LA TIERRA HIZO “GLÚ, GLÚ”
La tierra hizo pucheros. En la última sequía
se deshidrató. Aparentemente podía surtirse con las aguas de una laguna que
refrescaba sus sienes y que se tendía de un cerro a otro. No le quedó más
remedio que absorberla. El cielo fue testigo que resistió mucho. Las
comunidades que vivían en las partes altas despertaron cuando sintieron unos fuertes
sonidos que salían de la laguna. Amanecía con sol y alcanzaron a ver unos
globos transparentes al fondo. “¡Glú, glú, glú...!” “¡Gor, gor, gor...!”
No quedaron ni charcos. Cuando la gente llegó la
humedad se sentía, pero en lugar de la laguna, había un enorme espacio de
tierra fértil, buena para sembrar y cosechar. La delicadeza de los últimos
sonidos los impresionó. Había que darle un nombre al lugar y le llamaron
Gorgor, para que se recordara en el tiempo el sacrificio de la laguna que fue un regalo de la tierra a sus hijos, los
hombres, que vivían en las cumbres.
Ella se encargó, con calma, de encontrar una arteria
azul en el subsuelo que hiciera florecer
los surcos de maíz, trigo, otros frutos
y muchas flores, porque le
gustaba adornarse con ellas.
Los antiguos señores de la región, en Cajatambo, Lima,
vivieron en las partes altas, donde quedan vestigios de su existencia. El asiento
principal habría funcionado como una pequeña metrópoli en Siskay, Wank’aray y
Kukushuk donde quedan restos de templos
y tumbas. Las comunidades tienen respeto por estos vestigios que están a unas tres o cuatro horas
caminando.
Mucho tiempo después, siglos
que se llevó el viento, los españoles fundaron allí un pueblo que celebra su
fiesta principal en diciembre. La santa patrona es la Inmaculada Concepción.
En esos días el viajero intrépido tiene que hacer un
recorrido con muy pocas comodidades, para gozar de hermosos paisajes y la
atención de gentes hospitalarias. Sus esfuerzos son recompensados cuando llega
al pueblo y disfruta de ciertos aspectos de “la moda que evoca los tiempos de
Shakespeare y la corte inglesa”, al mismo tiempo que saborea la calidez de un
plato prehispánico, “el pari”, que es una primicia.
Para vivir esta aventura me trasladé al lugar con Graciela Espinoza, que nació y creció en
Gorgor con su hermana Gudelia. Salimos de Lima en un ómnibus de la Plaza Dos de
Mayo y abordamos al vuelo otro en la ciudad de Barrranca que pasaba por Gorgor.
Doce horas comenzando por la
Panamericana Norte hasta el desvío que nos hizo subir por una carretera de
trocha ni más ni menos como si el vehículo fuera una cabra montés, llegando
hasta 2,600 metros sobre el nivel del mar.
Al principio la vía afirmada es suave y sube sin
contratiempos hasta entrar en un zigzageo interminable que nos dejó cerca de una
graciosa placita que coquetea todos los
días con los cerros de Gorgorhirka, Mahanta, Kuntursenqa y Hanuq.
En la noche, para entregarse a un sueño reparador,
nada mejor que una bolsa de dormir y si se llega a tiempo una mullida cama con
abrigadoras frazadas. Algunas bodegas tienen lo necesario para desayunar y
mediante un arreglo con la dueña saborear comida caliente.
La Virgen, según cuentan, apareció como una señora
común que pidió albergue. Los habitantes del pueblo le tomaron cariño porque
era muy dulce y los niños la seguían, hasta que un día los sorprendió al pedir
que le hicieran una iglesia si querían que volviera. Ellos no dejaron de
extrañarse pero cumplieron con su deseo y cuando terminaron su construcción la
encontraron, pero ya como una imagen de pasta. ¡Un milagro! Lo mismo pasó con
la Virgen de Manás, una localidad cercana.
Para alegrarla las familias crearon una danza, las pallas, con reminiscencias inkas y
una evocación de la conquista. En esos días el curioso turista puede
encontrarse con Atawallpa y su hermano Waskar, a quienes dan muerte unos
simples “vasallos”, que entran a caballo.
Pizarro, Candia, Soto, “Sánchez de Cuéllar”, Valverde y su Felipillo.
El traje de las pallas es lujoso. Faldas amplias
adornadas con pañuelos, blusa de gran pechera, collares de perlas y cuentas de
color, mantas que abrochan con prendedores que antes eran de plata fina.
Pañuelos sobre la cabeza y sombreros adornados con flores.
Lo más resaltante son sus blancos cuellos o remangas
de tres tamaños. Muy almidonados, cortados en abanico y levantados como
corolas, al estilo de la corte de su majestad británica, la reina Isabel I de
Inglaterra.
El día central el mayordomo se encarga de invitar al
pueblo el clásico “pari”. Las gorgorinas preparan este plato milenario con
carne de res, oveja, gallina, kuye y un poco de papa seca. Su característica,
aparte de su confección con carnes de animales traídos or los españoles, es
servirlo con una piedra de río o “coyote”, caldeada al rojo vivo que al ser colocado
hace hervir al caldo por unos segundos.
Para beber alcanzan sendos vasos con chicha de jora,
de maní o el famoso clarillo de cebada. Una celebración que entona el espíritu
invitando a regresar con más días para conocer sus grupos arqueológicos y tener
la sensación de haber realizado descubrimiento en una Lima de altura.
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