domingo, 14 de marzo de 2021

 

DELICIAS PASCUALES

El tiempo es inexorable y muchas tradiciones se han perdido pero la Semana Santa sobrevive en cientos de ciudades y pueblos. Mientras en Azángaro, Puno, ha desaparecido la bíblica estampa de la Ultima Cena, en Catacaos, Piura, y en Lambayeque, las viejísimas imágenes de los Apóstoles que acusan una calvicie de abandono son puestas,  las primeras en el  Presbiterio, donde les sirven  potajes típicos, y las segundas, en una anda larguísima para la procesión. El Jueves Santo por regla tiene sus manjares. En el Cusco, doce platos que se completan con tamal y empanadas de la Condesa. En Piura, sopa de pan, sarandaja, cachema frita, carne aliñada, seco de cabrito y mala rabia. En Huancavelica el sabroso chupe de calabaza, el guiso de carne, el arroz con leche y el ponche con aguardiente, para las velaciones. En Huaura, Lima, tamales, chorizos, salchicha y camote frito. En Ayacucho, sopa de queso, el aycha kanka, el puka picante, la mazamorra de calabaza,  y el ponche de maní. En Huanchaco, La Libertad, sopa teóloga, qochayuyo y huevera con papa, causa de caballa, cangrejos reventados y seviche. La lista gastronómica santa es de no acabar.

Señor de la Caída. Huaraz
En Semana Santa Surco, el distrito más grande de Lima,  perfuma el aire con el olor de la uva madura para que  salga el Señor de la Viña. Ya no está el virrey que acompañaba al Cristo vestido de terciopelo y tampoco  las parras, sepultadas bajo el cemento. Pero el Crucificado, mientras tenga sus devotos, seguirá aromando la noche del Viernes de Dolores con los racimos que adornan su cruz envolviéndola con su dulzura.

El ochenta por ciento de los limeños ignoran que tienen tan cerca una Semana de Pasión, con las conmovedoras reminiscencias de antaño. A Surco no le importa. El Domingo de Ramos su hermosa plaza se viste de flores lilas y la brisa despeina los cabellos de  una bella efigie del Señor, que cabalga gallardo en su burrita blanca,  haciendo volar alguna flor artificial de amankay, desde que las urbanizaciones marchitaron las de la pampa de Amancaes. El Viernes Santo, después del Sermón de las Tres Horas, "los santos varones "  bajan de su madero al Cristo de la Agonía y limpian de su cuerpo el sudor de la muerte con algodón de rama, que se disputan los fieles.

Señor de Santa Clara. Ayacucho
En el Perú el drama del Gólgota ha hecho carne con el Ande a través de sus  flores nativas. El ñuqc'hu, que es rojo como un tizón, encierra entre sus pétalos diminutos una cruz; las waqankillas las lágrimas de la Virgen, convertidas en pétalos de terciopelo cristalino; las k'uichit'ika, flores del arco iris que se enredan en sus manos de paloma y muchas otras cuyo significado conservan las comunidades campesinas.

Lo propio sucede con hierbas aromáticas como el arrayán y el toronjil que hierven en ollas de barro para impregnar con  su fragancia los montes o calvarios que se levantan en las iglesias; las hierbas de Judas, el ahorcado, que se buscan a medianoche entre el  Viernes de Agonía y el Sábado de Gloria, para conjurar brujerías; el algodón de rama con que se limpia el torso del Nazareno al reeditar su martirio y es preciosa panacea para toda clase de males; las hojas de palma que se tejen primorosamente en Domingo de Ramos y los mentados cigarrillos de anís que fuman los patriarcas en Otuzco, La Libertad, para combatir el frío de los años.

Si en cada pueblo hay una Semana Santa es lógico pensar que hay miles de Señores. Sólo nombramos los más famosos. En el Cusco, el Taitacha Temblores de cuerpo magro ennegrecido por el humo de las velas y la savia dulce de las flores que abren las viejas heridas con sus pétalos. En Ica, el Señor de Luren, un Cristo de segunda que compró el cura Madrigal y por milagro resultó de primera salvado de la corrosión del agua que inundó las bodegas del galeón que lo trajo y fue arrastrado en el tsunami y terremoto de 1746 tierra adentro. En Ayacucho, el Nazareno de Julkamarka hecho por los ángeles igual que el Señor de Huamantanga, en Lima. En Arequipa, el Señor del Gran Poder flanqueado por anónimos penitentes de albos cucuruchos. En Chancay, el Señor de la Agonía que cambia el huerto de olivos por una anda que es un huerto de frutas; en Huaraz, Ancash, el Señor de la Soledad, que emergió de un árbol en un bosque profundo. En Puno, el Cristo de la Bala enviado por el emperador Carlos V, que recibió al moverse en el hombro el proyectil que iba a matar a su devoto. En Tacna, el Señor de Locumba de los pies quemados que tiene cuadrillas de bailarines litúrgicos. En Monsefú, Lambayeque; en Ayabaca, Piura, y en los Barrios altos, Lima, el  patético Señor que fue Cautivo de los moros, por cuyo rescate los frailes trinitarios debían pagar una fortuna y su menguada bolsa de limosnas pesó más por milagro que la imagen en la balanza donde lo pusieron. En Catacaos, también Piura, el Señor de la Caña, el Señor de la Justicia, el Señor de la Caída, el Señor del Prendimiento, entre otros. En Tarma, Junín, el Cristo Yacente que pasa sobre floridas "alfombras"  de keyserinas, arrayanes, retamas, geranios, margaritas, claveles, rosas y wayranpos, que “entretejen” con amor  sus  fervorosos  devotos.  En Lampa, Puno, el Señor de cuero de vaca que es una obra de arte y venerada reliquia de los primeros  siglos  españoles.  En  Chachapoyas,  el  Señor  de  Burgos, que tiene una nueva iglesia. Cada  uno  con más de una historia prodigiosa, testimoniando con su presencia torturada y sangrante la reverencia y unción de los pueblos.        

Alfonsina Barrionuevo

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