lunes, 31 de enero de 2022

 PURO AMOR EN QOSQO 

Pergeño estas líneas, Kukuli, para que no te olvides de nuestro último viaje. Siempre me llena de ternura tu compañía. A veces vuelves a ser por unos segundos la Kukuli que trepaba a la mecedora del escritorio  para ver qué escribía en mi máquina eléctrica. El 24 de diciembre que pasó la estrella de Belén  brilló en tus manos cuando colocaste en el pesebre la imagen del santo niño hecha en el Qosqo por Abraham Aller. Después de dos diciembres huérfanos por la pandemia, éste del 2021 se animó y salió de su retiro. Tú y yo saboreamos el clásico ponche de almendras de mi madre, rociado con nuez moscada, que preparó Victoria Cano con cariño.

Ponche con pan de yema que nos calentó el alma. El tiempo que  acaba con algo adorable como la risa inocente de los párvulos, nunca envejecerá la dulzura de las albas, galas o villancicos de las  chaiñas, cantoras de la Catedral grabadas para una eternidad. Aquella noche las escuchamos hasta que su nota postrera se apagó.

El Qosqo fue una ciudad de ‘nacimientos pascuales’ Algunos ocupaban más de dos piezas  y la gente visitaba  al Niño Jesús de las Pinelo que llevaba en sus mejillas el beso de un ángel y el de los Justinianos de rostro que era puro candor cusqueño, con los dientecitos recortados del cañón de la pluma de un cóndor. El seis de Reyes, ya en enero, un jubileo de guaguas divinas, en cunitas o almohaditas, se entrecruzaban en calles y plazas para  ser bendecidas.

Días antes viajamos al Qosqo. No pensé en volver. Lo veía en sueños y eso me bastaba. Preguntaste si quería ir. Te dije que sí, estabas muy lejos en la pantalla de tu computadora de Filadelfia. Fuiste  rápida y cuando quise ir en reversa que no era posible, tu celular registró la compra de tres boletos, de ida y vuelta  para mí, para ti y Vida, tu hermana. Dijiste ya, y no me quedó otra que hacer el equipaje. Ya no tendría que pasar solo mis dedos en el pensamiento, dibujando el contorno de la María Angola, en las torres de la catedral y bajar por la Puerta del Perdón sobre la heredad del ayllu real de Wiraqocha.


Nos alojamos en Villa Mayor, el hotel posada del Portal Nuevo de la Plaza Regocijo. Me gustó entrar a su patio ecológico de bienvenidas, con alegres paredes pintadas de primavera, su escalera de cinco gradas de piedra y diecinueve peldaños, de barandas forradas con follajes navideños.

Gocé desde su balcón la frescura de las aguas de su fuente lanzadas hacia el cielo y  el vigor  de sus  qewñas formidables de la antigua Kusipata.   

La tarde estaba tibia cuando nos sentamos en un bloque de granito del portal de la Universidad,  a unos pasos de la iglesia de la Compañía. En el portal había pastelerías donde gastaba con otras colegialas nuestros gordos de propina. Los ojos se nos iban sobre los voladores, los alfajores  las condesas, los trujillanos y los  mil hojas.  Para cubrir  la tardanza corría en medio de la lluvia de granizo por la avenida Sol, sabiendo que mi madre me esperaba en la casa de Tullumayo con un vaso de leche caliente.

La Municipalidad decretó cinco días de feria pascual para ayudar a los concurrentes, artistas populares y artesanos castigados por la pandemia. Al multiplicar el Santurantikuy, mercado tradicional del 24 de diciembre  los favoreció.  En la memoria tengo un precioso cocodrilo de madera articulado, rojo  con pintas verdes y los caballitos qorilazos de crines largas trabajados para la fiesta de los niños entre muchos juguetes.

En el monasterio de Santa Catalina. tú y Vida se engolosinaron , como yo en otra época con los dulces de las monjitas las palomitas de manjar blanco rellenas con piña, las bolitas de chocolate y las galletas de pura naranja. En un puesto de la feria que me quitaba la vista de la Catedral, Vida eligió para mi armario un carnerito, pequeña joya ferial diseñada en un cubo  en San Jerónimo, pueblo que cobija a muchos artistas. Con 94 años a cuestas sigue pintando allí Víctor Vivero. Habitaba la calle más alta de San Blas, con el miraje del Qosqo colgado de su balcón. Manejaba los pinceles, como si fuera la segunda mano del renombrado maestro Diego Quispe Tito del siglo XVII. Solo él podría recuperar de las cenizas con su arte los cuadros del insigne cusqueño quemados en el incendio del 2017 .

Cuando voy al Qosqo siempre saludo a mi Taitacha de los Temblores, amado desde el terremoto de 1650. Los restauradores retiraron con dificultad el hollín de fervor que lo ennegrecían, miles de miles de de velas ardiendo a sus pies en un abrazo cálido. Comejenes analfabetos lo estaban carcomiendo por dentro sus carnes en el buzón de la herida de su costado lleno de cartas  escritas con amor  y desesperación, contándole sus cuitas.

En Lunes Santos culpables las marchas, las venias y los retrocesos casi desarman uno de sus brazos salvado en una víspera de llanto. Lo llevaron al Presbiterio y en la oscuridad no pude verle. ‘Pero, el Señor te está viendo’ dijo Vida y logró que su paz me inundara. Para florecer dejé que la huch’a mikhuq, piedra ovoide inka  refugiada en el recinto sacro,  se llevara mis penas.    


En el Santurantikuy del 2021 las costureras y bordadoras exhibieron primores para el santo recién nacido. Sus agujas no se dieron abasto en adornar terciopelos, sedas, gasas y percalitas de diario y de fiesta. Las fajas para amarrar  los pañales de bayeta de los waltaditos se recamaron de estrellas copiadas de un cielo en miniatura. Las devotas de la la Virgen Purificada de la iglesia de San Pedro escogieron las mejores para sus procesiones. A las túnicas con flecos se sumaron los trajes de los bailarines de la contradanza de Paucartambo.

Al costado del Portal de los libreros los vidriados de San Sebastián y San Jerónimo, al estilo virreinal. Los vidriados, derrochaban imaginación. Vi una  azucarera con una orla de flores de qantu y una taza de figuras abstractas.

Al mediodía nos guarecimos en ‘El Truco’ escapando de una lluvia ligera. La sabiduría gastronómica del veterano restaurante refociló la despedida. Chairo humeante y combatiente, rocoto relleno emponchado, lechón crocante invitador prodigando sabores, tamal derrochando ternezas. Al fondo, amenizándoles el  eco digno de unas qenas.  

Tres días maravillosos vividos intensamente entre ayeres y presentes. Mis sueños que se tornaron realidad porque tú lo quisiste y me regalaste el Qosqo en la Navidad del 2021.

 ¡Gracias, Kukuli!