domingo, 26 de octubre de 2014

EL ALTOMISAYOQ MARIO CAMA


La sonrisa de Mario Cama inspiraba confianza. Trataba a la gente con simpatía pero hablaba poco. En una de las pocas conversaciones que sostuvimos  me contó su historia. Quise saber cómo fue elegido por los Apus. Hay muchas maneras.

-No lo sé, contestó con sinceridad. –Quizá cuando estuve en el vientre de mi madre. Tú conoces Q’atqa el pueblo donde nací. Está muy alto, unos 3,800 metros sobre el nivel del mar, y de noche se veían las estrellas. Hice la primaria en Ocongate y la secundaria en Cusco. Cuando terminé me fui a trabajar en unas exploraciones de petróleo en Madre de dios. Allí me picó la mosca que transmite la uta. Uno de mis pies se comenzó a gangrenar, la uta come la piel y se va adentro. Es algo muy feo. Trataron de curarme pero ese mal no se contiene. Hasta me llevaron a Lima sin obtener remedio. Yo tenía apenas 18 años y estaba desesperado. Alguien me dijo que tal vez podía ayudarme un altomisayoq.

Los Apus guiaron sus pasos a la casa de Zarzuela Baja donde atendía Nicolás Janco de Ayacucho. Ellos le dijeron que sería altomisayoq y lo curaron.

-Estuve a su lado como ayudante tres años. Los Apus me hicieron varias pruebas y al final el maestro me dijo que estaba listo para trabajar. Tenía que ir a Puerto Málaga, al pie del nevado La Verónica o Willka Weq’e para pasar la última prueba.
-¿Tendría que ser más difícil?
-No sabía qué me pedirían. Fui con Nicolás Janco, muy nervioso…
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Del libro “Hablando con los Apus” de la autora de este blog.


“EL COMEDOR DE LOS AGACHADOS”

A mediados del siglo pasado existió en Cusco un restaurante sui generis ubicado en media calle y atendía sólo por unas horas. El “comedor de los agachados” se encontraba en San Pedro, de paso a la estación del tren a Machupiqchu,  de donde partía “la teterita” de Latorre, como se le nombraba, entre silbidos de advertencia, mientras iba subiendo en zigzag el  cerro de Piqchu.
Pregunté por qué los llamaban así. La explicación fue sencilla. De madrugada, cuando al respirar el vaho formaba una nubecilla en el aire por el frío, los trabajadores tomaban al paso una sopa refocilante. No había bancas y tenían que hacerlo de cuclillas, cerca de las ollas colocadas en sus braseros. De allí el nombre de “los agachados”.

Con el tiempo se asignó a las vendedoras una sección en el interior del mercado grande y allí, cómodamente en bancas, los comensales se servían  el fragante caldo de carnero con mote, el oloroso caldo de cabeza con papas  y el caldo de gallina que era muy buscado por su poder para renovar las fuerzas. 

Después se comenzó a servir un desayuno convencional, también adentro donde se sentaban en taburetes, con variedad de jugos de fruta fresca, café en taza grande con una abundante y deliciosa nata, café con leche y pan con queso o un sabroso vaso de chocolate con pan de Huaro o de Oropesa.    
El lechón y los tamales tenían un lugar aparte. Generalmente se compraban calientitos, despidiendo un olorcillo provocador, para servirse en casa con la familia.

Si había viaje a Machupiqchu, como su salida era muy puntual, a las siete en punto, el tren se detenía en Huarocondo y era el momento propicio para comprar una porción del chanchito de leche al horno con tamales. Los que iban a Quillabamba, se servían en Aguas Calientes desde un buen plato de asado con papas, tallarines en salsa de carne, delirantes rocotos rellenos y emponchados entre otros.
Si el viaje en tren era a Puno se detenía en la estación de Pucará y las señoras del mercado subían a los vagones de primera con choclos y una buena tajada de queso si era su tiempo, y, el esperado kankacho de carne de cordero sazonado con sabiduría, que era el plato y sigue siendo el plato de bandera de Ayaviri, capital de Melgar, Puno.
“El comedor de los agachados” ha pasado al recuerdo pero se puede desayunar o saborear el clásico lechón en la sección comidas del mercado como siempre.


