domingo, 30 de octubre de 2016

MIS “ESPACIOS MAGICOS…” 

En una noche clara con rumores de mar, el miércoles 26 que se fue con un abrazo interminable, se presentó “Espacios Mágicos de Qosqo y Machupiqchu”, en la Feria del Libro Ricardo Palma, en Miraflores. Fue como un sueño realizado. La obra llegó de Qosqo en las recias alas de un cóndor imperial de gola blanca, Apu Ch’in, señor de los espacios, y por unos minutos los Andes cobijaron a los invitados al lado de la fuente anfitriona de centenares de libros de la feria.
Ha sido imperativo para mí tomar la pluma y escribir sobre el drama de Qosqo, la incomparable ciudad inka que ha sufrido mucho por ser cáliz recipiente de glorias. Saqueada en un siglo que quedó de rodillas por la acción despiadada de gente hambrienta de poder; humillada y desmantelada después por sus nuevos vecinos; y, finalmente, en lo que avanza el nuevo siglo, sumando agravios por los ácidos que bárbaros contemporáneos arrojan a sus muros dejando heridas en sus piedras sagradas. Hace falta amarla y sentirla profundamente para defenderla de quienes no respetan su grandiosa historia y continúan destruyendo su paisaje.

Han trabajado conmigo más de un año estudiando con sus cámaras fotográficas los efectos de la luz del día, entre auroras y ocasos, Fernando Seminario y Peruska Chambi, completando el bello lenguaje de las imágenes José Alvarez Blas, don Martín Chambi con Víctor, su hijo, desde muy lejos, y participando Jorge Cornejo Bouroncle con un dibujo que me legó.
Ha sido largo el recorrido por sus remotos origenes para conjugar el pasado, desde cuando llovían torrentes del cielo sobre el lago Morkill, copiando estrellas que abandonaron sus noches hace millones de años, cogiendo los torbellinos que edificaba el viento para que deje de rugir por un instante, apagando el ramaje luminoso del rayo, aterciopelando sus pantanos imposibles y permitiendo que la pachamama siembre amor en las entrañas convulsas de su lecho.
Allí donde los Ayar fundaron un imperio a menos de mil años, en un ambiente cargado de kamaqen, la esencia que se desprende de los elementos telúricos y cósmicos. El fluir electrizante de sus kamaqenes que provocan un magnetismo, una atracción, un percibir de algo inexplicable en ese Qosqo que fue morada de hombres y de energías conmovedoramente puras.

Machupiqchu, en el bosque de nubes, es una proyección alucinante de Qosqo con sus señoriales wakas de la piedra, del viento, del agua, del sol, la luna, las estrellas, la vida misma; vale decir el universo andino.
Para mí la presentación de “Espacios Mágicos de Qosqo y Machupiqchu” fue una invitación para conocer las wakas o espacios mágicos del centro histórico de Qosqo, entre más de trescientas cincuenta que se construyeron tiempos ha.

El veintiseis fue una noche de lujo con las palabras evocadoras de Juan Ossio y Ricardo Estabridis. Gracias a ellos por acompañarme, a Juan Núñez del Prado por su comentario que fue la gota precisa que me faltaba, al auditorio generoso que asistió y la comprensión de Germán Coronado, Presidente de la Cámara del Libro.


En el mes jubilar de la gran capital emperadora mi gratitud por presentar el libro a Luis Nieto Degregori y Enrique Rosas Paravicino, a la Empresa Minera Antapaccay y a Fernando Moscoso Salazar, a Luis Huayhuaca y al EMUFEC, y a la Municipalidad Provincial de Cusco, quienes han  contribuído a que “Espacios Mágicos…” iniciara su transitar por los caminos del mundo.


