domingo, 25 de octubre de 2015


LA MAGIA DE LOS BARROW CON KUKULI 


En una tienda de piezas exclusivas del Aeropuerto de Cusco conocí unas bellas esculturas de madera. Había mujeres con polleritas y hombres con tabla casca. A su gran colorido sumaban una extraña movilidad. Era increíble, a la madera le crecían alas. Parecían inmovilizados, en medio baile, con suma gracia. No me quisieron dar el nombre de los autores. Hasta que un día, en una cita internacional, encontré las mismas esculturas. Había un toque de magia en ellas. Hasta el viento había sido sorprendido moviendo las hojas de los árboles.


Miré en una tarjeta que me alcanzaron y vi los nombres de John Barrow y su esposa Martha. Mi búsqueda había terminado. John era un ingeniero que vino de Londres y se enamoró del Perú, quedándose al terminar su contrato. Martha había nacido en un pueblo de los Andes Centrales muy singular, Akolla, que proclamaba con orgullo que todos sus hijos sabían leer y escribir.  Se casaron y a la par que herederos de sus sueños y su sangre crearon un estilo de esculturas en madera.
Hoy son conocidos internacionamente. Para mí fue muy hermoso que decidieran llevar a su arte las ilustraciones de Kukuli. Varios personajes mágicos de mis cuentos adquieren otra dimensión. Quien quiera puede comprar al Divino Robapan, el Niño Dios de Oropesa, sentado sobre una canasta de chutas olorosas; al Muki, como si se hubiera escapado de las minas; al Uchuchullko, pequeño guardián de la vida silvestre en los cerros de Lima; a Paraka, la madre de los vientos del Sur, y a la Madre del granizo, el viento y la helada. Los pueden ver en mi muestra “Alfonsina Total” del instituto Riva Agüero, Jr. Camaná 459, centro histórico de Lima, que estará unos días más, hasta el 3 de noviembre. Les sorprenderán. Un viento mudo hace volar los cabellos de Airin en Parakas.
Por si acaso su e mail es: martha @woodflair.com.



 EL PELIGRO DE LOS TRANSGÉNICOS
                        
En 1993, la Agencia de Control de Alimentos y Medicinas (FDA) de EE.UU., autorizó a la corporación Monsanto para comercializar una hormona del crecimiento para vacunos, obtenida por  manipulación genética.
Los resultados fueron catastróficos.
Dicha hormona, inyectada en vacas lecheras con el fin de inducirles a una mayor productividad, tuvo efectos indeseables: mastitis, terneros con malformaciones y otros trastornos reproductivos, según un trabajo publicado por el especialista Paul Kingsworth en la revista “The Ecologist” en 1998. También otros expertos observaron problemas en niños que tomaron esa leche; por lo que el intento fue discontinuado.     
En ese mismo año, un informe oficial canadiense mencionó los resultados de otro experimento (Jorge Riechmann, Madrid, España) con ratas inyectadas con la referida hormona transgénica: de crecimiento. Entre el 20 y el 30% desarrollaron anticuerpos en la sangre, presentando ─incluso- quistes en la glándula tiroides, infiltraciones en la próstata de algunos machos e incremento de los riesgos de   cáncer a la próstata, la  mama y el colon.
Pese a estos resultados, las  corporaciones transnacionales Monsanto, Du Pont, Syngenta y  Groupe Limagarin -que controlan el 80% de la biotecnología en el mundo, el 60% de los plaguicidas, el 23%  de las semillas convencionales y el 10% de las semillas transgénicas, obteniendo unos 245,000 millones de dólares por año-  no se detuvieron.
En vista de lo sucedido con la referida hormona, se continuó el tema de los transgénicos en algo que fuera menos notorio. Por ejemplo, el maíz amarillo duro, modificado con el gen de la bacteria Bacillus thurigiensis, para que tenga un insecticida propio contra un gusano que ataca a dicho cultivo.
En el Perú, que importa el 60% de dicho grano para alimentar a pollos, aún no ha habido queja de los criadores ni de los consumidores, quizás porque las aves entran a la olla, la sartén o el asador casi al mes de vida. Es posible que, por la misma razón, todavía no se conozcan reacciones colaterales, porque los pollos no llegan a ser gallos ni gallinas.
El problema surgió cuando las corporaciones transnacionales —con Monsanto como líder— trataron de conseguir el libre comercio para sus semillas transgénicas y así controlar a la producción agraria y la alimentación de los pueblos del planeta.
  
