domingo, 25 de agosto de 2013


 "SIGO SIENDO": PERU EN SU REAL DIMENSION

No conozco a Javier Corcuera. Un día de estos le llamaré para darle las gracias  por presentar a los Andes como son  realmente en la película “Sigo siendo”  (Kashkaniraqmi).

Merced a su obra fílmica donde historia pueblos y gentes he vuelto a recorrer,  con el corazón en ristre,  caminos que conozco. Al verla millones de peruanos sentirán como yo una identificación plena con paisajes, habitantes, músicas y sentimientos.

Habrá un reencontrarse con Ronin, la anaconda cósmica, a través de la mujer que canta al agua en lugares donde se empoza el tiempo y crece la soledad. Su voz es parte de un antiquísimo ritual que aflora de sus memorias más íntimas para ir en busca de ella, la que contiene en sus anillos el fluído líquido que anima su universo. Un ritual que debe proseguir para que nunca la comarca de los ríos se vaya a convertir en pajonal. Yo tenía olvidada a Ronin en mis apuntes de viaje y la he sentido desperezarse y levantarse de sus líneas. Corcuera la ha hecho retornar en el silencio del aguajal y quienes escuchen la invocación oracional  en nítido susurro la sentirán también  deslizarse en su sangre  y en sus sueños.


El agua es amada en la foresta y en la altura. En los Andes Ronin es Yaku, la madre agua. Ella baja de las cimas,  agitando cascabeles de encaje en las paqchas o se mueve como serpiente de traslúcidos cristales en los yarqa aspiy,  la limpieza de acequias,  siendo celebrado su regreso   con tintineo de tijeras por  los danzaq. Al mover sus hojas sus dedos digitan arpegios.

La presencia del cóndor, abriendo rutas  en el aire con sus alas, no es casual, tal parece que hubiera entendido la necesidad de incorporarse al coro de mujeres  como si fuera a recoger su mensaje  y llevar al infinito el fino ovillo de sus voces.


En el espacio de una saywa o de un polvoriento chakiñan las canciones que amó José María Arguedas  compaginan escenas y momentos de la vida cerca de los Apus.  Por algo Máximo Damián lleva tatuado en su corazón el wamani que alumbró su nacencia, logrando que se  convierta en luminoso guiador con su violín de la cuadrilla de hijos y nietos de Amador Ballumbrosio, el patriarca,  quienes  ajustan su zapateo al sonido de su cordaje andino. 

El mar es inmenso y sin embargo,  solamente es un reflejo frente a la amazonía como sugiere la mágica Ronin,  que se enrosca al sol en la curva de un crepúsculo y lo ahoga.

Las gentes de Perú, en la foresta, en los Andes o en el mar,  caminan con mil paisajes en su interior.  El “Todos vuelven” de César Miró marca esa búsqueda hacia el principio después de  un devenir añoso, en una voz que resuma nostalgias.  


Fue en una tarde de recuerdos, de gozar laceradamente a los Andes, sin la indignación que provoca el uso y  abuso de la burla y el menoscabo a la provincia en la pantalla chica.  Javier Corcuera no necesitó maquillar su voz o su acento. Todo es auténtico en su documental que está recibiendo aplausos cuando llega el final y una orquesta wanka atraviesa los títulos. Faltó verla en el ecran como un gran remate. Otra vez será. Los Andes pueden esperar.

 

LAS WANKAS DE LA PAPA

En setiembre volverá a repetirse un viejo ritual  en los Andes del sur. Como hace miles de años las menudas papas semilla  escucharán con avidez tiernas canciones. El acto es preparatorio para iniciar la siembra del primer alimento nacional en Tarkuyo, comunidad campesina de Apachako, distrito de Coporaque, provincia  de Espinar, Cusco.

En la memorable ceremonia del taki, las papas escogidas entornarán sus ojuelos con arrobo y una sonrisa cálida se dibujará en sus hoyuelos.  

Las wankas para la Aqsumama o Madre Papa son un descubrimiento en Cusco, donde se han conservado hasta hoy. En días previos se estará escuchando el  llamado del  ‘yayawayawa’ como una caricia vocal a 3, 931 metros sobre el nivel del mar.  Su objeto es despertar dulces recuerdos  en la memoria de las papas niñas.  

Entre las 3,500 variedades de papa registradas en nuestros Andes, sólo unas tres o cuatro serán agraciadas con  las wankas o canciones tradicionales.  En otras localidades se ha perdido esta conexión musical con el famoso tubérculo que ha conquistado al mundo. La noticia de su existencia es una primicia. La investigación ha sido hecha por Manuel Arce Sotelo, quien ha obtenido el doctorado en etnomusicología, con una tesis sobre el particular  en la Universidad de Nanterre, París, Francia.

Nuestro entrevistado estuvo buscando en el Perú, durante varios años, novedades para su especialidad. Aunque Espinar es  una provincia de clima muy frío le dio resultados inesperados. El músico limeño vivió una sorpresa indescriptible al penetrar círculos cerrados  sobre rituales guardados celosamente. Lo ayudó Yanet  Hermoza Pinedo,  con su conocimiento del idioma qechwa, para que  accediera a los cantos wankas.

