sábado, 29 de marzo de 2014

EL SULLU: CANDADO INKA

La honradez está muy arraigada en las comunidades andinas. No hay ladrones. El ama suwa, inventado por los españoles, no funciona entre su gente, así coo tampoco el ama qella (no seas ocioso) y el ama llulla (/no seas mentiroso). En las estancias o chozas no necesitan candados. No tienen puertas. Si colocan un palo o dos cruzados simplemente es para advertir que el dueño está ausente. Quien lo busque para protegerse de la lluvia o cuando lo ha sorprendido la noche  puede albergarse. Se sabe que no tocará nada. Si un viajero de ciudad quiere dejar su mochila, cámara fotográfica, dinero y otras prendas puede tener la máxima confianza. Los gobernantes roban en muchas partes del mundo. En los Andes de Perú sabemos que existe una honradez acrisolada.


Sin embargo, hay un candado de madera que se llama sullu. También hay puertas de madera en algunas construcciones inkas. El candado que aparece bellamente pintado es ceremonial. Hasta ahora los sullus corrientes sin decoración se usan para cerrar las kanchas donde descansan las alpakas durante la noche. Quizá se usaron en la época inka para guardar los rebaños de alpakas y  llamas blancas del Sol. Los ejemplares que quedan son muy escasos y no se ha indagado su objeto con los ancianos que pueden tener información.
                                   



SAN GIL: El SANTO DE LA MUERTE
                                
En los Andes concepto que existe sobre la muerte es muy diferente a otros. Ella es el puente que se tiende “entre la vida que vivimos y la otra donde el tiempo no cuenta.” La muerte no es fea, no es definitiva. La muerte no es estática, no está siempre en la sombra. La muerte es dinámica, es movimiento, es energía pura. Puede ser amiga, protectora, consejera y, en todo caso, sólo una manera de volver a las fuentes de origen. Entre los 328 santuarios que existían a lo largo de los seqes del Qosqo Inka había un santuario, Tankarani, que era el asiento de la muerte.
Según la tradición las jóvenes doncellas, de ciertas comunidades,  la celebran todavía una vez al año. En una canastilla tejida de ichu colocan las calaveras y prendiendo flores en sus agujeros orbitales, circundando su huesa con guirnaldas, las sacan para bailar en festivas rondas.

La muerte es sólo un camino para la gente del campo o una puerta que se abre para pasar a una tercera dimensión. La cima de un cerro legendario donde las gentes son felices porque pueden trabajar libres de sequías y heladas, donde los campos están siempre verdes y las cosechas son generosas.
El hallazgo de la muerte, confundida con la población celestial de una iglesia de Espinar, sorprendió  hace más de veinte años a los encargados de hacer un inventario de imágenes religiosas para el Instituto de Cultura de Qosqo. Los ecónomos que guardan celosamente las pesadas llaves del centro no pudieron darles mayor información. Sólo rogaron que no la saquen de allí y así debe ser.

Estaba como un santo más desde el virreinato. Tanto así, que su ropaje es de buena tela, de antigua data, así como las flores de papel que adornan su frente. Se le conoce como San Gil y goza el prestigio de ser muy efectivo como personaje de persecución y de justicia.
Los ecónomos nunca se extrañaron de su presencia, ya que idéntico personaje aparece en los cuadros de pintura religiosa cortando el árbol de la vida de los pecadores, sentado a la cabecera de los pacientes, como muestra de que llegó su hora,  y  con un niño,”en su corazón”, cuando fue  madrina de un niño que nació antes de tiempo, al que concedió el don de curar.

Espinar, Canas y Chumbivilcas, forman el trío de provincias altas cusqueñas y la principal actividad, debido a la altura, sobre los 3,700 metros, es la cría de ganado vacuno. Si algún animal es robado los damnificados son capaces de mover cielo y tierra para recuperarlo. Para ello, los “sherlock holmes” andinos examinan el sitio donde se movió el ladrón o los ladrones y por si acaso recogen en una chuspa o bolsa las huellas sospechosas que encuentran. Cuando no logran descubrir al ladrón les servirán cuando recurran a San Gil, la muerte, encaminándose a su altar enfervorizados por el odio que agita tempestades y envenena sus corazones.
 
Los comuneros quieren tanto a sus animales que nada puede enfurecerlos más que alguien se los arrebate. En los lugares que es famosa por los abigeos que cogen sus vacas y caballos cuando pueden, sólo la muerte, como máximo castigo, puede resarcir de su pérdida a  los perjudicados.
Si el ladrón es reconocido la demanda al juzgado es inmediata y no habrá contemplaciones con él. El asunto se torna crítico cuando es imposible identificar al culpable. Entonces vale su primera medida. Haber conservado la huella conservada de sus pisadas si estuvo fresca, porque la tierra estaba húmeda, o si se pudo recoger aunque sea el polvo, porque la tierra estaba seca.

