lunes, 22 de marzo de 2021

 

MAR VIVA Y RUGIENTE

Mama Qocha, Mama Puyka o Juana Puyka, como la llamaban en los Andes del Sur, madre de los ríos, de las lagunas y los manantiales, era también la generadora de la población de escamas plateadas que habita en sus aguas. La mar, elemento femenino, en cuyo regazo fresco y fragante reclinaba el Padre Sol la sudorosa cabeza al terminar su jornada, impuso en los hombres desde tiempos lejanos un sentimiento de temor, respeto, religiosidad y agradecimiento por los productos vivos que les brinaba.

Hacia el norte, en una plataforma abismal, se criaban gigantescos cangrejos que en las mareas altas, según otra leyenda, capturaban a la luna con sus descomunales pinzas elevándose hasta alcanzarla provocando los eclipses. Mama Qocha era gran proveedora de comida para los pueblos que habitaban en sus riberas. Igualmente de aquellos adonde llegaba el pescado seco y salado por medio del trueque.

Hace unos diez milenios aproximadamente la alimentación de los pobladores de la costa fue marina en alto porcentaje. Era fácil recolectar una diversidad de mariscos en los peñascos, algas como  el qochayuyo, la murmunta, la llayta o el chuno chuno que los españoles llamaron ‘obas del mar’. A veces se reunían en buen número y atrapaban los peces con las manos, construyendo pequeños diques en la desembocadura de los ríos cuando bajaban de caudal. Aprovechando también  las lagunillas que se formaban después de las mareas altas.

Más tarde irían perfeccionando su captura. Es interesante seguir sus progresos, tallando sus primeros anzuelos de conchas de choro y los primeros sedales de fibras vegetales para tejer luego redes de algodón que en Tumbes teñían con el tinte que obtenían de la corteza del mangle para que fuera más resistente.

La textura de sus redes acusó cambios a medida que fueron conociendo las especies. Tuvieron redes corvineras, boniteras, tolleras, liseras, robaleras, etcetera. Las tejían de acuerdo al tamaño del pez para el que estaban destinadas, dejando que los jóvenes crecieran. Igualmente nasas, bolsas o isangas para coger cangrejos, langostinos y camarones.

Ellos admiraron el poderío del mar, una masa ondulante, viva, indomable, cuyo temperamento aprendieron a conocer. En su medida lograron mantener sobre él las embarcaciones que construyeron después de muchos experimentos. Desde el primer leño que flotó sobre sus aguas hasta la balsas que podían gobernar sin alejarse mucho de la costa. Su observación durante milenios los ayudó a entender sus arrestos; ora plácido, ora encrespado, ora tumultuoso bajo la influencia de los vientos o de la luna, Sih, quien lo manejaba a su antojo. Ya tornándolo dócil por temporadas o encabritándolo como si hundiera espuelas en sus íjares.

En sus balsas se desplazaban con amplitud y capacidad. Así navegar contra  la corriente o con viento adverso, recorriendo gran parte del litoral. Una época en que el mar se convirtió en una vía donde miles de naves chincha podían transitar moviendo diestramente unos palos a manera de quilla y timón. También construyeron otras balsillas de tronco, con velas y remos, para enfrentar los embates de la mar gruesa. Con ellas se atrevían a alejarse un poco más así como acercarse a las zonas rocosas. Los muchik y los chimu patentaron unas embarcaciones hechas con el junco o totora que abundaba en las lagunas y pantanos del litoral, con las cuales iban en flotillas de hasta doce unidades. 



Ellos inventaron balsas o canoas con uno o dos terminales erguidos, donde salían a navegar hasta dos personas. En las cerámicas muchik y chimu se ve personajes míticos y hombres en actitud de pescar o cabalgando en ellas. Los españoles les llamaron ‘caballitos de mar’ porque los pescadores montaban a horcajadas sobre el puente dejando que colgaran sus piernas o se ponían de rodillas sorteando las olas con su remo. Hubo caballitos de hasta cinco metros de largo, cuyos jinetes, según el padre Acosta, quien los vio en 1550, parecían tritones o neptunos.

También se cita embarcaciones hechas con piel o cuero de lobo marino en los sitios donde estos animales abundaban, pero fueron muy locales al parecer. Lo importante para nuestros propósitos es que unas y otras permitieron una abundante pesca en el mar, mayor que en las lagunas aledañas y en los ríos. Antes, cuando se avistaba una mancha, se hacía rodeo o ch’ako de peces, similar a los ch’akos de camélidos. Los pescadores entraban al mar y volvían braceando y gritando en semicírculo, haciendo que los peces se lanzaran a las playas.

En el siglo XVI, cuando llegó Pizarro con sus huestes había miles de pescadores distribuidos en la costa que se dedicaban exclusivamente a esta actividad. No sólo eran dueños de la faja cercana al océano sino que tenían caminos propios, una lengua especial que ubica María Rostworoski y llama ‘la pescadora’, diversas artes de pescar y hasta habían lotizado las aguas donde trabajaban. No había mercados como en el mundo occidental sino una modalidad de comercialización que era el trueque.

A través de él cambiaban las Spondylus pictorun o mullu, hermosas conchas de colores, que eran sagradas por ser la comida de los Apus, la Mamapacha u otros representantes de los tres reinos de la naturaleza. En el caso de la Mamaqocha había piezas que eran de su agrado, como plumas de aves de la selva, maderas olorosas o manojos de flores que arrojaban a las olas. Con el mismo objeto podían intercambiar las valvas con otros frutos comestibles como frejoles, pallares, papas, kañiwa, maíz; y, recibir a cambio de ellos telas o cerámicas.

El pescado se consumía fresco pero en mayor cantidad seco y salado. En la costa, en la región qechwa y en la hanka había andenes, plataformas empedradas, tendales y cordeles, donde las especies abiertas, evisceradas y cubierta de sal eran expuestas a la radiación solar o al frío intenso.

En la alimentación de los antiguos peruanos el pescador aportaba un alto porcentaje de proteínas. En 1532, según cálculos aproximados, los kurakas Waqra Paukar y otros de la comarca de Chinchayqocha, entregaron a Pizarro el equivalente a 103.316 kilos de pescado seco, decía Santiago Erik Antúnez de Mayolo, quien menciona también como se sacaba miles de peces de la laguna de Chuchito -el lago Titiqaqa- para transportarlos al Cusco y a Potosí. El tollo, el atún y la anchoveta que se sacaban del mar en la costa eran enviados igualmente a las kollpas y almacenes del interior para el abastecimiento de los pueblos y los ejércitos.

Alfonsina Barrionuevo


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