MAR VIVA Y RUGIENTE
Mama Qocha, Mama Puyka o Juana Puyka, como la
llamaban en los Andes del Sur, madre de los ríos, de las lagunas y los
manantiales, era también la generadora de la población de escamas plateadas que
habita en sus aguas. La mar, elemento femenino, en cuyo regazo fresco y
fragante reclinaba el Padre Sol la sudorosa cabeza al terminar su jornada,
impuso en los hombres desde tiempos lejanos un sentimiento de temor, respeto,
religiosidad y agradecimiento por los productos vivos que les brinaba.
Hacia el norte, en una plataforma abismal, se
criaban gigantescos cangrejos que en las mareas altas, según otra leyenda,
capturaban a la luna con sus descomunales pinzas elevándose hasta alcanzarla
provocando los eclipses. Mama Qocha era gran proveedora de comida para los
pueblos que habitaban en sus riberas. Igualmente de aquellos adonde llegaba el
pescado seco y salado por medio del trueque.
Hace unos diez milenios aproximadamente la
alimentación de los pobladores de la costa fue marina en alto porcentaje. Era
fácil recolectar una diversidad de mariscos en los peñascos, algas como el qochayuyo, la murmunta, la llayta o el
chuno chuno que los españoles llamaron ‘obas del mar’. A veces se reunían en
buen número y atrapaban los peces con las manos, construyendo pequeños diques
en la desembocadura de los ríos cuando bajaban de caudal. Aprovechando también las lagunillas que se formaban después de las
mareas altas.
Más tarde irían perfeccionando su captura. Es
interesante seguir sus progresos, tallando sus primeros anzuelos de conchas de
choro y los primeros sedales de fibras vegetales para tejer luego redes de
algodón que en Tumbes teñían con el tinte que obtenían de la corteza del mangle
para que fuera más resistente.
La textura de sus redes acusó cambios a medida que
fueron conociendo las especies. Tuvieron redes corvineras, boniteras, tolleras,
liseras, robaleras, etcetera. Las tejían de acuerdo al tamaño del pez para el
que estaban destinadas, dejando que los jóvenes crecieran. Igualmente nasas,
bolsas o isangas para coger cangrejos, langostinos y camarones.
Ellos admiraron el poderío del mar, una masa
ondulante, viva, indomable, cuyo temperamento aprendieron a conocer. En su
medida lograron mantener sobre él las embarcaciones que construyeron después de
muchos experimentos. Desde el primer leño que flotó sobre sus aguas hasta la
balsas que podían gobernar sin alejarse mucho de la costa. Su observación
durante milenios los ayudó a entender sus arrestos; ora plácido, ora
encrespado, ora tumultuoso bajo la influencia de los vientos o de la luna, Sih,
quien lo manejaba a su antojo. Ya tornándolo dócil por temporadas o
encabritándolo como si hundiera espuelas en sus íjares.
En sus balsas se desplazaban con amplitud y capacidad. Así navegar contra la corriente o con viento adverso, recorriendo gran parte del litoral. Una época en que el mar se convirtió en una vía donde miles de naves chincha podían transitar moviendo diestramente unos palos a manera de quilla y timón. También construyeron otras balsillas de tronco, con velas y remos, para enfrentar los embates de la mar gruesa. Con ellas se atrevían a alejarse un poco más así como acercarse a las zonas rocosas. Los muchik y los chimu patentaron unas embarcaciones hechas con el junco o totora que abundaba en las lagunas y pantanos del litoral, con las cuales iban en flotillas de hasta doce unidades.
Ellos inventaron balsas o canoas con uno o dos terminales
erguidos, donde salían a navegar hasta dos personas. En las cerámicas muchik y
chimu se ve personajes míticos y hombres en actitud de pescar o cabalgando en
ellas. Los españoles les llamaron ‘caballitos de mar’ porque los pescadores
montaban a horcajadas sobre el puente dejando que colgaran sus piernas o se
ponían de rodillas sorteando las olas con su remo. Hubo caballitos de hasta
cinco metros de largo, cuyos jinetes, según el padre Acosta, quien los vio en
1550, parecían tritones o neptunos.
También se cita embarcaciones hechas con piel o
cuero de lobo marino en los sitios donde estos animales abundaban, pero fueron
muy locales al parecer. Lo importante para nuestros propósitos es que unas y
otras permitieron una abundante pesca en el mar, mayor que en las lagunas
aledañas y en los ríos. Antes, cuando se avistaba una mancha, se hacía rodeo o
ch’ako de peces, similar a los ch’akos de camélidos. Los pescadores entraban al
mar y volvían braceando y gritando en semicírculo, haciendo que los peces se
lanzaran a las playas.
En el siglo XVI, cuando llegó Pizarro con sus
huestes había miles de pescadores distribuidos en la costa que se dedicaban
exclusivamente a esta actividad. No sólo eran dueños de la faja cercana al
océano sino que tenían caminos propios, una lengua especial que ubica María
Rostworoski y llama ‘la pescadora’, diversas artes de pescar y hasta habían
lotizado las aguas donde trabajaban. No había mercados como en el mundo
occidental sino una modalidad de comercialización que era el trueque.
A través de él cambiaban las Spondylus pictorun o
mullu, hermosas conchas de colores, que eran sagradas por ser la comida de los
Apus, la Mamapacha u otros representantes de los tres reinos de la naturaleza.
En el caso de la Mamaqocha había piezas que eran de su agrado, como plumas de
aves de la selva, maderas olorosas o manojos de flores que arrojaban a las
olas. Con el mismo objeto podían intercambiar las valvas con otros frutos
comestibles como frejoles, pallares, papas, kañiwa, maíz; y, recibir a cambio
de ellos telas o cerámicas.
El pescado se consumía fresco pero en mayor cantidad
seco y salado. En la costa, en la región qechwa y en la hanka había andenes,
plataformas empedradas, tendales y cordeles, donde las especies abiertas,
evisceradas y cubierta de sal eran expuestas a la radiación solar o al frío
intenso.
En la alimentación de los antiguos peruanos el
pescador aportaba un alto porcentaje de proteínas. En 1532, según cálculos
aproximados, los kurakas Waqra Paukar y otros de la comarca de Chinchayqocha,
entregaron a Pizarro el equivalente a 103.316 kilos de pescado seco, decía
Santiago Erik Antúnez de Mayolo, quien menciona también como se sacaba miles de
peces de la laguna de Chuchito -el lago Titiqaqa- para transportarlos al Cusco
y a Potosí. El tollo, el atún y la anchoveta que se sacaban del mar en la costa
eran enviados igualmente a las kollpas y almacenes del interior para el
abastecimiento de los pueblos y los ejércitos.
Alfonsina
Barrionuevo
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