WANAKAURE Y LOS AYAR
Fotos: Fernando Moscoso |
Wanakaure es uno de los
Apus protectores de Qosqo. Vista de lejos parece una pirámide de contornos
suaves.
A los Hermanos Ayar, que se
dirigían a Qosqo, despuès de salir de Paqareqtanpu les atrajo su forma y se quedaron ahí
un buen tiempo.
Existen otras leyendas
sobre la fundación de Qosqo: Manko Qhapaq y Mama Oqllo que salieron del lago
Titiqaqa; Inkari y Qollari creados por Ruwal en Paucartambo y Mama Lloqlla, una
mujer que alumbró en Chinchero un niño solar, Malko Qhapaq. Personalmente me
inclino por la historia de los Ayar porque aparece reiteradamente en las
crónicas de los siglos XVI y XVII, guardando relación con Pachakuti Inka
Yupanki y Machupiqchu.
En la historia legendaria
se dice que uno de los hermanos, no he logrado establecer si fue Ayar Uchu o
Ayar Auka, trepó a una waka que había en el lugar, quien lo castigó convirtiéndolo
en piedra por su osadía.
“Id, id, hermanos felices”,
les habría dicho antes de transformarse en roca. “No olvideis que aquí me quedo
esperando vuestro recuerdo.”
Pachakuti, informaron los
khipukamayoq, ordenó que en las fiestas del Warachiku los jóvenes se
trasladaran a Wanakaure y le hicieran ofrendas para ser valerosos guerreros. La
montaña era sagrada.
El periodista Fernando Moscoso Salazar visitó
Wanakaure en plena temporada de lluvias.
Los Ayar llegaron seguramente en buen tiempo con su comitiva y se instalaron bajo
un sol radiante con sus esposas, Mama
Rawa, Mama Oqllo, Mama Ipakura y Mama Wako.
Según datos históricos y legendarios los cuatro Hermanos Ayar que llegaron de
Paqareq Tanpu, a mediados del siglo XIV,
se quedaron dos años en el lugar mientras se preparaban para ir a Qosqo,
su destino.
A pocos metros de
la cumbre del Apu Fernando
Moscoso recepcionó su gran energía y recorrió antiguos recintos con muchas
hornacinas, para colocar seguramente objetos de oro y plata, calzadas amplias
que se alternan con accesos angostos y escalinatas para alcanzar las partes
altas.
En las crónicas de Pedro Cieza de León (1550) leyó
que los españoles advirtieron su fama como centro de ceremonias religiosas, que
contaba con muchos sacerdotes y asistentes. Cieza resaltó su importancia al
decir que “… después del templo de Curicancha,
donde estaban el Sol, el Trueno, la Luna y las Estrellas, el cerro Guanacaure era la segunda Guaca de
los incas y… era por ellos muy frecuentada y honrada…”
Se llega a Wanakaure por dos caminos. Ya sea por las
comunidades de Wilkarpay, Moray y Pumakancha; o por las comunidades de Pillao
Mato y Kirkas hasta las faldas del Apu. Por
esta ruta se asciende hasta una roca donde mana una fuente de agua, rodeada por
hermosas flores de achankaray.
Fotos de Fernando Moscoso.
SOPA PREHISPANICA
La yuca le
hizo un guiño al zapallo y preciosa, sin su funda áspera, entró en la calabaza.
La papa coqueta se fue con el camote y le hizo cosquillas con sus risas. Las
señoritas, una ostra muy delicada, les siguieron y también colitas de
camarones. El mate se llenó de agua dulce y todos nadaron entre algas marinas y
sal.
En el Perú
prehispánico se experimentó por primera vez la preparación de un chupe hace mlies
de años. La mano de una mujer levantó con ayuda de unas ramas desnudas piedras
de río que había calentado al fuego. Estaban blancas por haber sobrepasado el
rojo vivo y las echó adentro. Al caer un chasquido hizo temblar al agua, se
formaron burbujas y comenzó a hervir. Ya entraría después hojitas de chincho
para darle fragancia.
