domingo, 31 de enero de 2016


ANGELES DE LOS ANDES

Los pobladores de las alturas sienten la magia y la energía que irradian los cerros, achachilas, apus, wamanis, wamalis, orqos, aukis, aukillos y hirkas. Ellos dicen que están vivos, que hablan en noches de luna, que pelean cuando desatan las tormentas, que se abren y regalan sus riquezas a caminantes afortunados, y bailan en los atardeceres de sol con las doncellas que raptan.
Es su parte viva. Hay otra que se conoce muy poco porque se encuentra en las entrañas de los Andes. Maravillas que guardan desde tiempos muy lejanos en su amanecer. Una riqueza de texturas como si fueran metales, hilachas de agua congelada, capullos de colores vivos, astillas de blancuras intocadas, enlaces caprichosos entre unos y otros, cuya vista genera deslumbramiento y  atracción hacia espacios cautivantes. Entre esas gemas que aparecen en las geodas, globos donde reposan con propio resplandor, están los cuarzos. Los panpamisayoq, altomisayoq y kuraq akulleq, los conocen bien, que recoen energías ocultas. Una condición especial porque su kamaqen, como si fuera su alma, flota en forma de algodones. Allí reside su fuerza que puede proyectarse a los seres humanos. Si no lo tiene está muerto, curiosa manera de decir pero es porque se convierte en un vidrio sin valor. 


BUENOS LADRONES EN WIRAPAMPAS       

En Wirapampas se roba con la venia de un celestial patrón: Santiago, el Mayor. Unas tazas de buen café y un delicioso chancay con mantequilla bastan para conversar una tarde cualquiera. Ricardo Valderrama y Enrique Rosas, antropólogos de Cusco, se detienen para contar sus experiencias de campo; mientras Lima deposita sus poluciones de anhídrido carbónico en la aromática bebida. Ambos sabían que no se puede investigar tras un escritorio. Por eso, se fueron de la universidad a vivir en una comunidad apurimeña.
En las comunidades la honradez es ley, pero en Wirapanpas,  Cotabambas, Apurímac, Taita Dios instauró el robo: “Los inútiles serán buenos cristianos; los mediocres serán aquellos que caigan siempre en manos de la justicia; los buenos ladrones harán crecer bajo su sombra la abundancia.” Así dijo Taita Dios y dividió a los cristianos en tres grupos”, relata Enrique Rosas y prosigue. “Para ser justo, les puso una prueba. Debían robar los huevos de un leqecho, pájaro de la puna con oídos muy agudos. El primero no llegó a meter su mano en el nido y fue corrido a aletazos. El segundo esperó que se durmiera y ya estaba por sustraerle uno cuando fue descubierto. Sólo el tercero lo hizo roncar valiéndose de unas hierbas y triunfó sobre los otros,  menos listos.”
Ambos sacan más datos de su mochila de caminantes. “Allá donde el cielo y la tierra se juntan en Wirapanpas, el Patrón Santiago enseñó a robar con su mal ejemplo a los hombres, cuando bajaba al  Chalwawacho. Este Santiago, el Mayor, era grande, era robusto. Su gran peso agobiaba a su cabalgadura. Su lomo estaba lleno de mataduras. En eso encontró a su hermano Santiago, el Menor. Cómo le envidió su caballo alto, hermoso, con cascos de concha y perla!”, continúa el antropólogo, para luego seguir:
“Juntos caminaron conversando como dos buenos amigos. Juntos se echaron para dormir a orillas del manantial, envueltos cada uno en su capa. Pero Santiago, el Mayor, era ladrón fino. Mientras dormía Santiago, el Menor, le robó su caballo. Por eso no es pecado robar ni entre hermanos. Sólo los tontos se descuidan”.

