domingo, 2 de marzo de 2014

AGÜITA BUENA

En los siglos prehispánicos el agua bajaba retozona desde los altos picos andinos.  En los inviernos  copiaba rostros sonrientes en sus espejos. Sabía a cielo azul, a wayllares verdes, a sombra de árboles amigos. Los camarones jugaban a las escondidas en los charcos que se fomaban en sus costados. Los peces eran equilibristas que saltaban de un lado a otro o bajaban por resbaladeros de piedra.  Sus habitantes le llamaban Mamaq Mayu por la gran cantidad de carrizos que crecían en sus orillas como barbas de un abuelo complaciente. En los veranos el río era todo risas. Las lluvias le hacían crecer  llenando sus riberas.
 
Nunca fue un río hablador. No se sabe cuándo le llamaron Rimaq los españoles equivocadamente. Quizá influyó en el cambio de su patronímico la fama de Pachakamaq, el santuario de los oráculos, donde los sacerdotes hablaban con las fuerzas de la naturaleza y el cosmos.

No lo entendieron, le llamaron Rímac y lo despoblaron de las caritas risueñas, los peces y los camarones, dejando atrás su pasado de linfas cristalinas, su origen en la paqarina blanca de los Andes, su orgullo de reflejar en sus cristales al sol, la luna y las estrellas.

Imposible devolverle sus viejas dulzuras. Ahora en su camino lo enturbian y endurecen contaminantes y desagues.
Para beber sus aguas y devolverle sus sueños hay una receta peregrina. “Poner a un vaso de agua una pizca de bicarbonato, el jugo de medio limón y tomarlo inmediatamente”. No será santo remedio pero vale la pena intentarlo.

                   
EL PESTAÑEO DE UNA ESTRELLA

La astrónoma María Luisa Aguilar, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, pone sobre la mesa el tema de las estrellas. A su pedido y con generosos auspicios el prestigioso centro de estudios contará con un observatorio en Maranganí, una localidad privilegiada de Cusco donde no hay contaminación lumínica y se puede observar las estrellas a plenitud.

Con este motivo recordamos la valiosa información del antropólogo Demetrio Roca Huallparimachi sobre el cielo cusqueño. Sus alumnos compilaron los conocimientos que conservan sobre los cuerpos celestes  las gentes de Ampay y  Makay, del Valle Sagrado.
En ambas comunidades hasta los niños podían marcar el paso del tiempo en el pestañeo de una estrella, en el tam tam de los tambores de la lluvia o en la diafanidad de los puqyus o manantiales que reflejan las cóleras o júbilos del cielo.
Nadie conoce como ellos los mil rostros del tiempo que cabalga sobre los hombros encorvados del día o se descalza para pasar por puentes de arco iris. Unas veces flor del aire o pájaro de la aurora. o canción que atardece en la rama de un árbol que comienza a florecer estrellas.
¿Quién podría decir cuando nació? ¡Imaynachá! Pero, arranca de una eternidad en las cuencas vacías de los muertos antiquísimos o “gentiles” y se proyecta a otra en el fondo de los ojos espectrales de los altomishayoq, sacerdotes andinos tocados por los rayos, que miran más allá de la vida y de la muerte.
Ampay es un pueblo diminuto que se recuesta en una quebrada, al pie de un cerro que parece una señora envuelta en un manto de flores. Sus raíces son  muy viejas. En un tiempo sin edad, cuando sólo alumbraba la luna, la tierra dio a luz, dicen sus habitantes, a unos seres de talla gigantesca, los ñaupa, que habitaban en cuevas. Un día salió el sol y se quemaron. Sus huesos se secan en las grietas de los cerros pero sus espíritus, “que nunca tendrán fin”, dialogan en las noches castigando a los osados que perturban su retiro.

Después vino otra humanidad, Los hombres de hoy que viven al amparo de las montañas. Apu Qorivian, protector de los animales, que también se llama San Juan y San Mateo. Apu Intiwatana que juzga los actos de las gentes y los castiga. Apu Pukara Pantilliklla, señor de la flor del panti que cura a los enfermos que le llevan sus ofrendas. Apu Wakar, que ayuda a cuidar los rebaños acercándose a los hombres bajo la forma de un pastorcito alegre y curioso.
En el mismo lugar, un poco más allá está Makay. Una trocha que parte de la carretera del Valle Sagrado de los Inkas es el cordón umbilical que une el pueblo con el resto del mundo. Makay que se acurruca, al abrigo de los mismos Apus, está habitada como su nombre lo indica por hombres arrogantes y bravos que hoy viven bajo el signo de la paz.

