PERU
SIN TRANSGENICOS
Hace miles de años los antiguos
peruanos convirtieron una papa del tamaño de una pasa en otra, la que hoy
comemos, de gran envergadura. Así ocurrió con otros alimentos, como el maíz,
del tamaño de un dedo meñique con el que ahora disfrutamos con un buen pedazo
de queso. Igual con cientos que han servido para llenar de gloria nutritiva la
mesa de los habitantes del mundo. Un sueño manejado manualmente hace miles de
años que en este siglo puede convertirse en una pesadilla por la aplicación en el
campo de tecnologías equivocadas. El peligro está en la puerta ansioso de
entrar al Perú, donde sólo de pensarlo
tiemblan nuestros ochenta y cuatro pisos ecológicos.
Rememorando
un artículo pasado:
En 1993 la FDA (Agencia de Control de
Alimentos y Medicinas) de los EEUU, dio permiso a la Corporación Monsanto
para comercializar la hormona del crecimiento, obtenida por manipulación genética. Los resultados fueron
catastróficos. La hormona, inyectada en vacas
lecheras, con el propósito de lograr una mayor producción de leche, tuvo
efectos indeseables. Mastitis, terneros con malformaciones y otros trastornos
reproductivos, según estudios de Paúl Kingsworth que salieron en la revista
“The Ecologist” en 1998. Varios expertos observaron también problemas en niños
que tomaron esa leche, por lo cual el intento fue discontinuado.
Ese mismo año un informe oficial
canadiense mencionó un experimento (Jorge Riechmann, Madrid, España) en un 20 y
30% de ratas que, al ser inyectadas con la hormona del crecimiento tratada de
ese modo, desarrollaron anticuerpos en la sangre permitiendo el brote de
quistes en la tiroides, infiltraciones en la próstata de algunos machos, e incrementación
de riesgos para contraer cáncer a la próstata, mama y colon, en hembras.
Las corporaciones Monsanto, Du Pont,
Syngenta y el Groupe Limagarin, que controlan
el 80% de la biotecnología en el mundo, (60% de plaguicidas, 23% de venta de
semillas naturales y 10% de semillas transgénicas) obteniendo miles de millones
de dólares al año, no se detuvieron.
En vista de lo sucedido se continuó el
tema de los transgénicos en algo que fue menos notorio. Por ejemplo el caso del
maíz amarillo duro, que modifican con el gen de la bacteria Bacillus
thurigiensis, con la misma intención, multiplicar las cosechas y tener más
ingresos.
En el Perú, que importa dos terceras
partes de la producción que necesita para pollos, no ha habido queja de los criadores ni de los consumidores.
Quizá porque las aves entran a la olla, a la sartén o al asador, muy temprano,
casi al mes de vida. No se conocen reacciones colaterales porque no llegan a
ser gallos ni gallinas.
El problema surgió cuando las
empresas, con Monsanto a la cabeza, trataron de conseguir un libre comercio
para sus semillas transgénicas, para controlar las cosechas de los productos alimenticios en
el planeta.
Según se ha publicado la modificación se
efectúa de acuerdo a la
especie. Por ejemplo, a la soya se le introduce un gen de una
bacteria llamada agrobacterium o un
gen del crisantemo para darle resistencia al ataque del herbicida glifosato. Al
tomate el gen de un pez que le da resistencia al frío. A la papa el gen de un
cerdo para que tenga un sabor a puerco. Según los expertos, no ha trascurrido
un plazo prudente para saber si los alimentos BT o sea los transgénicos provocan o no consecuencias colaterales en los seres humanos.
Hace tiempo que hay un rechazo por los
transgénicos en el público consumidor de los EEUU. A ellos no les gustó el
resultado de las hormonas en las vacas y hace un buen tiempo que tienen
preferencia por los alimentos orgánicos, que se venden en mercados selectos, y
que, por supuesto, son más caros.
En los últimos años las industrias que
se dedican a estos cambios genéticos insisten en introducir sus productos en países latinoamericanos y europeos. En la
mayoría sus gobernantes, cuidadosos de no contaminar su territorio, los han
rechazado de plano.