APU INTI
                                
Pachakuti Inka pensó en un escenario grandioso para el Apu Inti o Padre Sol, en sus raymis de Machupiqchu. Su ushnu o altar que captura energías como un río es conocido como intiwatana, “donde el sol amarra sus rayos” o intiwaytana, “donde los hace florecer’, como afirma Americo Yábar. De madrugada “el bulto o bolo de oro”, según registró Cristóbal de Albornoz en el siglo XVI, era trasladado procesionalmente a su altar. 

Al tocarle el primer rayo de sol que descendía del cielo el Tarpuntay, sumo sacerdote, levantaba los brazos en señal de reverencia. Así mismo los sacerdotes de Sayaqmarka, “Ciudad Centinela”; Phuyupatamarka, “Ciudad encima de las nubes”, y Wiñay Wayna, “Joven Eterna”. El júbilo era general mientras las aqllas que tejieron coronas de Apus y realizaron ch’allas perfumadas  de flores, cantaban al astro vivo: “Sed siempre joven y hermoso…”, entre el resonar de los pututos.
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* Del libro “Espacios Mágicos de Qosqo y Machupiqchu”

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 23 de octubre de 2016

ANDAS DEL CRISTO MORADO


En el Perú el Cristo tiene mil nombres. Para mí es el Taitacha Temblores, el Cristo que regaló Carlos V al Cusco. Hasta que un octubre de angustias Juan Núñez del Prado, antropólogo y kuraq akulleq, sacerdote andino, me dijo que fuera donde el Señor de los Milagros. “Es como un vaso de amor que desborda, anda a verle y sentirás como una ráfaga de esperanza llega hasta las simas de tu alma.” Así fue y lo es, despejando siempre mis sombras cuando lo necesito. La vez primera sentí como una brisa fresca en mis sienes ardientes. Pensé que entró por una ventana y la busqué. No la había. Creí que se desprendió de un gran ramo, que se habría movido a mi costado entre el gentío. Pero, nada. Brisa, luz, aroma, suelen ser su presencia.

Los aplausos que se prodigan en las calles cuando el Cristo pasa en procesión y se detiene por unos minutos hieren la sensibilidad de muchos devotos. Iniciaron esta costumbre profana unos alumnos que estaban sentados en el filo de la azotea de un antiguo colegio de la avenida de La Colmena, quienes palmotearon al verle para hacerse notar. A ciertos acompañantes les gustó y cuando el famoso Cristo volvió a su santuario lo despidieron con aplausos y desde entonces se escuchan por donde quiera va.
Su imagen unida a la vida de la ciudad durante siglos merece tanto respeto que los aplausos convierten su paso majestuoso en un espectáculo teatral. Qué hermoso sería, expresan, arrojarle pétalos de flores que cayeran como una lluvia cuando arrastra las miradas de los que sufren, de los que piden, de los que esperan, de los que agradecen una gracia concedida. Así estaría más a tono con lo que representa. Entrega y amor que crea una corriente de energía que propicia la paz, relaja las tensiones, llama al perdón y al olvido de los odios, los rencores y las envidias.

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Los siglos han pulverizado el nombre del pintor negro de Angola que lo trabajó con manos de santidad en un andén de la waka de Pachakamilla, donde estaba el kamaqen o energía del valle. El virrey Amat y Juniet solía ir a las misas que se decían y por primera vez desfilaron las órdenes religiosas al galpón que se circundó de un brillo celestial.
La necesidad de sacarlo en un recorrido piadoso se materializó en la copia o “paso” que hoy se conoce. La nueva pintura requirió unas andas y luego un marco que ha ido cambiando mientras la devoción hacia el Cristo fue creciendo arremolinando multitudes.
El tiempo que destruye vidas ha llevado al olvido los afanes de los fieles quienes se esforzaron en en la confección de de un marco que fuera digno del Señor de los Milagros. Alguien me envió una carta significativa y no tuve un octubre para escribir unas líneas. Hasta que llegó a mis manos un recorte de un periódico del siglo pasado en el cual se relata cómo se ejecutó la base en fino roble, en la fábrica de muebles de Rodolfo Quesada, siendo recubierta apenas fue posible con láminas de plata y oro.
El fuerte movimiento que soporta en las procesiones ocasionó rajaduras en las andas que tenía y fue una verdadera aventura asumir la construcción de unas nuevas de buen material y de excelente trabajo. Los miembros de la Hermandad estuvieron de acuerdo, dice la nota, y fueron los primeros en aportar su limosna de acuerdo a sus medios. Siguieron los devotos que al conocer la noticia participaron con lo que tenían. "Esas andas, menciona el redactor anónimo, se deben al pueblo, cuya fe puso en relieve la Lima religiosa que considerábamos desaparecida".  