Los wirapanpinos son desconfiados pero, como Ricardo y Enrique se ganaron su confianza,  les hablaban francamente de sus correrías. Para ellos el robo es una institución: “¿Acaso los blancos no les robaron su tierra a los indios? Sólo nos estamos cobrando. Además, el Patrón Santiago fue el mayor ladrón que llegó después de los Inkas y está en la iglesia. Antes de los españoles robar era feo, era malo, se cortaba la mano del ladrón. Taitacha Santiago cambió eso. Nosotros seguimos a Taita Santiago, lindo patrón. En el pueblo todos tienen sus oraciones para robar.”
Los wirapanpas creen en el Lloqe Santiago, Inka Rey, y en el Paña Santiago o P’unchay Santiago, el santo cristiano.  Cada uno tiene su dominio y recibe sus ofrendas, junto con  la Pachamama y los ruwales, espíritus telúricos.   El kinsa ñeqen reza el Ave María al revés y llevan consigo una layqasqas, brujerías, para que los perros se duerman cuando van a robar  y “contagien” a los dueños su sueño pesado. Ellos diferencian el robo del asalto que a veces camina con la muerte. El robo no sólo es una ley de la costumbre. También cumple una función social, dicen. Por ejemplo, al avaro o al antisocial se le castiga con el robo, y éste acto es aprobado por la comunidad.
Cuando pueden llevan escopetas o carabinas en el arzón. Sin embargo, el arma de la mayoría es el liwi o boleadora que se amarra en la cintura. Los cronistas dicen que se inventó en tiempos de Manko II para enfrentar a los españoles. El liwi tiene tres puntas que rematan en piedras recogidas en el Hatun Mayu, río grande. Cada una se  envuelve en un cuero sacado de una cabeza de res y dentro se coloca koka o mukllu, su semilla, para pedir la fuerza mágica de los espíritus de los cerros, sebo de culebra para que se enrolle en las patas del caballo o de la res con facilidad; uñas del wamancha o águila, para que se prenda sobre su presa; kechifra o pestaña del ojo izquierdo del buey, para que vaya en dirección recta, y las pestañas del buho para que vea en la oscuridad. La triple soga es trenzada con las hebras gruesas de la cola del caballo
Una boleadora bien dirigida puede hacer caer a regular distancia hasta a un hombre. Dos de las bolas giran por encima de la cabeza del jinete y la tercera, en su mano izquierda, aguarda el momento del vuelo, para salir disparada con las otras y la víctima cae en plena carrera. Sirve también para luchar cuerpo a cuerpo y de un golpe puede partir cabezas. En las batallas del Chiaraq'e, Cusco, muchos jóvenes guerreros pelean con liwis.
“Por desgracia cada día hay menos que robar”, dicen los mozos de Wirapanpas. Un día serán mineros cuando comience a explotarse el yacimiento que hay en su cerro, y el robo quedará atrás como una anécdota. “Patrón Grande roba a Patrón Chico; nosotros robamos también”, dicen.
Ricardo Valderrama puede quedarse días, semanas y meses en una comunidad. De aquí, una Lima movida, donde el tiempo galopa en bestias mecánicas, se irá al Cusco en avión. Del Cusco, una tierra con paciencia de piedra, a Abancay, y el resto del viaje a Wirapanpas a caballo o a pie.
A Enrique Rosas le fascina poetizar el mundo mágico de la Cordillera. Ha rodado alguna vez con los ukhukus, osos humanos, por los toboganes de hielo de Qoyllur Rit’i; ha comprado sueños en la feria de los sortilegios y ha traspasado los umbrales de dos mundos. Quizás en el abismo de su corazón haya un sacerdote del padre Sol rumiando antiquísimas plegarias.
Cuando no roban, los wirapanpinos cultivan la tierra. Tienen hasta 90 variedades de papas, kinua, kañiwa y otros productos de pan llevar. Alternan su vida entre 3.400 y 4,000 metros de altura, donde están los asientos mineros. Descienden tal vez de los kotaneras o los yanawaras que en 1600 se levantaron contra la opresión española.
Lima pasa con su jauría mecánica delante de las ventanas. Los antropólogos preparan sus mochilas para irse. El viaje no es largo cuando se vuelve a la tierra. En invierno la ciudad se ve linda con sus celajes  a lo largo de la costa,  maquillaje del atardecer. Aquí hay de todo. Tenemos cine, teatro, televisión, licor, marihuana, bluejeans y anhídrido carbónico. Es la civilización. Entre tanto ellos se van en busca de lo suyo. Menos ruido, más claridad, cielo azul, viento de puna, tricomías de colores en los cerros y pueblos donde lo absurdo es real, mientras sus habitantes conserven esa actitud negativa que oxidó sus conciencias. “Lo harán cualquier día —dicen— como quien deja una cáscara prestada para dejar que brille la propia. Entonces, el Paña Santiago comenzará a secarse en su altar, sin una flor.

Alfonsina Barrionuevo      

lunes, 25 de enero de 2016


MANO DE PUMA VEGETAL

Foto: Fernando Moscoso Salazar
El poeta cusqueño Andrés Alencastre llamaba al puma oqe michi, “gato gris”. Pero, qué gato, de ojos vigilantes, corpulento,  movimientos rápidos y pisada suave.  Un felino que, en tamaño, es el cuarto del mundo. Me sorprendió Fernando Moscoso Salazar al decirme que la madre naturaleza copió la mano o zarpa del felino en otra especie. 

En los surcos de Q’orqa, en este caso, encontró una papa que reproduce su mano o pata. Un capricho en el que ella muestra sus dotes de artista. En la forma, volumen  y el trazo y el color dela cáscara entre negruzco y claro fue precisa, como se ve en las fotografías que le tomó el periodista. Tras su nombre: Puma Maki, “mano de puma”, “Solanum tuberosum ssp andigenum”, hay un rugido majestuoso.

