchik, usaron su madera para sus cetros, magníficamente tallada a pesar de su dureza. También sirvió para las armas de sus guerreros como porras y estólicas; e igualmente para los remos de sus embarcaciones.

En Urubamba, el único algarrobo conocido hasta ahora, se prende al suelo con muchos deseos de continuar viviendo. Fernando Moscoso, quien tomó las fotos que acompañan  este artículo, dice que es un árbol longevo, Su tronco retorcido alcanza hasta 15 metros de altura y 2 metros de diámetro, con largas ramas flexibles, algunas de ellas espinosas. Entre diciembre y marzo es su principal fructificación, pero es muy generoso y vuelve a dar fruto entre junio y julio, aunque en menor cantidad. Nunca se sabrá quién lo llevó y si llegó verle creciendo al borde de la carretera confundido entre otros.

Se encuentra a gusto porque sigue sin problemas su ciclo vegetativo.Sus vainas se llaman algarrobas, miden de 10 a 30 centímetros de largo y tienen una pulpa dulce y espesa. En el norte, sobre todo en Lambayeque y Piura, se prepara con esa melaza la algarrobina que es un gran energizante de muy buen sabor, bueno también para cocteles que son apetecibles.  

El algarrobo recibe ese nombre del árabe al jarrub. En América hay alrededor de cuarenta especies propias. En el Viejo Mundo son cuatro autóctonas de Europa. También se encuentra algunas al norte de Africa y una parte de Asia. Crecen en tierra árida. Su verdor, en los meses de lluvia, es grato a la vista y transforma su paisaje, cobijando una variedad de aves. Entre ellas la famosa pava aliblanca que suele anidar en sus ramas.  

Hay keros o vasos hechos de algarrobo que se pueden ver en el Museo Inka de Cusco (Casa del Almirante), que fueron trabajados por talladores cusqueños. La mayor parte pertenece a la colección Orihuela que fue donada para su conservación y exhibición. Los más antiguos muestran sólo una decoración en bajo relieve. En una colección privada logré fotografiar unos polícromos y hermosamente decorados que pueden ser de las primeras décadas virreinales. Existen  ejemplares que  adoptan la forma de la cabeza de un Inka, posiblemente Pachakuti, y también la figura de un mono. Otros, alternan en su contorno personajes españoles con Inkas, ñust’as, flores, pájaros y jaguares. El viejo algarrobo de Urubamba es un testimonio de un pequeño bosque que se avecindó tal vez en el lugar.

 Foto y texto de Alfonsina Barrionuevo

 

domingo, 4 de agosto de 2013


EL MUNDO RELIGIOSO INKA  

El sol llegando en una caricia cósmica a la tierra. La luna prodigando sonrisas blancas desde el cespacio. Las estrellas moviéndose en la noche como pinchinkurus, luciérnagas, celestes. El mensaje llegaba con un contenido de ensueño.

Foto: Peruskha Chambi
 
A los elementos vistos así les corresponden las notas de cronistas que llegaron al Cusco mucho después de que fuera despojado, inventando fantasías sobre ídolos de oro y plata que reinaban en sus ambientes. Fábulas que llegaron a ser incluídas en la historia oficial. Aún se cree que el sol del Qorikancha tenía su rostro llameante impreso en una plancha de oro en redondo, el cual  ocupaba el testero de su capilla, el que le tocó,  jugó y perdió Mancio Serra de Leguízamo antes de que mneciera.  Se afirma también que la luna y las estrellas ocupaban otras capillas  donde estaban los cuerpos embalsamados de las reinas difuntas. O que fue un bulto de oro, con el tamaño y rostro de un niño de doce años, que era llevado al ushnu de la plaza delWaqaypata para ser adorado.

Nada menos cierto cuando se sigue a los khipukamayoq que brindaron una valiosa información en el mismo siglo XVI antes de desaparecer. No hay uno que llegara con nombre propio a las crónicas aunque si se consigna la existencia de trescientas cincuenta wakas que tuvo, más o menos, el Qosqo.

Gracias a sus versiones, analizadas y comparadas, pude ubicar dieciste wakas, sitios o templos sagrados en el santuario de Machupiqchu.

Los Inkas y, sobre todo Pachakuteq,  el gran gobernante que organizó el Imperio del Tawantinsuyu, conocían la forma actuante de los elementos de la tierra y el cosmos, y cuanto podían ser generosos como destructores. 

 

 
TIROLESES, RENANOS Y BAVAROS EN PERU

La gota de miel soñó que le nacían alas y se iba volando. El sol la vio y logró evaporarla en el aire probando su dulzura con deleite. 

“La miel toma el sabor de las flores donde están las abejas”, dice Juliana de la Rosa Rubio. “La miel de Oxapampa es muy especial por la diversidad de  flores que ellas tienen a su alcance. Su fragancia  es divina.”

Desde el cielo el sol hace un gesto afirmativo y lo sabe porque es una ambrosía  de exportación. Un endulzante natural que alimenta y es producto de la química entre las abejas y las flores de “la pampa de paja.”

En 1881 austroalemanes: tiroleses, renanos y bávaros,   vencieron dos océanos en busca de una nueva tierra. En 1853 el Presidente Ramón Castilla la ofreció al Barón Damián Feibern Schutzholzhousen, firmando un contrato que no se concretó para que se instalaran 13,000 colonos alemanes a la zona del Bajo Amazonas.