Su cielo es limpio y en la noches se baña de luz como si fuera un observatorio astronómico, por cuyos lentes pasan astros y constelaciones. Las estrellas ruedan sobre la chakitaqllas terrestres, por el tobogán de los techos y alumbran en la vida de los hombres que leen, como sus antepasados, en el gran libro del infinito presintiendo la existencia de otros mundos galácticos y otros seres que “algún día vendrán a invadir la tierra aunque no sabemos si será como amigos o enemigos”.
Podría ser que las gentes de Ampay y Makay no escriban en español, mas no todo consiste en saber leer y escribir un idioma ajeno. Hay conceptos que figuran en la memoria de los pueblos y que merecerían estar en las páginas de los libros como estas definiciones del cielo hecha por hombres sencillos, pero de una  fecunda imaginación y sugerente poesía.
“El cielo es una bóveda de rocas redondas de cristal, que cubre la tierra como la sombrilla de una gran kallanpa (hongo), resplandece de día con el sol y de noche se borda de estrellas. El cielo o Hanaq Pacha es el primer mundo o tierra de arriba donde vive Dios, en un palacio de espejos con su legión de ángeles y santos”.
“Hay una escalera de piedra, orientada a la salida del sol, q  ue trepa desde abajo entre árboles frutales y enredaderas. Ismael Huamán, de 73 años, enfermó gravemente y subió por ella viendo a la Virgen que tejía con unos qaytos y ovillos de lana. Sin embargo  lo enviaron de regreso porque no había llegado su hora. Por allí van las almas después de dejar sus cuerpos en la tierra y tocan las puertas del cielo. Los elegidos entran. Los otros son condenados a vagar eternamente por las laderas de los cerros.”

“El Kay Pacha, la tierra en que vivimos, declaro Mariano Huaranca, patriarca de ojos acuosos, está suspendida sobre pilares de oro y plata encima de una gran laguna, la Marqocha o Juana Puyka, la madre del agua. Hay un tercer mundo, el Ukhu Pacha o Tierra de Abajo, poblada por las madres o los padres de los seres vivientes que hay arriba.”
Marcosa Manotupa pìensa que el sol es “un joven buen mozo, que nunca envejece”. Taitanchis Wayna Qhapaq, “Señor Todopoderoso”. “Los Apus le enviaron para alumbrar el mundo que sin él sería laqa, -oscuro, sin vida.- El destello fuerte de sus barbas y sus cabellos de oro impiden verle. A veces va a pie, a veces en un caballo blanco con herrajes de luces. Cuando termina el día  reclina fatigado su frente en el seno de Mama Puyka y se refresca en sus aguas“.
La luna es una niña de plata que camina con su cántaro de agua. Eleuterio Chanpi,  de Makay, que no sabe de cohetes espaciales ni astronautas, afirma que es la Virgen “que suelta sobre la tierra su cabellera argentada”. Sebastián Huaranca, de Ampay, asegura que es “Erwa”, la primera mujer.
Antonio Cauri, panpamishayoq o sacerdote de Ampay habla de los eclipses como enfermedades que aquejan a los astros por la mala conducta de los hombres. “Las barbas del sol se opacan y la luna se enfría encima de los cerros o se mancha de sangre, contagiando sus males a hombres y animales.”

Las estrellas son luciérnagas celestes, pichinkuros, gusanos de luz que encienden el “farolito de sus vientres.” “Desde la tierra parecen iguales pero son diferentes y sólo nosotros las conocemos,” revela Santusa Wallpari. “Aquí los niños nacen con la cara a las estrellas y cuando los viejos bajan a la tierra la visión de ellas es lo último que se llevan en sus ojos”. “Aquella es la ch’isin ch’aska”, -estrella primera, bella como ninguna.- A medianoche sale la Qoyllur,  -estrella de las princesas -,  la lluthu, que se oculta de rato en rato es la estrella perdiz. Por allá van las Hatun Calvario que forman la gran Cruz del cielo. El hanp’atu o -estrella sapo- salta sobre nuestras cabezas cuando atardece. La llamañawi camina con los rebaños y al amanecer prende su luz la ch’aska paqareq -estrella matutina-”.

“La lluvia es una doncella que nace del corazón helado del Ausanqati y el Salqantay, cumbres nevadas. Ella viste trajes diferentes según los meses del año. La Chiripa phuyu, se envuelve en un chal blanco que parece hecho con una nube de granizo; la rit’ipara es, menudita, con copos de nube; chirapa, que lo lleva entretejido con rayos de sol y  enferma; mistimanch’achiy, ¡que sólo asusta a los blancos! y  así muchas otras”
El arco iris es un ser maléfico que enreda en sus siete brazos de colores a hombres y animales, ¡y los mata! Nace en el vientre de las nubes negras, en la niebla de los pantanos, en el ojo de los puqyus. El Inti cometa encierra al sol en sus anillos y abre las puertas del cielo con llave de oro para que salga la lluvia. El usa k’uichi, que es azul, se bebe en cambio toda el agua y seca el cielo.

Así los hombres de Ampay y Makay se mezclan con los personajes del tiempo y del espacio y conviven con ellos, recibiendo su ayuda o soportando sus extravíos. “Hay un granizo, el hatun chiqchi que es malvado porque roba los sembríos y otro, el mikhuy chiqchi que es como una hermanito pequeño y bondadoso que lleva en su corazón un grano de tierra que sirve de abono. El rayo o qhaqa es la espada de oro del patrón Santiago que rasga los cielos cuando está enojado. La nevada es el aliento tibio de la tierra que se convierte en rocío de nieve entre las manos del tiempo.”


Alfonsina Barrionuevo

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