INVIERNO EN HUAROCHIRI
En las alturas de Huarochirí, Lima, la baja temperatura impregna el aire. El aliento
se convierte en una nube. Los estiletes del frío se hunden en el cuerpo. El
invierno congela hasta el ichu del extenso pajonal de Chankuya. Las viskachas
se acurrucan en sus cuevas y no saludan
al padre Sol. El mal tiempo castiga a todos los seres vivientes de la puna, sin
distinción.
¿Habrá que “calentar las manos” de Santa Rosa de Lima, patrona de la
provincia? Alguna buena devota le tejió unos guantes de lana y ella sonrió en
la iglesia. La bienaventurada limeña se encarga de proteger a los frutales.
Subiendo de Lima, en medio camino, hay chacras dedicadas al cultivo de
manzanos. Los agricultores de tierra adentro, como Wanqata, esperan el milagro de una carretera para sacar sus
productos en cantidad. En los árboles se quedan deliciosas paltas, chirimoyas y
manzanas que no se cosechan. La tierra es fértil y los frutos son tan grandes,
que no se puede trasladarlas a la capital sino unas cuantas cajas.
Cada 30 de agosto, día de Santa Rosa de Lima, hay
feria en la plaza de entrada a Huarochirí. Al mismo tiempo que las frutas, sus
productores venden dos variedades de
quesos: unos pequeños, envueltos en paja, si las vacas son propias; Y otros, en
bloques de varios kilos, si los animales son de la comunidad.
El vocablo Huarochirí,
según el sabio Julio C.Tello, quien nació allí en una casa que todavía existe,
significa en -hak’aru o kauki- “tierra
de las alturas frías”. Tello, el último de cuatro hermanos, fue hijo de
un campesino amante de sus tradiciones. “Mi abuelo lo hacía levantar en la
madrugada para ir a pastar el ganado, con mi madre que tenía seis años, y así
templó su carácter”, relataba Oscar Santisteban, hijo de su hermana Elena.
El futuro Padre de la Arqueología Peruana estudió
medicina y se graduó en Inglaterra. Fue empleado de la Biblioteca Nacional
cuando la dirigía Ricardo Palma, y se apasionó por la arqueología al descubrir
en una revista del Smithsonian Institute
de EE.UU., fotografías de unos cráneos trepanados de Choykoto, Shakeuma,
Karwaytuve y Huarochirí.
Nunca dejó de
visitar a su pueblo, a pesar del polvo que lo cubría yendo por la trocha
carrozable que había gestado. Antes, la ruta seguía el camino de herradura que
entraba o salía por la Tablada de Lurín y Matute, Lima. “Le gustaba mucho ir a
los baños termales de Kornaya”, contó otro de sus sobrinos, Francisco Cuéllar
Tello.
En tiempos pasados, la provincia fue uno de los
asientos de los belicosos yauyos, según
un estudio muy documentado de Teresa Guillén de Boluarte. En 1534, Fernando de
Soto y Diego de Agüero fueron los primeros en penetrar a la región. En 1586, en
tiempo del séptimo Virrey, Fernando Torres de Portugal, Conde Villar Dom Pardo,
se estableció un pueblo como capital de la provincia de los Hanan Yauyos, con el nombre de Santa María de
Jesús de Huarochirí. Fue el tercer repartimiento integrado por los pueblos de
Sisikaya, Chorrillos, Chankaruma, Cheka, Huarochirí y Kinti. El veedor García
de Saucedo fue su primer encomendero.
Cuando llegaron los
españoles, había unos 10,000 indios tributarios, entre 18 y 50 años de edad, y
miles de “dioses”. Huarochirí era tierra de “magos”. Francisco de Avila lo
visitó en 1601, cuando era cura doctrinero de San Damián, y con José de
Arriaga, ambos fanáticos extirpadores de
idolatrías, lucharon contra sus creencias.
Catequizados a sangre y fuego los huarochiranos se
convirtieron. Pero el espanto de Avila fue enorme cuando descubrió años después
que seguían con sus cultos embozados bajo las ceremonias cristianas. “Para hazer las fiestas de sus ídolos han usado de un
artificio diabólico que ha sido hacerlas en las fiesta de Corpus Christi, de la
Adoración, en las Pascuas y días solemnes, dando a entender a sus curas que se
holgavan por la fiesta de la iglesia... y en el pueblo de estos que se dize Huarochirí, caveca de esta
Provincia, se ha averiguado haber indios que han mandado hazer una imagen de Nuestra Señora y
otra de un Ecce Homo como para fingir que hazían fiestas a estas imágenes que
son realmente Chaupiñamoca y Huaysuay”. El doctrinero no pudo saber
que había producido el sincretismo: la
fusión de dos creencias.
En la parte
media, entre sus dos plazas, la iglesia mantiene una presencia arquitectónica. En
su interior nada interesante, salvo una que otra efigie virreinal. Lo mismo les
pasa a las casas, que son modernas con techos de calamina. Los ómnibus suben dos veces por semana y lo
hacen en ocho o nueve horas por la estrechez del ramal y la infinidad de
curvas. En camioneta se puede llegar en unas cinco horas, pasando por los
anexos de Antioquia y Langa.
Cada 30 de agosto llegan los hijos de la provincia que migraron a Lima,
ansiosos por retomar la vida que dejaron, aspirar su aire, llenar los ojos de
sus paisajes y rezar a Santa Rosa que los espera vestida de fiesta. Muchas
familias llevan, además de flores y velas, “cajuelas” o altares portátiles
con efigies de la santa para que el señor cura las bendiga. La nave se
llena de calor con su presencia y el pueblo también, cuando en la noche bailan
sus cuadrillas hasta que despunta el
amanecer.
La feria de productos concluye antes de la procesión y
en la casa de los mayordomos espera el humeante pari, un caldo refocilante que se sirve con una piedra calentada
al rojo vivo que hace hervir al contorno del potaje, siendo una gloria del
pasado; pues, se trata de un plato prehispánico.
Las ingas saldrán en la tarde, ataviadas con ricos
vestidos, siguiendo al Qhapaq Inka, único señor, con arpa y violín. Sus rostros
se ocultan bajo un velo de tul y otro de monedas de plata. “¿Cómo podríamos
representar de otra manera a los señores del Cusco?”, dicen con respeto. La
gente habla al mismo tiempo de Pariaqaqa, la montaña tutelar de cinco cuerpos:
uno de roca, otro de nieve, un tercero de granizo, un cuarto de lluvia y el
quinto de viento.
Se ingresa a su territorio por Tanta y cuando se
siente satisfecho por la visita, deja sentir el poder de sus cinco cuerpos,
como si diera la mano con nieve, lluvia y viento. Los huarochiranos le hacen
ofrendas pidiéndole un buen año y dicen que suele demostrar su cariño a quienes
lo recuerdan.
Alfonsina Barrionuevo
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