domingo, 1 de septiembre de 2013


EL NUEVO QOSQO

Kusi Yupanki tuvo muchas victorias en su recorrido por el Valle Sagrado, pero eso no entusiasmó a su padre, el Inka Wiraqocha.  En “premio” lo envió a pastar los rebaños de alpakas del sol.  Allí estuvo hasta que un día vio en sueños a un personaje. Éste  le reveló el alzamiento de los chankas,  quienes tenían por mira tomar el Qosqo.

El resto es conocido. Wiraqocha huyó a K’aqyaqawana, en el Valle Sagrado. Kusi Yupanki tomó el mando y los venció. El Inka condicionó su regreso a que Urko, su hijo favorito, pisara en señal de triunfo los trofeos de guerra. Como es de suponer la absurda exigencia no fue aceptada por el vencedor, quien tomó  a su cargo la remodelación de la capital inka.

 Qosqo era un bohío grande en medio de un inmenso pantanal, el lecho que dejó un lago al vaciarse por un lugar estrecho, La Angostura. Los ríos que bajaban de la parte alta corrían a su antojo. Los manantiales afloraban en varias partes. Una vegetación undosa y feraz se levantaba por doquier.

Kusi Yupanki, quien no quiso tomar la borla imperial mientras viviera su padre, a pesar de la fuerte presión de sus seguidores, trabajó duramente para  diseñar un nuevo Qosqo. Su primer paso fue darle la figura de un felino para que tuviese su fuerza y su arrogancia.  Removió ingentes cantidades de un lodo ligoso difícil de mover. Llevó tierra buena de lugares aledaños para cubrir el piso. Encauzó los ríos y abrió canales de desfogue para las fuentes. Enseñó a labrar las piedras con gracia, primorosamente, y usó parte del barro para unirlas.

Cuanto hizo fue diligentemente, siguiendo la inspiración de las fuerzas cósmicas y telúricas que lo guiaban. Qosqo tenía que ser el centro de un imperio y como tal ellas tendrían que estar allí presentes.

   Los kurakas amigos recibieron la orden de trabajar sus tierras y regresar al cabo de muchos años. Ellos creyeron que victorioso Kusi Yupanki había decidido holgarse –pasar en celebraciones- ese tiempo. No imaginaron que ni siquiera le dio alas al amor. Cuando volvieron lo encontraron empeñado en tender puentes entre la Waqaypata y el Kusipata y se asombraron de la forma como habia embellecido el lugar.       

La misma impresión tuvo Wiraqocha cuando se vió obligado a concederle el trono. Qosqo no era la pequeña ciudad que dejó. Había cambiado tanto que se sintió extraño y afloraron lágrimas a sus ojos cuando pensó que la había abandonado a los chankas, olvidando a sus padres y abuelos.

Un valle hermoso la rodeaba y los templos y palacios que se levantaban llenaron su corazón de tristeza. No se atrevió a quedarse y, terminadas las ceremonias de entrega de mando, se retiró con la intención de no volver jamás. Mientras permaneció en Qosqo miles de trabajadores rediseñaron  su refugio de K’aqyakawana para que fuera digno de él. Huch’uy Qosqo, como se llama hoy, tiene magníficas edificaciones con muros imponentes.

Kusi Yupanki, con el nombre de Pachakuti Inka Yupanki, que quiere decir,  “Renovador de un universo”, siguió trabajando en la ciudad como explico en mi libro: “Templos Sagrados de Machupiqchu”. En ella y a lo largo de cuarentidós líneas o seqes fue ubicando más de trescientas wakas que le daban sacralidad.

Cuando las obras estuvieron muy avanzadas ordenó la construcción de Machupiqchu. Tenía que cumplir con la montaña.   

 Fotos Peruska Chambi

 

BICHOS ALADOS DE COLORES

El lente de la cámara se aproximó en pos de un primer plano impecable    y captó en primer plano la mirada malévola de sus ojuelos inyectados de sangre. Retrocedió milímetros y lo capturó entero, justo cuando abría el hociquillo feroz, encolmillado, para lanzar un rabioso chillido. A toda pantalla se sintió su furia. Enseguida volteó la diminuta cabeza y mordió el dedo del médico que lo sostenía con fuerza. Fue inútil. El guante que lo retenía cautivo era muy grueso. 

Fue mi primer encuentro con un murciélago, es decir un vampiro, cuando Manchay era un lugar agreste, en los extramuros de Lima. Me dijeron que en la omagua solía morder a niños.

 Mucho después lo vi actuando en un documental muy bueno del “magazine” National Geographic. Estaba casi oscuro cuando el murciélago vampiro se desplazó como un minúsculo hombrecillo, saltando con suma cautela sobre las piedras donde descansaban los lobos marinos de Parakas

Quiso morder en la oreja a uno, pero éste lo lanzó a muchos metros de un manotazo. Se levantó y esperó. Cuando éste dormía, volvió a la carga y logró su intento. Hincó sus colmillos y se apartó. Fue suficiente. Después se puso a lamer su sangre en la herida abierta. Volvería cientos de veces y el lobo nunca se percataría de sus visitas nocturnas. Así son los vampiros tropicales.