Según lo conocido, la modificación genética se efectúa de acuerdo con la especie y las nuevas características que se le quiere dar. Por ejemplo, a la soya transgénica se le introdujo un gen de la bacteria llamada agrobacterium o un gen del crisantemo, para conferirle  resistencia al herbicida glifosato.
Al tomate transgénico se le incorporó el gen de un pez para darle resistencia al frío. A la papa, -3,600 variedades en el Perú-, se pensó uno de cerdo para que tenga su sabor. Al maíz y al algodón, el de una bacteria, la bacillus thurigiensis, para convertirlos en transgénicos Bt.
Según los expertos no ha transcurrido un plazo prudente para saber si los productos  transgénicos provocan o no consecuencias adversas en la biodiversidad vegetal, los animales y los seres humanos.
Mientras en el público consumidor de  EE.UU. hay un rechazo creciente a los transgénicos. A los norteamericanos no les gustó el resultado de la hormona en las vacas lecheras y tienen preferencia por los alimentos orgánicos, que son mucho más caros que los productos convencionales o quimificados. 
En los últimos años, las industrias transnacionales que manejan la transgénesis insisten en introducir sus productos en diversos países. En la mayoría de casos, los gobernantes y pueblos de éstos los han rechazado de plano, por temor a los riesgos.  
Con los cultivos transgénicos se quiere combatir a ciertas plagas, pero pueden aparecer otras más peligrosas. Ya que la resistencia que adquieren los insectos, convierten a las plagas en superplagas; por lo cual se tendrá que aplicar más agrotóxicos.
Los genes de las plantas ─indican muchos científicos─  son  cruzados con genes de animales, pasando por encima a las leyes de la naturaleza al crear un nuevo ser vivo, conservando su apariencia. La ingeniería genética, biotecnológica o ADN Recombinante se está aplicando sin preveer debidamente los efectos negativos que puede ocasionar en toda la cadena de la vida y la salud humana. Es necesario, indican, realizar investigaciones de mediano a  largo plazos, para confirmar o descartar los riesgos.
El comercio de los transgénicos agrícolas, cuyos principales campos de producción están en  Estados Unidos, Canadá y Chile, tiene otro agregado que no se publicita: las semillas transgénicas dan una sola cosecha. El agricultor, que guarda las mejores para sus siembras posteriores, no puede reutilizar la semilla transgénica porque  es infértil. Entonces tiene que recurrir a la transnacional cada vez que necesite sembrar, cayendo así en una forma de sujeción. Además, tendría que pagar una regalía o royalti,  por derecho  de propiedad intelectual.
Por otro lado, si en la chacra de un agricultor orgánico o convencional aparecen especies transgénicas, por efecto del viento, los insectos y las aves silvestres, que  pueden llevar el polen a kilómetros de distancia, aquél debe pagar una multa, aunque no haya utilizado voluntariamente las semillas transgénicas.
Lo más peligroso es  que los transgénicos pueden contaminar también incluso al suelo y  el agua.  Al respecto, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) señaló, en su informe GEO 2003, la posibilidad  de que los productos modificados puedan infectar descontroladamente  la biodiversidad atentando contra la seguridad alimentaria del planeta.
Según diversos reportes periodísticos, en Argentina la soya transgénica ha causado graves problemas a la producción de dicho cultivo. Lo mismo está pasando con el maíz transgénico en los estados aztecas de Puebla, México y Oaxaca, donde se ha contaminado aproximadamente al 32% de los maíces nativos, poniendo en riesgo a unos 30 variedades y ecotipos, así como otras formas de vida.
El Perú estuvo libre de estos riesgos hasta que el gobierno anterior impuso  “sorpresivamente” el Decreto Supremo  No. 003-201-AG, para abrir las  puertas del país a  la penetración de las semillas transgénicas.
En el momento preciso los peruanos, conscientes del peligro que ofrecen los transgénicos para la biodiversidad que distingue a nuestro país, batallaron para lograr la derogación de ese dispositivo.  Hace tiempo expresaron su rechazo los gobiernos regionales de Cusco, Cajamarca, Ayacucho, Huánuco, San Martín y Lambayeque.
Mario Acosta, director ejecutivo del Instituto “Rural Valle Grande” de Cañete, declaró ante un medio local. “No tiene sentido meter algo que reducirá el uso de insecticidas, cuando amenaza contaminar a otras variedades. Si hay un cruce, se puede perder la calidad del maíz blanco gigante de Urubamba o del maíz morado.”
A eso hay que sumar otros peligros. La chala y la coronta se venden como forraje para ganado,  o sea que habrá carne y leche de animales alimentados con maíz transgénico. ¿Qué consecuencias puede traer eso para nuestra población?  Nadie lo sabe.
El Perú, que ha comenzado a situarse como productor creciente de alimentos orgánicos en el mundo, obteniendo una aceptación que hace honor a la marca país en ferias y festivales internacionales, no debe perder “la suerte de ser un  país de climas y niveles diversos.”

