lunes, 29 de septiembre de 2014

GRABANDO PARA LA PACHAMAMA

No podía mirar al Apu Salqantay porque estábamos a oscuras. Debió aflorar a sus labios una sonrisa. Me miró desde sus alturas y dijo con voz clara y fuerte:
-No. Lo que haré como despedida será rozar tus cabellos. Kutimunkiña. Los únicos que tienen derecho de entrar en mi estrella son los cóndores porque son mis criaturas. Te dejé tomar una foto de la laguna donde se zambullen, la Waynaqocha. Tú la tienes pero los pilotos de los aviones que dan vueltas a veces nunca la verán.
Su ala derecha pasó muy cerca de mí y se sintió la fuerza de sus alas. Mis cabellos se levantaron ligeramente y cayeron sobre mi frente. Maquinalmente los arreglé.  Al menos prometió regresar.
Nos quedamos mudos otro tanto y la Pachama del Waqaypata rompió el silencio.
-Has escrito poco para mí –comentó en tono de reproche.
-Nos conocemos poco, mamita –le contesté. Ádemás me han dicho que no les gusta que les graben y mi memoria no es buena para retener lo que digas tal como debe ser.
-Tienes razón. Estás autorizada para traer una grabadora.
-…y una cámara fotográfica.
- No.
-¿Por qué?
-Nosotros, Apus y Pachamamas, no somos como uds.  Somos energía pura, seres de luz.  No saldría nada y antes de que trataras de disparar el botón  ya nos habríamos ido.
-Haz lo que te dice –me indicó Mario Cama.
-Y ahora, -Cómo quieres que me vaya?
La pregunta me inmovilizó.
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Resumen del libro  “Hablando con los Apus”.


RENACE EL ALGODÓN DE COLORES

Lo veo en internet como si fuera  un sueño. A lo lejos parece el botón de una rosa encendida, como una brasa. Así se deben ver también otros capullos: con una imponente sinfonía de colores. Amarillos,  marrones, negros, blancos  o morados.

Los cronistas de siglo XVI fueron parcos. Se limitaron a decir que habían visto algodón de colores y guardaron su entusiasmo para otros temas. Los encomenderos explotaron sin mayor demora los tejidos de las telas “kunbe” de algodón andino para enviarlos en fardos a la península. Era tal su ansia, que hacían trabajar sin piedad hasta a los niños. Les ataban del tobillo a los telares, como pajaritos, para que no escapen. Ellos tejían igual que los mayores, desde el alba hasta que caía el sol.

La industria decayó cuando Europa comenzó a abarrotar el mercado de América con sedas, terciopelos, castillas, encajes, gasas y cuanto servía para vestir a la gente de la ciudad. Nuestro algodón discriminado como la propia gente nativa, luchando desesperadamente para sobrevivir.
Ahora, en que escribo estas líneas, me doy cuenta de cuánto hay que batallar, incluso para cambiar el pensamiento de esa otra mitad de peruanos que no entienden el compromiso quetenemos con la historia y que no debemos dejar que la patria se diluya ante nuestros ojos. Los españoles crearon en nuestros pueblos un trauma de inferioridad al que incorporaron plantas y animales. Estamos viviendo un momento difícil en que la globalización nos invade. Necesitamos unir fuerzas. Merecemos un destino mejor y hay que conquistarlo. Tenemos que apoyar a nuestro  algodón de colores para que recobre su sitial.

El algodón blanco es originario de varias partes del globo. Entre ellas la isla Barbados en Centro América, cuna de la especie Gossypium barbadense, una malvácea. A ésta le tocó diversificarse, siendo llevada como rica presea de un sitio a otro, hasta que levantó un vuelo generacional en Egipto. Entre tantas vueltas llegó al Perú, estableciéndose como un nuevo algodón, el “Pima”, que ha absorbido los valores de nuestro ambiente.
Entretanto, nuestro algodón de colores fue puesto hasta el borde de la extinción.