Alfonsina Barrionuevo



domingo, 19 de octubre de 2014

BUSCANDO EN EL MUNDO ANDINO   
                  
Me siento feliz de estar nuevamente con los Apus y Pachamamas. Salir del mundo real para  ir en su busca me renueva.  Todo cuanto existe en la naturaleza está lleno de vida, de sentimiento, de espíritu. Los nevados, los cerros, la tierra, los árboles, el mar, las lagunas, los ríos, las estrellas, el cielo, forman un conjunto de energías llmadas kawsay.
En miles de los antiguos peruanos aprendieron a percibir sus vibraciones. Lluvia, viento, oleaje, silbos, que les llegaban con voces llenas de sabiduría, ternura, protesta o reproche.
Cuando terminó mi primera sesión en la mesa mística de Mario Cama me llevó en su automóvil al hotel y fuimos conversando de estas y otras cosas. Quise saber quién era él, cómo entró a ser altomisayoq, quién le enseñó y cuánto ayuda estar  hablando con ellos. su relato fue sencillo pero muy importante para mí. Por primera vez  hablaba con un sacerdote andino y comenzamos por Qatqa, su lugar de origen, digamos su paqarina, la localidad donde él nació…
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Del libro”Hablando con los Apus”. Alfonsina Barrionuevo

                      
EL HISTORIADOR DE CÉSAR VALLEJO                                          

Los niños de Santiago de Chuco deben aprender los poemas de César Vallejo y sentir en la piel el cariño que aquel sentía por su tierra. Por ese camino podrian valorar al vate universal y entrarían a su casa como si fuera un templo, en silencio, tal como hacen los alemanes cuando visitan  la casa donde nació  Ludwig van Beethoven.

Cuando grabé con José Luis Gonzáles un documental sobre Vallejo que titulé: “Un Pueblo: Un Hombre”, porque entendí la estrecha relación que guardó con su pueblo toda su vida, puse rosas en el dormitorio de su madre, donde nació,  mientras afuera el sol  derramaba lágrimas doradas en el  arbolillo de su patio. Para entonces había leído todos sus poemas sintiendo vivo en ellos a Santiago de Chuco.   En París la nostalgia por la tierra donde fue feliz afloraba en sus versos.
 En esas circunstancias me emocionó conocer por la cercanía a su sobrino, don Oswaldo Vásquez Vallejo, hijo de Nativa, la hermana a quien nombra  en uno de sus poemas. Se enteró del programa que tenía en el Canal 7RTP, “Descubriendo el Perú” y me visitó porque quería mostrar en la pantalla certificados de los estudios del poeta en la Universidad de Trujillo y contar detalles desconocidos de su vida. Para mí fue grato acoger su presencia en el estudio y dejar que fluyeran sus revelaciones. Había una alegría sana, dulce, que se desprendía de sus palabras. Un entusiasmo que lo hacía vibrar y trasmitir un magnetismo contagiante. Admiraba tanto al “shullka” (el último) que no decía César sino “el poeta”, con un sentimiento fuerte, impreso en el corazón.

Un tiempo después cuando le conté a Marco Leclerc, jefe de escenografía del Canal 4 AméricaTV, que había conocido al hijo de doña Natividad, hermana del poeta, me relató a su vez que tenía al Cristo de la madre de Vallejo. Se lo regaló una señora del pueblo cuando fue a hacer una grabación. Ella le dijo que había servido en su casa, que estaba muy anciana y si moría nadie cuidaría a la santa imagen. Me invitó a su departamento y la vi. Se trataba de una buena talla, de unos cincuenta centímetros. Marco agregó que ella le comentó que lo conoció desde muy pequeño y era muy tierno. Siendo niño  le quitó los clavos que herían sus manos y sus pies,  y los amarró a la cruz  con cintas de encaje.
Pasaron los años y cuando tuve un nuevo programa, “Las Maravillas del Saber”, en el Canal 2 Frecuencia Latina, don Oswaldo volvió a buscarme. Vino con mayor confianza porque ya me conocía, desbordando siempre la satisfacción de recoger los pasos del “shullka”. Tenía mucho que decir y, como yo dejaba que se desbordara como un río, olvidé preguntarle por el Cristo que no sé dónde está ahora. Marco infelizmente murió y no volví a verme con su esposa que pasaba la mayor parte de su vida en los Estados Unidos.

En esa ocasión me reveló con gran alegría que había descubierto la identidad de  “la amada y dulce Rita, de junco y capulí” a quien se refirió en uno de sus poemas. Era la hija de un hacendado, que estaba en un colegio de Trujillo, y a la que César Vallejo  enviaba  poemas y cartas. Ella tenía miedo porque las monjas eran estrictas, pero se ingeniaba para contestarle. Por cierto, no se llamaba Rita. El joven que  estudiaba en la Universidad, usaba ese nombre  para proteger el anonimato de su amada.