Después de medio milenio, los agricultores que están saliendo de la postergación,  no tienen por qué renunciar a su derecho por un triunfo justo en el mundo.

sábado, 17 de octubre de 2015

MAESTRO CON ALITAS


Nadie sabe cómo fue creado el hombre. A lo más hemos alcanzado a conocer, por las Sagradas Escrituras, que fue hecho de barro y que perdió una costilla para que el Señor hiciera a la mujer. Sin embargo, según las leyendas andinas hubo un testigo. Un pajarito que lo vio en el norte del Perú. Dios hizo una masa de barro y después le fue dando vueltas, dice una leyenda. El pajarito, a quien después le dieron el nombre de chilalo, estuvo observándole y como tenía que hacer su nido pensó aplicar esa tecnología. El problema fue que no tenía manos para el paleteo. Entonces, como era muy ingenioso, empleó las patitas. ¡Dale por allí, dale por allá y dále…! Al final obtuvo una bola redonda y pulida. La abrió por un costado y así tuvo un lugar para criar a sus polluelos.

Los habitantes de Chulucanas, Piura, aprendieron del chilalo a modelar el barro. Sus vasijas son amasadas con una maestría espectacular. Si Dios hizo así al primer hombre su técnica fue nada menos que celestial. Cuando fui por allá los vi trabajar de esa manera y me pareció estupenda. 

Me compré unos pajaritos para mi colección y tomé notas de la historia. Pueden ver las piezas de los chilalos en la muestra "ALFONSINA TOTAL" que se exhibe de lunes a viernes, de 9 de la mañana a 7 de la noche en el Museo de Artes y Tradiciones del Instituto Riva Aguero, Jr. Camaná 459, Lima. Tienen tiempo, dos semanas más. Les espero. 



LOS FRUTALES DEL UBINAS

                  
               
Emiliano Esquicha, morador de Huatagua, en las alturas de Moquegua, sonríe ampliamente cuando habla del volcán “Ubinas”.
Para la gente del valle donde él nació, el familiar “Tata” (padre) San Pedro es el protector de sus campos y villorrios, aunque últimamente está de malhumor.
El “Ubinas”, a 5,672 m.s.n.m., abarca  una superficie de 45 kilómetros cuadrados y sus erupciones alcanzan hasta 4,000 metros de altura.
Se sabe que el volcán está en alerta roja pero él, como los miembros de muchas generaciones, espera que no pase de fumarolas y rezongos. Lo mismo piensan los demás habitantes de la provincia General Sánchez Cerro, aunque últimamente están alertas.

“Lo que pasa es que el volcán está vivo y ésa es la diferencia con otros que están dormidos desde hace miles de años”—comenta—. “Allá la gente nace escuchando su vozarrón  interior y sabe que es su manera de hacer sentir su presencia.”
En las fiestas lo saludan con flores, coca y chicha, ofrenda que el Apu volcánico comparte con la Pachamama o Madre Tierra.

En esta entrevista le comento que un volcán no es un cerro cualquiera. Sus enojos harán que la población de Querapi tenga que trasladarse a otra parte. La lluvia de cenizas que arroja arruinará los pastizales y sus animales. No podrán seguir viviendo si se quedan donde hoy están.
Maximiliano reconoce que los de Querapi están muy cerca, a sólo unos cinco kilómetros, pero no se mudarán muy lejos, porque no pueden abandonar las heredades de sus padres. “Todos esperamos que pronto vuelva la tranquilidad. Estamos acostumbrados a sus ruidos”, manifiesta.
Años atrás, cuando fui con Victoria Cano Diaz al pueblo de Ubinas, las señoras recordaban que la ceniza del volcán cayó durante varios días, pero que resistieron a esa descarga porque tenían provisiones.
En realidad los pobladores de esa comarca tienen una fibra muy recia y aunque aprecian los monitoreos del Instituto Geofísico del Perú y el Ingemmet no se asustan. Si hay algo muy riesgoso, tendrán tiempo para retirarse y luego volver. Muy rara vez se producen explosiones y según dicen “sólo parecen fuegos artificiales.”

Los abuelos cuentan que el “Ubinas” tenía un casquete de hielo como el “Misti” de Arequipa,  que se cubre de nieve en algunos inviernos. Pero un día lo lanzó por el aire y su cráter quedó al descubierto, como un boquerón enorme que se ve claramente desde los aviones, cuando hay vientos muy fuertes en su ruta habitual y se desvían por allí.