Se los quiere para combatir ciertas
plagas pero pueden dar paso a otras más peligrosas. La resistencia que
adquieren los insectos convierten las plagas en superplagas y se tendrá que
aplicar más agrotóxicos.
Los científicos tienen reparos para
aceptar las modificaciones de genes en los productos alimenticios. Los
transgénicos son seres vivos (plantas o animales) que han sido obtenidos en
laboratorio mediante la introducción de genes de otros seres vivos para
proporcionarles nuevas características.
Los genes de las plantas, indican los
científicos, se pueden cruzar con genes de animales pasando por encima de las
leyes de la naturaleza al crearse un nuevo ser vivo. La ingeniería biogenética,
biotecnológica o ADN Recombinante se está aplicando sin comprobar
efectos negativos que pueden ocasionar daño a la salud humana. Es necesario, indican, realizar investigaciones a mediano y a largo
plazo.
El comercio de los transgénicos, cuyos
campos de producción están en los Estados Unidos, Canadá y Chile, tiene otro
agregado que no se publicita. Las semillas que se trata de vender dan una sola
cosecha. El agricultor que guardaba las mejores para sus cultivos posteriores
no puede usar las transgénicas porque son infértiles. Entonces debe recurrir a las transnacionales cada vez que necesite sembrar, surgiendo una
forma de sujeción. Ya no existiría la independencia que tiene con sus semillas
propias, las naturales, sino que entraría a la gran rueda de un tipo de
colonialismo con sus bemoles. Al valor de las semillas se agregaría la regalía
por derecho intelectual.
Si en la chacra de un agricultor de
productos orgánicos aparecen granos,
cereales o leguminosas transgénicas, por efecto del viento que lleva el polen a
kilómetros de distancia o lo trasladan en sus patas los insectos que se posan
en ellos, debe pagar una multa, aunque no haya utilizado voluntariamente sus semillas.
Lo más peligroso es el impacto que los
transgénicos pueden ocasionar al contaminar especies, suelo y agua. El PNUMA (Programa
de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) señala, en su informe GEO 2003, la
posibilidad de que los genes modificados
infecten descontroladamente una especie y otra sin seguridad alimentaria para
la humanidad .
En Argentina la soya transgénica que
se ha extendido, de acuerdo a las noticias,
ha derrumbado su producción. Lo
mismo está pasando con el maíz transgénico en Puebla, México y Oaxaca, donde se
ha contaminado aproximadamente el 32% de la semilla nativa y se ha puesto en riesgo 300 variedades así como otras
formas de vida. El Perú también estuvo libre hasta que aceptó, no se sabe con
qué argumentos, la construcción de represas hidroeléctricas en nuestra Amazonía
que sólo beneficiarán al Brasil, que
promulgó “sorpresivamente”, el Reglamento que abre sus puertas a las semillas transgénicas.
El INIA (Instituto Nacional de
Investigación Agraria), prestigiado por una magnífica labor ha sido
posiblemente presionado para implementar el cuestionado reglamento de
seguridad, dejando que cualquier empresa comercial de semillas o industrias
alimentarias pueda importar semillas transgénicas, sembrarlas en nuestro país y
venderlas.
Los peruanos, conscientes del peligro
que representan los transgénicos para nuestra biodiversidad, están batallando
por su derogación. Se conoce que las tierras de sembríos transgénicos quedan
impregnadas de glifosato que contamina
otros cultivos.
A eso hay que sumar más peligros. Si la
chala y la coronta de allí se venden como forraje de ganado, habrá carne y
leche de animales alimentados con un
producto transgénico. Cabe preguntarse cuáles pueden ser las consecuencias en las
poblaciones.
El Perú que había comenzado a situarse
como productor de alimentos orgánicos, obteniendo una gran aceptación en ferias
y festivales internacionales que hace honor a la marca país, no debe perder “la
suerte de ser un país de climas y niveles diversos.”
Después de medio milenio los agricultores, que
están saliendo de la postergación, no tienen
por qué renunciar a su derecho de un triunfo justo.
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