sábado, 8 de octubre de 2016

PERU SIN TRANSGENICOS    
                
Hace miles de años los antiguos peruanos convirtieron una papa del tamaño de una pasa en otra, la que hoy comemos, de gran envergadura. Así ocurrió con otros alimentos, como el maíz, del tamaño de un dedo meñique con el que ahora disfrutamos con un buen pedazo de queso. Igual con cientos que han servido para llenar de gloria nutritiva la mesa de los habitantes del mundo. Un sueño manejado manualmente hace miles de años que en este siglo puede convertirse en una pesadilla por la aplicación en el campo de tecnologías equivocadas. El peligro está en la puerta ansioso de entrar al Perú,  donde sólo de pensarlo tiemblan nuestros ochenta y cuatro pisos ecológicos.

Rememorando un artículo pasado:
En 1993 la FDA (Agencia de Control de Alimentos y Medicinas) de los EEUU, dio permiso a la Corporación Monsanto para comercializar la hormona del crecimiento, obtenida por manipulación genética. Los resultados fueron catastróficos. La hormona, inyectada en vacas lecheras, con el propósito de lograr una mayor producción de leche, tuvo efectos indeseables. Mastitis, terneros con malformaciones y otros trastornos reproductivos, según estudios de Paúl Kingsworth que salieron en la revista “The Ecologist” en 1998. Varios expertos observaron también problemas en niños que tomaron esa leche, por lo cual el intento fue discontinuado.     

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Ese mismo año un informe oficial canadiense mencionó un experimento (Jorge Riechmann, Madrid, España) en un 20 y 30% de ratas que, al ser inyectadas con la hormona del crecimiento tratada de ese modo, desarrollaron anticuerpos en la sangre permitiendo el brote de quistes en la tiroides, infiltraciones en la próstata de algunos machos, e incrementación de riesgos para contraer cáncer a la próstata, mama y colon, en hembras.
Las corporaciones Monsanto, Du Pont, Syngenta y el  Groupe Limagarin, que controlan el 80% de la biotecnología en el mundo, (60% de plaguicidas, 23% de venta de semillas naturales y 10% de semillas transgénicas) obteniendo miles de millones de dólares al año, no se detuvieron.

En vista de lo sucedido se continuó el tema de los transgénicos en algo que fue menos notorio. Por ejemplo el caso del maíz amarillo duro, que modifican con el gen de la bacteria Bacillus thurigiensis, con la misma intención, multiplicar las cosechas y tener más ingresos.
En el Perú, que importa dos terceras partes de la producción que necesita para pollos, no ha habido queja de los criadores ni de los consumidores. Quizá porque las aves entran a la olla, a la sartén o al asador, muy temprano, casi al mes de vida. No se conocen reacciones colaterales porque no llegan a ser gallos ni gallinas.
El problema surgió cuando las empresas, con Monsanto a la cabeza, trataron de conseguir un libre comercio para sus semillas transgénicas, para controlar las cosechas de los productos alimenticios en el planeta.

Según se ha publicado la modificación se efectúa de acuerdo a la especie. Por ejemplo, a la soya se le introduce un gen de una bacteria llamada agrobacterium o un gen del crisantemo para darle resistencia al ataque del herbicida glifosato. Al tomate el gen de un pez que le da resistencia al frío. A la papa el gen de un cerdo para que tenga un sabor a puerco. Según los expertos, no ha trascurrido un plazo prudente para saber si los alimentos BT o sea los transgénicos provocan o no consecuencias colaterales en los seres humanos.
Hace tiempo que hay un rechazo por los transgénicos en el público consumidor de los EEUU. A ellos no les gustó el resultado de las hormonas en las vacas y hace un buen tiempo que tienen preferencia por los alimentos orgánicos, que se venden en mercados selectos, y que, por supuesto, son más caros. 