Don Oswaldo presentó en cámara, como una primicia, la fotografía de la colegiala y explicó que fue sorprendida justamente con el famoso poema. Las monjas enviaron una notificación a su padre y éste llegó de Santiago de Chuco contrariado y se la llevó cortando sus estudios. En esa época no les interesaba que las hijas estudiaran. Cumplían con una formalidad, como una preparación para que se casaran después.
Mi ilustre entrevistado buscó a “Rita”, en esa época ya una señora y al parecer viuda. Ella le refirió sus inocentes amores y le habló del poema que logró esconder en el oratorio del fundo que tenían. El afán de don Oswaldo los llevó al lugar, fuera de Santiago de Chuco y buscaron en los resquicios que tenía el altar principal. Quizá su padre lo descubrió antes y lo hizo desaparecer. En la conversación  reconoció que lo escribió para ella y que estaba clara la alusión a su falda de franela que usaban en esa época las niñas de colegio.  
 
Mi última entrevista con don Oswaldo tuvo lugar en el set de los ansumo o “nutrias de mar” en Pax Televisión. Había escrito un libro valioso, con datos inéditos. Su encuentro con Georgette, la esposa parisina de Vallejo, y su peregrinación al cementerio de Pére Lachaise donde descansa César Vallejo. Habló poco por la fatiga de los años sin perder la vivacidad que por momentos hacía brillar sus ojos. Para mí fue el último contacto con “el poeta” redivivo en sus vivencias, sus júbilos, sus afanes, sus investigaciones. Hoy están juntos en la eternidad y en Santiago de Chuco, su raíz.


Alfonsina Barrionuevo

domingo, 12 de octubre de 2014


 LA DESPEDIDA DE LOS APUS

Debo confesar que la Pachamama del Waqaypata me soprendió totalmente esa mañana. Primero cuando me preguntó cómo quería que se fuera, luego cuando dijo que se iría por mis rodillas. En mi vida de periodista he pasado por muchas situaciones. Esta era excepcional.
Me quede quieta y abrí los ojos en la oscuridad cuando sentí algo que no esperaba. Alitas bajando desde mis rodillas hasta el tobillo. Una sensación inenarrable. Así ella me estaba expresando su cariño. Alas como si muchos pajaritos me tocaran sucesivamente. Al terminar una ala mayor rozó mi mejilla derecha, una ala de viento. Al irse ella se fueron los demás.

-¡Adiós, hijita, volveremos a encontarnos!
-¡Nos gustó conocerte!
-¡Volveremos para conversar!
-¡Bienevenida a nuestra mesa!
Y yo repitiendo.
-Hasta la próxima señor Panpawayllo.
-Adiós Mamita de Lares.
-Gracias por venir, señor Potosí Bolivia.
¡Adiós! ¡Adiós!

La próxima vez que vaya a Cusco espero volver a encontrarme con ellos. Ahora será con José, el hijo de Mario haciendo la invocación. ¡Será maravilloso!  
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Del libro “Hablando con los Apus”

EDILBERTO MERIDA Y SU SEMILLA

Tengo un hermoso toro con furia de arcilla sobre sus cuatro patas. Me fascinó apenas lo vi. De todas las obras de Edilberto Mérida era muy especial  y logré comprarla, siendo de primera y única mano porque no volvió a hacer otra.  Tuve la suerte de escribir las primeras notas sobre su arte en la revista “Caretas”, en el diario  “El Comercio” y en el suplemento “Variedades” de “La Crónica”. Aunque él les llamaba figuras grotescas yo insistí en darles una justa connotación como “barros de protesta”.
En su primera exhibición tuvo una Ultima Cena con los Apóstoles y el mismo Cristo con ch’ullu y ojotas. Para mí fue extraordinaria y saludé con entusiasmo al artista que se atrevía a caricaturizar a Dios, afirmación que no le gustó. Pensó que los miembros de la Iglesia Católica lo iban a excomulgar lo cual no sucedió. Más tarde plasmó en el más noble de los materiales, pues el primer hombre según las notas bíblicas fue hecho de barro, al Taitacha Temblores y tuvo un éxito inusitado. Cusco había alumbrado un artista cuyos trabajos de alto kilate fueron celebrados a nivel mundial.
El t’uru rimacheq, “el hombre que hace hablar al barro”, como lo nombró el periodista Hernán Velarde, apareció  por primera vez en una Feria Internacional del Pacífico hace muchos años.