La familia va entonces a la iglesia y pide al ecónomo que le permita rezar a San Gil y dejarle su pedido. La huella que fue embolsada se deposita a sus pies, quizás con alguna flor, pero sin el k’intu de coca que se pone para las ofrendas. Esa especie de demanda o llamado a la muerte hará que desate su mano justiciera sobre el culpable o culpables, siendo el fin de un drama cuando ya no les quedan lágrimas a las mujeres para seguir llorando y los hombres han renunciado a la ilusión de recuperar lo que era suyo.
Se ignora cómo subió la muerte a los altares. Esta iglesia es tan lejana, tan abandonada, donde rara vez llega un sacerdote que, sólo en siglos pasados, al devenir en ganaderos los kurakas y las comunidades, la introdujeron subrepticiamente entre sus altares. Ante los frecuentes robos de que eran objeto sólo les quedaba pedirle la pena máxima contra las ladrones.

Sus ocasionales devotos deben entrar con cuidado a la iglesia por el lado derecho, hacer su petición rogándole con unción que se movilice como un viento justiciero tras el o los malhechores y le quite la vida para que no sigan cayendo como un azote sobre las kanchas o corrales donde guardan a sus animales. Al irse deben hacerlo por el lado izquierdo porque su anonimato les impedirá salvará. Conocer su identidad, pero están seguros que la santa muerte cumplirá su ruego. Dos velas negras encendidas de cabeza se consumirán ante su altar mientras ella cumple su fúnebre e irremediable tarea.

Alfonsina Barrionuevo








domingo, 23 de marzo de 2014


EL AGUA DE LOS GLACIARES

Contemplar las caminatas del agua en los Andes es una gloria. Cae en cascada translúcida, se entrega en chorro blanco, avanza con ímpetu por los canales de riego para calmar la sed de los surcos, circula por las arterias humanas y llega su corazón para darle ánimos. En el Perú el agua no es la amada Mama Yaku de las comunidades nativas. Recibe agravios de las poblaciones citadinas, abusos en los febreros limeños donde los carnavales se extendieron nefastamente de tres días a un mes en que se desperdicia dolorosamente. Se contamina sin piedad por las emisiones de las fábricas y los relaves de las empresas mineras y del agua blanca se torna en agua negra.

En las proximidades del Día del Agua me parece exacto cuanto dice Armando Alvarado Balarezzo que desde su blog de Vergne, USA,  habla de una de las montañas tropicales de glaciares que tiene el Perú y que debía ser   su orgullo. Natural de Chiquián, Bolognesi, Ancash,   su voz se levanta para defender a Huayhuash.

¿Qué pasará cuando los glaciares de hoy/parezcan miles de elefantes muertos?
Seguramente no habránhermosaslagunas/frescos manantiales, dulces arroyos/blancas playas, ni ríos sonoros.
Abajo todo será gris páramo/ aunque arriba el cielo esté azul
y el Sol, más dorado que nunca..

Probablemente algún reptil sobreviva/ lamiendo gotas de ácida lluvia,
pero sólo hasta que el último cóndor/ caiga sobre él y lo devore…
Después el cóndor también morirá/ pero no de sed altura/ sino de agua pura...
Lo ocurrido en: México, Cuba y USA/es la punta del iceberg/de lo que puede pasar/ si continuamos de espaldas/ a la Madre Naturaleza...”

“Muere el día bajo un negro manto en Quihuillán. En Jircán un chuluc toca su /violín plañidero: penetrante, insondable... Así son las noches chiquianas para/ los chacareros y pastores, con sus cansancios rebeldes, sus esperanzas/ fallidas, su filuda pena y su candor campesino, cuando ven que los picachos/ más pequeños van perdiendo su blancura.”



ALLPAHUAYO MISHANA

Iquitos, capital de Loreto, es como una bellísima flor prendida en la increíble cabellera del Perú hecha de mar, cerros, nevados, árboles y ríos. Una visita a la legendaria heredad de los iquitos prehispánicos es descubrir la puerta misma de ese Antisuyu misterioso que fascinaba a los Inkas, señores del Tawantinsuyu.

En el corazón de la selva baja Iquitos revela facetas insospechadas de una región donde el avión que es su único medio de ingreso vuela como un águila de metal sobre el manto verde de la foresta. He estado muchas veces contemplando las puestas de sol en su malecón, navegando por las cercanías de esa Venecia pobre que es el barrio de Belén, contemplando la diversidad de especies animales y vegetales en su mercado, desde frutos exóticos donde la naturaleza derrama esencias misteriosas hasta peces como la karachama, que parece un guerrero armado hasta los dientes y suele “caminar” de una charca a otra cuando se le termina el agua de la suya.

Hay mucho que ver en Iquitos, pero nunca la visión de la selva u omagua será completa si no se hace un recorrido por los ríos para internarse en sus dominios y sentir su turgencia, sus olores y sonidos. Sobre todo en las reservas, y, hablando de ellas merece largamente una visita Allpahuayo Mishana, un paraíso a quince kilómetros de la capital. El Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana IIAP hace constantemente descubrimientos en aire, agua y tierra.