Por carretera se llega a Ubinas desde Arequipa, atravesando la laguna “Salinas” que a veces se llena de pariwanas o flamencos rosados, y ofrece un espectáculo bellísimo cuando levantan el vuelo. Eventualmente, la sal se solidifica y semeja un páramo blanquecino.
El ómnibus que nos llevó fue rodeando una trocha agreste, que  ha mejorado, pasando cerca a uno de sus ríos de agua dulce, fría  y cristalina. “Los volcánmayu salen de los flancos del “Ubinas”—cuenta Esquicha—“y riegan los pueblos del valle”. Su baja temperatura hace pensar que va por cauces de roca que no tienen contacto con la chimenea que sale por el  otro lado del cráter.
A su contenido de ciertos minerales se atribuye la calidad de los frutales que crecen en los pisos ecológicos templados de la zona, además de papas, maíz, alfalfa, cebolla, haba, zapallo y hortalizas. En Huatagua, Huarina, Matalaque y otros anexos hay un constante jubileo de lúkumas de corazón amarillo, peras jugosas, duraznos de pulpa blanca, membrillos olorosos, higos que resuman dulzuras, cerezos tiernos, guindas aromáticas, tunas blancas y de colores, naranjas de néctares esenciales, pakaes de sabroso ”algodón”, paltas como de mantequilla y riquísimos damascos que en Moquegua se maceran en piscos finísimos.
En el Perú muchas ciudades se han poblado demasiado en lo últimos años. Pero Maximiliano cuenta que en su provincia no han crecido. El aumento que se registra es de manera natural, mas no por las migraciones. Tal vez los foráneos no se acostumbran a dormir con los ruidosos monólogos del volcán y prefieren irse a otros lugares.
¡En cambio ellos están muy bien en sus distritos y anexos celebrando con danzas cada fecha santa!. En setiembre a San Miguel Arcángel, en diciembre a la Inmaculada Concepción y, en enero, al Niño de Praga. Los Patroncitos bailan para ellos con máscaras de tez blanca, ojos azules y barbas. Los ví en casa de un familiar de Esquicha, evocando a los  tucumanos, que en los años virreinales llegaban desde Argentina  con sus recuas de mulas a vender productos de cuero para caballos. Aperos, monturas, riendas, lazos y también frenos y herrajes.  En algún momento dejaron de ir, pero queda la danza como una remembranza. 

“Ojalá que “Tata” San Pedro haga que el volcán acabe con sus berrinches y nos deje en paz”, reclama Emiliano Esquicha, para luego añadir: “Criamos vacunos, ovinos, alpakas y kuyes. Allá se prepara deliciosos kuyes chaktados con piedras calientes, que resultan muy sabrosos y crocantes”. Su receta es un secreto de las “chefs” del lugar. Ellas frotan la piel de cada kuy con jugo de naranja y no sé qué más para que resulten crocantes, con pequeñas burbujas de aire, asado bajo piedras calientes. También preparan un sabroso puchero de cordero y un chicharrón de cerdo con culantro o wakatay, para chuparse los dedos.

“En diciembre espero regresar, afirma. Para entonces, quizás el volcán “Ubinas” haya vuelto a ronronear como un gato mañoso. Así es nuestra vida y la aceptamos, confiando en la protección de “Tata” San Pedro”,  finaliza optimista.

domingo, 11 de octubre de 2015

Les cuento... El chilalo es un pajarito que hace miles de años enseñó a los hombres del norte de Perú a hacer sus cerámicas. El pajarito vio como el Señor hizo al hombre de barro. Más, él no tenía manos. Muy ingenioso usó sus patitas. Sus hijos, nietos, biznietos, tataranietos, choznos, etc., etc., aprendieron a trabajar su nido paleteando el barro. La gente de Chulukanas, que vio como trabajaba el chilalo aprendió a dar una forma redonda, acabada, a sus vasijas, con... ¡los pies¡
Hasta ahora lo hacen paleteando el barro con rapidez y dejando pulida la superficie de sus ollas, todas redondas.
Alfonsina Barrionuevo
Amigos estoy vendiendo mis libros en OLX, Hablando con los Apus se está agotando y viene con un DVD con las voces de los Apus y las Pachamamas!

Amigos, tengo 12 cuentos infantiles que estoy vendiendo via OLX, son un lindo regalo para sus hijos, sobrinos o nietos!!