Mucha gente creyó que los exvotos o “milagros” darían lo suficiente para cubrir unas andas y hasta dos, ignorando que la mayoría eran de plata de infima calidad y que fundidas no darían exitosos resultados. Se nombró como tesorera a la madre superiora de las Nazarenas y a la señora Hortensia Gonzáles Olaechea. Ambas se encargaron de la primera colecta y se reunió mil quinientos soles aproximadamente.

Se tuvo que hacer una campaña más intensa y el mayordomo del Señor compró con sus ahorros trescientos cincuenta kilos de plata piña a los señores Gallo, Mujica, Azalia y otros mineros. Una vendedora del mercado Mercedes Villavicencio dio cien libras y también una señora llamada María Carbonera. El primer diseño fue hecho por el escultor Leonardo Jaúregui con algunas modificaciones y los ángeles fueron dibujados por el padre Zárate de Santo Domingo.

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En el cincelado, pensando en el Cristo, dieron alas a su inspiración y su arte los maestros Manuel Mercado y Otoniel Alva. El primero que llevó el mayor peso de la responsabilidad fue premiado con medalla de oro por el concejo metropolitano el 28 de julio de ese año. Los ángeles fueron fundidos por Lozano y el dorado de los rayos y las cabezas de los ángeles y serafines corrió a cargo del maestro Emilio Lizárraga en su taller de galvanoplastia que estaba en una esquina de San Agustin.
La Casa de la Moneda participó en la obra y dio toda clase de facilidades para la laminación de la plata. Sus obreros no quisieron percibir ningún salario por tratarse de un trabajo que estaba dedicado a realzar las andas del Santo Cristo. "La cinceladura, dice la información, está hecha con mucho primor. Mide 4.35 metros de alto por 1.60 de ancho y 1.78 de largo. Los ángeles tienen 88 cms. aproximadamente. Entre los cuatro deben pesar 3 arrobas."

El dorado de los rayos es de mucho gusto con tres baños en oro de 21 kilates ejecutado en el taller de Lizárraga, quien parece era cusqueño y le aplicó el estilo de los plateros de la Ciudad Imperial. En conjunto una obra digna para el Señor que congrega multitudes cada vez que deja su santuario en los octubres de lila y oro. Sirvan estas notas para completar recuerdos de la pintura que es "el paso" de la milagrosa imagen que se encuentra en el antiguo asiento limeño de Pachakamilla. 

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 16 de octubre de 2016

INVIERNO EN  HUAROCHIRI

En las alturas de Huarochirí, Lima, la baja temperatura impregna el aire. El aliento se convierte en una nube. Los estiletes del frío se hunden en el cuerpo. El invierno congela hasta el ichu del extenso pajonal de Chankuya. Las viskachas se acurrucan en  sus cuevas y no saludan al padre Sol. El mal tiempo castiga a todos los seres vivientes de la puna, sin distinción.
¿Habrá que “calentar las manos” de Santa Rosa de Lima, patrona de la provincia? Alguna buena devota le tejió unos guantes de lana y ella sonrió en la iglesia. La bienaventurada limeña se encarga de proteger a los frutales. Subiendo de Lima, en medio camino, hay chacras dedicadas al cultivo de manzanos. Los agricultores de tierra adentro, como Wanqata, esperan el milagro de una carretera para sacar sus productos en cantidad. En los árboles se quedan deliciosas paltas, chirimoyas y manzanas que no se cosechan. La tierra es fértil y los frutos son tan grandes, que no se puede trasladarlas a la capital sino unas cuantas cajas.

