domingo, 4 de octubre de 2015

EDILBERTO MERIDA EN EXPO RIVA AGUERO

Nunca pensé que los artistas populares del Perú se juntaran para acompañarme. Ellos están en la muestra de Riva Agüero, Jr. Camaná 459, Lima, donde el Museo de Artes y Tradiciones Populares exhibe mi mundo.  Allí figuran con sus obras, algunas de las cuales son únicas.  
Edilberto Mérida hizo algunos toros del Yawar Fiesta, la famosa fiesta brava con cóndor en Cusco. Los descendientes de los Inkas y otros señores andinos se aficionaron por la lidia de toros y alternaban con los españoles en la Plaza de Armas.  Pizarro quien toreó el primero, según la tradición en su casa, no llegó a verles, porque fueron desalojados un tiempo después. Ya que se les dijo que que lo hicieran en sus pueblos de origen.
En una ocasión le conté al artista de los barros de protesta que, en cierto pueblo de Cusco, el cóndor no era cosido al lomo del toro, para fungir de banderilla viva, sino que lo toreaba. Le interesó mucho la historia. El salqa misitu enfrentándose a la gran ave, rabiosamente,  con  todo su poderío, sin poder tocarla.
El cóndor, atrapado en una cacería que llevaba muchos días, era conducido al coso que se  improvisaba. A Mario Cama, el altomisayoq, le chispeaban los ojos cuando recordar cómo era soltado, un poco mareado, porque le hacían tomar chicha para que no se fuera. Su enemigo llegaba, entre tanto, bien atrincado haciéndose dueño de la plaza. Tenía una ventaja, podía arremeter contra ella con su fuerza bruta intacta.

El cóndor lo veía aparecer entre brumas, por un segundo, pues, aquel arrancaba enseguida. En ese espacio alcanzaba a levantar un ala como si fuera una capa. Enceguecido por la ira el cornúpeta cargaba inútilmente. El cóndor recogía su ala,  daba un salto al otro extremo y volvía a citarle.  Estaban así unos minutos, midiéndose,  hasta que los vapores de la chicha se iban disipando y el cóndor intentaba volar, levantándose  un poco del suelo.
El toro, laceado nuevamente para devolverlo a los pastizales, terminaba ignorado. El cóndor, en cambio, era llevado en procesión con  guirnaldas  de flores en el cuello y cintas de colores en las patas hasta la cumbre del cerro, para ser liberado. Acalambrado parecía que iba a estrellarse. Siempre lograba reponerse y remontar el vuelo, unas veces lentamente y otras con mayor viveza. De eso dependía la fortuna del pueblo en la siembra y cosecha de sus campos.

Edilberto Mérida, “doctor honoris causa” en los Estados Unidos, hizo un toro para mí que se exhibe en la muestra de Rica Agüero. Allí les espera, enjuto, poderoso, con sus cuatrocientos kilos de  furia retenidos en el barro.  