JESUS URBANO EN RIVA AGÜERO

En el Museo de Artes y Tradiciones del Instituto Riva Agüero de la PUCP están los últimos retablos que hizo Jesús Urbano Rojas. Así como Joaquín Lopez Antay le dio un giro al cajón o caja San Marcos o San Antonio que llevaban los ganaderos para que los santos protegieran a sus animales,  Jesús Urbano Rojas llevó al retablo a los personajes mágicos del Ande.
Un día me visitó y me dijo que quería poner en sus cajas los cuentos que ilustró mi hija Kukuli. Nunca lo pensé. A lo más creí que sería interesante ponerlos en un plato o tiesto de barro para que los niños los colgaran en su cuarto o los tuvieran los maestros para explicar sus mágicas historias.


Su idea me pareció excelente. Un retablo es una caja mágica de escenas costumbristas. Un lugar exacto para los sueños infantiles. Pasó algún tiempo y casi me olvidé de su propuesta.

Jesús estuvo muy enfermo y al cabo no resistió más el tiempo y las desilusiones. Se llevó en su bagaje, al fin del camino, el título de “doctor honoris causa” concedido por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Un verdadero honor.  

Cuando mucho más tarde vino a verme su viuda, una cusqueña amable y cariñosa, me tendió un paquete que traía. Pensé en un retablo y lo abrí con mi asistente, Victoria Cano Díaz. Mi sorpresa fue enorme cuando advertí que había en él tres retablos. Dentro habían cobrado figura y volumen el Uchuchullko, gracioso guardián de los animales silvestres en Santiago de Tuna, Lima; la Sirenita de la Saraja , de Ica; y, el Muki,  pequeño guardián de las vetas de oro y plata de las minas.

Todavía pueden verlos. Están en la muestra: “Alfonsina total”, que exhibe el Museo, en el Jirón Camaná 459, en el mismo Centro de Lima. Mi mundo, armado por Lucho Repetto en la casona de Riva Aguero. Está de lunes a viernes, de 10 a.m. a 7 p.m. hasta el 3 de noviembre. Al final volverán a casa o se irán a un instituto o museo para que puedan verlos mejor.  



LOS PRODIGIOS DEL CLIMA

A media mañana de cielo azul, con ligeros flecos de nubes, el Sapan Inka o Unico Señor, hundía la chakitaqlla con reverencia en el seno oloroso de la  Pachamama o “madre tierra”. A él le tocaba ser el primero en abrir el surco para iniciar la siembra. En los otros suyus, los Inka Rantin ─sus representantes-, hacían lo propio en su nombre, con la asistencia de los señores locales.
Posiblemente el resto de la nobleza presente continuaba con la ceremonia agraria, por orden de rango, y luego seguían la posta las gentes dedicadas a esta hermosa actividad creadora de vida. Los cronistas no mencionan cuáles eran las primeras semillas que la Qoya, esposa del Inka, colocaba en el surco. Tal vez las papas más escogidas o granos blancos de maíz, especies que se alternaban en cada campaña agrícola, rotando los espacios cada vez  para que la tierra descansara.
El clima era más abrigado que ahora, porque había bosques de undosos árboles en el contorno de las chacras y también vegetación.

Cuando llegaron los españoles se acabó en Cusco la ceremonia de inicio imperial de la actividades agrarias. Al repartirse los solares el andén de la siembra sagrada que estuvo en una de las partes altas de la ciudad puma se convirtió en la plaza de San Francisco.
La agricultura prehispánica no sufrió cambio y se siguieron cultivando las especies milenarias con lo poco que llegó del Viejo Mundo: trigo, arroz, cebada, haba y arveja.
Los ayllus o comunidades de origen milenario todavía conservan la costumbre de tener un qollana o jefe  que comanda la siembra y efectúa las ofrendas a la Pachamama, para que las cosechas sean óptimas. Igualmente están atentos a una infinidad de indicadores climáticos y astronómicos. La preparación de tierras y algunas de las siembras comienzan en agosto, cuando las  primeras señales se dan en el cielo donde sale en la noche la Qolqa, conjunto de estrellas rutilantes que auguran un buen año agrícola. Pero si una o dos son débiles de un total de cuatro, habrá que retrasar el trabajo, porque el año será seco o demasiado lluvioso.

El estudioso Santiago Erick SantiagoAntúnez de Mayolo menciona otros indicadores. Por ejemplo,  si las aves construyen sus nidos en el curso de los riachuelos, aprovechando que están secos, la falta de agua no permitirá el brote a tiempo de las plantas. En cambio, si las arañas tejen sus telas en las partes altas, el año será bueno. Son avisos de la la Madre Naturaleza.
Hasta la religión católica se incorpora a la predicción del futuro agrícola. En la procesión del Corpus Christi de Cusco, si la Virgen de Belén está pálida, el tiempo será malo para el campo. Si sus mejillas lucen sonrosadas, buen anuncio para los cultivos. Si sus andas son muy pesadas el año será de pesares. Si se las siente livianas es una advertencia de que todo irá bien.
Santa Bárbara doncella, otra imagen que forma parte del desfile religioso,  es la Pachamama  de la papa y ante sus andas las mujeres juegan con un bate haciendo correr de un lado a otro una pelota de madera. Su pueblo se divide en Hanan Poroy, la parte alta, y Urin Poroy, la parte baja. Las jugadoras de cada lugar tratan de llevar la pelota a su arco en un tiempo establecido. Aquellas que lo consigan tendrán un buen año.