Su arte fue un descubrimiento y hubiera parecido que terminaría cuando tuvo que voltear la última esquina de la vida. Le sigue con fervor filial su hija María Antonieta. Ella conserva memorables recuerdos de su quehacer febril, la invención de un horno especial para cocinar sus piezas, la mezcla del barro para darle una cierta eternidad, la búsqueda de canteras de arcilla en los alrededores de Cusco, la elección  de texturas, el secado de la leña, el ojo atento para registrar gestos, ademanes y posturas de la gente de campo. Ojos empequeñecidos por la luz con telarañas de dolor, bocas cinceladas por el hambre, manos arañando el aire para asirse a los sueños, pies enormes queriendo enraizarse con la tierra.

En sus últimos años Mérida siguió con alegría su afición a su arte. El destino le obligó a residir en Lima por esa paradoja que quita al hombre de altura la capacidad de jalar el oxígeno que mueve el mecanismo de sístoles y diástoles del corazón. Ambos abrieron un taller donde ella crea sucesivamente obras para nuevas exposiciones con el estilo del padre. Una propia de barros dorados. Los recibimos con el mismo cariño deseándole que siga adelante en la segunda etapa Mérida.  

Alfonsina Barrionuevo    

domingo, 5 de octubre de 2014

LA PACHAMAMA SE FUE
POR MIS RODILLAS

Cuando ella e pregunto por donde quería que se fuera  me dejó atónita,
Mil preguntas acudieron a mis labios. ¿Qué quería decir? Si llegó volando era lógico que se fuera de la misma manera. Vino un silencio de segundos y sentí que debía reaccionar pronto. ¿Qué significaba eso? ¿Cómo podía decidir yo su retiro de la mesa de Mario Cama?
Ante eso yo estaba en la calle. Ella fue más rápida. antes de que siguiera imaginando cómo podía irse dijo algo que fue un terremoto para mí. 
– Sabes, hijita, me iré por tus rodillas.
Me gustó su entrada, sus explicaciones, la  idea de escribir un libro. Mas, que me tocara me dio escalofríos. En plena oscuridad no podía escapar de la silla que me sujetaba como si tuviera ataduras invisibles. ¿Cómo podía saber qué significaba eso? Algo hizo que saliera por la tangente, como se acostumbra decir para desviar la respuesta.
-¿Por qué no te vas por mi corazón? –le respondí sin pensar en las consecuencias.
-¿Qué, me estás retando? – preguntó sorprendida.
Tenía que ser categórica y así le contesté.
-No.
-Pues, me iré por tus rodillas.
Y…
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Del libro “Hablando con los Apus”


LA SEÑORA DE CAO

Cao Viejo  es famoso por una  mujer  de  alto rango y una fuerte relación con el agua y la fertilidad de  los campos. Ella fue hermosa, en la edad de los sueños. Su historia está graficada en una vasija de caolín o arcilla blanca  que fue colocada a su lado. Se trata de una sacerdotisa, envuelta en un manto pallar,  realizando una imposición de mano sobre el ombligo de una niña que lacta en los brazos de su madre. 
Parecía dormida cuando se fue.  Buscaron su rastro en el pasado, unos 1,700 años, y se  pudo evocar su rostro altivo, sus ojos grandes, su cuerpo esbelto y sus pies menudos que parecían deslizarse al caminar.

Nunca se encontró un fardo funerario moche excepcionalmente conservado de, ciento veinte kilos, un cortejo de mujeres y hombres sacrificados para su servicio, muchas joyas como símbolos de poder.         
La sacerdotisa de la Waka Cao Viejo envuelve en su encanto el espacio sagrado donde se hallaba, en el complejo arqueológico El Brujo, a 60 kilómetros, al noroeste de Trujillo. El lugar donde reposaba, arrullada por un lejano rumor de olas, en los brazos de la madre tierra de Chicama, estaba en la esquina de una  pirámide trunca.
Trescientos metros cuadrados, un techo a dos aguas con el soporte de una columna bellamente decorada, un frontis donde se repìte con gran colorido un personaje de rostro con rasgos felínicos, manos llevando cóndores y serpientes, y pies abiertos, entre  muros con relieves geométricos que son un jubileo de peces life serpentiformes (trichomycterus sp) y unos pequeños felinos (oncifelis colo colo).
Regulo Franco, arqueólogo director del proyecto El Brujo, cuyo mayor logro es el hallazgo de la mujer más relevante del antiguo mundo moche, considera que esta caracterización, en la fase temprana de dicha cultura, tiene un vínculo con el mundo de los muertos.
En el marco de la pompa fúnebre un estudio riguroso registra  desde el momento en que manos reverentes lavaron el cuerpo desnudo de la joven Señora de Cao con agua de mar o agua con sal y le rociaron polvo de cinabrio, sulfato de mercurio, para impedir su corrupción, acomodando su larga cabellera, con  fleco o cerquillo sobre su frente.
Era delicada, de una talla que bordeaba el metro cincuenta y apenas unos veinte a veinticinco años espléndidos  que hacían resaltar los tatuajes impresos en sus antebrazos, los dedos de la mano, la palma, los tobillos y los dedos de los pies, con misteriosos dibujos de serpientes, arañas, peces, caballitos de mar, pulpos, un gato montés, líneas y rombos. Una relación interesante con las imágenes en relieve policromado emblemáticas que se repiten en las paredes del templo.