Allí se deja ver el poderoso caimán negro que fue inmortalizado en una estela chavin; el manatí, una graciosa criatura que es un sirénido; los esquivos osos hormigueros de lenguas cazadoras, monos grandes y pequeños de innumerables morisquetas y murcélagos increíbles aficionados a la miel o frutívoros que vuelan a la sombra, entre otros animales  que transitan por sus bosques de arena blanca, bosques de pantanos y de colinas arcillosas. 

En sus aguas de sus riachuelos y lagunas albergan desde peces  de antiquísimas estirpes hasta otros novedosos, junto a los lobos de río y juguetonas tortugas, charapas, taricayas y motelos. Alrededor de la tahuanpas las mariposas parecen flores aladas mientras las orquídeas semejan zarcillos en los ramajes que alzan sus brazos vegetales al cielo.

Los árboles son omnipresentes en la selva desde los patriarcales como la lupuna, los medicinales como la cascarilla o los perfumados como el palo de rosa cuya esencia, según dice, caracteriza al famoso Chanel 5 francés. 

Allpahuayo Mishana es un área privilegiada en la misma selva loretana, como un arca de Noé amazónica, de gran importancia económica y  biológica, cuyos habitantes tratan de cuidar su frágil ecosistema que es un perenne atractivo para los viajeros de cinco continentes. Sus vecinos están en la zona pero han aprendido a respetarla y protegerla cuidando de no inmiscuirse en su existencia.

Hay que cuidar la auténtica magia de la omagua, el  sortilegio de la foresta y la poesía que se desprende de su espacio poblado por espíritus míticos. Allpahuayo Mishana es un lugar de encanto entre los ríos que siguen un curso de encanto hacia el Atlántico a través del Amazonas. Tungurawa, el padre de todos.

En estos años de albores del siglo XXI hay que llamar la atención para que estos espacios no sean agredidos y se conserven para el futuro. La Amazonía es uno de los grandes pulmones de nuestro planeta.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 16 de marzo de 2014

Revisando notas que hicieron a propósito de la presentación de “Templos Sagrados de Machupiqchu”
encontré una muy original que copio para los lectores de “Perú Mundo de Leyendas”:  
                                          
“No sé cómo  hizo Alfonsina Barrionuevo pero se zambulló a la moda de los años 500 con bobitos y lazos hasta el tobillo y las muñecas. Se zambulló en los océanos de tinta de Cristóbal de Albornoz y del licenciado Juan Polo de Ondegardo. La tapa. Había estado esquivando a Juan de Betanzos que le hacía ojitos pero qué hacer tenía que encontrar los sitios sagrados o wakas de Machupiqchu. Al final se fue de brazo con Pedro Pizarro. Ella no vaciló en esa aventura de siglos pues el premio fue ubicar diecisiete templos, sitios o wakas en el famoso santuario, dejando pasmados a cuantos decían que no había nada que encontrar. Sus hallazgos son para dejar turulatos a los propios y turistas. Ya se irán con su libro “Templos Sagrados de Machupiqchu” y una lupa del Hubble. Tienen para pasmarse además con  dos “nuevos” intiwatanas descubiertos en el mismo Cusco. Uno en un hotel que se llama “Sueños del Inca” y que perteneció (el área) a Pachakuti Inka Yupanki, a tres cuadras de la Plaza Mayor y otro en Saqsaywaman; unas miniaturas de ofrenda de oro y plata que se ponían a las wakas y una mazorca de oro que perteneció a los jardines del Qorikancha. Ella es una investigadora de fondo y, ¡a leer el libro cometido!”
E.B.


 PALMERAS DE LA AMAZONIA
Un gusano gordo que se albergaba entre las sábanas de seda de una palmera fue mi  primer contacto con ellas. Se lo debo al amauta Javier Pulgar Vidal quien me invitó a saborear este singular especimen en su casa de la avenida Javier Prado. Se llama suri o wayt’anpu y frito es un chicharrón exquisito. Llegué un poco tarde y sólo quedó su grasa blanquecina  que el doctor me ofreció muy gentilmente en una tostada para que pudiera apreciar su sabor. Me gustó, de veras. Me quedé con las ganas porque a él se lo enviaban de Huánuco para su deleite.         
A la fecha he aprendido algo más de las palmeras que lo cobijan y de otras que regalan sus frutos dulces para la gente en las ciudades de la omagua y la rupa rupa. Palmeras que tienen además de éstos otros usos interesantes entre las naciones que viven en su frágil ecosistema, cuidándolo para no depredarlo. Una sabiduría que no alcanza a los gobiernos que creen que pueden hacer tabla rasa de esta hermosa región que posee una biodiversidad impresionante y cuyo manejo es muy delicado.
Betty Millán, Directora del Museo de Historia Natural de la Universidad Nacional de San Marcos, magíster en botánica tropical y doctora en ciencias biológicas, señala que la apetitosa larva se arropa en el capullo que teje en el tronco de  tres palmeras diferentes, el aguaje, el ungurawi o la shapaja. Su madre, un coleóptero de la selva, deposita sus huevos en las fisuras que encuentra. Los seres humanos u otras criaturas de la foresta pueden  interrumpir su ciclo cuando lo atrapan. Ya no será un escarabajo pero sí fuente de proteínas para los afortunados comensales.

