LA MAGIA DE LOS BARROW CON KUKULI
En una tienda de piezas exclusivas del Aeropuerto de Cusco
conocí unas bellas esculturas de madera. Había mujeres con polleritas y hombres
con tabla casca. A su gran colorido sumaban una extraña movilidad. Era
increíble, a la madera le crecían alas. Parecían inmovilizados, en medio baile,
con suma gracia. No me quisieron dar el nombre de los autores. Hasta que un día,
en una cita internacional, encontré las mismas esculturas. Había un toque de magia
en ellas. Hasta el viento había sido sorprendido moviendo las hojas de los
árboles.
Miré en una tarjeta que me alcanzaron y vi los nombres de John
Barrow y su esposa Martha. Mi búsqueda había terminado. John era un ingeniero
que vino de Londres y se enamoró del Perú, quedándose al terminar su contrato.
Martha había nacido en un pueblo de los Andes Centrales muy singular, Akolla,
que proclamaba con orgullo que todos sus hijos sabían leer y escribir. Se casaron y a la par que herederos de sus
sueños y su sangre crearon un estilo de esculturas en madera.
Hoy son conocidos internacionamente. Para mí fue muy hermoso
que decidieran llevar a su arte las ilustraciones de Kukuli. Varios personajes
mágicos de mis cuentos adquieren otra dimensión. Quien quiera puede comprar al
Divino Robapan, el Niño Dios de Oropesa, sentado sobre una canasta de chutas
olorosas; al Muki, como si se hubiera escapado de las minas; al Uchuchullko,
pequeño guardián de la vida silvestre en los cerros de Lima; a Paraka, la madre
de los vientos del Sur, y a la Madre del granizo, el viento y la helada. Los
pueden ver en mi muestra “Alfonsina Total” del instituto Riva Agüero, Jr.
Camaná 459, centro histórico de Lima, que estará unos días más, hasta el 3 de
noviembre. Les sorprenderán. Un viento mudo hace volar los cabellos de Airin en
Parakas.
Por si acaso su e mail es: martha @woodflair.com.
EL PELIGRO DE LOS TRANSGÉNICOS
En 1993, la Agencia de Control de Alimentos y Medicinas
(FDA) de EE.UU.,
autorizó a la corporación
Monsanto para comercializar una hormona del crecimiento para vacunos, obtenida
por manipulación genética.
Los resultados fueron catastróficos.
Dicha hormona, inyectada en vacas lecheras con el fin de inducirles a una
mayor productividad, tuvo efectos indeseables: mastitis, terneros con
malformaciones y otros trastornos reproductivos, según un trabajo publicado por
el especialista Paul Kingsworth en la revista “The Ecologist” en 1998. También otros
expertos observaron problemas en niños que tomaron esa leche; por lo que el
intento fue discontinuado.
En ese mismo año, un informe oficial
canadiense mencionó los resultados de otro experimento (Jorge Riechmann,
Madrid, España) con ratas inyectadas con la referida hormona transgénica: de
crecimiento. Entre el 20 y el 30% desarrollaron anticuerpos en la sangre,
presentando ─incluso- quistes en la glándula tiroides, infiltraciones en la
próstata de algunos machos e incremento de los riesgos de cáncer
a la próstata, la mama y el colon.
Pese a estos resultados, las corporaciones transnacionales Monsanto, Du
Pont, Syngenta y Groupe Limagarin -que
controlan el 80% de la biotecnología en el mundo,
el 60% de los plaguicidas, el 23% de las semillas convencionales y el 10% de las
semillas transgénicas, obteniendo unos 245,000 millones de dólares por año- no se detuvieron.
En vista de lo sucedido con la
referida hormona, se continuó el tema de los transgénicos en algo que fuera
menos notorio. Por ejemplo, el maíz amarillo duro, modificado con el gen de la bacteria Bacillus
thurigiensis, para que tenga un insecticida propio contra un gusano que
ataca a dicho cultivo.
En el Perú, que importa el 60% de dicho grano para alimentar
a pollos, aún no ha habido queja de los criadores ni de los consumidores, quizás
porque las aves entran a la olla, la
sartén o el asador casi al mes de vida. Es posible que, por la misma razón,
todavía no se conozcan reacciones colaterales, porque los pollos no llegan a
ser gallos ni gallinas.
El problema surgió cuando las
corporaciones transnacionales —con Monsanto como líder— trataron de conseguir
el libre comercio para sus semillas transgénicas y así controlar a la producción agraria
y la alimentación de los pueblos del planeta.