Foto: Fernando Moscoso Salazar
Tuvo razón Dalila Pardo de Saric al llamar Qori Manka  a un gran festival de comida peruana, manjares preparados en “Olla de Oro”.  Allí se hubiera vanagloriado la puma maki, una criatura definitivamente andina. “Se come hervida, al horno, en guiso  de papa seca y en hojuelas”, dice el ingeniero Miguel Angel Pacheco del Castillo.
Agrega que esta variedad es de sabor agradable y de buen rendimiento. Se le descubre en alturas, una de las tres mil quinientas que tenemos en el Perú. Se cultiva en áreas pequeñas de Cusco, Apurímac, Ayacucho y Huancavelica, entre 3,000 y 3,900 metros sobre el nivel del mar. Hasta hoy conserva sus características fenotípicas y sus flores violeta, de caliz verde con manchas blancas abren sus capullos, como diciendo “listas para nacer”.
¡Una primicia ancestral de los Andes! 


EL FIN DE LOS GLACIARES

Desde la plazoleta de San Cristóbal o Qolqanpata Fernando Moscoso Salazar, un observador apasionado de la naturaleza, nos muestra el Ausanqati, nevado tutelar de Cusco. A la lejanía levanta su orgullosa testa y muestra su altiva gorguera alba, vigilante, mientras abre las alas de roca en demostración de que protege la  capital del Tawantinsuyo.
La otrora grandiosa ciudad puma de los Inkas reposa a su sombra. Pero, el  nevado ya no ostenta su misma área de impresionante blancura y no se sabe si mantiene sus corredores de luz. Lo aprecié, un buen tiempo atrás, cuando fui a verle con Wayta María Rosales. Nuestros guías de la comunidad de K’inti, Ocongate, observaron que la  nieve se había retirado bastante aunque no podían explicarse qué había pasado. Ese día la laguna de Otorongoqocha, “la laguna del jaguar”, me regaló una procesión de estrellas que salían entre sus algas verdes y se convertían en puntitos de luz al llegar a su límpida superficie.

Fue un regalo de la laguna, me dijeron ellos. El señor Ausanqati estaba contento porque le había hecho una ofrenda; y, también la mamaqocha, donde Illapa, el rayo, guarda las semillas de los alimentos. Tengo una grabación en video para probarlo. Unos ocho años después los ukhukus, paulitos o pabluchas, sacerdotes andinos, kuraq akulleq y altomisayoq decidieron que no bajarían bloques de hielo a sus espaldas para los peregrinos de Qoyllur Rit’i.
Ellos saludaron todavía a medianoche al Qolqe Punku, el  nevado de la Puerta de Plata, por donde entra una potencia cósmica, la energía que irradia Qoyllur, la estrella de las princesas inkas. Pero, sólo rasparon la  nieve que había caído en las noches pasadas para que aquellos cumplieran con sus  ritos de purificación. Limpiar su cabeza y su cuerpo de los pesares, el desaliento, el abuso, la prepotencia, las ofensas, la envidia, el encono, sufridos en los doce meses pasados y recibir la esperanza de días buenos para ellos, sus hijos, sus ganados y sus campos, en el año que va CAMINANDO.

No sé cómo serán los que vendrán. La  nieve se sigue alejando no sólo de Qoyllur Rit’i, uno de los lugares de peregrinaje más concurridos del mundo. Al pasar en avión sentí una sensación de tristeza indescriptible al contemplar a diez minutos de  Cusco, al  Salqantay, mi querido Apu, que siempre luce una blancura impoluta, ahora con partes desfiguradas, donde asoman desgarraduras de roca.

El  calentamiento global sigue afectando a nuestras cordilleras tropicales que parecían de nieves perpetuas. Los estudiosos lo han estado advirtiendo pero mientras no cesen los habitantes del planeta en su insistencia por ignorar el problema las continuaremos perdiendo.
Hace unos tres años se reunieron en  Cusco geólogos de medio mundo para debatir sobre el problema. El majestuoso Qelqaya, también de la región, según resalta el medio virtual “PrensaContacto” que  envíó César Alberto Venero Torres, de 5,500 metros de altura, en un área de cuarenta y cuatro km2 de extensión en la Cordillera del Vilkanota.
El Congreso que fue  organizado por la  Sociedad Geológica del Perú presentó también investigaciones sobre riesgos geológicos, vulcanismo, estado de recursos naturales hídricos que están bajando de nivel hasta cuatro metros de profundidad, minerales, gas e hidrocarburos, entre otros temas.

Mostrando cierto optimismo José Macharé Ordóñez, Phd en Ciencias de la Tierra, Presidente del XV Congreso Peruano de Geología y especialista en cambio climático, afirmó que no nos quedaremos sin agua porque los glaciares se derritan. En realidad, la crisis de falta de agua se debería al crecimiento poblacional, descartando lo que se viene especulando respecto del impacto del decrecimiento de los glaciares. Para los científicos era muy importante llegar a entender y explicar las modificaciones del clima, así como lograr que los pueblos comprendan como estos cambios afectan su vida y actividades, para que tomen diversas previsiones.

