"SIGO SIENDO": PERU EN SU REAL
DIMENSION
No conozco a
Javier Corcuera. Un día de estos le llamaré para darle las gracias por presentar a los Andes como son realmente en la película “Sigo siendo” (Kashkaniraqmi).
Merced a su
obra fílmica donde historia pueblos y gentes he vuelto a recorrer, con el corazón en ristre, caminos que conozco. Al verla millones de
peruanos sentirán como yo una identificación plena con paisajes, habitantes,
músicas y sentimientos.
Habrá un
reencontrarse con Ronin, la anaconda cósmica, a través de la mujer que canta al
agua en lugares donde se empoza el tiempo y crece la soledad. Su voz es parte
de un antiquísimo ritual que aflora de sus memorias más íntimas para ir en busca
de ella, la que contiene en sus anillos el fluído líquido que anima su universo.
Un ritual que debe proseguir para que nunca la comarca de los ríos se vaya a
convertir en pajonal. Yo tenía olvidada a Ronin en mis apuntes de viaje y la he
sentido desperezarse y levantarse de sus líneas. Corcuera la ha hecho retornar en
el silencio del aguajal y quienes escuchen la invocación oracional en nítido susurro la sentirán también deslizarse en su sangre y en sus sueños.
El agua es amada
en la foresta y en la altura. En los Andes Ronin es Yaku, la madre agua. Ella baja
de las cimas, agitando cascabeles de encaje
en las paqchas o se mueve como serpiente de traslúcidos cristales en los yarqa
aspiy, la limpieza de acequias, siendo celebrado su regreso con tintineo
de tijeras por los danzaq. Al mover sus
hojas sus dedos digitan arpegios.
La presencia
del cóndor, abriendo rutas en el aire
con sus alas, no es casual, tal parece que hubiera entendido la necesidad de
incorporarse al coro de mujeres como si
fuera a recoger su mensaje y llevar al
infinito el fino ovillo de sus voces.
En el
espacio de una saywa o de un polvoriento chakiñan las canciones que amó José
María Arguedas compaginan escenas y
momentos de la vida cerca de los Apus.
Por algo Máximo Damián lleva tatuado en su corazón el wamani que alumbró
su nacencia, logrando que se convierta
en luminoso guiador con su violín de la cuadrilla de hijos y nietos de Amador
Ballumbrosio, el patriarca, quienes ajustan su zapateo al sonido de su cordaje
andino.
El mar es
inmenso y sin embargo, solamente es un
reflejo frente a la amazonía como sugiere la mágica Ronin, que se enrosca al sol en la curva de un
crepúsculo y lo ahoga.
Las gentes
de Perú, en la foresta, en los Andes o en el mar, caminan con mil paisajes en su interior. El “Todos vuelven” de César Miró marca esa
búsqueda hacia el principio después de un
devenir añoso, en una voz que resuma nostalgias.
Fue en una
tarde de recuerdos, de gozar laceradamente a los Andes, sin la indignación que
provoca el uso y abuso de la burla y el
menoscabo a la provincia en la pantalla chica.
Javier Corcuera no necesitó maquillar su voz o su acento. Todo es
auténtico en su documental que está recibiendo aplausos cuando llega el final y
una orquesta wanka atraviesa los títulos. Faltó verla en el ecran como un gran
remate. Otra vez será. Los Andes pueden esperar.
LAS WANKAS DE LA PAPA
En setiembre volverá a repetirse un viejo ritual
en los Andes del sur. Como hace miles de años las menudas papas semilla escucharán con avidez tiernas canciones. El
acto es preparatorio para iniciar la siembra del primer alimento nacional en
Tarkuyo, comunidad campesina de Apachako, distrito de Coporaque, provincia de Espinar, Cusco.
En
la memorable ceremonia del taki, las papas escogidas entornarán sus ojuelos con
arrobo y una sonrisa cálida se dibujará en sus hoyuelos.
Las
wankas para la Aqsumama o Madre Papa son un descubrimiento en Cusco, donde se
han conservado hasta hoy. En días previos se estará escuchando el llamado del ‘yayawayawa’ como una caricia vocal a 3, 931
metros sobre el nivel del mar. Su objeto
es despertar dulces recuerdos en la
memoria de las papas niñas.
Entre
las 3,500 variedades de papa registradas en nuestros Andes, sólo unas tres o
cuatro serán agraciadas con las wankas o
canciones tradicionales. En otras localidades
se ha perdido esta conexión musical con el famoso tubérculo que ha conquistado al
mundo. La noticia de su existencia es una primicia. La investigación ha sido
hecha por Manuel Arce Sotelo, quien ha obtenido el doctorado en etnomusicología,
con una tesis sobre el particular en la
Universidad de Nanterre, París, Francia.
Nuestro
entrevistado estuvo buscando en el Perú, durante varios años, novedades para su
especialidad. Aunque Espinar es una
provincia de clima muy frío le dio resultados inesperados. El músico limeño vivió
una sorpresa indescriptible al penetrar círculos cerrados sobre rituales guardados celosamente. Lo
ayudó Yanet Hermoza Pinedo, con su conocimiento del idioma qechwa, para
que accediera a los cantos wankas.