Yo no sabía que en nuestra Amazonía había una diversidad de murciélagos. Todos, no necesariamente, son vampiros. En una tarde tormentosa fui con mi hija Kukuli al Zoológico del Bronx en Nueva York, Estados Unidos. Nos refugiamos en el espacio destinado a murciélagos   porque arreciaba la lluvia, sin esperar nada sensacional. Todo fue  lo contrario, recibì una lección de la madre naturaleza. 

 La ambientación excelente, en penumbra, nos introdujo a un sector de selva, con árboles y riachuelos, donde aquellos volaban de un lado a otro tras una gruesa mampara de vidrio prácticamente invisible.

Fue fascinante. Había murciélagos fruteros, murciélagos picaflores que absorbían la miel con su sorbete natural, murciélagos pescadores, murciélagos de un tamaño increíble ─algo más grandes que un kuye que pasaban raudos de una rama a otra. Éstos tenían una piel finísima que me hizo recordar a Atawallpa. El príncipe cusqueño estaba almorzando con Pizarro cuando se le derramó un poco de comida en el traje y salió a cambiarse. Pizarro y su gente se asombraron cuando volvió con  uno que parecía de suavìsimo y satinado terciopelo y ─¡cómo no!─ si era de una especie que no verían jamás porque los cueritos de murciélago conque estaba armado habían sido llevados de ¡muy lejos!

Apreté un botón y salió una reseña que me llenó de orgullo. Los extrañísimos murciélagos que estaba viendo eran en su mayoría del Perú,  donde decía que había más de quinientas variedades: ¡Una locura!

Los científicos que se dedican a estudiar lo que tenemos en nuestro territorio, aseguran algo muy cierto: En el Perú hay especies de flora y fauna que están desapareciendo sin que hayan sido registradas, porque lo existente es vastísimo y casi nunca visto.

Cada árbol, además de formar parte de ese gran pulmón que oxigena al planeta,  es como un gigantesco rascacielos con pisos que albergan una infinidad de especies. Cuando se talan, los “inquilinos” son desalojados y tienen que huir aceleradamente. La tierra y el agua son el hábitat de asombrosas criaturas en formas, tamaños y colores. Ni la imaginación más caudalosa podría hacer lo que es obra de la naturaleza. En sapos he visto unos de colores que parecen gemas y flores donde el arco iris ha volcado su pintura.

En el Año Internacional de la Biodiversidad las protestas en defensa de la Madre Natura fueron muy fuertes. Es de esperar que si los propios brasileños no aceptaron hacer una central hidroeléctrica en su parte de la Amazonía, el gobierno peruano no conceda a Brasil la construcciòn de un  paquete de centrales hidroeléctricas, comenzando por represar aguas de la omagua puneña en Inambari. Eso sepultaría unos veinte pueblos y hectáreas de selva virgen, dando lugar a hechos lamentables. El proyecto, según se comprobó, afectaría también a Cusco y a Madre de Dios, donde está la reserva ecológica  “Bawaja Sonene”, una de las más importantes  del país. La arquitecta y docente de la Universidad Nacional del Altiplano, Sonia Molina,  Presidenta de la SOCIT, así como miles de puneños, amazónicos y peruanos en general que no queremos perder ese patrimonio, tomamos las banderas de la biodiversidad para hacerlas flamear en las ocho regiones naturales de nuestra patria.

 En el Año Internacional de la Papa “se reconoció” que el Perú tiene alrededor de 3,600 ecotipos y variedades de papas nativas y 400 de papa silvestre, con ejemplares que llegan a reclinarse casi en los nevados; algo que hace excepcionalmente sólo una peruanísima orquídea, la wiñay wayna, “joven eterna” o “eternamente joven”, porque enamora al majestuoso nevado “Salqantay” de Cusco.

Hace poco la kinua hizo noticia y dejó absortos a quienes creían que ella producía sólo granos blancos, cuando en realidad pasan de  3,000 variedades en las alturas de color negro y púrpura. Sus capacidades nutricias benefician todos los sistemas –óseo, nervioso, sanguíneo, muscular- y hasta como eficaz anti-edad.

 En plantas medicinales no las tenemos registradas ni en un treinta por ciento. En una feria se presentó un fruto, “teta de vaca” por su forma, que limpia los hongos más rebeldes de las uñas. En Yarinaqocha, Pucallpa,  una investigadora americana me mostró un pequeño arbusto que,  según dijo, podía acabar con la calvicie y hacer que los varones recuperasen su cabello.

Los pajuros, unas “papas” que crecen en  árboles coposos, son una delicia para cajamarquinos y amazonenses, pero no llegan a nuestros mercados. Sus frutos se mecen en una vaina grande como un pakae. Los comen en el desayuno, mientras que en la ciudad es rutinario el té con pan blanco, aunque ya se aprecia al pan de kiwicha y otros provinciales. Panes que huelen a arrayán, a algarrobo, a eucalipto y a otras ramas que calientan los hornos donde se cuecen y que son su singularidad.

Habría mucho más que mencionar. Para muestra, dicen, basta un botón y siempre tendremos novedades.  El Perú es ¡un gigante! en recursos genéticos y culturas asociadas a estos bienes naturales.

 
Alfonsina Barrionuevo

 

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