Nuestra investigadora se preparó para la labor que realiza haciendo su maestría  con el profesor Francis Kahn en Francia, entrenándose después en Montpellier, del mismo país, y en el Smithsonian Institute de Estados Unidos de Norteamérica, para la extracción de ADN, el manejo del herbario del museo y particularmente la observación de palmeras.        

Desde 1989 y con informes anteriores se han contabilizado hasta 1,500  palmeras que despliegan con orgullo sus hojas ovaladas, alargadas, lanceoladas, con formas irregulares o crestas que se abren como abanicos. En Loreto, Huánuco, San Martín, Madre de Dios y Amazonas, existen muchas que son nuevas para la ciencia.
Teniendo en cuenta la condición fértil de la tierra en Lima Betty Millán espera aclimatar algunas variedades en el vivero del museo. Para un primer intento tiene la Astrocaryum o huicungo que puede crecer hasta cuatro o cinco metros, de hojas con agujeros que parecen caladas; la Chamaedorea fragans, sangapilla o shicashica, cuyas flores de color blanco crema desprenden un olor parecido al durazno y la Ceroxylon quindiuence que puede estirarse hasta llegar a veinte metros. En su momento, cuando se multipliquen, pueden brindar un vistoso aspecto ornamental así como perfumar con su aroma las vías de la ciudad.          

Siendo tan alto su número podrían exhibir en vitrina las dotes generosas de la naturaleza en flores de variados colores, caprichosas espigas o racimos, frutos comestibles muy agradables y  de alto valor nutritivo y finalmente su aptitud  para la industria de la construcción.            
Desde el 2009, según dice, el Perú participa en un programa sobre palmeras con  Francia, Alemania, España, Dinamarca, Inglaterra, Colombia, Ecuador y Bolivia. El trabajo de campo se realiza en expediciones por vía fluvial y carrozable. Los riesgos no se miden cuando se trata de una gran tarea. Una víbora en la trocha, un margay o pequeño gato montés que pasa por ahí, la picadura constante de nubes de mosquitos, se afrontan.    
Los jugosos frutos de varias palmeras como el aguaje, el pijuayo y el ungurawi son aprovechados para elaborar refrescos y helados. en ciudades como Iquitos y Pucallpa, además de pueblos circundantes, la Euterpe Catinga es una vieja conocida en los campamentos turísticos con el nombre de chonta.

Sus usos abarcan más rubros, pues, obedecen a las necesidades de esa población desconocida de las naciones amazónicas de selva alta y baja. Sus conocimientos milenarios sobre ellas son patrimonio de la humanidad. La  Oenacarpus bataua,  la Bactris  gasipaes y la Astrocaryum chambira, para citar algunas, tienen condiciones y valores que podrían acceder a diferentes mercados.

Sus frutos son alimento y sirven también para aplicaciones medicinales, su aceite para fabricar cosméticos y su corteza para confeccionar artesanías. La Chamaedorea pauciflora curiosamente tiene propiedades como desodorante. En cuanto  al  aspecto de la construcción estaría la Socratea exorrhyza para pisos y la Phytelephas tenuicaulis para el techado de las casas. 
Las palmeras forman parte de un universo que se mueve en la espesura, mariposas, arañas, murciélagos frugívoros, monos, ardillas, picaflores y otros. La gente de la inmensa región de los árboles y los ríos sabe cómo manejarlas para no afectar su existencia. Para cosechar sus frutos se deslizan ágilmente por sus troncos y no necesitan cortarlos como hacen los que llegan de otras partes, simplemente los doblan.

En los últimos 25 años se han hecho encuestas entre los amawaka del río Bocapariamanu, Madre de Dios; los nawas  del río Serjali, Ucayali; los shipibo conibo, del río Ucayali; los ashaninka de San Pedro de Pichanaz, Junín; los aguaruna del río Marañó n, Amazonas; los wanbisa del río Santiago, Loreto; y, los cocama-cocamilla del río Pacaya Samiria, Loreto; con  resultados sorprendentes.  
Según explica Betty Millán el enfoque de los trabajos taxonómico o ecológico proveen informaciones etnobotánicas y también de botánica económica, con una posible implicancia dentro de un marco de desarrollo sostenible. El manejo organizado de las poblaciones naturales, el desarrollo de sistemas agroforestales o  la recuperación de suelos degradados y espacios deforestados.

