ANDAS DEL CRISTO MORADO
En
el Perú el Cristo tiene mil nombres. Para mí es el Taitacha Temblores, el
Cristo que regaló Carlos V al Cusco. Hasta que un octubre de angustias Juan
Núñez del Prado, antropólogo y kuraq akulleq, sacerdote andino, me dijo que fuera
donde el Señor de los Milagros. “Es como un vaso de amor que desborda, anda a
verle y sentirás como una ráfaga de esperanza llega hasta las simas de tu
alma.” Así fue y lo es, despejando siempre mis sombras cuando lo necesito. La
vez primera sentí como una brisa fresca en mis sienes ardientes. Pensé que
entró por una ventana y la busqué. No la había. Creí que se desprendió de un
gran ramo, que se habría movido a mi costado entre el gentío. Pero, nada.
Brisa, luz, aroma, suelen ser su presencia.
Los
aplausos que se prodigan en las calles cuando el Cristo pasa en procesión y se
detiene por unos minutos hieren la sensibilidad de muchos devotos. Iniciaron
esta costumbre profana unos alumnos que estaban sentados en el filo de la
azotea de un antiguo colegio de la avenida de La Colmena, quienes palmotearon
al verle para hacerse notar. A ciertos acompañantes les gustó y cuando el
famoso Cristo volvió a su santuario lo despidieron con aplausos y desde
entonces se escuchan por donde quiera va.
Su
imagen unida a la vida de la ciudad durante siglos merece tanto respeto que los
aplausos convierten su paso majestuoso en un espectáculo teatral. Qué hermoso
sería, expresan, arrojarle pétalos de flores que cayeran como una lluvia cuando
arrastra las miradas de los que sufren, de los que piden, de los que esperan,
de los que agradecen una gracia concedida. Así estaría más a tono con lo que
representa. Entrega y amor que crea una corriente de energía que propicia la
paz, relaja las tensiones, llama al perdón y al olvido de los odios, los
rencores y las envidias.
Los
siglos han pulverizado el nombre del pintor negro de Angola que lo trabajó con
manos de santidad en un andén de la waka de Pachakamilla, donde estaba el
kamaqen o energía del valle. El virrey Amat y Juniet solía ir a las misas que
se decían y por primera vez desfilaron las órdenes religiosas al galpón que se
circundó de un brillo celestial.
La
necesidad de sacarlo en un recorrido piadoso se materializó en la copia o
“paso” que hoy se conoce. La nueva pintura requirió unas andas y luego un marco
que ha ido cambiando mientras la devoción hacia el Cristo fue creciendo
arremolinando multitudes.
El
tiempo que destruye vidas ha llevado al olvido los afanes de los fieles quienes
se esforzaron en en la confección de de un marco que fuera digno del Señor de
los Milagros. Alguien me envió una carta significativa y no tuve un octubre
para escribir unas líneas. Hasta que llegó a mis manos un recorte de un
periódico del siglo pasado en el cual se relata cómo se ejecutó la base en fino
roble, en la fábrica de muebles de Rodolfo Quesada, siendo recubierta apenas
fue posible con láminas de plata y oro.
El
fuerte movimiento que soporta en las procesiones ocasionó rajaduras en las
andas que tenía y fue una verdadera aventura asumir la construcción de unas
nuevas de buen material y de excelente trabajo. Los miembros de la Hermandad
estuvieron de acuerdo, dice la nota, y fueron los primeros en aportar su
limosna de acuerdo a sus medios. Siguieron los devotos que al conocer la
noticia participaron con lo que tenían. "Esas andas, menciona el redactor
anónimo, se deben al pueblo, cuya fe puso en relieve la Lima religiosa que
considerábamos desaparecida".
Mucha
gente creyó que los exvotos o “milagros” darían lo suficiente para cubrir unas
andas y hasta dos, ignorando que la mayoría eran de plata de infima calidad y
que fundidas no darían exitosos resultados. Se nombró como tesorera a la madre
superiora de las Nazarenas y a la señora Hortensia Gonzáles Olaechea. Ambas se
encargaron de la primera colecta y se reunió mil quinientos soles
aproximadamente.
Se
tuvo que hacer una campaña más intensa y el mayordomo del Señor compró con sus
ahorros trescientos cincuenta kilos de plata piña a los señores Gallo, Mujica,
Azalia y otros mineros. Una vendedora del mercado Mercedes Villavicencio dio
cien libras y también una señora llamada María Carbonera. El primer diseño fue
hecho por el escultor Leonardo Jaúregui con algunas modificaciones y los
ángeles fueron dibujados por el padre Zárate de Santo Domingo.
En
el cincelado, pensando en el Cristo, dieron alas a su inspiración y su arte los
maestros Manuel Mercado y Otoniel Alva. El primero que llevó el mayor peso de
la responsabilidad fue premiado con medalla de oro por el concejo metropolitano
el 28 de julio de ese año. Los ángeles fueron fundidos por Lozano y el dorado
de los rayos y las cabezas de los ángeles y serafines corrió a cargo del
maestro Emilio Lizárraga en su taller de galvanoplastia que estaba en una
esquina de San Agustin.
La
Casa de la Moneda participó en la obra y dio toda clase de facilidades para la
laminación de la plata. Sus obreros no quisieron percibir ningún salario por
tratarse de un trabajo que estaba dedicado a realzar las andas del Santo
Cristo. "La cinceladura, dice la información, está hecha con mucho primor.
Mide 4.35 metros de alto por 1.60 de ancho y 1.78 de largo. Los ángeles tienen
88 cms. aproximadamente. Entre los cuatro deben pesar 3 arrobas."
El
dorado de los rayos es de mucho gusto con tres baños en oro de 21 kilates
ejecutado en el taller de Lizárraga, quien parece era cusqueño y le aplicó el
estilo de los plateros de la Ciudad Imperial. En conjunto una obra digna para
el Señor que congrega multitudes cada vez que deja su santuario en los octubres
de lila y oro. Sirvan estas notas para completar recuerdos de la pintura que es
"el paso" de la milagrosa imagen que se encuentra en el antiguo
asiento limeño de Pachakamilla.
Alfonsina
Barrionuevo
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