En los glaciares ocurrieron hace cientos de miles de años cambios en la temperatura. El promedio en la sierra estuvo entre 5º y 10º centígrados menos que la actual. Entonces se estuvo en un periodo cálido, pero después el planeta se dirigió a tiempos más cálidos de lo que correspondía a la curva natural de calentamiento, hasta que empezó una nueva glaciación. El que fue causado por varios factores que el hombre alteró y que no estaban antes. Una grave situación para muchos empresarios que comenzaron a formular planes para colonizar el espacio sideral. Algo que parece una locura.
Aunque los multimillonarios creen que poniendo sus euros o dólares uno sobre otro podrán lograr un nuevo lugar para vivir, un planeta o una estrella para seguir una existencia muelle, eso no es fácil. El destino que le aguarda a la humanidad, culpables, irresponsables o inocentes, es el mismo si nuestro querido planeta se torna inhabitable y arroja a los intrusos que recibieron un paraíso para convertirlo en un infierno.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 17 de enero de 2016

ELECCIONES EN EL ANDE
  
Ahora, cuando el asunto de las elecciones está con la bandera izada, recuerdo cómo son las elecciones en muchas partes del Ande. En los eneros se elige una autoridad en las comunidades y el proceso tiene una profunda filosofía. Quienes son propuestos al cargo deben demostrar que son hábiles para dirigir sus destinos. Antes tienen que haber pasado por otros que indican capacidad para el liderazgo. Una de los primeros es haber sido campanero. El virrey Francisco Toledo estableció el cargo para contar con un intermediario responsable, sobre todo, de la recolección de tributos. En los primeros siglos tuvieron responsabilidades políticas y civiles. Luego sólo la última. Sobre eso habría mucho que contar. El caso es que los candidatos deben haberse fogueado como los mejores desde su juventud. Otro cargo desempeñado es haber sido qollana en el trabajo de campo, vale decir el que organiza y da ejemplo en la siembra y la cosecha. La honradez, la honestidad también se cuenta. No existe la ociosidad porque todos trabajan y nadie es privilegiado en este punto. La veracidad también es comprobada y alguien que miente no sería tolerado. 

Tampoco puede llegar a ser propuesto un ladrón. En muchos lugares sus chozas, putukos o cabañas no tienen puertas y si las tienen no llevan candados, si apenas uno de madera para indicar que el dueño está ausente. Llegado el día de la elección el alcalde es elegido.Los votos son coloridos porque se trata de flores. Terminada la elección el nuevo varayoq recibe la vara de autoridad. El saliente. en ceremonia a la que asisten otras comunidades que están en el mismo acto, en la iglesia deja la vara y, demostrando que la ha honrado, recorre la plaza, arrojando sus prendas, el poncho, la casaca, la camisa y el ch’ullu. En cualquier otro año puede ser postulado para llaqta varayoq, alcalde de pueblos, y llegar a ser con el tiempo, más reposado y con mayor energia. a suyu varayoq, alcalde de región. 

En las ciudades, la situación es diferente. Difícilmente un candidato, en otros países y en el nuestro, podría demostrar una trayectoria honesta, limpia, con rarísimas excepciones. Nadie ofrece que trabajará con empeño y que su gobierno será limpio y activo. En las campañas las promesas no se cumplen y la inercia en las oficinas públicas es proverbial. El Perú, en este siglo, necesita un gobernante gerencial e igualmente congresistas, ministros y directores muy capaces, que no tengan que recurrir a un increíble cuerpo de asistentes o consejeros,  a quienes pagan favores y solo son una carga costosa para el erario nacional. 



LA TIERRA EN TINIEBLAS


Hay mitos y leyendas que señalan una época en que la Tierra estuvo en tinieblas. En Puno y Cusco existen bellas historias. Cada versión es apasionante y más de un lector se preguntará cuánto tienen de veracidad y fantasía. En mis viajes periodísticos las recogí y tal como me las contaron las transmito. Todas pertenecen a la tradición oral. Pero, ¿de veras, pudo haber estado nuestro planeta en penumbra? Nunca lo sabremos, aunque pudo ser. 
Un día, cuando la tierra estaba débilmente alumbrada por la luna, dice una leyenda, llegó a Sincheraq, que después se llamó Chinchero, una mujer que llevaba un hijo en sus entrañas. Cuando le preguntaron quién era dijo llamarse Mama Lloklla, “madre aluvión.” no se sabe por qué. Cuando dio a luz un niño el lugar se iluminó porque la criatura llevaba una luz radiante en la frente. Los chinchero construyeron un templo en su honor porque fue su paqarina, donde abrió los ojos.

La gente de otros pueblos se preguntaban por qué  Chinchero se iluminaba entre todos. Era el niño que fue creciendo. Cuando llegó a púber su madre le dijo que debía bajar al valle del Ausanqati y fundar un gran pueblo: Qosqo, que sería cabeza de un imperio. Antes debía casarse con Pitusilla, la hija del kuraka a quien amaba.
Así fue y luego ambos caminaron mucho, hasta que llegaron al lugar y el joven  plantó una vara de oro en el centro. Malko Qhapaq, que así se llamó, “joven poderoso” trasnmitió a los hombres su sabiduría y cuando aprendieron le dijo a Pitusilla que debía irse. Tenía que volar al cielo para que se fundara la luz., pero le ofreció volver por ella. Pitusilla se escondió en unos roquedales del Urubamba y lloró tanto que sus lágrimas formaron un nevado. Willka Weq’e, “lágrima sagrada.”