Mucho más un gran grupo de inmigrantes europeos se estableció en el Pozuzo después de una increíble odisea. Nadie ya los esperaba. Las penurias que pasaron para llegar al lugar fueron sin cuento porque no les dieron  facilidades para trasladarse y colonizar una comarca en la rupa rupa.

Allá fueron con sus valses vieneses y sus mazurcas. Al principio la actividad principal fueron los aserraderos. Los patriarcas vegetales cayeron unos tras otros. Ahora, sus descendientes, hablan de reforestar los cerros erosionados con pinos, lo que es muy bueno.

Sus extensas hectáreas están registradas en papeles muy antiguos que guardan como certificado de un sueño. Para ellos fue sorprendente encontrar otra geografía, otra ecología, otro clima, distintos a las que habían dejado. Sin carretera que los uniera al resto del país los pioneros que llegaron al Pozuzo fundaron un pueblo añorando los que dejaron en el Viejo Mundo. Una parte de sus descendientes  fueron blancos, rubios, de ojos azules que aprendieron a hablar el español como segunda lengua.  Los hombres  mantuvieron un larguísimo tiempo sus trajes de corte antiguo,  pantalones con tirantes  y boina; las mujeres, sus blancos pañuelos en la cabeza, blusas con encajes hechos a mano,  anchas faldas con enaguas, y delantales.

En 1890 el Barón Ernesto von Mullenbruck convenció a pobladores del Pozuzo para extenderse  a tierras oxapampapinas en Pasco, más accesibles a otros pueblos. 

Juliana de la Rosa Rubio, nacida en Villa Rica, uno de los distritos de Oxapampa,  ya de la cuarta generación, disfruta sus primicias  y trabaja con su esposo, mientras cría a su primer hijo. Ellos no quieren vender sólo en el Perú sino también exportar. Su intención es poner sus productos algún día en el mercado de sus tatarabuelos de Austria y Alemania, para restablecer  sus vínculos, así como otros países.

Su empresa, asentada entre Chaupimonte y Las Perlas se nutre en una tierra pródiga. Un paraíso de varias hectáreas con árboles muy altos que soportan la coquetería de las orquídeas, -especialmente el zapatito de reina y el boca de león, que cuelgan de cualquier rama-, manantiales que alborotan a una avifauna abundante con agua  transparente además de cantora, campos sembrados de café, cultivos de  llakhun o yacón como lo pronuncian y lo escriben en la chala. donde la “ll” es una letra que se les muere en la punta de la lengua.

Al natural la raíz del llakhun es jugosa, transparente, con un sabor grato que no atosiga. Ellos, como otras familias oxapampinas  lo convierten   en una mermelada deliciosa, ligeramente ácida que es su mayor atractivo, y que también tiene marca de exportación. Lo mismo sucede con el té filtrante, las cápsulas de llakhun y el jarabe concentrado que es muy bueno siendo mejor que los edulcorantes artificiales.  Después de los largos años de reclusión, un siglo y pico, quieren dejarse sentir y conocer además el país que los antiguos colonos adoptaron y que hoy es suyo, aunque sea comenzando por Lima que es la más cosmopolita de sus provincias.

En el camino a Oxapampa es frecuente encontrar al gallito de las rocas, que es su ave emblemática, de cresta roja muy colorida y plumaje oscuro, mientras en Pozuzo los papagayos lucen ufanos colores brillantes. Al fondo eleva sus picos la Cordillera Negra y una frondosa vegetación donde suele albergarse el otorongo o jaguar, entre otros animales. 

Antes no podían salir. Ahora tienen una buena línea, Nuestra Señora de La Merced,  con camabús y servicio de terramozas para las diez u once horas de recorrido. Si a alguien se le antojara ir hay hoteles en las haciendas y también pequeños albergues con bungalows como D’Palma Lodge que cuesta de 20 a 25 dólares la noche.

Los atractivos son ecológicos. Lagunas artificiales, recreos donde se siente la magia de la rupa rupa, cataratas que parecen velos de novia, paseos en caballos de paso, gallos de pelea, e ingenios de caña con trapiches a impulso hidraúlico.

A  la hora de comer pueden ofrecer a sus huéspedes platos exóticos con carne  de monte frita y apanada. Los hombres suelen cazar con perros gallinetas y  un roedor gigante, el  paka, que  pesa unos 12 kilos y es buen nadador. Entre los dedos tiene unas membranas como las palmípedas, También sirven el típico strudel, caldo de pelotas de carnes con arroz y harina de yuka, y la pachamanka donde se dora el pollo en cilindros con piedras calientes al vapor.

En sus huertos crecen generosamente  pakaes, paltas, higos, lúkumas,  mangos, plátanos, piñas, kamu kamu, aguaymanto y naranjilla o kito kito, un citrico con vitaminas.  Por allí los panales de abejas suman cientos. Sus  licores son muy buenos, elaborados con frutas. Como recuerdo vale la pena traerse unos quesos de su planta lechera.   

Juliana sonríe cuando afirma que la iglesia de Oxapampa tiene el diablo adentro. Lo dice por  una madera que se llama diablo fuerte de color marrón rojizo. Las fiestas principales se celebran en Semana Santa, el 30 de agosto que es el día de Santa Rosa de Lima, su patrona, y el aniversario de la fundación de Oxapampa. En esos días tienen lugar las peleas de gallos, en que lanzan al ruedo a los mejores ejemplares de sus 400 cordeles.

 
          ¡Nuevos atractivos en el Perú profundo!

 

Alfonsina Barrionuevo