Cada 30 de agosto, día de Santa Rosa de Lima, hay feria en la plaza de entrada a Huarochirí. Al mismo tiempo que las frutas, sus productores venden dos variedades de quesos: unos pequeños, envueltos en paja, si las vacas son propias; Y otros, en bloques de varios kilos, si los animales son de la comunidad.
El vocablo Huarochirí, según  el sabio Julio C.Tello, quien nació allí en una casa que todavía existe, significa en -hak’aru o kauki- “tierra de las alturas frías”. Tello, el último de cuatro hermanos, fue hijo de un campesino amante de sus tradiciones. “Mi abuelo lo hacía levantar en la madrugada para ir a pastar el ganado, con mi madre que tenía seis años, y así templó su carácter”, relataba Oscar Santisteban, hijo de su hermana Elena.
El futuro Padre de la Arqueología Peruana estudió medicina y se graduó en Inglaterra. Fue empleado de la Biblioteca Nacional cuando la dirigía Ricardo Palma, y se apasionó por la arqueología al descubrir en una revista del  Smithsonian Institute de EE.UU., fotografías de unos cráneos trepanados de Choykoto, Shakeuma, Karwaytuve y Huarochirí.
Nunca dejó de visitar a su pueblo, a pesar del polvo que lo cubría yendo por la trocha carrozable que había gestado. Antes, la ruta seguía el camino de herradura que entraba o salía por la Tablada de Lurín y Matute, Lima. “Le gustaba mucho ir a los baños termales de Kornaya”, contó otro de sus sobrinos, Francisco Cuéllar Tello.

En tiempos pasados, la provincia fue uno de los asientos de los belicosos yauyos, según un estudio muy documentado de Teresa Guillén de Boluarte. En 1534, Fernando de Soto y Diego de Agüero fueron los primeros en penetrar a la región. En 1586, en tiempo del séptimo Virrey, Fernando Torres de Portugal, Conde Villar Dom Pardo, se estableció un pueblo como capital de la provincia de los Hanan Yauyos, con el nombre de Santa María de Jesús de Huarochirí. Fue el tercer repartimiento integrado por los pueblos de Sisikaya, Chorrillos, Chankaruma, Cheka, Huarochirí y Kinti. El veedor García de Saucedo fue su primer encomendero.
Cuando llegaron los españoles, había unos 10,000 indios tributarios, entre 18 y 50 años de edad, y miles de “dioses”. Huarochirí era tierra de “magos”. Francisco de Avila lo visitó en 1601, cuando era cura doctrinero de San Damián, y con José de Arriaga, ambos fanáticos extirpadores de idolatrías, lucharon contra sus creencias.