Hasta entonces
la gente había comido sus alimentos crudos. El nuevo potaje fue recibido
ávidamente en otros mates y se chuparon los dedos. Desde entonces se practicó
la tecnología en el norte y fue pasando de grupo en grupo. Aún no se había
inventado la cerámica. Fue ingenioso dar un primer paso, adelantarse en lo que
sería una culinaria surgida entre dos océanos. Lo mismo pasaría con la carne a
la plancha, asada entre dos piedras
también al rojo vivo y con las palomitas del diminuto maíz, nuestro maíz
confite, bautizado en el siglo XX como “pop corn”en los Estados Unidos.
Las primeras
se tostaron en una camita de arena bien compactada, un hoyo más o menos
profundo, donde el fuego volvió a hacer su parte. Lo limpiaron con la misma
chala y al roce de la arena quemante salieron disparadas, en rositas que
llenaron el estómago de los niños. Pasó un lago tiempo hasta que la arcilla se
tornó dócil y logró la consistencia
necesaria para convertirse en recipiente y cocer cuanto podía zambullirse en su
interior.
Frutos
acabaditos de domesticar al igual que los primeros en los que ensayaron mucho.
Tiempos milenarios en que esta parte de América trabajaba tecnologías diversas
que sorprenderían y ayudarían al mundo después hasta hoy. El planeta se sigue
enriqueciendo con lo que regala el Perú con una generosidad que es un
desperdicio.
¿Culinaria del
pasado, de un ayer grandioso que podría parecer una nostalgia del prodigios?
Pues, no. Cuanto va de escrito es para presentar otras manos con el mismo
movimiento en la parte sur de Ancash y el norte de Lima. Lo he visto muchas
veces en mis viajes de tierra adentro y siempre me ha dejado perpleja comprobar
que algunas tradiciones no se borran de la memoria de los pueblos. En las
partes donde me he encontrado con este chupe recibe el mismo nombre, ¡pari! Un
plato de sopa que se sirve en ebullición con las piedras ardientes.
Hay un glú,
glú cantarino en los globos de aire que
se forman en su contorno, De hecho hacen hervir el
chupe por unos momentos. Hablé con las señoras de los pueblos. ¿Por qué lo hacían?
¿Se trataba tal vez de unas piedras especiales con sabor? ¿Cuál era su secreto?
¿Cuál, su propósito? ¿O había algún
secreto en su preparación? Cada pregunta encendía siempre su rostro con el
chispazo de una sonrisa. No había nada que contar. Las piedras eran selectas, redondas, planas, porque habían sido pulidas por el río. Por cierto que su
presencia no era cocinar sus
ingredientes. ¿Quién lo haría en esta época con olla a presión, sartenes
inteligentes con vientos a vapor, hornos a microondas? Entre las comunidades
alejadas la costumbre es ley. Sólo para las grandes fiestas se prepara el pari
con una unción que debe parecerse en algo
a nuestras remotas antepasadas. Faltaría a la verdad si lo afirmase. Las
señoras encargadas de la mayordomía, que sirven el delicioso chupe a sus
invitados sólo explicaron que era una herencia de sus tatarabuelas. La conexión
la hice con unos datos que tomé de un arqueólogo que me hizo La explicación de
un ribete que aparecía en un antiquísimo mate.
El pari es un
chupe muy aromático. En una olla, con poco agua, hierve la karapulkra o papa
seca con hierbas olorosas. En otras, individualmente, para que suelten su sabor con diferentes hierbas las carnes que
han reunido de res, cordero, gallina, cabrito –cuye, pato, gallineta, venado,
etc.- Una vez que están bien cocidas se deshilachan. Los caldos se unen a la
karapulkra y luego las carnes después el plato va a la mesa. El sello de otro
mundo es nuestro, es el añadido que estremece. Una de las ayudantes se ocupa de
colocar encima las consabidas piedras de río calentadas al blanco.
Una canchita previa, invitadora y
suave abre el apetito mientras conversamos de la fiesta, de los santos o las
santas, los conjuntos de danza, los adornos de la iglesia o las calles. Cuando
llega mi turno me refocilo con el pari al encontrarlo en mesas diversas, en
alturas distintas. No pregunten cómo llegó hasta allí. Aún no se ha inventado
una máquina de tiempo.
Alfonsina Barrionuevo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario