domingo, 5 de octubre de 2014

LA PACHAMAMA SE FUE
POR MIS RODILLAS

Cuando ella e pregunto por donde quería que se fuera  me dejó atónita,
Mil preguntas acudieron a mis labios. ¿Qué quería decir? Si llegó volando era lógico que se fuera de la misma manera. Vino un silencio de segundos y sentí que debía reaccionar pronto. ¿Qué significaba eso? ¿Cómo podía decidir yo su retiro de la mesa de Mario Cama?
Ante eso yo estaba en la calle. Ella fue más rápida. antes de que siguiera imaginando cómo podía irse dijo algo que fue un terremoto para mí. 
– Sabes, hijita, me iré por tus rodillas.
Me gustó su entrada, sus explicaciones, la  idea de escribir un libro. Mas, que me tocara me dio escalofríos. En plena oscuridad no podía escapar de la silla que me sujetaba como si tuviera ataduras invisibles. ¿Cómo podía saber qué significaba eso? Algo hizo que saliera por la tangente, como se acostumbra decir para desviar la respuesta.
-¿Por qué no te vas por mi corazón? –le respondí sin pensar en las consecuencias.
-¿Qué, me estás retando? – preguntó sorprendida.
Tenía que ser categórica y así le contesté.
-No.
-Pues, me iré por tus rodillas.
Y…
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Del libro “Hablando con los Apus”


LA SEÑORA DE CAO

Cao Viejo  es famoso por una  mujer  de  alto rango y una fuerte relación con el agua y la fertilidad de  los campos. Ella fue hermosa, en la edad de los sueños. Su historia está graficada en una vasija de caolín o arcilla blanca  que fue colocada a su lado. Se trata de una sacerdotisa, envuelta en un manto pallar,  realizando una imposición de mano sobre el ombligo de una niña que lacta en los brazos de su madre. 
Parecía dormida cuando se fue.  Buscaron su rastro en el pasado, unos 1,700 años, y se  pudo evocar su rostro altivo, sus ojos grandes, su cuerpo esbelto y sus pies menudos que parecían deslizarse al caminar.

Nunca se encontró un fardo funerario moche excepcionalmente conservado de, ciento veinte kilos, un cortejo de mujeres y hombres sacrificados para su servicio, muchas joyas como símbolos de poder.         
La sacerdotisa de la Waka Cao Viejo envuelve en su encanto el espacio sagrado donde se hallaba, en el complejo arqueológico El Brujo, a 60 kilómetros, al noroeste de Trujillo. El lugar donde reposaba, arrullada por un lejano rumor de olas, en los brazos de la madre tierra de Chicama, estaba en la esquina de una  pirámide trunca.
Trescientos metros cuadrados, un techo a dos aguas con el soporte de una columna bellamente decorada, un frontis donde se repìte con gran colorido un personaje de rostro con rasgos felínicos, manos llevando cóndores y serpientes, y pies abiertos, entre  muros con relieves geométricos que son un jubileo de peces life serpentiformes (trichomycterus sp) y unos pequeños felinos (oncifelis colo colo).
Regulo Franco, arqueólogo director del proyecto El Brujo, cuyo mayor logro es el hallazgo de la mujer más relevante del antiguo mundo moche, considera que esta caracterización, en la fase temprana de dicha cultura, tiene un vínculo con el mundo de los muertos.
En el marco de la pompa fúnebre un estudio riguroso registra  desde el momento en que manos reverentes lavaron el cuerpo desnudo de la joven Señora de Cao con agua de mar o agua con sal y le rociaron polvo de cinabrio, sulfato de mercurio, para impedir su corrupción, acomodando su larga cabellera, con  fleco o cerquillo sobre su frente.
Era delicada, de una talla que bordeaba el metro cincuenta y apenas unos veinte a veinticinco años espléndidos  que hacían resaltar los tatuajes impresos en sus antebrazos, los dedos de la mano, la palma, los tobillos y los dedos de los pies, con misteriosos dibujos de serpientes, arañas, peces, caballitos de mar, pulpos, un gato montés, líneas y rombos. Una relación interesante con las imágenes en relieve policromado emblemáticas que se repiten en las paredes del templo.


Su rostro fue cubierto respetuosamente con un cuenco de metal, se colocó un segundo en la parte lateral del tórax y un tercero hacia la espalda.  Alrededor de su cabeza, cuarenta y cuatro narigueras de oro y plata magistralmente decoradas con pelícanos, alacranes, serpientes bicéfalas, cangrejos y arañas.
También quince collares de oro, cobre y piedras semipreciosas, sartas de aretes de cobre con incrustaciones de turquesa y orejeras. Un tesoro digno de su estatus mágico religioso y social.
Envuelta con varias mantas fue colocada sobre una base de caña brava y debajo del cuerpo depositaron veintitrés estólicas buriladas, con representaciones diferentes. Estas lanzadoras de dardos aparecen en la iconografía mochica en escenas de caza del venado y lanzamiento de flores con probable intención ceremonial de purificar el aire.

La revistieron con un manto de placas metálicas, cosidas a la tela como si fueran un estandarte. Encima acolchonaron la superficie con una capa de algodón blanco que parecía  espuma de mar. A su lado añadieron husos, ovillos, agujas de oro, de cobre y vestidos  pintados con figuras geométricas o bordados con peces.
Siguieron envolviéndola en ricas telas y en la última delinearon su rostro con   anillos y  placas de metal. Sobre este primer fardo fueron sus emblemas, coronas, diademas, bastones-porras a los costados  propios de varones  y más paños de tela y piezas de tejido llano, una tan larga que le dio 48 vueltas. El último envoltorio, cosido con puntadas en zigzag, llevaba dibujado otro rostro coloreado.

Hace años visité con Régulo Franco  la Waka El Brujo o Waka Cortada, después de entrevistar a don Guillermo Wiese de Osma, quien hizo reproducir en el museo de una sucursal  del Banco Wiese, Miraflores, las extraordinarias pinturas que se encontraron en sus andenes. Al caminar por ellos, donde aparecen danzarines, guerreros victoriosos y prisioneros, se percibía mucha energía. 
Todavía estaba inédito el contenido de la waka de Cao Viejo, en cuyas cercanías quedan los escombros de una iglesia virreinal y un poblado, Magdalena de Cao con rancherías. Los españoles difundieron que sus habitantes eran brujas, en realidad gente de curandería.

En el año 2,008  el apoyo de la Fundación Augusto N. Wiese y el Instituto Nacional de Cultura de la Libertad permitió excavar en la waka de Cao Viejo. Al comienzo los arqueólogos hallaron unas vasijas enterradas y un fragmento de mate pirograbado. Al pie de la banqueta del recinto esquinero notaron el contorno de una fosa extensa. Hacia el sur una lechuza de cerámica los orientó a ofrendas incineradas de hilos en husos de madera, restos de tejidos, agujas de cobre, y otros.
El siguiente paso fue el  descubrimiento de un guerrero, una pequeña escultura de madera que lleva sobre su  cabeza un tocado de cobre dorado y en sus manos una porra y escudo forrado también con metal dorado. Así se llegó a la Señora de Cao. Su entierro corresponde a una de las fases más antiguas, previa al terremoto  devastador que afectó todas las construcciones en el siglo IV d.C., a juzgar con los fechados de carbono 14, con evidencias de su gobierno o cogobierno con asistentes.

Su atuendo y sus tatuajes concuerdan con un papel de sacerdotisa de la Luna. Las coronas repujadas con diseños de felinos, arañas o adornadas con una diadema en forma de “V” y una figura  de murciélago son típicas de los personajes sobrenaturales relacionados con el mar, la noche y con el mundo subterráneo, escribe Régulo Franco.
Ella habría ejercido un rol soberano entre los  moche a pesar de su extrema juventud,  que supone un gran carácter. Debió influir en el gobierno y en la religión por su capacidad de vidente definiendo si el año sería bueno o malo para la agricultura, su dominio para curar y el ejercicio de ceremonias y rituales que la elevaron a un sitial donde no llegaron otras mujeres ni  hombres de su época.  Hay que visitar su museo de sitio para admirarla.


Alfonsina Barrionuevo

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