En Otuzco, La Libertad, si la lluvia besa a las mejillas de la Virgen de la Puerta es un buen augurio. La Virgen sale en  procesión un día soleado, limpio, sin nubes, y es raro que alguna se forme a lo lejos. Mucho más que  sea  arrastrada por el viento hasta el atrio de la iglesia donde la imagen baja de su capilla en la portada por un palo deslizador y se detiene a medio camino. La espera no puede prolongarse más de dos horas, en que concluye el descenso a sus andas. La gente del agro aguarda y retorna con una sonrisa o un aire de tristeza, según el pronóstico climático de la Virgen.
Tuve la suerte de informarme de su relación con la lluvia conversando con los agricultores que aprovechaban la fiesta para hacer su feria de productos en las cercanías.
Tuve la suerte de asistir al prodigio. Vi formarse la nube y contemplar cómo llegó rápidamente en alas del viento y me cayó una gota de agua. El anuncio que aguardaban con ansia los agricultores. No le faltaron a la señora celeste, que es una talla pequeña muy linda, sus devotos “negros”, de cara pintada con hollín, que recuerdan a los esclavos que llegaron en el virreinato.

Al fundar las villas,  los españoles las ponían bajo la advocación de alguna imagen, como San Carlos de Puno, la Santísima Trinidad de Huancayo, Santo Domingo de Sicaya o San Valentín de Trujillo, etc. En cada lugar los celebran en su día que es de fiesta.
 El Día del Indio, que se amarraba con el Día de Cusco, era un motivo para que los provincianos nos diéramos un abrazo bajo el árbol de sangre andina que entroncaba a todos. Así fue hasta que en 1969 se convirtió en el Día del Campesino y marginó a quienes viven en las ciudades.
Es de ver que al fin de cuentas, el Día del Indio nunca fue festejado por los ayllus, que pasaron a ser comunidades, porque la nominación de indios viene del error de Colón, quien creyó haber llegado a las Indias del Asia. Los citadinos siguen calificando a la gente andina como  indios, pero ellos no se llaman de ese modo a sí mismos. Dicen: “soy de Panpallaqta”, “de Paruro”, “de Santa Cruz de Flores”, “de Cabanaconde” o  “de Santa María de Nieva”, etc. Igual que la gente de ciudad: “soy limeño”, “soy tacneño”, “soy ayacuchano”, etc. Al final se vuelven “limeños” cuando sus padres y abuelos dejan su tierra y  se integran a la ciudad.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 4 de octubre de 2015

EDILBERTO MERIDA EN EXPO RIVA AGUERO

Nunca pensé que los artistas populares del Perú se juntaran para acompañarme. Ellos están en la muestra de Riva Agüero, Jr. Camaná 459, Lima, donde el Museo de Artes y Tradiciones Populares exhibe mi mundo.  Allí figuran con sus obras, algunas de las cuales son únicas.  
Edilberto Mérida hizo algunos toros del Yawar Fiesta, la famosa fiesta brava con cóndor en Cusco. Los descendientes de los Inkas y otros señores andinos se aficionaron por la lidia de toros y alternaban con los españoles en la Plaza de Armas.  Pizarro quien toreó el primero, según la tradición en su casa, no llegó a verles, porque fueron desalojados un tiempo después. Ya que se les dijo que que lo hicieran en sus pueblos de origen.
En una ocasión le conté al artista de los barros de protesta que, en cierto pueblo de Cusco, el cóndor no era cosido al lomo del toro, para fungir de banderilla viva, sino que lo toreaba. Le interesó mucho la historia. El salqa misitu enfrentándose a la gran ave, rabiosamente,  con  todo su poderío, sin poder tocarla.
El cóndor, atrapado en una cacería que llevaba muchos días, era conducido al coso que se  improvisaba. A Mario Cama, el altomisayoq, le chispeaban los ojos cuando recordar cómo era soltado, un poco mareado, porque le hacían tomar chicha para que no se fuera. Su enemigo llegaba, entre tanto, bien atrincado haciéndose dueño de la plaza. Tenía una ventaja, podía arremeter contra ella con su fuerza bruta intacta.