En
su tesis Arce Sotelo declara que: “La vida emotiva en las alturas ha encontrado
canales de expresión tan interesantes
como la producción agrícola. En cada planta hay una carga de historia cultural
que convierte a la especie en un actor vivo de su transcurrir cotidiano. Los cuidados que
exige y los cambios a que está sujeta hacen que sus cultivadores les atribuyan
características de comportamiento humano.”
La
gente de Espinar desciende de los k’anas, que formaron una cultura en esa área.
Su parentesco con los pobladores de la gran región del Tiawanako es innegable. De allí que no sea extraña la conservación de
cantos semejantes en la altipanpa*. Por algo Puno y Cusco son el gran centro de
los domesticadores de la papa.
Las
wankas, revela, son el inicio de una
serie de rituales que se suceden a lo
largo del ciclo productivo de la papa. Los cantos tienen singular
importancia porque ayudan y estimulan a
las semillas de la papa para crecer y
vencer obstáculos climáticos.
En
el campo el día irrumpe muy temprano y los sembradores se reúnen para crear un
ambiente propicio a los cantos a capella de la cantora guía y un terceto de
intérpretes juveniles, entre once y doce años de edad. Ellas ocupan el centro y
se cubren la cara, levantando un extremo de su pollera, para cantar quedamente,
en una suerte de privacidad total.
El
canto confidencial arranca de sus canteras más profundas para engreir a las
papas, diciéndoles dulcemente:“Ñachus,
mamallay, kuskayunkiña/ kayllay millk’aman, kaylla wachuman”. O sea —más o menos— “Mamita, ya estamos juntas, para que vayas a tomar asiento en el wachu (o camellón)
que te espera”. Y agregan: “Kuskayusqaqa, yananchasqaqa/qanñas mamallay,
waqtamuqtinpas”; lo que significa que
las acompañarán hasta que puedan florecer.
Kanas (Canas) es una de las provincias que
toma parte en las batallas rituales del Toqto y el Chiaraqe. Como su objetivo es
conseguir épicamente la protección de los Apus para tener un año agrario óptimo, es lógico que impriman el mismo acento bélico
a las wankas. Se quiere inspirar confianza a las futuras papas para que soporten
los daños que suelen provocar los elementos telúricos y meteorológicos en las
sementeras.
El
lirismo es típico en los takis: “Amas
mamallay, mancharinkichhu/fuerte qasaña waqtamuqtinpas”, “No tengas miedo,
mamita, si te envuelve una ráfaga de helada, piensa que es sólo una brisa
pasajera.” Amas, mamallay, risilankichhu/ rumi chikchiña
ch’allamuqtinpas, “Mamita, no tiembles si el granizo te golpea, piensa no más que es un soplo de rocío.”
Las
intérpretes tienen un repertorio que aprenden con la comunidad yendo a a wankar
cuando es necesario. Ellas son la memoria viviente de los versos y las
melodías que escucharon en su corta vida.
“Sus voces bajan al Ukhu Pacha, donde se multiplicarán las papas, uniendo
entidades humanas y no humanas”, explica el estudioso.
En
el pentagrama de su “conciencia”, las papas-semilla guardan sus hermosos
mensajes. La yayawayawa primigenia es
una invocación a su fertilidad y las wankas que escucharán después una
reiteración de su cariño: Altun phawaq
lasirwan/airiykita mañamuwan. / Phawchi
ukhu sirenita /kunkaykita mañamuway. “Golondrina que vuelas alto, préstame tus alas
para llegar hasta ella. Sirenita que habitas en el interior de las cascadas,
préstame tu voz, para wankar.”.
Si
ellas las ayudan, podrán decirle a las papas que están de pie, en su puesto,
sin moverse, como un árbol, sufriendo el azote del viento con lágrimas de
lluvia, porque las quieren.
“Como
sucede con numerosas tradiciones agrarias, el momento actual es crítico” —señala
Manuel Arce Sotelo—“Las pequeñas cantoras ya no quieren participar con las
wankas. Ellas sueñan con la ciudad y sus padres se quejan de que no aprenden a
tejer sus mantas porque prefieren vestir de otro modo”.
En
Tarkuyo las familias se reunían en el tatay
aspiy, para llamar a las papas antes
de la cosecha; en el tuta qhashwa, para cantar de noche junto
a las papas cosechadas, y en el chuño apay, para llevar las papas heladas a sus depósitos.
Unas diecisiete wankas recopiladas han logrado sobrevivir a las tempestades etnológicas, económicas y hasta religiosas
foráneas, como las evangélicas, que arrasan con creencias y costumbres
importantes de los Andes. En eso tiene
que ver también la división de la tierra en parcelas para su titulación,
restando fuerza a la comunidad.
Sólo
queda un camino: O las cantoras de hoy entienden cuán trágica es su renuncia a
ese legado cultural y siguen transmitiendo las wankas a las nuevas generaciones, o éstas se
perderán para siempre. Lo fundamental es
salvarlas. Sin sus cantos, la Aqsupapa o Madre Papa se quedará huérfana de afecto
en los Andes.
Alfonsina
Barrionuevo
Siempre aprendiendo contigo
ResponderBorrar