Injustamente se le consideró áspero y ordinario, olvidando que fue empleado por los extraordinarios tejedores de Caral, Chavin, Parakas, Chankay o Inka, entre otras culturas. Según los estudiosos, en una pulgada se cuentan hasta 398 hilos de una finura admirable.  Sus colores cautivan desde las tramas de fondo o  los magníficos bordados que han resistido el paso de milenios.
A principios del siglo XX se creyó curiosamente que la gente del Perú teñía el algodón y la fibra de alpaka con tintes minerales. Sumo error que confundió la apreciación de nuestro algodón nativo, también conocido como algodón país. Este algodón, que se encuentra principalmente en el norte, sintió la reducción de su área de subsistencia al dársele de baja. El golpe de gracia lo recibió en 1940, cuando por decreto gubernamental se prohibió su cultivo. El veto oficial decía que era culpable de causar plagas en las plantaciones del algodón foráneo de blanquísima fibra.

La resistencia que surgió de inmediato lo salvó del naufragio en los surcos donde antes se enseñoreaba.  Inspira ternura la valentía de las mujeres de Lambayeque que lo cobijaron en sus huertos osadamente, para seguir tejiendo chales, alforjas y fajas, sin tener que recurrir a los tintes alemanes que llegaban a todos los mercados.
En los últimos lustros, cuando la calidad de nuestros productos se está imponiendo en  el mundo, el algodón nativo ha comenzado a recibir aliento. La prestigiosa arqueóloga Ruth Shady, que acaba de celebrar el decimo noveno aniversario del redescubrimiento de Caral-Supe, anunció que tiene en camino un proyecto para su rescate. Como primer aporte los campesinos han recolectado 6,000 plantones que ya tienen un lugar para crecer sin temor y con cariño.
De acuerdo con el hallazgo de motas, atados compactos y semillas de algodón pardo, marrón, crema y beige en Supe, se puede afirmar que los antiguos caralinos habían emprendido su manejo. La existencia de ruecas, telares y restos de tejidos evidencian que hace 5,000 años los pobladores de la Ciudad Sagrada de Caral ya lo habían descubierto en los albores de los conocimientos matemáticos, astronómicos y arquitectónicos.  Gracias a su presencia, ellos pasaron del taparrabo de junco a la prenda  liviana y sugerente.

En uno de mis primeros viajes al norte, el antropólogo James Vreeland me mostró con entusiasmo vellones sorprendentes del algodón de colores. Los tenía una señora de Mórrope, de la Asociación de Productores de Algodón Orgánico que el estudioso fundó para su salvataje. Sus características, según dijo, eran asombrosas por la cantidad de tonalidades naturales que tenía.
La planta es tan buena, que puede enfrentar al desierto y la sequía. Sus raíces se alargan buscando agua, hasta hallar fuentes subterráneas por su cuenta. Su resistencia a las pestes la convierte en un acorazado vegetal.  De fibra larga y pródiga para el hilado,  este algodón da dos cosechas al año. Incluso es posible extraer de sus pepitas  un fino aceite,  como el de oliva. 
La situación del algodón de colores sigue siendo crítica. Sin embargo, esperamos que tenga una segunda oportunidad. Los agricultores de las viejas culturas se han hecho polvo. El trabajo de los arqueólogos, siendo muy laborioso, es limitado. Pero, felizmente, tenemos a Ruth Shady. Ella va más allá de los registros en su deseo de tonificar  Supe, Végueta y Vichama, motivando con la grandeza del pasado a una población poco afortunada económicamente.

La jefa del Proyecto “Caral-Supe” puede lograr imposibles si recibe recursos para este algodón heroico, que a lo mejor se convierte en un dínamo para ayudar a los vecinos del poderoso grupo arqueológico.  Esperemos que vuelva a crecer la sombra benéfica del cerro Gokne, su apu protector. En este siglo globalizado hay preferencia por lo orgánico y el algodón de colores  tiene que ganarle con todo derecho al plástico en las competencias de la moda con la marca Perú.

Alfonsina Barrionuevo

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