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Catequizados a sangre y fuego los huarochiranos se convirtieron. Pero el espanto de Avila fue enorme cuando descubrió años después que seguían con sus cultos embozados bajo las ceremonias cristianas. “Para hazer las  fiestas de sus ídolos han usado de un artificio diabólico que ha sido hacerlas en las fiesta de Corpus Christi, de la Adoración, en las Pascuas y días solemnes, dando a entender a sus curas que se holgavan por la fiesta de la iglesia... y en el pueblo de estos  que se dize Huarochirí, caveca de esta Provincia, se ha averiguado haber indios que han  mandado hazer una imagen de Nuestra Señora y otra de un Ecce Homo como para fingir que hazían fiestas a estas imágenes que son realmente Chaupiñamoca y Huaysuay”. El doctrinero no pudo saber que  había producido el sincretismo: la fusión de dos creencias.
En la parte media, entre sus dos plazas, la iglesia mantiene una presencia arquitectónica. En su interior nada interesante, salvo una que otra efigie virreinal. Lo mismo les pasa a las casas, que son modernas con techos de calamina. Los ómnibus suben dos veces por semana y lo hacen en ocho o nueve horas por la estrechez del ramal y la infinidad de curvas. En camioneta se puede llegar en unas cinco horas, pasando por los anexos de Antioquia y Langa.
Cada 30 de agosto llegan los hijos de la provincia que migraron a Lima, ansiosos por retomar la vida que dejaron, aspirar su aire, llenar los ojos de sus paisajes y rezar a Santa Rosa que los espera vestida de fiesta. Muchas familias llevan, además de flores y velas,  “cajuelas” o altares portátiles con efigies de la santa para que el señor cura las bendiga. La nave se llena de calor con su presencia y el pueblo también, cuando en la noche bailan sus cuadrillas  hasta que despunta el amanecer.

La feria de productos concluye antes de la procesión y en la casa de los mayordomos espera el humeante pari, un caldo refocilante que se sirve con una piedra calentada al rojo vivo que hace hervir al contorno del potaje, siendo una gloria del pasado; pues, se trata de un plato prehispánico.
Las ingas saldrán en la tarde, ataviadas con ricos vestidos, siguiendo al Qhapaq Inka, único señor, con arpa y violín. Sus rostros se ocultan bajo un velo de tul y otro de monedas de plata. “¿Cómo podríamos representar de otra manera a los señores del Cusco?”, dicen con respeto. La gente habla al mismo tiempo de Pariaqaqa, la montaña tutelar de cinco cuerpos: uno de roca, otro de nieve, un tercero de granizo, un cuarto de lluvia y el quinto de viento.

Se ingresa a su territorio por Tanta y cuando se siente satisfecho por la visita, deja sentir el poder de sus cinco cuerpos, como si diera la mano con nieve, lluvia y viento. Los huarochiranos le hacen ofrendas pidiéndole un buen año y dicen que suele demostrar su cariño a quienes lo recuerdan. 

Alfonsina Barrionuevo

sábado, 8 de octubre de 2016

PERU SIN TRANSGENICOS    
                
Hace miles de años los antiguos peruanos convirtieron una papa del tamaño de una pasa en otra, la que hoy comemos, de gran envergadura. Así ocurrió con otros alimentos, como el maíz, del tamaño de un dedo meñique con el que ahora disfrutamos con un buen pedazo de queso. Igual con cientos que han servido para llenar de gloria nutritiva la mesa de los habitantes del mundo. Un sueño manejado manualmente hace miles de años que en este siglo puede convertirse en una pesadilla por la aplicación en el campo de tecnologías equivocadas. El peligro está en la puerta ansioso de entrar al Perú,  donde sólo de pensarlo tiemblan nuestros ochenta y cuatro pisos ecológicos.

Rememorando un artículo pasado:
En 1993 la FDA (Agencia de Control de Alimentos y Medicinas) de los EEUU, dio permiso a la Corporación Monsanto para comercializar la hormona del crecimiento, obtenida por manipulación genética. Los resultados fueron catastróficos. La hormona, inyectada en vacas lecheras, con el propósito de lograr una mayor producción de leche, tuvo efectos indeseables. Mastitis, terneros con malformaciones y otros trastornos reproductivos, según estudios de Paúl Kingsworth que salieron en la revista “The Ecologist” en 1998. Varios expertos observaron también problemas en niños que tomaron esa leche, por lo cual el intento fue discontinuado.     