Según lo conocido, la modificación genética
se efectúa de acuerdo con la especie y las nuevas características que se le
quiere dar. Por ejemplo, a la soya
transgénica se le introdujo un gen de la bacteria llamada agrobacterium o un gen del crisantemo, para conferirle resistencia al herbicida glifosato.
Al tomate transgénico se le incorporó
el gen de un pez para darle resistencia al frío. A la papa, -3,600 variedades
en el Perú-, se pensó uno de cerdo para que tenga su sabor. Al maíz y al algodón, el de una
bacteria, la bacillus thurigiensis, para
convertirlos en transgénicos Bt.
Según los expertos no ha transcurrido
un plazo prudente para saber si los productos
transgénicos provocan o no consecuencias adversas en la biodiversidad
vegetal, los animales y los seres humanos.
Mientras en el público consumidor de EE.UU. hay un rechazo creciente a los
transgénicos. A los norteamericanos no les gustó el resultado de la hormona en
las vacas lecheras y tienen preferencia por los alimentos orgánicos, que son mucho más caros que los productos
convencionales o quimificados.
En los últimos años, las industrias transnacionales
que manejan la transgénesis insisten en introducir sus productos en diversos
países. En la mayoría de casos, los gobernantes y pueblos de éstos los han rechazado de plano, por temor a los riesgos.
Con los cultivos transgénicos se
quiere combatir a ciertas plagas, pero pueden aparecer otras más peligrosas. Ya
que la resistencia que adquieren los insectos, convierten a las plagas en
superplagas; por lo cual se tendrá que aplicar más agrotóxicos.
Los genes de las plantas ─indican muchos
científicos─ son cruzados con genes de animales, pasando por
encima a las leyes de la naturaleza al crear un nuevo ser vivo, conservando su
apariencia. La ingeniería genética, biotecnológica o ADN Recombinante
se está aplicando sin preveer debidamente los efectos negativos que puede
ocasionar en toda la cadena de
la vida y la salud humana. Es necesario, indican, realizar investigaciones
de mediano a largo plazos, para
confirmar o descartar los riesgos.
Por otro lado, si en la chacra de un
agricultor orgánico o convencional aparecen especies transgénicas, por efecto del viento, los insectos y
las aves silvestres, que pueden llevar
el polen a kilómetros de distancia, aquél debe pagar una multa, aunque no haya utilizado
voluntariamente las semillas transgénicas.
Lo más peligroso es que los transgénicos pueden contaminar también
incluso al suelo y el agua. Al respecto, el Programa de las Naciones
Unidas para el Medio
Ambiente (PNUMA) señaló, en su informe GEO 2003, la posibilidad de que los productos modificados puedan
infectar descontroladamente la
biodiversidad atentando contra la seguridad alimentaria del planeta.
Según diversos reportes periodísticos,
en Argentina la soya transgénica ha causado graves problemas a la producción de dicho
cultivo. Lo mismo está pasando con el
maíz transgénico en los estados aztecas de Puebla, México y Oaxaca, donde se ha
contaminado aproximadamente al 32% de los maíces nativos, poniendo en riesgo a
unos 30 variedades y ecotipos, así como otras formas de vida.
El Perú estuvo libre de estos riesgos hasta que el
gobierno anterior impuso “sorpresivamente”
el Decreto Supremo No. 003-201-AG, para
abrir las puertas del país a la penetración de las semillas transgénicas.
En el momento preciso los peruanos,
conscientes del peligro que ofrecen los transgénicos para la biodiversidad que distingue
a nuestro país, batallaron para lograr la derogación de ese dispositivo. Hace tiempo expresaron su rechazo los gobiernos regionales de Cusco, Cajamarca,
Ayacucho, Huánuco, San Martín y Lambayeque.
Mario Acosta, director ejecutivo del
Instituto “Rural Valle Grande ”
de Cañete, declaró ante un medio local. “No tiene sentido meter algo que
reducirá el uso de insecticidas, cuando amenaza contaminar a otras variedades.
Si hay un cruce, se puede perder la calidad del maíz blanco gigante de Urubamba
o del maíz morado.”
A eso hay que sumar otros peligros. La
chala y la coronta se venden como forraje para ganado, o sea que habrá carne y leche de animales
alimentados con maíz transgénico. ¿Qué consecuencias puede traer eso para
nuestra población? Nadie lo sabe.
El Perú, que ha comenzado a situarse
como productor creciente de alimentos orgánicos en el mundo, obteniendo una
aceptación que hace honor a la marca país en ferias y festivales
internacionales, no debe perder “la suerte de ser un país de climas y niveles diversos.”
Después de medio milenio, los agricultores que
están saliendo de la postergación, no tienen
por qué renunciar a su derecho por
un triunfo justo en el mundo.