El cóndor lo veía aparecer entre brumas, por un segundo, pues, aquel arrancaba enseguida. En ese espacio alcanzaba a levantar un ala como si fuera una capa. Enceguecido por la ira el cornúpeta cargaba inútilmente. El cóndor recogía su ala,  daba un salto al otro extremo y volvía a citarle.  Estaban así unos minutos, midiéndose,  hasta que los vapores de la chicha se iban disipando y el cóndor intentaba volar, levantándose  un poco del suelo.
El toro, laceado nuevamente para devolverlo a los pastizales, terminaba ignorado. El cóndor, en cambio, era llevado en procesión con  guirnaldas  de flores en el cuello y cintas de colores en las patas hasta la cumbre del cerro, para ser liberado. Acalambrado parecía que iba a estrellarse. Siempre lograba reponerse y remontar el vuelo, unas veces lentamente y otras con mayor viveza. De eso dependía la fortuna del pueblo en la siembra y cosecha de sus campos.

Edilberto Mérida, “doctor honoris causa” en los Estados Unidos, hizo un toro para mí que se exhibe en la muestra de Rica Agüero. Allí les espera, enjuto, poderoso, con sus cuatrocientos kilos de  furia retenidos en el barro.  



MAIZ BLANCO DE LOS INKAS SE ACABA


El famoso maíz blanco de los Inkas marcha a su desaparición. Noticias que llegan del Cusco certifican que empresas extranjeras y nacionales construyen hoteles sobre los surcos donde crecía. Los turistas dormirán sobre la loza que cubre las airosas cañas de hojas alargadas donde se gloriaban las mazorcas que valían el oro de un Imperio.
El profesor John Earls, de la Pontificia Universidad Católica del Perú, especialista en el paraqay, el maíz de los Inkas, debe estar apesadumbrado.  “Vine al Perú y me convertí en un fanático del maíz blanco gigante de Urubamba, Cusco”, reveló en una entrevista.
Nacido en Sidney, Australia, lo atrajo la historia de los Inkas, la música andina y la lectura de José María Arguedas y Ciro Alegría. “Dejé la física y estudié antropología en la Universidad Nacional de Huamanga, para mejorar mi español”, agregó con una amplia sonrisa. Su segundo idioma le permitió abrir las pankas del maíz gigante y descubrir sus secretos.     
Los Inkas, según explica, tuvieron una escuela de agricultura para el paraqay,  maíz blanco de hermosos granos. “En Australia tenemos un clima uniforme, pero aquí cada 30 metros de altura varía. La infinidad de altitudes es fascinante. Un metro más es más frío; menos, más caliente. Influyen también el viento y la lluvia. Me intrigaba cómo los Inkas pudieron lograr una planificación que coordinara esas diferencias”, confesó el investigador peruanista, añadiendo: “Entonces, me dediqué a averiguar cómo pudieron ordenar un trabajo tan eficiente para el maíz blanco gigante, que fue para ellos un cultivo de Estado. Busqué la literatura que pude y con mis investigaciones obtuve un doctorado en  Estados Unidos, estudiando los orígenes de la agricultura en el Perú.”
Para John Earls fue muy curioso que la fase de maduración del maíz tuviera tanta relación con la temperatura. En épocas anteriores, esta especie fue pequeña. Mejorar su tamaño fue una importante hazaña que se logró en base a una observación constante. Su ritmo de maduración tiene una relación tan directa con la temperatura, que el aumento de un grado  centígrado en el ambiente  reduce su desarrollo varias semanas.  
Según afirmó Earls, el florecimiento del maíz funciona bien en condiciones iniciales de temperatura, pero si hay nevadas o sequías no se puede predecir su maduración. Cabe preguntar también, indica, cómo en los Andes, de niveles tan irregulares, los antiguos qosqorunas pudieron asegurar el riego. Si falta volumen de agua en la época de floración, se malogra la cosecha. Pero los agricultores prehispánicos dominaron su comportamiento.
En las pequeñas chacras donde aún se cultiva se mantiene aún el ancestral sistema de riego. A los 3,000 metros, el maíz florece y madura casi en 115 días; mientras que a los 2,500 lo hace en 84 días. Para que el agua fluya uniformemente se necesita una organización perfecta.
“El proceso es  complejísimo”, explicó Earls.  “La gente lo maneja con los movimientos del sol y mirando también a las estrellas. Esto ha sido comprobado con mediciones satelitales y mediciones de la temperatura del mar y de la cantidad de agua que hay en la atmósfera, las cuales determinan el tamaño de las mazorcas.”
La gente andina tiene sus estrategias para no perder la cosecha del paraqay y superar los tiempos tardíos y las sequías. Tienen al kulli, un tipo de maíz blanco morocho, que madura mucho más rápido, por lo que puede lograr un segundo sembrío en el año e incluso asociarlo  con otro que va a madurar antes de que llegue el invierno.
“Para mí —continuó el doctor Earls―  fue como si tuvieran una máquina para coordinar su trabajo con características biológicas excepcionales. La gente usa el ayni y eso le sirve. Ahora  algunos apuntan en cuadernos qué día tendrán un ayni, pero antes fue seguramente con khipus. Los varayoq o “alcaldes andinos” con sus alguaciles tienen en sus manos el control del trabajo en las comunidades. Un sistema brillante ”
El profesor de la PUCP  refirió que los Inkas se concentraron mucho en el cultivo del gran maíz blanco de Urubamba. Ellos desarrollaron también la genética para el mejoramiento de las otras razas. Uno de ellos, hermano de Pachakuteq ―tal vez Tupaq Yupanqui―, es recordado como el pionero en la planificación de la agricultura andina.
Para terminar, Earls alude a los últimos cambios climáticos. “Son muchos. Los campos están más expuestos a las radiaciones solares. Han variado los indicadores ecológicos, los zorros aúllan meses antes y los sapos saltan fuera de época. Habrá modificaciones genéticas en los cultivos. Confío  en que las comunidades encontrarán soluciones. En 1989 escribí un libro sobre Moray, básicamente un laboratorio abierto de investigación y experimentación  agrícola en diferentes altitudes dentro de un mismo ecosistema”.    
El paraqay se cultiva especialmente en Urubamba. En las últimas décadas ha bajado su producción porque los hoteles ocupan sus tierras. Es lamentable, manifiestan familias del lugar, que se pierda. Los Inkas quisieron ampliar el cultivo del maíz gigante a otras regiones y no dio resultado, porque su piso, su habitat, está allí.