Su rostro fue cubierto respetuosamente con un cuenco de metal, se colocó un segundo en la parte lateral del tórax y un tercero hacia la espalda.  Alrededor de su cabeza, cuarenta y cuatro narigueras de oro y plata magistralmente decoradas con pelícanos, alacranes, serpientes bicéfalas, cangrejos y arañas.
También quince collares de oro, cobre y piedras semipreciosas, sartas de aretes de cobre con incrustaciones de turquesa y orejeras. Un tesoro digno de su estatus mágico religioso y social.
Envuelta con varias mantas fue colocada sobre una base de caña brava y debajo del cuerpo depositaron veintitrés estólicas buriladas, con representaciones diferentes. Estas lanzadoras de dardos aparecen en la iconografía mochica en escenas de caza del venado y lanzamiento de flores con probable intención ceremonial de purificar el aire.

La revistieron con un manto de placas metálicas, cosidas a la tela como si fueran un estandarte. Encima acolchonaron la superficie con una capa de algodón blanco que parecía  espuma de mar. A su lado añadieron husos, ovillos, agujas de oro, de cobre y vestidos  pintados con figuras geométricas o bordados con peces.
Siguieron envolviéndola en ricas telas y en la última delinearon su rostro con   anillos y  placas de metal. Sobre este primer fardo fueron sus emblemas, coronas, diademas, bastones-porras a los costados  propios de varones  y más paños de tela y piezas de tejido llano, una tan larga que le dio 48 vueltas. El último envoltorio, cosido con puntadas en zigzag, llevaba dibujado otro rostro coloreado.

Hace años visité con Régulo Franco  la Waka El Brujo o Waka Cortada, después de entrevistar a don Guillermo Wiese de Osma, quien hizo reproducir en el museo de una sucursal  del Banco Wiese, Miraflores, las extraordinarias pinturas que se encontraron en sus andenes. Al caminar por ellos, donde aparecen danzarines, guerreros victoriosos y prisioneros, se percibía mucha energía. 
Todavía estaba inédito el contenido de la waka de Cao Viejo, en cuyas cercanías quedan los escombros de una iglesia virreinal y un poblado, Magdalena de Cao con rancherías. Los españoles difundieron que sus habitantes eran brujas, en realidad gente de curandería.

En el año 2,008  el apoyo de la Fundación Augusto N. Wiese y el Instituto Nacional de Cultura de la Libertad permitió excavar en la waka de Cao Viejo. Al comienzo los arqueólogos hallaron unas vasijas enterradas y un fragmento de mate pirograbado. Al pie de la banqueta del recinto esquinero notaron el contorno de una fosa extensa. Hacia el sur una lechuza de cerámica los orientó a ofrendas incineradas de hilos en husos de madera, restos de tejidos, agujas de cobre, y otros.
El siguiente paso fue el  descubrimiento de un guerrero, una pequeña escultura de madera que lleva sobre su  cabeza un tocado de cobre dorado y en sus manos una porra y escudo forrado también con metal dorado. Así se llegó a la Señora de Cao. Su entierro corresponde a una de las fases más antiguas, previa al terremoto  devastador que afectó todas las construcciones en el siglo IV d.C., a juzgar con los fechados de carbono 14, con evidencias de su gobierno o cogobierno con asistentes.

Su atuendo y sus tatuajes concuerdan con un papel de sacerdotisa de la Luna. Las coronas repujadas con diseños de felinos, arañas o adornadas con una diadema en forma de “V” y una figura  de murciélago son típicas de los personajes sobrenaturales relacionados con el mar, la noche y con el mundo subterráneo, escribe Régulo Franco.
Ella habría ejercido un rol soberano entre los  moche a pesar de su extrema juventud,  que supone un gran carácter. Debió influir en el gobierno y en la religión por su capacidad de vidente definiendo si el año sería bueno o malo para la agricultura, su dominio para curar y el ejercicio de ceremonias y rituales que la elevaron a un sitial donde no llegaron otras mujeres ni  hombres de su época.  Hay que visitar su museo de sitio para admirarla.


Alfonsina Barrionuevo