MAZAMORRAS DIVINAS
La mazamorra es prehispánica. Cientos de años atrás, antes de que se
fundara Lima y se creara este postre delicioso que es un timbre de honor para
sus hijos, ya existían mazamorras que se preparaban de un extremo a otro de los
Andes.
¿Puede haber algo más nacional en dulces que la mazamorra? La hemos saboreado y seguimos
apegados a ella, con sol y con lluvia, en la costa y en la puna, siempre es y
será una preciosa golosina.
Las mazamorras, de acuerdo a su lugar de origen son más o menos espesas.
No son dulces necesariamente pero eso no les quita sabor. La Ishkupcha o motalsa, cuyo nombre primitivo se mantiene
en algunos lugares está en las crónicas de los españoles. Se trata de una
mazamorra de maíz amarillo, espolvoreada con un poco de cal viva, que llena el
estómago al amanecer y a la media mañana. El api, kiuma api o chankerwa, indicó
el estudioso Toribio Mejía Xespe, es otra mazamorra, pero de quinua o kihura lavada,
cocinada o tostada y pulverizada, que se consume en el altiplano. No es oficial,
sin embargo cabe la posibilidad que se endulce con cristales de –azúcar andino- extraídos del interior
del maguey. Tecnología andina que se ha perdido.
Los citadinos creen que en el mundo prehispánico no existió el azúcar ni
los postres y como siempre se equivocan porque no conocen sus tradiciones
gastronómicas. El doctor Fernando Cabieses explicaba que encontró a Melchor
Salomón, un limeño del campo, para el cuidado de las plantas medicinales del
desaparecido Museo de Ciencias de la Salud. Este lo sorprendió un día con
un menú prehispánico y entre otros
platos le preparó un dulce exquisito y le explicó que estaba endulzado con el
tierno corazón del maguey. ´El secreto radicaba en recortarlo en pequeños
trozos y que hierva hasta deshacerse, apareciendo cristales en el fondo. Su
sabor es dulce, agradabilísimo´.
Lo mismo pasa con la oka kawi
cuanto más se solea y se arruga su
finísima piel se pone dulce. Pareciera que el sol produjera mieles en sus
células, dando una mazamorra increíble. Igualmente la calabaza o lakawite api
que se prepara con calabaza seca o con iruta, mezcla de maíz. Hay otras que
merecen recordarse como el dulce del tomate de monte o sacha tomate, que es
ovalado y ligeramente ácido. Tomate que se suma
a la repostería nacional.
Otra –que es una delicia para
expertos a pesar de su ofensivo olor- es la tokosh de papa, oka o maíz
fermentado, que toma las esencias del agua estancada donde reposa varios días.
Mazamorras que se van retirando de las mesas esas populares donde debían continuar
con su nutricio contenido. Otra que se olvida es la mazamorra blanca con leche,
polvito de canela y grajea, de harina de maíz blanco escogido. ¡Qué pena!
Nos consuela la presencia de la mazamorra morada como un postre
peruanísimo. Los limeños reconocen con orgullo que son: ¡limeños y mazamorreros! El maíz morado (zea mays) es prehispánico y se
encuentra unas ciento cuarenta variedades. Se cultiva desde el nivel mar hasta los 3,000 metros de altura.
Su nombre quechua es sara akulli y su leyenda sobre Mama Sara cuenta la
persecución que sufrió de Kuru, el sacerdote de su pueblo. La doncella pidió a
si padre, el kuraka, que la llevara al Qosqo. Quería ser una virgen del Sol. Se
hicieron las gestiones pero el sacerdote
la asediaba cada vez más. Desesperada Mama Sara invocó la ayuda del propio
astro. Este acudió a su llamado y la convirtió en una hermosa planta de hojas
en forma de lanzas para protegerla.
Hablando de postres tenemos uno que se ha difundido mucho: la mazamorra
morada. No se sabe cómo se creó la receta de esta divina mazamorra del maíz
akulli. Es probable que fuera en Lima donde salió de una marmita de encanto. La
chicha y ella admiran por su fuerte color, producto de hechiceras antocianinas.
Un regalo al paladar en el mes de octubre en que se celebra al Cristo de
Pachamakilla, el Señor de los Milagros. Su
ingreso a la mesa merece siempre alabanzas
en las mañanas o tardes prometedoras.
‘Su partida de bautizo no es esencial’, decía en el siglo pasado Piedad de la Jara, una institución culinaria de la Ciudad de los Reyes. En el siglo pasado fue la ejecutiva y el corazón de un restaurante memorable: ‘El Karamanduka’.
‘La mazamorra morada limeña es delicada y femenina dentro de su
barroquismo que hace agua la boca sin discusiones, -dijo alguna vez. Así debe ser
reconocida. ‘Adorada y adorable’, escribió el entusiasta Corregidor Mejía,
poético degustador de potajes peruanos. En un libro que es una biblia de
nuestra comida mencionaba que ‘se servía en las casas solariegas sobre fuente
de plata, en los humildes callejones en platillo de barro y en las casas
medianas en pocillos de loza despostillada pero comida por todos con igual regocijo.’
Morada, atizaba en el fuego de su voz ronca, doña Piedad, de un morado
lindísimo del mejor maíz comprado con buen ojo, harina de camote rallado en
casa y una huerta de frutas, orejones, huesillos, guindas, guindones,
membrillos, melocotones y manzanas. De hecho un manjar sin desmerecer a la
mazamorra con leche así como al champús’. Sólo verla en esas enormes ollas que
parecen pozos encantados es un placer. ¡Y claro que sí!
El frío ha hecho renacer en las
últimas décadas al chanpús caliente, espeso, blanco y agrio, con mote, piña,
manzana, membrillo para el acidito y harina de maíz amarillo, la suave pulpa de
la guanábana deshecha hasta convertirse en un puré cuando llega su temporada, a
veces con guayaba de corazón rosado, hervido con ramitas de hinojo para darle
un riquísimo aroma y ‘para que no hinche el estómago’. Fue tan popular en la
antigua Lima que se preparaba y se servía en su Plaza.
Su cálido pregón invitaba a detenerse a los clientes de paso. ‘Chanpús
caliente, muchacha/el que se come medio, se come un real/ Para el colegial/
Vamos, venid, que ya está/ El cuartillo por delante y la taza por detrás.´
Las mazamorras peruanas que deben
seguir en la mesa con su exquisita carga montón de sabores, olores y colores,
en la variedad de los maíces más gentiles para el alboroto de grandes y chicos.
Preparada en el campo con chancaca o azúcar rubia, llegaban en la grupa de las
acémilas al mercado limeño que estuvo primero en la Plaza Mayor y fue
trasladado después a la Plazuela de San Francisco.
Las vendedoras las comían con gusto al mediodía y las difundieron, con su
sencillez característica y la cordialidad propia de la gente del campo, al
invitar un platillo a la servidumbre encargada de las compras del día. Al
volver a sus casas fueron sus mejores propagandistas.
Un día entraron a las mesas de los señorones y se extendieron a los
barrios populares como un regalo de los Andes. Al cabo dieron vida a la
mazamorra morada como postre limeño con
una receta de lujo.
Alfonsina
Barrionuevo