En lo que se refiere a su empleo se anotaron unos 268 diferentes en 16 categorías. Los más frecuentes fueron construcción (pisos, puertas, muebles, postes), comestible (frutos, refrescos, helados), artesanal (soguillas para canastas, etc.) y medicinal (sal vegetal), perfumes y tintes.
La producción científica fue analizada en varias categorías. Estudios de botánica económica general, estudios etnográficos y de etnobiología, estudios en palmeras americanas de interés económico y estudios que tratan exclusivamente de palmeras peruanas útiles.  
Hasta ahora la agroindustria trabaja con tres palmeras, el cocotero, la palmera aceitera  africana y la palmera datilera, que monopolizan los circuitos comerciales a nivel mundial. Casi no hay espacio para las palmeras nativas, muy atrasadas en el proceso de mejoramiento para convencer a los proveedores de fondos para invertir en la investigación. 
Las investigaciones etnobotánicas deben ser más activas, afirma Betty Millán, para manejar con mayor eficiencia estos recursos. Las palmeras amazónicas  pueden responder a los retos de nuestro tiempo y asegurar su futuro.

Alfonsina Barrionuevo      

domingo, 9 de marzo de 2014

LOS APUS DE HANS

Hans es una persona excelente. Le conocí en la casa de Mario Cama, el altomisayoq de Qhatqa, Cusco. Estaba allí, callado, con sus ojos admirados hasta que se apagaba la luz. Si alguien la habiera prendido habría visto el asombro en el fondo de sus pupilas. Ahora que está aquí pienso que sin hablar fue conquistando poco a poco, mes tras mes, año tras año, la simpatía de los Apus, espíritus protectores de los cerros, y de las Pachamamas, las Madre Tierra  de plazas y comarcas de los Andes. Un día me contaron que había recibido “una mesa”, es decir el poder para convocarlos, que es mucho decir. Vino a verme en Lima. Quería llamarles en mi casa. Eran los mismos que conocí cuando  iba a verles en la casa de Mario Cama. Ellos me hablaron de tantas cosas del Ande que escribí un libro, “Hablando con los Apus” (y las Pachamamas), que es muy leído en el Perú. (En el próximo blog y los que vengan copiaré algunas páginas para los lectores de este blog)
Aquella vez esperamos la quietud de la noche y cubrimos las ventanas con edredones. Hans rezó el Padre Nuestro que abre su camino, -no olvidar el sincretismo-, y después del peculiar silbido de llamada vinieron muy puntuales. Sus alas los fueron anunciando. Pero, se escuchaban pequeñas. Sus voces también no eran altas. Tampoco pudimos poner una mesa grande sino una de dimensiones recortadas.
Hans ha vuelto después de un largo tiempo. Según me cuenta sus Apus están creciendo. Quizá todavía son de la Segunda División. Claro que su empeño es grande. Irán creciendo hasta el tamaño que suelen tener cuando van donde los altomisaq de gran energía. Me sentiré feliz cuando podamos conversar de la tierra, del agua, de los cerros, del viento, de las nubes, del cielo, como antes de que los años y la distancia nos impidieran reunirnos. Cama ya no está. Ahora tengo a Hans.



MI PRIMER QOYLLUR RIT’I              

Juan Achahui me ayudó a sentir el respeto que guardan las gentes del Ande por el Padre Sol. La jornada que hicimos para asistir a su saludo, en  Ocongate, a 4,800 metros sobre el nivel del mar, en  Quispicanchis, Cusco, fue larga. Las horas, los minutos y los segundos se hacían trizas en cada pisada. Fuimos trepando andén tras andén en Tayankani  y cuando terminaron seguimos por un chakiñan que iba bordeando como una cinta los cerros. En el cielo las estrellas parecían moverse risueñas hasta que se iban convirtiendo en burbujas de luz que se desvanecían en la niebla.
Julia Chambi, Zuly Azurín y  yo caminamos hasta que nuestro guía llegó a una cumbre. Me había ofrecido mostrarme un Inti Raymi auténtico de siglo XX, y sólo veía sombras que pasaban.     
“¡Aquí!” y, cuando el sol hizo brillar el pico de los cerros al derramar sobre ellos oro cósmico,  escuché los majestuosos vivas de júbilo. “¡Haylli!”, “¡Haylli¡”, “¡Haylli¡”,  Miles de voces que parecían salir de las montañas como si ellas en conjunto lo saludaran. Al fin, con su claridad iluminando la altura mi corazón copió la alegría de hombres y mujeres que estaban con una rodilla en tierra y los brazos levantados. El astro radiante había vuelto en un nuevo solsticio de invierno.

Lo demás fue sencillo. Contemplamos el armónico ballet de las doncellas con sus guiones de plata sobre la altipanpa y luego el desfile de los conjuntos de música y danza, seguidos por los peregrinos. Cuando se fueron nos dejaron una emoción insondable y en cortos minutos estuvimos también caminando de regreso. La bajada era fuerte y nos cogimos del hilo musical de los k’arachu’nchos.  Cada vez que se detenían la fatiga era un polvo que se asentaba sobre nuestros músculos tensos. Volvía su música y nos sentíamos ágiles como  tarukas (venados). Los ukhukus o pabluchas nos adelantaban riendo debajo de sus máscaras pasamontaña, haciendo restallar sus látigos. Ellos venían de Qoyllur Rit’i donde subiría el año siguiente para un encuentro con Qolqe Punku, el nevado por donde entran las fuerzas que irradia desde el infinito la estrella Qoyllur.  