MAIZ BLANCO DE LOS INKAS SE ACABA


El famoso maíz blanco de los Inkas marcha a su desaparición. Noticias que llegan del Cusco certifican que empresas extranjeras y nacionales construyen hoteles sobre los surcos donde crecía. Los turistas dormirán sobre la loza que cubre las airosas cañas de hojas alargadas donde se gloriaban las mazorcas que valían el oro de un Imperio.
El profesor John Earls, de la Pontificia Universidad Católica del Perú, especialista en el paraqay, el maíz de los Inkas, debe estar apesadumbrado.  “Vine al Perú y me convertí en un fanático del maíz blanco gigante de Urubamba, Cusco”, reveló en una entrevista.
Nacido en Sidney, Australia, lo atrajo la historia de los Inkas, la música andina y la lectura de José María Arguedas y Ciro Alegría. “Dejé la física y estudié antropología en la Universidad Nacional de Huamanga, para mejorar mi español”, agregó con una amplia sonrisa. Su segundo idioma le permitió abrir las pankas del maíz gigante y descubrir sus secretos.     
Los Inkas, según explica, tuvieron una escuela de agricultura para el paraqay,  maíz blanco de hermosos granos. “En Australia tenemos un clima uniforme, pero aquí cada 30 metros de altura varía. La infinidad de altitudes es fascinante. Un metro más es más frío; menos, más caliente. Influyen también el viento y la lluvia. Me intrigaba cómo los Inkas pudieron lograr una planificación que coordinara esas diferencias”, confesó el investigador peruanista, añadiendo: “Entonces, me dediqué a averiguar cómo pudieron ordenar un trabajo tan eficiente para el maíz blanco gigante, que fue para ellos un cultivo de Estado. Busqué la literatura que pude y con mis investigaciones obtuve un doctorado en  Estados Unidos, estudiando los orígenes de la agricultura en el Perú.”
Para John Earls fue muy curioso que la fase de maduración del maíz tuviera tanta relación con la temperatura. En épocas anteriores, esta especie fue pequeña. Mejorar su tamaño fue una importante hazaña que se logró en base a una observación constante. Su ritmo de maduración tiene una relación tan directa con la temperatura, que el aumento de un grado  centígrado en el ambiente  reduce su desarrollo varias semanas.  
Según afirmó Earls, el florecimiento del maíz funciona bien en condiciones iniciales de temperatura, pero si hay nevadas o sequías no se puede predecir su maduración. Cabe preguntar también, indica, cómo en los Andes, de niveles tan irregulares, los antiguos qosqorunas pudieron asegurar el riego. Si falta volumen de agua en la época de floración, se malogra la cosecha. Pero los agricultores prehispánicos dominaron su comportamiento.
En las pequeñas chacras donde aún se cultiva se mantiene aún el ancestral sistema de riego. A los 3,000 metros, el maíz florece y madura casi en 115 días; mientras que a los 2,500 lo hace en 84 días. Para que el agua fluya uniformemente se necesita una organización perfecta.
“El proceso es  complejísimo”, explicó Earls.  “La gente lo maneja con los movimientos del sol y mirando también a las estrellas. Esto ha sido comprobado con mediciones satelitales y mediciones de la temperatura del mar y de la cantidad de agua que hay en la atmósfera, las cuales determinan el tamaño de las mazorcas.”
La gente andina tiene sus estrategias para no perder la cosecha del paraqay y superar los tiempos tardíos y las sequías. Tienen al kulli, un tipo de maíz blanco morocho, que madura mucho más rápido, por lo que puede lograr un segundo sembrío en el año e incluso asociarlo  con otro que va a madurar antes de que llegue el invierno.
“Para mí —continuó el doctor Earls―  fue como si tuvieran una máquina para coordinar su trabajo con características biológicas excepcionales. La gente usa el ayni y eso le sirve. Ahora  algunos apuntan en cuadernos qué día tendrán un ayni, pero antes fue seguramente con khipus. Los varayoq o “alcaldes andinos” con sus alguaciles tienen en sus manos el control del trabajo en las comunidades. Un sistema brillante ”
El profesor de la PUCP  refirió que los Inkas se concentraron mucho en el cultivo del gran maíz blanco de Urubamba. Ellos desarrollaron también la genética para el mejoramiento de las otras razas. Uno de ellos, hermano de Pachakuteq ―tal vez Tupaq Yupanqui―, es recordado como el pionero en la planificación de la agricultura andina.
Para terminar, Earls alude a los últimos cambios climáticos. “Son muchos. Los campos están más expuestos a las radiaciones solares. Han variado los indicadores ecológicos, los zorros aúllan meses antes y los sapos saltan fuera de época. Habrá modificaciones genéticas en los cultivos. Confío  en que las comunidades encontrarán soluciones. En 1989 escribí un libro sobre Moray, básicamente un laboratorio abierto de investigación y experimentación  agrícola en diferentes altitudes dentro de un mismo ecosistema”.    
El paraqay se cultiva especialmente en Urubamba. En las últimas décadas ha bajado su producción porque los hoteles ocupan sus tierras. Es lamentable, manifiestan familias del lugar, que se pierda. Los Inkas quisieron ampliar el cultivo del maíz gigante a otras regiones y no dio resultado, porque su piso, su habitat, está allí.

El Perú tiene alrededor de 136 razas de maíz que se producen en varias partes del país desde el reventón hasta el saqsa, rojo con blanco; el dulce chullpi, el qellosara amarillo, para mote; el oqesara  plomo, para tostar; el kondevilla, que es precoz,  el maná, que al ser tostado se expande y muchos otros. La mayoría están perdiendo  mercado. Se usan para preparar chicha, la  kancha que es el desayuno de los niños en el campo y para hervirlo y comerlo con queso. En Julkán, cerca de Santa Rosa de Ocopa, Junín, encontré un agricultor que cocía la satanka, un panecillo prehispánico en una olla especial a fuego lento. En Oropesa, Cusco, hay una diversidad de panes desde la t’anta prehispánica hasta las chutas y la torta de hurk’a.

En el Inti Raymi se preparaba la chicha sagrada o aqha y unos panecillos  llamados sankhu probablemente con el maíz blanco. Los Inkas y los kurakas visitantes esperaban ansiosos la aparición del astro rey.  Había la creencia de que la tierra podía quedar en tinieblas al comenzar el solsticio de invierno.
Al caer su primer rayo de oro sobre los cerros se iniciaba un largo ceremonial –saludo, brindis, invocación, cambio del  mosoq nina o fuego nuevo, vaticinios y otros-. A su término, comenzando por el Inka y los nobles de las panakas o familias imperiales, todos  “comulgaban” untando el sanqhu con una gota de sangre de la llama blanca sacrificada.            
La biólogos  cusqueños Rosa Hernández y su esposo César Salas,  insisten que el parakay debe ser considerado patrimonio nacional. Ellos tienen en P’isaq un Sara Wasi o “Casa-Museo de Exposición del Maíz”. Su propósito es dar a los visitantes una explicación de  sus características. En el caso del paraqay la mazorca tiene ocho hileras simétricas. Su tamaño enorme y su composición química dependen de la calidad del agua, del ph de los campos y de las diferencias del clima.
En la cosecha, según el antropólogo Faustino Mayta Medina, las principales actoras son las mujeres. Después del despanque colocan las mazorcas en el tendal, protegido por una cruz de maíz adornada con rosas y claveles.
Para guardar el maíz en los trojes, separan los taqes que son los maíces mellizos, trillizos, cuatrillizos y hasta quintillizos. El gran número de taqes, sobre todo pares, es señal de buena suerte. El taqe es el maíz reproductor, la madre del maíz.
Hacemos votos por el paraqay y también por los otros maíces del Valle Sagrado. Que no terminen trágicamente como piezas de museo, debido a la “siembra” suicida de tantos hoteles y afines, ahí donde aún sobreviven la máxima escuela agronómica y la gran reserva maicera del Antiguo Perú.    

Alfonsina Barrionuevo

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