AGÜITA
BUENA
En los siglos prehispánicos el agua bajaba retozona desde los altos picos
andinos. En los inviernos copiaba rostros sonrientes en sus espejos. Sabía
a cielo azul, a wayllares verdes, a sombra de árboles amigos. Los camarones
jugaban a las escondidas en los charcos que se fomaban en sus costados. Los
peces eran equilibristas que saltaban de un lado a otro o bajaban por
resbaladeros de piedra. Sus habitantes le
llamaban Mamaq Mayu por la gran cantidad de carrizos que crecían en sus orillas
como barbas de un abuelo complaciente. En los veranos el río era todo risas.
Las lluvias le hacían crecer llenando
sus riberas.
Nunca fue un río hablador. No se sabe cuándo le llamaron Rimaq los
españoles equivocadamente. Quizá influyó en el cambio de su patronímico la fama
de Pachakamaq, el santuario de los oráculos, donde los sacerdotes hablaban con
las fuerzas de la naturaleza y el cosmos.
No lo entendieron, le llamaron Rímac y lo despoblaron de las caritas
risueñas, los peces y los camarones, dejando atrás su pasado de linfas
cristalinas, su origen en la paqarina blanca de los Andes, su orgullo de reflejar
en sus cristales al sol, la luna y las estrellas.
Imposible devolverle sus viejas dulzuras. Ahora en su camino lo enturbian
y endurecen contaminantes y desagues.
Para beber sus aguas y devolverle sus sueños hay una receta peregrina. “Poner
a un vaso de agua una pizca de bicarbonato, el jugo de medio limón y tomarlo
inmediatamente”. No será santo remedio pero vale la pena intentarlo.
EL PESTAÑEO DE UNA ESTRELLA
La astrónoma María Luisa Aguilar, de
la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, pone sobre la mesa el tema de las
estrellas. A su pedido y con generosos auspicios el prestigioso centro de
estudios contará con un observatorio en Maranganí, una localidad privilegiada
de Cusco donde no hay contaminación lumínica y se puede observar las estrellas
a plenitud.
Con este motivo recordamos la valiosa
información del antropólogo Demetrio Roca Huallparimachi sobre el cielo
cusqueño. Sus alumnos compilaron los conocimientos que conservan sobre los
cuerpos celestes las gentes de Ampay
y Makay, del Valle Sagrado.
En ambas comunidades hasta los niños
podían marcar el paso del tiempo en el pestañeo de una estrella, en el tam tam
de los tambores de la lluvia o en la diafanidad de los puqyus o manantiales que
reflejan las cóleras o júbilos del cielo.
Nadie conoce como ellos los mil
rostros del tiempo que cabalga sobre los hombros encorvados del día o se
descalza para pasar por puentes de arco iris. Unas veces flor del aire o pájaro
de la aurora. o canción que atardece en la rama de un árbol que comienza a
florecer estrellas.
¿Quién podría decir cuando nació?
¡Imaynachá! Pero, arranca de una eternidad en las cuencas vacías de los muertos
antiquísimos o “gentiles” y se proyecta a otra en el fondo de los ojos
espectrales de los altomishayoq, sacerdotes andinos tocados por los rayos, que
miran más allá de la vida y de la muerte.
Ampay es un pueblo diminuto que se
recuesta en una quebrada, al pie de un cerro que parece una señora envuelta en
un manto de flores. Sus raíces son muy
viejas. En un tiempo sin edad, cuando sólo alumbraba la luna, la tierra dio a
luz, dicen sus habitantes, a unos seres de talla gigantesca, los ñaupa, que
habitaban en cuevas. Un día salió el sol y se quemaron. Sus huesos se secan en
las grietas de los cerros pero sus espíritus, “que nunca tendrán fin”, dialogan
en las noches castigando a los osados que perturban su retiro.
Después vino otra humanidad, Los
hombres de hoy que viven al amparo de las montañas. Apu Qorivian, protector de
los animales, que también se llama San Juan y San Mateo. Apu Intiwatana que
juzga los actos de las gentes y los castiga. Apu Pukara Pantilliklla, señor de
la flor del panti que cura a los enfermos que le llevan sus ofrendas. Apu
Wakar, que ayuda a cuidar los rebaños acercándose a los hombres bajo la forma
de un pastorcito alegre y curioso.

Su cielo es limpio y en la noches se
baña de luz como si fuera un observatorio astronómico, por cuyos lentes pasan
astros y constelaciones. Las estrellas ruedan sobre la chakitaqllas terrestres,
por el tobogán de los techos y alumbran en la vida de los hombres que leen,
como sus antepasados, en el gran libro del infinito presintiendo la existencia
de otros mundos galácticos y otros seres que “algún día vendrán a invadir la
tierra aunque no sabemos si será como amigos o enemigos”.
Podría ser que las gentes de Ampay y
Makay no escriban en español, mas no todo consiste en saber leer y escribir un
idioma ajeno. Hay conceptos que figuran en la memoria de los pueblos y que
merecerían estar en las páginas de los libros como estas definiciones del cielo
hecha por hombres sencillos, pero de una
fecunda imaginación y sugerente poesía.