Cuando sea el momento mi alma volverá recogiendo los pasos de esos viajes inolvidables. El de Ocongate fue mi primera visión desde las alturas de un Inti Raymi donde los gritos de bienvenida al sol se elevaron en el orden de un río humano colmando el relieve de la cordillera. Lo tengo en mi cámara Rollei que los capturó para el futuro mientras mis latidos se fueron uniendo a los de ellos como uno solo, inconmensurable.
Aún las manos de terciopelo de Pachamama, la madre tierra, no habían tocado mis mejillas. Pero recibí el fuego de nuestro Padre llameante fundiéndose en mis huesos. Por eso estoy de pie, en actitud de warmi pukara, “de guerrera,” y no podrán vencerme.
Cusco celebraría, un poco más adelante, su fiesta jubilar. El Inti Raymi del mundo andino, los 24 de junio,  que un gobierno convirtió en el “Día del Campesino”, quitándole toda su connotación porque no era un runa.

En el antiguo “Dia del Indio” millones de peruanos nos abrazábamos porque sentíamos sangre de milenios precipitándose en nuestras arterias, desgalgándose por nuestras venas. Al pasar a campesino rompió la columna vertebral de los Andes. Lo dividió. Lima no siente la relación, prendida del globo modernista, mientras nosotros vamos a pie.
Si le pregunto qué piensa a la Pachamama estará en silencio. En ese ¡chin!, ese “vacío”, en el que se arropa para no escuchar cuando sufre. Hay que esperar que vuelva del sueño en que se sumerge porque ama a sus hijos y se apena al callar.

En agosto habrá en las comunidades y pueblos ofrendas para que sepa que es amada.      
Los españoles que inventaron el  ama qhella, ama sua, ama llulla, como preceptos inkas, atribuyéndolos inclusive al gran Pachakuteq, lo hicieron para rubricar el abuso. “No seas ocioso y trabaja para el patrón”, “no le robes al patrón”, “no le engañes al patrón.” Los andinos nunca fuimos gente de manos ociosas porque queremos a la madre tierra y nos gusta hacer ayni con ella y que en pago nos de kawsay, “vida.”  No tomamos lo ajeno porque tenemos lo suficiente. Mentir corresponde a una negación generada por el temor y el engaño que no funcionan frente a la sinceridad. Me parecen mejor, para los peruanos de hoy, allin yachay, allin  munay, allin llank’ay, “piensa bien”, “quiere bien”, “trabaja bien”, como afirmaba con énfasis Marina Sequeiros, alcaldesa de Cusco, que fue la primera mujer gobernante de la ciudad imperial y del Tawantinsuyu. 

La ofrenda a la Pachamama, que tiene hambre y sed cuando despierta, puede ser pequeña y abundante. Basta un k`intu, es decir tres hojas de coca si los tiempos son flacos. Si hay suerte, semillas, chancaca, wayruros, pallar, maìz, coca, en una mesa grande o en una q`esita, que es el codiciado ido de un picaflor. Si hay màs se colocan elementos que pertencen a los tres reinos de la naturaleza terminando con el qori libro y el qolqe libro, “hojitas de oro y plata”. Hay unas doscientas formas de preparar ofrendas. En todas tiene que primar el sentimiento. Se dice  tambièn despacho, pagapu, pero me gusta màs ofrenda, amor como ingrediente precioso.

Desde el 1° de agosto hasta el 31 del mes ella “saborea” los regalos que comparte con los Apus protectores de las familias que viven en sus cercanías, de sus cultivos y sus ganados; y también con las Pachamamas y los Apus olvidados. La gente andina es generosa. Siempre tiene presente la existencia de las ocho regiones y en  ellas, en una diversidad increíble la naturaleza toda, nevados, cerros, mesetas, ríos, lagunas, bosques, sembríos, animales domesticados y silvestres, que tienen relación directa con la Pachamama que a la vez es Mamaqocha, madre tierra y madre agua.

“Mamita, toma este juguito para tu sed” y le derraman unas gotas de chicha al terminar la ceremonia. La ofrenda debe arder sobre una “cama” de tizones al rojo vivo y los oferentes se retiran para que concurran los invitados de la Pachamama. Si se consume dejando una fina ceniza el regalo ha sido aceptado y ellos corresponderán en lo posible. 
Tampoco hay obligación plena. La reciprocidad depende también del clima, cuando interfieren los hombres y crean problemas críticos como el efecto invernadero, el calentamiento global, el adelgazamiento de la capa de ozono, se producen conflictos que afectan a la Pachamama y a los Apus. Las comunidades expuestas a los nuevos peligros están advertidas de lo que pasa a través de los sacerdotes andinos y ya se están preparando. Ellas tienen que defender su vida. Las promesas que se iniciaron en este Raymi  deben seguir en los que vienen. 