Los Inkas, sus hijos, pensaban que la tierra podía volver a quedar en penumbra y en cada solsticio de invierno, llenos de temor, velaban durante una larga noche, esperándole angustiados. Cuando al fin su cabellera iba dorando las cumbres celebraban jubilosos el Inti Raymi, “la Fiesta del Sol.” Había retornado y daría calor a los huesos de los hombres y los animales para que fueran fuertes; y, colores a las plantas, a la piel y las plumas del resto de los seres vivientes, para que embellecieran a Pachamama en recuerdo de Mama Lloklla.
Cuánto querría Manko Qhapaq a Chinchero que su primer hijo se llamó Sinchi Roqa y después se sucedieron una serie de familias o panakas. Los Inkas amaban a su padre resplandeciente y colocaron una representación de su rostro en el Qorikancha.

En 1572,  el virrey Francisco Toledo, ante la creencia de que podía asestar un golpe mortal a las idolatrías, cuyo centro según él estaba en el Cusco, estableció un Corpus Christi grandioso. A su orden 117 imágenes religiosas de los virreinatos y las audiencias de América se arrancaron de sus iglesias para cruzar los Andes hasta la ciudad emperadora. Trajeron sus velos amarrados para proteger sus cabellos, sus sombreros cubrían hasta sus orejas, los guarda polvos protegían sus ropas de viaje y en petacas de buen tamaño venían sus trajes esplendorosos, sus coronas y sus joyas.

Toledo no podía saber en su ignorancia occidental que en el antiguo Perú no había dioses. Su movimiento celestial sólo despertó la curiosidad de los habitantes de las villas de paso. El adusto virrey no conocía el gran nexo que tenemos desde milenios con la naturaleza. No hubo el tal repliegue de divinidades. El padre Sol sonrió desde su techo de añiles; la Pachamama, madre tierra, siguió ocupada en madurar sus frutos; Mama Yaku, la madre agua, en calmar su sed; Mama Qaqa en irradiar su energía, el padre viento en llevarles frescura y así el rocío; la lluvia, Para; Mikhuy Chiqchi, el pequeño hermanito que lleva en su corazón de nieve un grano de tierra. Hasta la muerte resultaba una especie de pariente que los llevaba al otro lado del Yawar Mayu a una vida feliz.
Las imágenes peregrinas se fueron pero las órdenes religiosas y los párrocos se encargaron de continuar con el Corpus. Los españoles ricos y los descendientes de las panakas imperiales daban donativos cuantiosos para las vírgenes y los santos. Algunas efigies llegaron de España como la Virgen de Belén y otras pertenecen a la Escuela Cusqueña de Escultura como la Virgen de la Almudena, cuyo modelo fue una ñust’a, la esposa del genial Tuyru Tupa Inka, mientras San Cristóbal pertenece a la mano maestra de Waman Mayta. Las más ostentosas en andas forradas de plata y las menos en andas talladas de madera. Toledo se  hubiera indignado de saber que en las imágenes de su Corpus se iba a producir lo que se llama el sincretismo. Santa Bárbara doncella es al mismo tiempo patrona de la papa, Santiago El Mayor del rayo y la tormenta, las vírgenes se con naturalizan con la madre tierra y así sucesivamente son amadas por la gente de la ciudad y del campo que ven en  el color de sus mejillas o en el peso de sus andas un anuncio de tiempos buenos o malos.

Otra leyenda dice que en una isla del lago Titiqaqa, cuando la tierra estaba en sombras, cayó una piedra cósmica sobre el lomo de un puma de piedra que tallaron los hombres de esa época. Rebotó y apareció la luz en el cielo, el sol. Su presencia fue benéfica para los pueblos. Dio color a las plantas y fortaleció los huesos de los seres vertebrados, entre ellos los hombres.


Alfonsina Barrionuevo

domingo, 10 de enero de 2016

DOUG Y KUKULI EN LIMA


Pasar de un gran charco a otro de igual dimensión ya no es una hazaña. El jet acabó con las distancias y en un abrir y cerrar de ojos, sin que se apague la sonrisa que sigue burilando los labios, pasar de un continente a otro, cambiando el paisaje, o hacer el viaje entre un sueñecillo pequeño echado a volar en el aire, desprendido de una pestaña. Eso acaban de hacer Doug Herren y Kukuli que han vuelto a su hogar en Pensilvania con ese pequeño suspiro de gritos y risas que es Vidita, con cuatro años y medio de aventuras y pequeños terremotos y su doble lenguaje de español e inglés muy bien hablados. Se han ido hace unos minutos pero volverán para exhibiciones en la feria de ArtLima y en el MAC. Para Doug es un primer momento de probar la fuerza de su arte en la cerámica y para Kukuli poner su imagen en vigencia en los salones culturales de nuestra ciudad capital.

