PURO AMOR EN QOSQO
Pergeño
estas líneas, Kukuli, para que no te olvides de nuestro último viaje. Siempre me
llena de ternura tu compañía. A veces vuelves a ser por unos segundos la Kukuli
que trepaba a la mecedora del escritorio
para ver qué escribía en mi máquina eléctrica. El 24 de diciembre que
pasó la estrella de Belén brilló en tus
manos cuando colocaste en el pesebre la imagen del santo niño hecha en el Qosqo
por Abraham Aller. Después de dos diciembres huérfanos por la pandemia, éste
del 2021 se animó y salió de su retiro. Tú y yo saboreamos el clásico ponche de
almendras de mi madre, rociado con nuez moscada, que preparó Victoria Cano con
cariño.
Ponche
con pan de yema que nos calentó el alma. El tiempo que acaba con algo adorable como la risa inocente de
los párvulos, nunca envejecerá la dulzura de las albas, galas o villancicos de
las chaiñas, cantoras de la Catedral grabadas
para una eternidad. Aquella noche las escuchamos hasta que su nota postrera se
apagó.
El Qosqo
fue una ciudad de ‘nacimientos pascuales’ Algunos ocupaban más de dos piezas y la gente visitaba al Niño Jesús de las Pinelo que llevaba en sus
mejillas el beso de un ángel y el de los Justinianos de rostro que era puro candor cusqueño, con los dientecitos recortados del cañón de la pluma de
un cóndor. El seis de Reyes, ya en enero, un jubileo de guaguas divinas, en
cunitas o almohaditas, se entrecruzaban en calles y plazas para ser bendecidas.
Días
antes viajamos al Qosqo. No pensé en volver. Lo veía en sueños y eso me
bastaba. Preguntaste si quería ir. Te dije que sí, estabas muy lejos en la
pantalla de tu computadora de Filadelfia. Fuiste rápida y cuando quise ir en reversa que no
era posible, tu celular registró la compra de tres boletos, de ida y vuelta para mí, para ti y Vida, tu hermana. Dijiste
ya, y no me quedó otra que hacer el equipaje. Ya no tendría que pasar solo mis
dedos en el pensamiento, dibujando el contorno de la María Angola, en las
torres de la catedral y bajar por la Puerta del Perdón sobre la heredad del
ayllu real de Wiraqocha.
Nos alojamos en Villa Mayor, el hotel posada del Portal Nuevo de la Plaza Regocijo. Me gustó entrar a su patio ecológico de bienvenidas, con alegres paredes pintadas de primavera, su escalera de cinco gradas de piedra y diecinueve peldaños, de barandas forradas con follajes navideños.
Gocé
desde su balcón la frescura de las aguas de su fuente lanzadas hacia el cielo y
el vigor
de sus qewñas formidables de la
antigua Kusipata.
La
tarde estaba tibia cuando nos sentamos en un bloque de granito del portal de la
Universidad, a unos pasos de la iglesia
de la Compañía. En el portal había pastelerías donde gastaba con otras colegialas
nuestros gordos de propina. Los ojos se nos iban sobre los voladores, los
alfajores las condesas, los trujillanos
y los mil hojas. Para cubrir la tardanza corría en medio de la lluvia de granizo
por la avenida Sol, sabiendo que mi madre me esperaba en la casa de Tullumayo
con un vaso de leche caliente.
La
Municipalidad decretó cinco días de feria pascual para ayudar a los
concurrentes, artistas populares y artesanos castigados por la pandemia. Al
multiplicar el Santurantikuy, mercado tradicional del 24 de diciembre los favoreció. En la memoria tengo un precioso cocodrilo de
madera articulado, rojo con pintas
verdes y los caballitos qorilazos de crines largas trabajados para la fiesta de
los niños entre muchos juguetes.
En
el monasterio de Santa Catalina. tú y Vida se engolosinaron , como yo en otra
época con los dulces de las monjitas las palomitas de manjar blanco rellenas con
piña, las bolitas de chocolate y las galletas de pura naranja. En un puesto de
la feria que me quitaba la vista de la Catedral, Vida eligió para mi armario un
carnerito, pequeña joya ferial diseñada en un cubo en San Jerónimo, pueblo que cobija a muchos
artistas. Con 94 años a cuestas sigue pintando allí Víctor Vivero. Habitaba la
calle más alta de San Blas, con el miraje del Qosqo colgado de su balcón.
Manejaba los pinceles, como si fuera la segunda mano del renombrado maestro Diego
Quispe Tito del siglo XVII. Solo él podría recuperar de las cenizas con su arte
los cuadros del insigne cusqueño quemados en el incendio del 2017 .
Cuando
voy al Qosqo siempre saludo a mi Taitacha de los Temblores, amado desde el
terremoto de 1650. Los restauradores retiraron con dificultad el hollín de
fervor que lo ennegrecían, miles de miles de de velas ardiendo a sus pies en un
abrazo cálido. Comejenes analfabetos lo estaban carcomiendo por dentro sus
carnes en el buzón de la herida de su costado lleno de cartas escritas con amor y desesperación, contándole sus cuitas.
En
Lunes Santos culpables las marchas, las venias y los retrocesos casi desarman
uno de sus brazos salvado en una víspera de llanto. Lo llevaron al Presbiterio y
en la oscuridad no pude verle. ‘Pero, el Señor te está viendo’ dijo Vida y
logró que su paz me inundara. Para florecer dejé que la huch’a mikhuq, piedra
ovoide inka refugiada en el recinto
sacro, se llevara mis penas.
En el Santurantikuy del 2021 las costureras y bordadoras exhibieron primores para el santo recién nacido. Sus agujas no se dieron abasto en adornar terciopelos, sedas, gasas y percalitas de diario y de fiesta. Las fajas para amarrar los pañales de bayeta de los waltaditos se recamaron de estrellas copiadas de un cielo en miniatura. Las devotas de la la Virgen Purificada de la iglesia de San Pedro escogieron las mejores para sus procesiones. A las túnicas con flecos se sumaron los trajes de los bailarines de la contradanza de Paucartambo.
Al
costado del Portal de los libreros los vidriados de San Sebastián y San
Jerónimo, al estilo virreinal. Los vidriados, derrochaban imaginación. Vi una azucarera con una orla de flores de qantu y
una taza de figuras abstractas.
Al
mediodía nos guarecimos en ‘El Truco’ escapando de una lluvia ligera. La
sabiduría gastronómica del veterano restaurante refociló la despedida. Chairo
humeante y combatiente, rocoto relleno emponchado, lechón crocante invitador
prodigando sabores, tamal derrochando ternezas. Al fondo, amenizándoles el eco digno de unas qenas.
Tres
días maravillosos vividos intensamente entre ayeres y presentes. Mis sueños que
se tornaron realidad porque tú lo quisiste y me regalaste el Qosqo en la
Navidad del 2021.
¡Gracias, Kukuli!