domingo, 14 de septiembre de 2014

PACHAMAMA QOSQO WANKA

Ella es tierna, cariñosa y también imperativa, fuerte.  Diferente a las otras pachamamas que he conocido. Siento que la quiero, que bromea conmigo cuando menos lo pienso y que me puede defender porque soy su hija. La conozco como  Pachamama del Waqaypata Qosqo, pero me dijo que los primeros habitantes del valle del Watanay la llamaron Pachamama Qosqo Wanka, la madre tierra que está en la piedra del centro, del origen, del puputi del mundo como diría con una irreverencia risueña el actor humorista Tulio Loza, haciéndola reir después con ss acotaciones graciosas.
Después del silencio, cuando dije que no fui a pedirles nada ella me preguntó:
-¿Entones, para qué hemos venido?
Yo tenía que responder con sinceridad y así fue.
-Quería saber donde estaban Uds. cuando llegaron los españoles y mataron a tanta gente.
-¿Tù crees que somos pocos? Somos miles, hija. ¿No te has dado cuenta que somos los Andes? Si quieres puedo llamar a todos.
 
Recordé el apabullante batir de sus alas haciendo volar mis cabellos cada vez que llegaban. Si así se presentaban unos cuantos cómo sería el  remolino de alas que se armaría. ¡Un huracán!
-Los españoles entraron matando a nuestros sacerdotes, arrasando nuestros templos, hija Alfonsina –continuó. -Ellos son nuestra voz y nuestra acción. No sabes cuánta sangre se derramó y como los que quedaron tuvieron que huir. No puedo contarte todo. Sería muy largo. ¿Quieres hablar con alguien en particular?
-Sí, con el señor Salqantay, mi padre.
-No suele venir a las mesas porque es rey de reyes, pero le pediré que se presente para tí.
El Salqantay es un nevado muy hermoso. Lo he fotografiado muchas veces al pasar frente a él en avión. Una vez me permitió tomar su laguna interior, la mágica Waynaqocha donde se bañan los cóndores cuando se sienten viejos y salen malqos, jóvenes, renacidos. Sería muy afortunada si fuera posible que lo conociera.
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De las reuniones que tuve para escribir mi libro: “Hablando con los Apus”.  



MIGALAS, CHICHARRAS Y MARIPOSAS
                     
Las feas, las bellas y las temibles. Así debía titularse este artículo porque cada una  tiene características sugestivas. La migala es buena madre aunque sea caníbal; la chicharra sería inofensiva si no tuviera preferencia por los árboles venenosos y las mariposas serían más adorables si no eligieran lugares pútridos para revolotear.
Christian Yala, un fornido limeño de Canta, autodidacta desde su infancia porque comenzó a los 9 años de edad cazando grillos, nos deja vislumbrar una pequeñísima parte del fascinante mundo donde se introdujo hace medio siglo.

El disecciona insectos, que captura en la maraña verde después de mil peligros,  para los aficionados de la belleza o la fealdad. Sus cajas entomológicas son parte de exportaciones no tradicionales.          
Dos o tres veces al año, armado con una red y una diminuta cámara letal,  cambia la estrechez de su tienda artesanal  por la inmensidad de la jungla. El olor denso de la urbe por el aroma fragante de la tierra virgen. La vida rutinaria en la ciudad por el ambiente exótico de Tingo María, Oxapampa o Contamana.
Sólo en esas áreas ha coleccionado unos mil ejemplares que son un capricho de color, una locura de gamas y diseños, un conjunto de joyas vivas de pedrerías deslumbrantes.
           
La mariposa Morpho, de azul tornasolado que existe sólo en Sudamérica, es sin discusión una reina además de su gran tamaño porque puede llegar a medir hasta dieciséis centímetros entre ala y ala. Igualmente la Agria que se adorna con colores encendidos cmo si fuera una flor. Las Theclas, que son muy pequeñas, simulan nubes polícromas, celajes errantes y se presentan en una variedad alucinante. Su peor enemiga es la Mantis religiosa o serruchero, el único insecto que puede girar la cabeza a todos los lados y que atrapa a su víctima con sus dos tijeras inmovilizándola mientras se desayuna con ella.
Yala camina por las trochas desde el amanecer porque, según dice, cada hora tiene su fauna. En la noche salen, por ejemplo, la Agripina que mide 26 centímetros de envergadura, la mariposa buho que reproduce la peculiar cabeza del estrígido en sus alas y cuyo gran poder de mimetismo le permite confundirse con los árboles para sobrevivir.