Han sido casi una quincena de abrir nuevos enlaces, conocer a ceramistas con ayuda de Carlos Runcie, visitar exposiciones y fortalecer amistades.

La vida avanza y tienen que abrir horizontes. Mucha suerte. ¡Felicidades!


UNA PAVA QUE QUIERE VIVIR

Ella es una belleza de la avifauna norteña. Esbelta, de ojos con un charco de luz donde se pierde la mañana. Cuello alto, garboso, de gargantilla roja. Patas largas, rosadas o anaranjadas. Prestancia en el andar, sin prisas. Su linaje está impreso en sus alas que se abren en abanico al volar. Si logra remontar el tiempo será dueña y señora de la quebrada del Frejolillo, su último refugio cerca de Olmos, entre Piura y Lambayeque.
La pava aliblanca (Penelope albipennis) se reproduce una sola vez al año y pone únicamente dos huevos. Si se la sigue ayudando podrá aumentar su población, hasta que se considere a salvo.
Hace más de cien años su hermoso vuelo pareció haberse apagado en el ramaje seco de los bosques arenosos del norte. El hallazgo de un ejemplar fue una apuesta a la esperanza, que se cobijó bajo una ley para intentar su recuperación.
La crácida ha luchado mucho contra la adversidad. Por un lado, la reducción de su mundo. La tala indiscriminada del bosque seco  fue recortando su hábitat haciéndola retroceder, al engullir con voracidad algarrobos (Prosopis pallida), palosantos (Burse huasango),  frejolillos o huayrulos (Eritrina smithiana), almendros (Grave olens) y hualtacos (Loxop terygium); a la vez que era presa de temibles depredadores. Su migración, en busca de  nuevas tierras, no favoreció su existencia.
En 1876 Jean Stolzmann vio un ejemplar desorientado en la isla Condesa de los manglares de Santa Lucía, en el delta del río Tumbes. Un año después, en 1877, el famoso naturalista polaco Ladislao Taczinowsk avistó otro y lo clasificó, dándole su apellido. Se creyó que la especie estaba casi extinta porque no se pudo ubicar otros. Por coincidencia, igual suerte corrió en Piura un “baile de la pava”, en el que las parejas imitaban su galano cortejo. Simplemente se dejó de ejecutar en el siglo pasado.         
Sin embargo, la estudiosa Maria Koepcke sospechó que podía haberse refugiado en otros bosques secos, donde se creyó más segura. Ella convenció al conservacionista Gustavo Del Solar Rojas para que la buscara. Así lo hizo, y en 1977 Sebastián Chinchay le reveló que había algunas en la quebrada de San Isidro en Olmos, Lambayeque. Allí encontró, con el ornitólogo John O’Neill, algunos ejemplares. Su hallazgo fue base para obtener la Ley No. 280499. que protege su vida en libertad.

Para un ave que subsistió aterrada, perseguida por los cazadores o expuesta a enemigos naturales, fue un respiro hallar abrigo en 34,412 hectáreas de fronda que le cedió en Chaparrí la comunidad moche de Santa Catalina,  Chongoyape. A la par Gustavo Del Solar le dio asistencia, creando en su fundo el Zoocriadero “Bárbara d’Achille”. Sus esfuerzos fueron recompensados cuando nacieron las primeras pavitas en cautiverio. En el 2006   varias parejas fueron introducidas —por primera vez— en su ambiente, debidamente monitoreadas para comprobar su adaptación. 
En ese interín, una pequeña pero significativa cantidad de estas princesas de plumaje verde tornasolado, con la característica franja blanca en los extremos de sus alas, fue descubierta en la quebrada del Frejolillo, donde había permanecido casi en secreto. El lugar está  dentro del territorio del caserío Limón, sector El Platanal, exhacienda San Martín de Congoña, distrito de Huarmaca, provincia de Huancabamba, Piura.
El bosque prodigioso toca con un extremo la provincia de Lambayeque, por Olmos. La vía es muy usada por los “bird watchers” u observadores de aves y los investigadores que lo conocen.
Últimamente anduvo por allí el periodista Enrique Angulo Pratolongo, gran conocedor de la vida silvestre, quien me relató la azarosa historia de esta ave, conocida como la pava del pasallo (Eriotheca ruizi), por el árbol, cuyas flores son su postre favorito. Por correo me envió, para nuestros lectores, fotografías que tomó Michell León.  Según dijo es “una gloria internarse en un verdadero paraíso interandino, entre 150 y 2,000 m.s.n.m., donde tienen sus pisos una diversidad de animales, pájaros e insectos.”
La quebrada del Frejolillo, bosque seco de colina, “espinoso, premontano y tropical”, tiene la amplitud que le confieren sus 1,300 hectáreas, de verdes exultantes entre enero y abril,  y de oro pajizo entre junio y setiembre. La pava aliblanca prefiere mantenerse lejos de los sajinos (Pecari tajacu)  las boas, en especial  la macanche (Boa constrictor ortonii), los gatos monteses (Oncafelis colocolo), las ardillas nuca blanca (Sciuris stramineus) y el  puma (Puma concolor).

