lunes, 1 de marzo de 2021

EL ORO INKA

Los cronistas se ocuparon con afán de las nuevas tierras conquistadas (Perú) porque el tema revolucionó Europa por la cantidad de los objetos de oro que llegaban de América. La opulencia de su exhibición dio lugar a que otros países se sintieran excluidos de participar en el botín que era enviado a España desde las Indias.

La única manera de intervenir fue oscura, dedicándose a la piratería, obteniendo patente de corso o abusando del poder con la trata de numerosos pueblos del Africa, a cuyos habitantes capturaban y vendían después en los mercados humanos. 

Solamente los tres primeros españoles, Pedro Martín de Moguer, Martín Bueno y Francisco de Zárate, que llegaron al Qosqo el 14 de febrero de 1533 con una tropa de feroces kañaris y lo desmantelaron, supieron cómo fue la ciudad. Ella creció, en un espacio monumental, rodeada de siete colinas como cóndores de piedra. Wanakaure, Senqa, Pachatusan, Muyuq Orqo, Saqsaywaman, Pukin y Piqchu

Ellos encontraron lo que ambicionaban, tablones de oro ‘del grosor de mi dedo pulgar’,  comentaría extasiado el padre Bartolomé de las Casas, quedándose corto. Otras piezas hicieron brillar sus ojos de lujuria. Aquella fue gente  ruda, inculta, hambrienta de poder que se lanzó a coger cuanto había pensando en su futuro reparto.

En su libro sobre Machupiqchu, el arqueólogo Marino Sánchez calcula, que sólo de los muros del Qorikancha deschaparon setecientas planchas de oro de tres de cuatro palmos de largo y diez a doce libras de peso. Era tal su riqueza que hasta sus techos, que simulaban ser de paja, eran de oro. Pedro Cieza de León decía que los pedruzcos de sus jardines fueron de oro.                                                                  

El arqueólogo Manuel Chávez Ballón, quien me proporcionó una excelente información sobre la historia del Qosqo, fue el primer investigador que me habló de sus wakas. Tuve la suerte de que hiciera conmigo un recorrido por un circuito muy poco visitado del Valle Sagrado.

Fue un viaje muy ilustrativo para los lectores de mi página ‘Descubriendo el Perú’ del diario ‘El Comercio’ de Lima. Verdadera cátedra desde que salimos por San Sebastián, siguiendo a San Jerónimo, el grupo arqueológico de Choqepuqyu,  la laguna de Wakarpay, Andahuaylillas, Huaro, Urcos, Quiquijana, Checacupe y Tinta, hasta  el templo de Raqchi.

Con él seguí los pasos de Pachakui Inka Yupanki, gran legislador y urbanista.

En mi búsqueda de los templos o sitios sagrados de Machupiqchu, podría parecer controversial la presencia de Cristóbal de Albornoz y Juan Polo de Ondegardo. Ellos, como Betanzos u otros, me han prestado su ayuda, al historiar aspectos de un mundo que se mantiene palpitante en sus crónicas. A cierta distancia de siglos recogieron una abundante cantidad de datos que interpretaron a su manera. Albornoz puso sobre mi mesa de trabajo un descubrimiento doblemente sensacional. Primero, que los Inkas no tuvieron ídolos. Segundo, que las wakas sólo representaban fuerzas poderosas, vivas, de la tierra y el  espacio. En ellas ponían unos bolos o bultos de oro, plata, piedra y diversos materiales para pedir agradecer o demandar  los beneficios o perjuicios que ocasionaban en sus vidas y en la salud de sus campos. El doctrinero no quería, por supuesto, competencias. Necesitaba cambiar ese panorama sacro para implantar el suyo traído del otro lado del Atlántico.  

Polo de Ondegardo, desplegando su condición de jurista, se comportó con mayor amplitud y comprensión con la gente que trató. Para él su misión no era contar solamente su número. Más bien averiguar en lo posible cómo funcionaban sus rituales, sin propósito de castigar sino más bien de ser objetivo. Sin parcializarse con nada, ajeno a la pasión del sacerdote.

Rowe comenta que su formación académica le permitió captar con orden toda una organización  sobre el desenvolvimiento de un novedoso sistema de seqes y wakas. 

Ambos, son los principales responsables de la investigación que emprendí,  en reversa, para entrar en la religiosidad andina, situándome al otro lado de las versiones históricas que describieron como las sentían de acuerdo a sus intereses. Vale decir ignorando sus valores para imponer los suyos. Atrás debía queda cubierta la existencia de una religión ecológica y carismática y original. El cuidado de sus relaciones con los elementos de la naturaleza. Que vuelve a un plano actual en este siglo con avanzadas para favorecer al planeta en el cual vivimos, nuestro hogar, para defender su medio ambiente.

Algunos cronistas formaron parte de la comitiva del virrey Francisco Toledo. en su Visita General al Perú, la cual tuvo lugar a partir de 1569. Al leer, sus respectivos manuscritos, parece que no intercambiaban opiniones acerca de lo que veían. Estando en posiciones distintas se dedicaron a hacer  su propio  acopio de datos y conclusiones.

Lo más importante no fue la mano que escribió frenéticamente, cazadora de misterios en el confesionario y fuera de él. Se cree que Cristóbal de Albornoz fue de Huelva. Nació posiblemente en 1530-1583. No se sabe cuándo llegó al Perú. En un escrito manifiesta en 1577 que estuvo en el Qosqo, ‘desde hace 12 años’ o sea desde 1565. Fue implacable perseguidor de idolatrías.

Alfonsina Barrionuevo

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