En su tesis Arce Sotelo declara que: “La vida emotiva en las alturas ha encontrado canales de expresión  tan interesantes como la producción agrícola. En cada planta hay una carga de historia cultural que convierte a la especie en un actor vivo  de su transcurrir cotidiano. Los cuidados que exige y los cambios a que está sujeta hacen que sus cultivadores les atribuyan características de comportamiento humano.”

La gente de Espinar desciende de los k’anas, que formaron una cultura en esa área. Su parentesco con los pobladores de la gran región del Tiawanako es innegable.  De allí que no sea extraña la conservación de cantos semejantes en la altipanpa*. Por algo Puno y Cusco son el gran centro de los domesticadores de la papa.

Las wankas, revela,  son el inicio de una serie de rituales que se suceden  a lo largo del ciclo productivo de la papa. Los cantos tienen singular importancia  porque ayudan y estimulan a las semillas  de la papa para crecer y vencer obstáculos climáticos.

En el campo el día irrumpe muy temprano y los sembradores se reúnen para crear un ambiente propicio a los cantos a capella de la cantora guía y un terceto de intérpretes juveniles, entre once y doce años de edad. Ellas ocupan el centro y se cubren la cara, levantando un extremo de su pollera, para cantar quedamente, en una suerte de privacidad total.
 
El canto confidencial arranca de sus canteras más profundas para engreir a las papas, diciéndoles dulcemente:“Ñachus, mamallay, kuskayunkiña/ kayllay millk’aman,  kaylla wachuman”.  O sea —más o menos—  “Mamita,  ya estamos juntas, para que  vayas a tomar asiento en el wachu (o camellón)  que te espera”. Y agregan: “Kuskayusqaqa, yananchasqaqa/qanñas mamallay, waqtamuqtinpas”; lo que  significa que las acompañarán hasta que puedan florecer.
 
Kanas (Canas) es una de las provincias que toma parte en las batallas rituales del Toqto y el Chiaraqe. Como su objetivo es conseguir épicamente la protección de los Apus para tener un año agrario óptimo,  es lógico que impriman el mismo acento bélico a las wankas. Se quiere inspirar confianza a las futuras papas para que soporten los daños que suelen provocar los elementos telúricos y meteorológicos en las sementeras.

El lirismo es típico en los takis: “Amas mamallay, mancharinkichhu/fuerte qasaña waqtamuqtinpas”, “No tengas miedo, mamita, si te envuelve una ráfaga de helada, piensa que es sólo una brisa pasajera.”  Amas, mamallay, risilankichhu/ rumi chikchiña ch’allamuqtinpas, “Mamita, no tiembles si el granizo te golpea,  piensa no más que es un soplo de rocío.” 

Las intérpretes tienen un repertorio que aprenden con la comunidad yendo a a wankar cuando es necesario. Ellas son la memoria viviente de los versos y las melodías  que escucharon en su corta vida. “Sus voces bajan al Ukhu Pacha, donde se multiplicarán las papas, uniendo entidades humanas y no humanas”, explica el estudioso.

En el pentagrama de su “conciencia”, las papas-semilla guardan sus hermosos mensajes. La yayawayawa primigenia  es una invocación a su fertilidad y las wankas que escucharán después una reiteración de su cariño: Altun phawaq lasirwan/airiykita mañamuwan. / Phawchi  ukhu sirenita /kunkaykita mañamuway.  “Golondrina que vuelas alto, préstame tus alas para llegar hasta ella. Sirenita que habitas en el interior de las cascadas, préstame tu voz, para wankar.”.

Si ellas las ayudan, podrán decirle a las papas que están de pie, en su puesto, sin moverse, como un árbol, sufriendo el azote del viento con lágrimas de lluvia, porque las quieren.

“Como sucede con numerosas tradiciones agrarias, el momento actual es crítico” —señala Manuel Arce Sotelo—“Las pequeñas cantoras ya no quieren participar con las wankas. Ellas sueñan con la ciudad y sus padres se quejan de que no aprenden a tejer sus mantas porque prefieren vestir de otro modo”.

En Tarkuyo las familias se reunían en el tatay aspiy,  para llamar a las papas antes de la cosecha; en el  tuta qhashwa, para cantar de noche junto a las papas cosechadas, y en  el chuño apay, para llevar las papas heladas a sus depósitos.
 
Unas diecisiete wankas recopiladas  han logrado sobrevivir a las  tempestades etnológicas, económicas y hasta religiosas foráneas, como las evangélicas, que arrasan con creencias y costumbres importantes de los Andes.  En eso tiene que ver también la división de la tierra en parcelas para su titulación, restando fuerza a la comunidad.

Sólo queda un camino: O las cantoras de hoy entienden cuán trágica es su renuncia a ese legado cultural y siguen transmitiendo  las wankas a las nuevas generaciones, o éstas se perderán para siempre.  Lo fundamental es salvarlas. Sin sus cantos, la Aqsupapa o Madre Papa se quedará huérfana de afecto en los Andes.

 

Alfonsina Barrionuevo

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