En cambio es amistosa vecina de viskachas (Lagidium peruanum) y venados grises (Odocoileus virginianus), a la par de una avifauna esplendorosa, cuyos cánticos y estridencias no la molestan.
Los especialistas han reconocido estas especies en peligro de extinción: el colibrí  Estrellita Chica (Acestrura bombus), el rascahojas de capucha rufa (Hylocryptus erytrocephalus),  el mosquerito pechigris (lathrotricus), el jilguero azafranado (Carduelis slemiradzkii), el loro cabeza roja (Aratinga erythrogenys), el carpintero de Guayaquil (Ccampephilus gayaquilensis) y el tirano de Tumbes (Tumbezia salvini).

El ingeniero forestal Fernando Angulo, quien dirigió el Zoocriadero de Olmos y trabajó en el Centro de Ornitología y Biodiversidad (CORBIDI) sucesivamente, menciona otras aves típicas, endémicas y amenazadas, como el elegante pecho-de-luna (Melanopareia elegans), el carpintero ecuatoriano (Picumnuselegante Psclateri), el trogón ecuatoriano (Trogon mesurus), el chotacabras de matorral (Nyctidromus anthonyi) y el zorzal de dorso gris (Turdus reevei). También se puede apreciar a la paloma de vientre ocráceo (Leptotila ochraceiventris), a la lechucita de frente anteada (Aegolius harrisii) y al copetón de corona tiznada (Myiarchus phaeocephalus). Asímismo, especies raras como el águila solitaria (Buteogallus solitarius) y el gallinazo rey (Sarcoramphus papa)”.

El turismo parece interesar a las comunidades de su entorno, que están dispuestas a ofrecer hospedaje, comida tradicional y avistaderos. Actualmente es muy buscado el guía Lino Rico Parra, quien podría ser el maestro de futuros guardaparques. La pava aliblanca  será su principal atracción, junto con todas las criaturas silvestres que constituyen un zoológico al aire libre, a disposición de los amantes de la naturaleza y la vida silvestre.
"Muchos visitantes suelen ir de noche", agrega Enrique Angulo, "alumbrándose con la luz que arrojan sus celulares". Una fascinante experiencia.




domingo, 3 de enero de 2016

NUEVOS CUENTOS

En la pared de mi cuarto había un agujero junto al piso, pequeño, para que pudiera entrar sólo un ratón. A veces soñaba que entraba por ese agujero y descubría un mundo de maravillas. Así comenzó mi afición por los cuentos.  Un mundo que siguió mucho más tarde en la palabra encantada de las mamalas, las abuelas del campo. Un mundo que trata de llevar a los niños, que está oculto tras el agujero del suelo. Sé que no podré avanzar muchos. No es fácil publicar, pero insistiré porque me gusta difundirlos.
En el Perú del mar a los Andes, de cinco mil años hasta hoy, existe una imaginación desbordante que es transmitida de padres a hijos.

Santiago de Tuna está a medio recorrido de la Carretera Central y es habitat de un personajillo fabuloso: el Uchuchullko, parecido a los niños con quienes juega, pero con cuernitos en la cabeza. Es el pequeño guardián de los animales silvestres. 

El Uchuchullko

Una ramita de molle ajusta a la patita de la traviesa perdiz.
Juega con los infantes de los poblados y ellos le acompañan a la marcación de los que cumplen un año, con coronas de flores silvestres o semillas si son muy chiquitos. 

El Dueño de las Minas. El Muki es otro personaje de las minas que hay en los cerros donde hay vetas de oro y plata. Sale sólo en las noches de luna con su lamparín y su casco de minero. 






LOS REZONGOS DE "TATA UBINAS"


Emiliano Esquicha, nacido en Huatagua, en las alturas de Moquegua, sonríe ampliamente cuando habla del volcán "Ubinas"
Para la gente del valle donde él nació, el familiar “Tata” (padre) San Pedro es el protector de sus campos y villorrios,.
El “Ubinas” está a 5,672 m.s.n.m., abarca una superficie de 45 kilómetros cuadrados y sus erupciones alcanzan hasta 4,000 metros de altura.
Se sabe que el volcán está en alerta roja pero él, como los miembros de muchas generaciones, espera que no pase de muchas fumarolas y rezongos.
“Lo que pasa es que el volcán está vivo y ésa es la diferencia con otros que están dormidos desde hace miles de años”—comenta—. “Allá la gente nace escuchando su vozarrón interior y sabe que es su manera de hacer sentir su presencia.” 
En las fiestas lo saludan con flores, coca y chicha, ofrenda que el Apu volcánico comparte con Pachamama, la Madre Tierra.

