EL ORO INKA
Los cronistas se ocuparon con afán de las nuevas
tierras conquistadas (Perú) porque el tema revolucionó Europa por la cantidad
de los objetos de oro que llegaban de América. La opulencia de su exhibición
dio lugar a que otros países se sintieran excluidos de participar en el botín
que era enviado a España desde las Indias.
La única manera de intervenir fue oscura,
dedicándose a la piratería, obteniendo patente de corso o abusando del poder
con la trata de numerosos pueblos del Africa, a cuyos habitantes capturaban y
vendían después en los mercados humanos.
Solamente los tres primeros españoles, Pedro Martín
de Moguer, Martín Bueno y Francisco de Zárate, que llegaron al Qosqo el 14 de
febrero de 1533 con una tropa de feroces kañaris y lo desmantelaron, supieron
cómo fue la ciudad. Ella creció, en un espacio monumental, rodeada de siete
colinas como cóndores de piedra. Wanakaure, Senqa, Pachatusan, Muyuq Orqo,
Saqsaywaman, Pukin y Piqchu
Ellos encontraron lo que ambicionaban, tablones de
oro ‘del grosor de mi dedo pulgar’,
comentaría extasiado el padre Bartolomé de las Casas, quedándose corto.
Otras piezas hicieron brillar sus ojos de lujuria. Aquella fue gente ruda, inculta, hambrienta de poder que se
lanzó a coger cuanto había pensando en su futuro reparto.
En su libro sobre Machupiqchu, el arqueólogo Marino
Sánchez calcula, que sólo de los muros del Qorikancha deschaparon setecientas
planchas de oro de tres de cuatro palmos de largo y diez a doce libras de peso.
Era tal su riqueza que hasta sus techos, que simulaban ser de paja, eran de
oro. Pedro Cieza de León decía que los pedruzcos de sus jardines fueron de
oro.
El arqueólogo Manuel Chávez Ballón, quien me proporcionó
una excelente información sobre la historia del Qosqo, fue el primer
investigador que me habló de sus wakas. Tuve la suerte de que hiciera conmigo
un recorrido por un circuito muy poco visitado del Valle Sagrado.
Fue un viaje muy ilustrativo para los lectores de
mi página ‘Descubriendo el Perú’ del diario ‘El Comercio’ de Lima. Verdadera cátedra
desde que salimos por San Sebastián, siguiendo a San Jerónimo, el grupo
arqueológico de Choqepuqyu, la laguna de
Wakarpay, Andahuaylillas, Huaro, Urcos, Quiquijana, Checacupe y Tinta,
hasta el templo de Raqchi.
Con él seguí los pasos de Pachakui Inka Yupanki,
gran legislador y urbanista.
En mi búsqueda de los templos o sitios sagrados de Machupiqchu, podría parecer controversial la presencia de Cristóbal de Albornoz y Juan Polo de Ondegardo. Ellos, como Betanzos u otros, me han prestado su ayuda, al historiar aspectos de un mundo que se mantiene palpitante en sus crónicas. A cierta distancia de siglos recogieron una abundante cantidad de datos que interpretaron a su manera. Albornoz puso sobre mi mesa de trabajo un descubrimiento doblemente sensacional. Primero, que los Inkas no tuvieron ídolos. Segundo, que las wakas sólo representaban fuerzas poderosas, vivas, de la tierra y el espacio. En ellas ponían unos bolos o bultos de oro, plata, piedra y diversos materiales para pedir agradecer o demandar los beneficios o perjuicios que ocasionaban en sus vidas y en la salud de sus campos. El doctrinero no quería, por supuesto, competencias. Necesitaba cambiar ese panorama sacro para implantar el suyo traído del otro lado del Atlántico.
Polo de Ondegardo, desplegando su condición de
jurista, se comportó con mayor amplitud y comprensión con la gente que trató.
Para él su misión no era contar solamente su número. Más bien averiguar en lo
posible cómo funcionaban sus rituales, sin propósito de castigar sino más bien
de ser objetivo. Sin parcializarse con nada, ajeno a la pasión del sacerdote.
Rowe comenta que su formación académica le permitió
captar con orden toda una organización
sobre el desenvolvimiento de un novedoso sistema de seqes y wakas.
Ambos, son los principales responsables de la investigación
que emprendí, en reversa, para entrar en
la religiosidad andina, situándome al otro lado de las versiones históricas que
describieron como las sentían de acuerdo a sus intereses. Vale decir ignorando
sus valores para imponer los suyos. Atrás debía queda cubierta la existencia de
una religión ecológica y carismática y original. El cuidado de sus relaciones
con los elementos de la naturaleza. Que vuelve a un plano actual en este siglo con
avanzadas para favorecer al planeta en el cual vivimos, nuestro hogar, para
defender su medio ambiente.
Algunos cronistas formaron parte de la comitiva del
virrey Francisco Toledo. en su Visita General al Perú, la cual tuvo lugar a
partir de 1569. Al leer, sus respectivos manuscritos, parece que no intercambiaban
opiniones acerca de lo que veían. Estando en posiciones distintas se dedicaron
a hacer su propio acopio de datos y conclusiones.
Lo más importante no fue la mano que escribió
frenéticamente, cazadora de misterios en el confesionario y fuera de él. Se
cree que Cristóbal de Albornoz fue de Huelva. Nació posiblemente en 1530-1583.
No se sabe cuándo llegó al Perú. En un escrito manifiesta en 1577 que estuvo en
el Qosqo, ‘desde hace 12 años’ o sea desde 1565. Fue implacable perseguidor de
idolatrías.
Alfonsina Barrionuevo
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