Muy parecida a ella es la conocida con el nombre vulgar de taparako que lleva impresa una calavera, siendo tomada su presencia como señal de siniestros presagios. Por contraste todas y en especial las más lindas habitan en los pantanos y en los lugares donde hay desechos orgánicos.  
Un insecto muy singular es la chicharra machakuy llamada también mariposa hipopótamo. Sin embargo este pequeño bicho ciego, que vuela guiado por el radar de su trompa semejante a la cabeza de un hipopótamo, es temido en la amazonía. Su picadura, declara el cazador, causa heridas muy dolorosas y mucha gente afirma que mata. En realidad la chicharra no es culpable de su leyenda negra sino los árboles de cuya resina se alimenta, como la katawa que destila toxinas y que es su favorito. De día descansa con el aguijón metido en su tronco y vuela al anochecer.

La caza de mariposas en la selva, manifiesta, no es tan pintoresca como en los campos floridos de la costa o de la sierra donde se coge alguna vez la bellísima Monarca que emigra desde Canadá cubriendo dos continentes con sus alas de fondo negro, estrías blancas y centro naranja. “Hay que buscar los manchales y atraparlas con la manga o bolsa de malla de nylon, que tiene en el fondo un hisopo con tetracloruro de carbono para narcotizarlas. Una vez dormidas se sigue un procedimiento para escogerlas. Se transportan en un sobre con las alas plegadas. 
Christian Yala goza mostrando sus insectos. No es el afán interesado del comerciante sino la actitud apasionada del maestro nato. La selva es un mundo inédito en muchos aspectos. “Esta cigarra, indica mostrando una especie de moscardón de alas transparentes, se da el lujo de dormir en estado larvario diecisiete años al cabo de los cuales y en la última fase vive como insecto. Su existencia es breve. Apenas una semana para el vuelo nupcial y para depositar sus huevos en los árboles, de donde resbalan al suelo quedando enterradas entre hojas y raíces. Su cuerpo es como una bomba de tiempo. Al cumplirse el plazo explosiona. Sus hijuelos duermen como larvas otro sueño de diecisiete años y emergen de la tierra entre los meses de setiembre y octubre haciendo un bullicio ensordecedor, que les ha ganado el nombre de campaneros o penqoyllos.

Otros insectos como los escarabajos voladores son del todo espectaculares. Tienen el tamaño de una mano, cuernos grandes o chicos, antenas largas o cortas, caparazones negros y también azules o con rayas, como el caso de los arlequines que recuerdan al afortunado rival de Pierrot. Habitan mayormente en los árboles podridos y pertenecen al tipo de los masticadores. Hay uno, llamado “el papazo”, porque cierra las alas cuando se cansa de volar y cae como una piedra. El golpe es fuerte pero no le daña.           
Pocas danzas amorosas tan espeluznante como la danza de la  migala que es de la familia de las  tarántulas y  la más grande. Sus mandíbulas tienen el tamaño del pico de un perico australiano y es venenosa por su habitat. No vive en pareja y la hembra, cuando llega la época de celo, espera al macho que baila para excitarla. Sus movimientos son estudiados, como un ballet sobre ocho patas, que se mueve siguiendo un compás, una música interna, cada vez más rápidamente. La hembra le sigue embelesada con los ojos balanceando su peludo vientre. Instante en que el macho se  acerca dejándole su líquido germinal. El contacto tiene que ser veloz  para escapar en medio segundo, pues, la  hembra reacciona y se lo come. Pocas veces escapa ileso y  lo menos que le  pasa es perder una pata.”

Si bien la migala es una amante caníbal  suele ser una madre excelente. Cuida a sus crías hasta que mudan la piel y las transporta en el lomo. El número de sus huevos pasan de 80 y llega hasta 200 más o menos. Sólo la migala azul persigue al hombre.
Entre sus enemigos el más terrible es una avispa que lucha con ella y la descerebra. “Su aguijón, es como un bisturí de un cirujano, pues, corta partes vitales sin dejar que la araña muera. La arrastra a su hueco y deposita sus huevos en su panza. Al nacer las larvas se alimentan de la migala que sigue viviendo hasta unos tres meses sin comida.
La cacería de la migala es inquietante. Después de ubicar su cueva hay que obligarla a salir y evitar que huya. Hay que coger a la araña sobre el abdomen sin dejar que mueva la cabeza. El bicho es repugnante por donde se le mire y sin embargo es muy solicitada. Los monstruos salen al extranjero junto con las bellas.

Alfonsina Barrionuevo


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