En esta entrevista, hecha hace algunos años, le comenté que un volcán no es un cerro cualquiera. Sus enojos harán que la población de Qerapi tenga que trasladarse a otra parte. La lluvia de cenizas que arroja arruinará los pastizales y sus animales. No podrán seguir viviendo si se quedan donde hoy están.
Maximiliano reconoció que los de Qerapi están muy cerca, a sólo unos cinco kilómetros, pero no se mudarán muy lejos, porque no pueden abandonar las heredades de sus padres. “Todos esperamos que pronto vuelva la tranquilidad. Estamos acostumbrados a sus ruidos”, manifiesta.
Años atrás, cuando fui con Victoria Cano Diaz al pueblo de Ubinas, las señoras recordaban que la ceniza del volcán cayó durante varios días, pero que resistieron a esa descarga porque tenían provisiones.

En realidad los pobladores de esa comarca tienen una fibra muy recia y aunque aprecian los monitoreos del Instituto Geofísico del Perú y el Ingemmet no se asustan. Si hay algo muy riesgoso, tendrán tiempo para retirarse y luego volver. Muy rara vez se producen explosiones y según dicen “sólo parecen fuegos artificiales.”
Los abuelos cuentan que el “Ubinas” tenía un casquete de hielo como el Misti de Arequipa, que se cubre de nieve en algunos inviernos. Pero un día lo lanzó por el aire y su cráter quedó al descubierto, como un boquerón enorme que se ve claramente desde los aviones, cuando hay vientos muy fuertes en su ruta habitual y se desvían por allí.
Por carretera se llega al Ubinas desde Arequipa, atravesando la laguna Salinas que a veces se llena de pariwanas o flamencos rosados, y ofrece un espectáculo bellísimo cuando levantan el vuelo. Eventualmente, la sal se solidifica y semeja un páramo blanquecino.

El ómnibus que nos llevó la fue rodeando por una trocha agreste que  ha mejorado, pasando cerca a uno de sus ríos de agua dulce, fría  y cristalina. “Los volcánmayu salen de los flancos del “Ubinas” —cuenta Esquicha— “y riegan los pueblos del valle”. Su baja temperatura hace pensar que va por cauces de roca que no tienen contacto con la chimenea que sale por otro lado del cráter.
A su contenido de ciertos minerales se atribuye la calidad de los frutales que crecen en los pisos ecológicos templados de la zona, además de papas, maíz, alfalfa, cebolla, haba, zapallo y hortalizas. En Huatagua, Huarina, Matalaque y otros anexos hay un constante jubileo de lúkumas de corazón amarillo, peras jugosas, duraznos de pulpa blanca, membrillos olorosos, higos que resuman dulzuras, cerezos tiernos,  guindas aromáticas, tunas blancas y de colores, naranjas de néctares esenciales, pakaes de sabroso ”algodón”, paltas como de mantequilla y riquísimos damascos que en Moquegua se maceran en piscos finísimos.

En el Perú muchas ciudades se han poblado demasiado en lo últimos años. Pero Maximiliano cuenta que en su provincia no han crecido. El aumento que se registra es de manera natural, mas no por las  migraciones. Tal vez los foráneos no se acostumbran a dormir con los ruidosos monólogos del volcán y prefieren irse a otros lugares.
¡En cambio ellos están muy bien en sus distritos y anexos celebrando con danzas cada fecha santa! En setiembre a San Miguel Arcángel, en diciembre a la Inmaculada Concepción y, en enero, al Niño de Praga. Los Patroncitos bailan para ellos con máscaras de tez blanca, ojos azules y barbas. Los ví en casa de un familiar de Esquicha, evocando a los  tucumanos, que en los años virreinales llegaban desde Argentina  con sus recuas de mulas a vender  productos de cuero para caballos. Aperos, monturas, riendas, lazos y también frenos y herrajes. En algún momento dejaron de ir, pero queda la danza como una remembranza. 
 “Ojalá que “Tata” San Pedro haga que el volcán deje sus berrinches y vivamos en paz”, reclama Emiliano Esquicha, para luego añadir: “Criamos vacunos, ovinos, alpakas y kuyes. Allá se prepara deliciosos kuyes chaktados con piedras calientes, que resultan muy sabrosos y crocantes”. Su receta es un secreto de las “chefas” del lugar. Ellas frotan la piel de cada kuy con jugo de naranja y no sé qué más para que resulten crocantes, con pequeñas burbujas de aire, asado bajo piedras calientes. También preparan un sabroso puchero de cordero y un chicharrón de cerdo con culantro o wakatay, para chuparse los dedos.

“En diciembre espero regresar,  afirmó animoso. Para entonces, quizás el volcán “Ubinas” habrá vuelto a ronronear como un gato mañoso. Así es nuestra vida y la aceptamos, confiando en la protección de “Tata” San Pedro”.

Alfonsina Barrionuevo