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Ese mismo año un informe oficial canadiense mencionó un experimento (Jorge Riechmann, Madrid, España) en un 20 y 30% de ratas que, al ser inyectadas con la hormona del crecimiento tratada de ese modo, desarrollaron anticuerpos en la sangre permitiendo el brote de quistes en la tiroides, infiltraciones en la próstata de algunos machos, e incrementación de riesgos para contraer cáncer a la próstata, mama y colon, en hembras.
Las corporaciones Monsanto, Du Pont, Syngenta y el  Groupe Limagarin, que controlan el 80% de la biotecnología en el mundo, (60% de plaguicidas, 23% de venta de semillas naturales y 10% de semillas transgénicas) obteniendo miles de millones de dólares al año, no se detuvieron.

En vista de lo sucedido se continuó el tema de los transgénicos en algo que fue menos notorio. Por ejemplo el caso del maíz amarillo duro, que modifican con el gen de la bacteria Bacillus thurigiensis, con la misma intención, multiplicar las cosechas y tener más ingresos.
En el Perú, que importa dos terceras partes de la producción que necesita para pollos, no ha habido queja de los criadores ni de los consumidores. Quizá porque las aves entran a la olla, a la sartén o al asador, muy temprano, casi al mes de vida. No se conocen reacciones colaterales porque no llegan a ser gallos ni gallinas.
El problema surgió cuando las empresas, con Monsanto a la cabeza, trataron de conseguir un libre comercio para sus semillas transgénicas, para controlar las cosechas de los productos alimenticios en el planeta.

Según se ha publicado la modificación se efectúa de acuerdo a la especie. Por ejemplo, a la soya se le introduce un gen de una bacteria llamada agrobacterium o un gen del crisantemo para darle resistencia al ataque del herbicida glifosato. Al tomate el gen de un pez que le da resistencia al frío. A la papa el gen de un cerdo para que tenga un sabor a puerco. Según los expertos, no ha trascurrido un plazo prudente para saber si los alimentos BT o sea los transgénicos provocan o no consecuencias colaterales en los seres humanos.
Hace tiempo que hay un rechazo por los transgénicos en el público consumidor de los EEUU. A ellos no les gustó el resultado de las hormonas en las vacas y hace un buen tiempo que tienen preferencia por los alimentos orgánicos, que se venden en mercados selectos, y que, por supuesto, son más caros. 

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En los últimos años las industrias que se dedican a estos cambios genéticos insisten en introducir sus productos en países latinoamericanos y europeos. En la mayoría sus gobernantes, cuidadosos de no contaminar su territorio, los han rechazado de plano.  
Se los quiere para combatir ciertas plagas pero pueden dar paso a otras más peligrosas. La resistencia que adquieren los insectos convierten las plagas en superplagas y se tendrá que aplicar más agrotóxicos.
Los científicos tienen reparos para aceptar las modificaciones de genes en los productos alimenticios. Los transgénicos son seres vivos (plantas o animales) que han sido obtenidos en laboratorio mediante la introducción de genes de otros seres vivos para proporcionarles nuevas características.
Los genes de las plantas, indican los científicos, se pueden cruzar con genes de animales pasando por encima de las leyes de la naturaleza al crearse un nuevo ser vivo. La ingeniería biogenética, biotecnológica o ADN Recombinante se está aplicando sin comprobar efectos negativos que pueden ocasionar daño a la salud humana. Es necesario, indican,  realizar investigaciones a mediano y a largo plazo.