“El cielo es una bóveda de rocas
redondas de cristal, que cubre la tierra como la sombrilla de una gran kallanpa
(hongo), resplandece de día con el sol y de noche se borda de estrellas. El
cielo o Hanaq Pacha es el primer mundo o tierra de arriba donde vive Dios, en
un palacio de espejos con su legión de ángeles y santos”.
“Hay una escalera
de piedra, orientada a la salida del sol, q ue
trepa desde abajo entre árboles frutales y enredaderas. Ismael Huamán, de 73
años, enfermó gravemente y subió por ella viendo a la Virgen que tejía con unos
qaytos y ovillos de lana. Sin embargo lo
enviaron de regreso porque no había llegado su hora. Por allí van las almas
después de dejar sus cuerpos en la tierra y tocan las puertas del cielo. Los
elegidos entran. Los otros son condenados a vagar eternamente por las laderas
de los cerros.”
“El Kay Pacha, la tierra en que
vivimos, declaro Mariano Huaranca, patriarca de ojos acuosos, está suspendida
sobre pilares de oro y plata encima de una gran laguna, la Marqocha o Juana
Puyka, la madre del agua. Hay un tercer mundo, el Ukhu Pacha o Tierra de Abajo,
poblada por las madres o los padres de los seres vivientes que hay arriba.”
Marcosa Manotupa pìensa que el sol es
“un joven buen mozo, que nunca envejece”. Taitanchis Wayna Qhapaq, “Señor
Todopoderoso”. “Los Apus le enviaron para alumbrar el mundo que sin él sería
laqa, -oscuro, sin vida.- El destello fuerte de sus barbas y sus cabellos de
oro impiden verle. A veces va a pie, a veces en un caballo blanco con herrajes
de luces. Cuando termina el día reclina
fatigado su frente en el seno de Mama Puyka y se refresca en sus aguas“.
La luna es una niña de plata que
camina con su cántaro de agua. Eleuterio Chanpi, de Makay, que no sabe de cohetes espaciales
ni astronautas, afirma que es la Virgen “que suelta sobre la tierra su
cabellera argentada”. Sebastián Huaranca, de Ampay, asegura que es “Erwa”, la
primera mujer.
Antonio Cauri, panpamishayoq o
sacerdote de Ampay habla de los eclipses como enfermedades que aquejan a los
astros por la mala conducta de los hombres. “Las barbas del sol se opacan y la
luna se enfría encima de los cerros o se mancha de sangre, contagiando sus
males a hombres y animales.”
Las estrellas son luciérnagas
celestes, pichinkuros, gusanos de luz que encienden el “farolito de sus
vientres.” “Desde la tierra parecen iguales pero son diferentes y sólo nosotros
las conocemos,” revela Santusa Wallpari. “Aquí los niños nacen con la cara a
las estrellas y cuando los viejos bajan a la tierra la visión de ellas es lo
último que se llevan en sus ojos”. “Aquella es la ch’isin ch’aska”, -estrella
primera, bella como ninguna.- A medianoche sale la Qoyllur, -estrella de las princesas -, la lluthu, que se oculta de rato en rato es
la estrella perdiz. Por allá van las Hatun Calvario que forman la gran Cruz del
cielo. El hanp’atu o -estrella sapo- salta sobre nuestras cabezas cuando
atardece. La llamañawi camina con los rebaños y al amanecer prende su luz la
ch’aska paqareq -estrella matutina-”.
“La lluvia es una doncella que nace
del corazón helado del Ausanqati y el Salqantay, cumbres nevadas. Ella viste
trajes diferentes según los meses del año. La Chiripa phuyu, se envuelve en un
chal blanco que parece hecho con una nube de granizo; la rit’ipara es,
menudita, con copos de nube; chirapa, que lo lleva entretejido con rayos de sol
y enferma; mistimanch’achiy, ¡que sólo
asusta a los blancos! y así muchas otras”
El arco iris es un ser maléfico que
enreda en sus siete brazos de colores a hombres y animales, ¡y los mata! Nace
en el vientre de las nubes negras, en la niebla de los pantanos, en el ojo de
los puqyus. El Inti cometa encierra al sol en sus anillos y abre las puertas
del cielo con llave de oro para que salga la lluvia. El usa k’uichi, que es
azul, se bebe en cambio toda el agua y seca el cielo.
Así los hombres de Ampay y Makay se
mezclan con los personajes del tiempo y del espacio y conviven con ellos,
recibiendo su ayuda o soportando sus extravíos. “Hay un granizo, el hatun
chiqchi que es malvado porque roba los sembríos y otro, el mikhuy chiqchi que
es como una hermanito pequeño y bondadoso que lleva en su corazón un grano de
tierra que sirve de abono. El rayo o qhaqa es la espada de oro del patrón
Santiago que rasga los cielos cuando está enojado. La nevada es el aliento
tibio de la tierra que se convierte en rocío de nieve entre las manos del
tiempo.”
Alfonsina
Barrionuevo
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