PACHAMAMA QOSQO
WANKA
Ella es tierna, cariñosa y
también imperativa, fuerte. Diferente a
las otras pachamamas que he conocido. Siento que la quiero, que bromea conmigo
cuando menos lo pienso y que me puede defender porque soy su hija. La conozco
como Pachamama del Waqaypata Qosqo, pero
me dijo que los primeros habitantes del valle del Watanay la llamaron Pachamama
Qosqo Wanka, la madre tierra que está en la piedra del centro, del origen, del
puputi del mundo como diría con una irreverencia risueña el actor humorista
Tulio Loza, haciéndola reir después con ss acotaciones graciosas.
Después del silencio, cuando
dije que no fui a pedirles nada ella me preguntó:
-¿Entones, para qué hemos
venido?
Yo tenía que responder con
sinceridad y así fue.
-Quería saber donde estaban
Uds. cuando llegaron los españoles y mataron a tanta gente.
-¿Tù crees que somos pocos?
Somos miles, hija. ¿No te has dado cuenta que somos los Andes? Si quieres puedo
llamar a todos.
Recordé el apabullante batir
de sus alas haciendo volar mis cabellos cada vez que llegaban. Si así se
presentaban unos cuantos cómo sería el
remolino de alas que se armaría. ¡Un huracán!
-Los españoles entraron
matando a nuestros sacerdotes, arrasando nuestros templos, hija Alfonsina
–continuó. -Ellos son nuestra voz y nuestra acción. No sabes cuánta sangre se
derramó y como los que quedaron tuvieron que huir. No puedo contarte todo.
Sería muy largo. ¿Quieres hablar con alguien en particular?
-Sí, con el señor Salqantay,
mi padre.
-No
suele venir a las mesas porque es rey de reyes, pero le pediré que se presente
para tí.
El Salqantay es un nevado
muy hermoso. Lo he fotografiado muchas veces al pasar frente a él en avión. Una
vez me permitió tomar su laguna interior, la mágica Waynaqocha donde se bañan los
cóndores cuando se sienten viejos y salen malqos, jóvenes, renacidos. Sería muy
afortunada si fuera posible que lo conociera.
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De
las reuniones que tuve para escribir mi libro: “Hablando con los Apus”.
MIGALAS, CHICHARRAS
Y MARIPOSAS
Las
feas, las bellas y las temibles. Así debía titularse este artículo porque cada
una tiene características sugestivas. La
migala es buena madre aunque sea caníbal; la chicharra sería inofensiva si no tuviera
preferencia por los árboles venenosos y las mariposas serían más adorables si
no eligieran lugares pútridos para revolotear.
Christian
Yala, un fornido limeño de Canta, autodidacta desde su infancia porque comenzó
a los 9 años de edad cazando grillos, nos deja vislumbrar una pequeñísima parte
del fascinante mundo donde se introdujo hace medio siglo.
El disecciona
insectos, que captura en la maraña verde después de mil peligros, para los aficionados de la belleza o la
fealdad. Sus cajas entomológicas son parte de exportaciones no tradicionales.
Dos
o tres veces al año, armado con una red y una diminuta cámara letal, cambia la estrechez de su tienda
artesanal por la inmensidad de la jungla.
El olor denso de la urbe por el aroma fragante de la tierra virgen. La vida
rutinaria en la ciudad por el ambiente exótico de Tingo María, Oxapampa o
Contamana.
Sólo
en esas áreas ha coleccionado unos mil ejemplares que son un capricho de color,
una locura de gamas y diseños, un conjunto de joyas vivas de pedrerías
deslumbrantes.
La mariposa
Morpho, de azul tornasolado que existe sólo en Sudamérica, es sin discusión una
reina además de su gran tamaño porque puede llegar a medir hasta dieciséis
centímetros entre ala y ala. Igualmente la Agria que se adorna con colores encendidos
cmo si fuera una flor. Las Theclas, que son muy pequeñas, simulan nubes
polícromas, celajes errantes y se presentan en una variedad alucinante. Su peor
enemiga es la Mantis religiosa o serruchero, el único insecto que puede girar
la cabeza a todos los lados y que atrapa a su víctima con sus dos tijeras
inmovilizándola mientras se desayuna con ella.
Yala
camina por las trochas desde el amanecer porque, según dice, cada hora tiene su
fauna. En la noche salen, por ejemplo, la Agripina que mide 26 centímetros de
envergadura, la mariposa buho que reproduce la peculiar cabeza del estrígido en
sus alas y cuyo gran poder de mimetismo le permite confundirse con los árboles
para sobrevivir.