Alfonsina Barrionuevo


miskha@terra.com.pe

domingo, 2 de marzo de 2014

AGÜITA BUENA

En los siglos prehispánicos el agua bajaba retozona desde los altos picos andinos.  En los inviernos  copiaba rostros sonrientes en sus espejos. Sabía a cielo azul, a wayllares verdes, a sombra de árboles amigos. Los camarones jugaban a las escondidas en los charcos que se fomaban en sus costados. Los peces eran equilibristas que saltaban de un lado a otro o bajaban por resbaladeros de piedra.  Sus habitantes le llamaban Mamaq Mayu por la gran cantidad de carrizos que crecían en sus orillas como barbas de un abuelo complaciente. En los veranos el río era todo risas. Las lluvias le hacían crecer  llenando sus riberas.
 
Nunca fue un río hablador. No se sabe cuándo le llamaron Rimaq los españoles equivocadamente. Quizá influyó en el cambio de su patronímico la fama de Pachakamaq, el santuario de los oráculos, donde los sacerdotes hablaban con las fuerzas de la naturaleza y el cosmos.

No lo entendieron, le llamaron Rímac y lo despoblaron de las caritas risueñas, los peces y los camarones, dejando atrás su pasado de linfas cristalinas, su origen en la paqarina blanca de los Andes, su orgullo de reflejar en sus cristales al sol, la luna y las estrellas.

Imposible devolverle sus viejas dulzuras. Ahora en su camino lo enturbian y endurecen contaminantes y desagues.
Para beber sus aguas y devolverle sus sueños hay una receta peregrina. “Poner a un vaso de agua una pizca de bicarbonato, el jugo de medio limón y tomarlo inmediatamente”. No será santo remedio pero vale la pena intentarlo.

                   
EL PESTAÑEO DE UNA ESTRELLA

La astrónoma María Luisa Aguilar, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, pone sobre la mesa el tema de las estrellas. A su pedido y con generosos auspicios el prestigioso centro de estudios contará con un observatorio en Maranganí, una localidad privilegiada de Cusco donde no hay contaminación lumínica y se puede observar las estrellas a plenitud.

Con este motivo recordamos la valiosa información del antropólogo Demetrio Roca Huallparimachi sobre el cielo cusqueño. Sus alumnos compilaron los conocimientos que conservan sobre los cuerpos celestes  las gentes de Ampay y  Makay, del Valle Sagrado.
En ambas comunidades hasta los niños podían marcar el paso del tiempo en el pestañeo de una estrella, en el tam tam de los tambores de la lluvia o en la diafanidad de los puqyus o manantiales que reflejan las cóleras o júbilos del cielo.
Nadie conoce como ellos los mil rostros del tiempo que cabalga sobre los hombros encorvados del día o se descalza para pasar por puentes de arco iris. Unas veces flor del aire o pájaro de la aurora. o canción que atardece en la rama de un árbol que comienza a florecer estrellas.
¿Quién podría decir cuando nació? ¡Imaynachá! Pero, arranca de una eternidad en las cuencas vacías de los muertos antiquísimos o “gentiles” y se proyecta a otra en el fondo de los ojos espectrales de los altomishayoq, sacerdotes andinos tocados por los rayos, que miran más allá de la vida y de la muerte.
Ampay es un pueblo diminuto que se recuesta en una quebrada, al pie de un cerro que parece una señora envuelta en un manto de flores. Sus raíces son  muy viejas. En un tiempo sin edad, cuando sólo alumbraba la luna, la tierra dio a luz, dicen sus habitantes, a unos seres de talla gigantesca, los ñaupa, que habitaban en cuevas. Un día salió el sol y se quemaron. Sus huesos se secan en las grietas de los cerros pero sus espíritus, “que nunca tendrán fin”, dialogan en las noches castigando a los osados que perturban su retiro.

Después vino otra humanidad, Los hombres de hoy que viven al amparo de las montañas. Apu Qorivian, protector de los animales, que también se llama San Juan y San Mateo. Apu Intiwatana que juzga los actos de las gentes y los castiga. Apu Pukara Pantilliklla, señor de la flor del panti que cura a los enfermos que le llevan sus ofrendas. Apu Wakar, que ayuda a cuidar los rebaños acercándose a los hombres bajo la forma de un pastorcito alegre y curioso.
En el mismo lugar, un poco más allá está Makay. Una trocha que parte de la carretera del Valle Sagrado de los Inkas es el cordón umbilical que une el pueblo con el resto del mundo. Makay que se acurruca, al abrigo de los mismos Apus, está habitada como su nombre lo indica por hombres arrogantes y bravos que hoy viven bajo el signo de la paz.