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En los últimos años las industrias que se dedican a estos cambios genéticos insisten en introducir sus productos en países latinoamericanos y europeos. En la mayoría sus gobernantes, cuidadosos de no contaminar su territorio, los han rechazado de plano.  
Se los quiere para combatir ciertas plagas pero pueden dar paso a otras más peligrosas. La resistencia que adquieren los insectos convierten las plagas en superplagas y se tendrá que aplicar más agrotóxicos.
Los científicos tienen reparos para aceptar las modificaciones de genes en los productos alimenticios. Los transgénicos son seres vivos (plantas o animales) que han sido obtenidos en laboratorio mediante la introducción de genes de otros seres vivos para proporcionarles nuevas características.
Los genes de las plantas, indican los científicos, se pueden cruzar con genes de animales pasando por encima de las leyes de la naturaleza al crearse un nuevo ser vivo. La ingeniería biogenética, biotecnológica o ADN Recombinante se está aplicando sin comprobar efectos negativos que pueden ocasionar daño a la salud humana. Es necesario, indican,  realizar investigaciones a mediano y a largo plazo.

El comercio de los transgénicos, cuyos campos de producción están en los Estados Unidos, Canadá y Chile, tiene otro agregado que no se publicita. Las semillas que se trata de vender dan una sola cosecha. El agricultor que guardaba las mejores para sus cultivos posteriores no puede usar las transgénicas porque son infértiles. Entonces debe recurrir a las transnacionales cada vez que necesite sembrar, surgiendo una forma de sujeción. Ya no existiría la independencia que tiene con sus semillas propias, las naturales, sino que entraría a la gran rueda de un tipo de colonialismo con sus bemoles. Al valor de las semillas se agregaría la regalía por derecho intelectual.
Si en la chacra de un agricultor de productos orgánicos aparecen granos, cereales o leguminosas transgénicas, por efecto del viento que lleva el polen a kilómetros de distancia o lo trasladan en sus patas los insectos que se posan en ellos, debe pagar una multa, aunque no haya utilizado voluntariamente sus semillas.
Lo más peligroso es el impacto que los transgénicos pueden ocasionar al contaminar especies, suelo y agua. El PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) señala, en su informe GEO 2003, la posibilidad  de que los genes modificados infecten descontroladamente una especie y otra sin seguridad alimentaria para la humanidad . 
En Argentina la soya transgénica que se ha extendido, de acuerdo a las noticias,  ha derrumbado su producción. Lo mismo está pasando con el maíz transgénico en Puebla, México y Oaxaca, donde se ha contaminado aproximadamente el 32% de la semilla nativa y se ha puesto en riesgo 300 variedades así como otras formas de vida. El Perú también estuvo libre hasta que aceptó, no se sabe con qué argumentos, la construcción de represas hidroeléctricas en nuestra Amazonía que sólo beneficiarán al Brasil, que promulgó “sorpresivamente”, el Reglamento que abre sus puertas a las semillas transgénicas.
El INIA (Instituto Nacional de Investigación Agraria), prestigiado por una magnífica labor ha sido posiblemente presionado para implementar el cuestionado reglamento de seguridad, dejando que cualquier empresa comercial de semillas o industrias alimentarias pueda importar semillas transgénicas, sembrarlas en nuestro país y venderlas.
Los peruanos, conscientes del peligro que representan los transgénicos para nuestra biodiversidad, están batallando por su derogación. Se conoce que las tierras de sembríos transgénicos quedan impregnadas de glifosato  que contamina otros cultivos. 

A eso hay que sumar más peligros. Si la chala y la coronta de allí se venden como forraje de ganado, habrá carne y leche de animales alimentados con un producto transgénico. Cabe preguntarse cuáles pueden ser las consecuencias en las poblaciones.
El Perú que había comenzado a situarse como productor de alimentos orgánicos, obteniendo una gran aceptación en ferias y festivales internacionales que hace honor a la marca país, no debe perder “la suerte de ser un país de climas y niveles diversos.”
Después de medio milenio los agricultores, que están saliendo de la postergación,  no tienen por qué renunciar a su derecho de un triunfo justo.

Alfonsina Barrionuevo

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