El comercio de los transgénicos, cuyos campos de producción están en los Estados Unidos, Canadá y Chile, tiene otro agregado que no se publicita. Las semillas que se trata de vender dan una sola cosecha. El agricultor que guardaba las mejores para sus cultivos posteriores no puede usar las transgénicas porque son infértiles. Entonces debe recurrir a las transnacionales cada vez que necesite sembrar, surgiendo una forma de sujeción. Ya no existiría la independencia que tiene con sus semillas propias, las naturales, sino que entraría a la gran rueda de un tipo de colonialismo con sus bemoles. Al valor de las semillas se agregaría la regalía por derecho intelectual.
Si en la chacra de un agricultor de productos orgánicos aparecen granos, cereales o leguminosas transgénicas, por efecto del viento que lleva el polen a kilómetros de distancia o lo trasladan en sus patas los insectos que se posan en ellos, debe pagar una multa, aunque no haya utilizado voluntariamente sus semillas.
Lo más peligroso es el impacto que los transgénicos pueden ocasionar al contaminar especies, suelo y agua. El PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) señala, en su informe GEO 2003, la posibilidad  de que los genes modificados infecten descontroladamente una especie y otra sin seguridad alimentaria para la humanidad . 
En Argentina la soya transgénica que se ha extendido, de acuerdo a las noticias,  ha derrumbado su producción. Lo mismo está pasando con el maíz transgénico en Puebla, México y Oaxaca, donde se ha contaminado aproximadamente el 32% de la semilla nativa y se ha puesto en riesgo 300 variedades así como otras formas de vida. El Perú también estuvo libre hasta que aceptó, no se sabe con qué argumentos, la construcción de represas hidroeléctricas en nuestra Amazonía que sólo beneficiarán al Brasil, que promulgó “sorpresivamente”, el Reglamento que abre sus puertas a las semillas transgénicas.
El INIA (Instituto Nacional de Investigación Agraria), prestigiado por una magnífica labor ha sido posiblemente presionado para implementar el cuestionado reglamento de seguridad, dejando que cualquier empresa comercial de semillas o industrias alimentarias pueda importar semillas transgénicas, sembrarlas en nuestro país y venderlas.
Los peruanos, conscientes del peligro que representan los transgénicos para nuestra biodiversidad, están batallando por su derogación. Se conoce que las tierras de sembríos transgénicos quedan impregnadas de glifosato  que contamina otros cultivos. 

A eso hay que sumar más peligros. Si la chala y la coronta de allí se venden como forraje de ganado, habrá carne y leche de animales alimentados con un producto transgénico. Cabe preguntarse cuáles pueden ser las consecuencias en las poblaciones.
El Perú que había comenzado a situarse como productor de alimentos orgánicos, obteniendo una gran aceptación en ferias y festivales internacionales que hace honor a la marca país, no debe perder “la suerte de ser un país de climas y niveles diversos.”
Después de medio milenio los agricultores, que están saliendo de la postergación,  no tienen por qué renunciar a su derecho de un triunfo justo.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 2 de octubre de 2016

LA TIERRA HIZO “GLÚ, GLÚ” 

La tierra hizo pucheros. En la última sequía se deshidrató. Aparentemente podía surtirse con las aguas de una laguna que refrescaba sus sienes y que se tendía de un cerro a otro. No le quedó más remedio que absorberla. El cielo fue testigo que resistió mucho. Las comunidades que vivían en las partes altas despertaron cuando sintieron unos fuertes sonidos que salían de la laguna. Amanecía con sol y alcanzaron a ver unos globos transparentes al fondo. “¡Glú, glú, glú...!” “¡Gor, gor, gor...!”
No quedaron ni charcos. Cuando la gente llegó la humedad se sentía, pero en lugar de la laguna, había un enorme espacio de tierra fértil, buena para sembrar y cosechar. La delicadeza de los últimos sonidos los impresionó. Había que darle un nombre al lugar y le llamaron Gorgor, para que se recordara en el tiempo el sacrificio de la laguna que fue un regalo de la tierra a sus hijos, los hombres, que vivían en las cumbres.          
Ella se encargó, con calma, de encontrar una arteria azul en el subsuelo que  hiciera florecer los surcos de maíz, trigo, otros frutos  y muchas flores, porque  le gustaba adornarse con ellas.
Los antiguos señores de la región, en Cajatambo, Lima, vivieron en las partes altas, donde quedan vestigios de su existencia. El asiento principal habría funcionado como una pequeña metrópoli en Siskay, Wank’aray y Kukushuk donde quedan restos de  templos y tumbas. Las comunidades tienen respeto por estos vestigios  que están a unas tres o cuatro horas caminando.
Mucho tiempo después, siglos que se llevó el viento, los españoles fundaron allí un pueblo que celebra su fiesta principal en diciembre. La santa patrona es  la Inmaculada Concepción.