Su cielo es limpio y en la noches se baña de luz como si fuera un observatorio astronómico, por cuyos lentes pasan astros y constelaciones. Las estrellas ruedan sobre la chakitaqllas terrestres, por el tobogán de los techos y alumbran en la vida de los hombres que leen, como sus antepasados, en el gran libro del infinito presintiendo la existencia de otros mundos galácticos y otros seres que “algún día vendrán a invadir la tierra aunque no sabemos si será como amigos o enemigos”.
Podría ser que las gentes de Ampay y Makay no escriban en español, mas no todo consiste en saber leer y escribir un idioma ajeno. Hay conceptos que figuran en la memoria de los pueblos y que merecerían estar en las páginas de los libros como estas definiciones del cielo hecha por hombres sencillos, pero de una  fecunda imaginación y sugerente poesía.
“El cielo es una bóveda de rocas redondas de cristal, que cubre la tierra como la sombrilla de una gran kallanpa (hongo), resplandece de día con el sol y de noche se borda de estrellas. El cielo o Hanaq Pacha es el primer mundo o tierra de arriba donde vive Dios, en un palacio de espejos con su legión de ángeles y santos”.
“Hay una escalera de piedra, orientada a la salida del sol, q  ue trepa desde abajo entre árboles frutales y enredaderas. Ismael Huamán, de 73 años, enfermó gravemente y subió por ella viendo a la Virgen que tejía con unos qaytos y ovillos de lana. Sin embargo  lo enviaron de regreso porque no había llegado su hora. Por allí van las almas después de dejar sus cuerpos en la tierra y tocan las puertas del cielo. Los elegidos entran. Los otros son condenados a vagar eternamente por las laderas de los cerros.”

“El Kay Pacha, la tierra en que vivimos, declaro Mariano Huaranca, patriarca de ojos acuosos, está suspendida sobre pilares de oro y plata encima de una gran laguna, la Marqocha o Juana Puyka, la madre del agua. Hay un tercer mundo, el Ukhu Pacha o Tierra de Abajo, poblada por las madres o los padres de los seres vivientes que hay arriba.”
Marcosa Manotupa pìensa que el sol es “un joven buen mozo, que nunca envejece”. Taitanchis Wayna Qhapaq, “Señor Todopoderoso”. “Los Apus le enviaron para alumbrar el mundo que sin él sería laqa, -oscuro, sin vida.- El destello fuerte de sus barbas y sus cabellos de oro impiden verle. A veces va a pie, a veces en un caballo blanco con herrajes de luces. Cuando termina el día  reclina fatigado su frente en el seno de Mama Puyka y se refresca en sus aguas“.
La luna es una niña de plata que camina con su cántaro de agua. Eleuterio Chanpi,  de Makay, que no sabe de cohetes espaciales ni astronautas, afirma que es la Virgen “que suelta sobre la tierra su cabellera argentada”. Sebastián Huaranca, de Ampay, asegura que es “Erwa”, la primera mujer.
Antonio Cauri, panpamishayoq o sacerdote de Ampay habla de los eclipses como enfermedades que aquejan a los astros por la mala conducta de los hombres. “Las barbas del sol se opacan y la luna se enfría encima de los cerros o se mancha de sangre, contagiando sus males a hombres y animales.”

Las estrellas son luciérnagas celestes, pichinkuros, gusanos de luz que encienden el “farolito de sus vientres.” “Desde la tierra parecen iguales pero son diferentes y sólo nosotros las conocemos,” revela Santusa Wallpari. “Aquí los niños nacen con la cara a las estrellas y cuando los viejos bajan a la tierra la visión de ellas es lo último que se llevan en sus ojos”. “Aquella es la ch’isin ch’aska”, -estrella primera, bella como ninguna.- A medianoche sale la Qoyllur,  -estrella de las princesas -,  la lluthu, que se oculta de rato en rato es la estrella perdiz. Por allá van las Hatun Calvario que forman la gran Cruz del cielo. El hanp’atu o -estrella sapo- salta sobre nuestras cabezas cuando atardece. La llamañawi camina con los rebaños y al amanecer prende su luz la ch’aska paqareq -estrella matutina-”.

“La lluvia es una doncella que nace del corazón helado del Ausanqati y el Salqantay, cumbres nevadas. Ella viste trajes diferentes según los meses del año. La Chiripa phuyu, se envuelve en un chal blanco que parece hecho con una nube de granizo; la rit’ipara es, menudita, con copos de nube; chirapa, que lo lleva entretejido con rayos de sol y  enferma; mistimanch’achiy, ¡que sólo asusta a los blancos! y  así muchas otras”
El arco iris es un ser maléfico que enreda en sus siete brazos de colores a hombres y animales, ¡y los mata! Nace en el vientre de las nubes negras, en la niebla de los pantanos, en el ojo de los puqyus. El Inti cometa encierra al sol en sus anillos y abre las puertas del cielo con llave de oro para que salga la lluvia. El usa k’uichi, que es azul, se bebe en cambio toda el agua y seca el cielo.

Así los hombres de Ampay y Makay se mezclan con los personajes del tiempo y del espacio y conviven con ellos, recibiendo su ayuda o soportando sus extravíos. “Hay un granizo, el hatun chiqchi que es malvado porque roba los sembríos y otro, el mikhuy chiqchi que es como una hermanito pequeño y bondadoso que lleva en su corazón un grano de tierra que sirve de abono. El rayo o qhaqa es la espada de oro del patrón Santiago que rasga los cielos cuando está enojado. La nevada es el aliento tibio de la tierra que se convierte en rocío de nieve entre las manos del tiempo.”


Alfonsina Barrionuevo