Muy
parecida a ella es la conocida con el nombre vulgar de taparako que lleva
impresa una calavera, siendo tomada su presencia como señal de siniestros
presagios. Por contraste todas y en especial las más lindas habitan en los
pantanos y en los lugares donde hay desechos orgánicos.
Un
insecto muy singular es la chicharra machakuy llamada también mariposa
hipopótamo. Sin embargo este pequeño bicho ciego, que vuela guiado por el radar
de su trompa semejante a la cabeza de un hipopótamo, es temido en la amazonía.
Su picadura, declara el cazador, causa heridas muy dolorosas y mucha gente afirma
que mata. En realidad la chicharra no es culpable de su leyenda negra sino los
árboles de cuya resina se alimenta, como la katawa que destila toxinas y que es
su favorito. De día descansa con el aguijón metido en su tronco y vuela al
anochecer.
La
caza de mariposas en la selva, manifiesta, no es tan pintoresca como en los
campos floridos de la costa o de la sierra donde se coge alguna vez la
bellísima Monarca que emigra desde Canadá cubriendo dos continentes con sus
alas de fondo negro, estrías blancas y centro naranja. “Hay que buscar los
manchales y atraparlas con la manga o bolsa de malla de nylon, que tiene en el
fondo un hisopo con tetracloruro de carbono para narcotizarlas. Una vez
dormidas se sigue un procedimiento para escogerlas. Se transportan en un sobre
con las alas plegadas.
Christian
Yala goza mostrando sus insectos. No es el afán interesado del comerciante sino
la actitud apasionada del maestro nato. La selva es un mundo inédito en muchos
aspectos. “Esta cigarra, indica mostrando una especie de moscardón de alas transparentes,
se da el lujo de dormir en estado larvario diecisiete años al cabo de los
cuales y en la última fase vive como insecto. Su existencia es breve. Apenas
una semana para el vuelo nupcial y para depositar sus huevos en los árboles, de
donde resbalan al suelo quedando enterradas entre hojas y raíces. Su cuerpo es
como una bomba de tiempo. Al cumplirse el plazo explosiona. Sus hijuelos
duermen como larvas otro sueño de diecisiete años y emergen de la tierra entre
los meses de setiembre y octubre haciendo un bullicio ensordecedor, que les ha
ganado el nombre de campaneros o penqoyllos.
Otros
insectos como los escarabajos voladores son del todo espectaculares. Tienen el
tamaño de una mano, cuernos grandes o chicos, antenas largas o cortas,
caparazones negros y también azules o con rayas, como el caso de los arlequines
que recuerdan al afortunado rival de Pierrot. Habitan mayormente en los árboles
podridos y pertenecen al tipo de los masticadores. Hay uno, llamado “el papazo”,
porque cierra las alas cuando se cansa de volar y cae como una piedra. El golpe
es fuerte pero no le daña.
Pocas
danzas amorosas tan espeluznante como la danza de la migala que es de la familia de las tarántulas y
la más grande. Sus mandíbulas tienen el tamaño del pico de un perico
australiano y es venenosa por su habitat. No vive en pareja y la hembra, cuando
llega la época de celo, espera al macho que baila para excitarla. Sus
movimientos son estudiados, como un ballet sobre ocho patas, que se mueve siguiendo
un compás, una música interna, cada vez más rápidamente. La hembra le sigue
embelesada con los ojos balanceando su peludo vientre. Instante en que el macho
se acerca dejándole su líquido germinal.
El contacto tiene que ser veloz para escapar
en medio segundo, pues, la hembra
reacciona y se lo come. Pocas veces escapa ileso y lo menos que le pasa es perder una pata.”
Si bien la migala es una amante
caníbal suele ser una madre excelente.
Cuida a sus crías hasta que mudan la piel y las transporta en el lomo. El
número de sus huevos pasan de 80 y llega hasta 200 más o menos. Sólo la migala
azul persigue al hombre.
Entre
sus enemigos el más terrible es una avispa que lucha con ella y la descerebra.
“Su aguijón, es como un bisturí de un cirujano, pues, corta partes vitales sin
dejar que la araña muera. La arrastra a su hueco y deposita sus huevos en su
panza. Al nacer las larvas se alimentan de la migala que sigue viviendo hasta unos
tres meses sin comida.
La
cacería de la migala es inquietante. Después de ubicar su cueva hay que
obligarla a salir y evitar que huya. Hay que coger a la araña sobre el abdomen
sin dejar que mueva la cabeza. El bicho es repugnante por donde se le mire y
sin embargo es muy solicitada. Los monstruos salen al extranjero junto con las
bellas.
Alfonsina
Barrionuevo
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