En esos días el viajero intrépido tiene que hacer un recorrido con muy pocas comodidades, para gozar de hermosos paisajes y la atención de gentes hospitalarias. Sus esfuerzos son recompensados cuando llega al pueblo y disfruta de ciertos aspectos de “la moda que evoca los tiempos de Shakespeare y la corte inglesa”, al mismo tiempo que saborea la calidez de un plato prehispánico, “el pari”, que es una primicia.
Para vivir esta aventura me trasladé al lugar  con Graciela Espinoza, que nació y creció en Gorgor con su hermana Gudelia. Salimos de Lima en un ómnibus de la Plaza Dos de Mayo y abordamos al vuelo otro en la ciudad de Barrranca que pasaba por Gorgor. Doce horas comenzando por  la Panamericana Norte hasta el desvío que nos hizo subir por una carretera de trocha ni más ni menos como si el vehículo fuera una cabra montés, llegando hasta 2,600 metros sobre el nivel del mar.

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Al principio la vía afirmada es suave y sube sin contratiempos hasta entrar en un zigzageo interminable que nos dejó cerca de una graciosa placita que coquetea  todos los días con los cerros de Gorgorhirka, Mahanta, Kuntursenqa y Hanuq. 
En la noche, para entregarse a un sueño reparador, nada mejor que una bolsa de dormir y si se llega a tiempo una mullida cama con abrigadoras frazadas. Algunas bodegas tienen lo necesario para desayunar y mediante un arreglo con la dueña saborear comida caliente.
La Virgen, según cuentan, apareció como una señora común que pidió albergue. Los habitantes del pueblo le tomaron cariño porque era muy dulce y los niños la seguían, hasta que un día los sorprendió al pedir que le hicieran una iglesia si querían que volviera. Ellos no dejaron de extrañarse pero cumplieron con su deseo y cuando terminaron su construcción la encontraron, pero ya como una imagen de pasta. ¡Un milagro! Lo mismo pasó con la Virgen de Manás, una localidad cercana.

Para alegrarla las familias crearon una  danza, las pallas, con reminiscencias inkas y una evocación de la conquista. En esos días el curioso turista puede encontrarse con Atawallpa y su hermano Waskar, a quienes dan muerte unos simples “vasallos”,  que entran a caballo. Pizarro, Candia, Soto, “Sánchez de Cuéllar”, Valverde y su Felipillo.
El traje de las pallas es lujoso. Faldas amplias adornadas con pañuelos, blusa de gran pechera, collares de perlas y cuentas de color, mantas que abrochan con prendedores que antes eran de plata fina. Pañuelos sobre la cabeza y sombreros adornados con flores.
Lo más resaltante son sus blancos cuellos o remangas de tres tamaños. Muy almidonados, cortados en abanico y levantados como corolas, al estilo de la corte de su majestad británica, la reina Isabel I de Inglaterra.

El día central el mayordomo se encarga de invitar al pueblo el clásico “pari”. Las gorgorinas preparan este plato milenario con carne de res, oveja, gallina, kuye y un poco de papa seca. Su característica, aparte de su confección con carnes de animales traídos or los españoles, es servirlo con una piedra de río o “coyote”, caldeada al rojo vivo que al ser colocado hace hervir al caldo por unos segundos.
Para beber alcanzan sendos vasos con chicha de jora, de maní o el famoso clarillo de cebada. Una celebración que entona el espíritu invitando a regresar con más días para conocer sus grupos arqueológicos y tener la sensación de haber realizado descubrimiento en una Lima de altura.

Alfonsina Barrionuevo