El Perú tiene alrededor de 136 razas de maíz que se producen en varias partes del país desde el reventón hasta el saqsa, rojo con blanco; el dulce chullpi, el qellosara amarillo, para mote; el oqesara  plomo, para tostar; el kondevilla, que es precoz,  el maná, que al ser tostado se expande y muchos otros. La mayoría están perdiendo  mercado. Se usan para preparar chicha, la  kancha que es el desayuno de los niños en el campo y para hervirlo y comerlo con queso. En Julkán, cerca de Santa Rosa de Ocopa, Junín, encontré un agricultor que cocía la satanka, un panecillo prehispánico en una olla especial a fuego lento. En Oropesa, Cusco, hay una diversidad de panes desde la t’anta prehispánica hasta las chutas y la torta de hurk’a.

En el Inti Raymi se preparaba la chicha sagrada o aqha y unos panecillos  llamados sankhu probablemente con el maíz blanco. Los Inkas y los kurakas visitantes esperaban ansiosos la aparición del astro rey.  Había la creencia de que la tierra podía quedar en tinieblas al comenzar el solsticio de invierno.
Al caer su primer rayo de oro sobre los cerros se iniciaba un largo ceremonial –saludo, brindis, invocación, cambio del  mosoq nina o fuego nuevo, vaticinios y otros-. A su término, comenzando por el Inka y los nobles de las panakas o familias imperiales, todos  “comulgaban” untando el sanqhu con una gota de sangre de la llama blanca sacrificada.            
La biólogos  cusqueños Rosa Hernández y su esposo César Salas,  insisten que el parakay debe ser considerado patrimonio nacional. Ellos tienen en P’isaq un Sara Wasi o “Casa-Museo de Exposición del Maíz”. Su propósito es dar a los visitantes una explicación de  sus características. En el caso del paraqay la mazorca tiene ocho hileras simétricas. Su tamaño enorme y su composición química dependen de la calidad del agua, del ph de los campos y de las diferencias del clima.
En la cosecha, según el antropólogo Faustino Mayta Medina, las principales actoras son las mujeres. Después del despanque colocan las mazorcas en el tendal, protegido por una cruz de maíz adornada con rosas y claveles.
Para guardar el maíz en los trojes, separan los taqes que son los maíces mellizos, trillizos, cuatrillizos y hasta quintillizos. El gran número de taqes, sobre todo pares, es señal de buena suerte. El taqe es el maíz reproductor, la madre del maíz.
Hacemos votos por el paraqay y también por los otros maíces del Valle Sagrado. Que no terminen trágicamente como piezas de museo, debido a la “siembra” suicida de tantos hoteles y afines, ahí donde aún sobreviven la máxima escuela agronómica y la gran reserva maicera del Antiguo Perú.    

Alfonsina Barrionuevo