EDILBERTO MERIDA EN EXPO RIVA AGUERO
Nunca pensé
que los artistas populares del Perú se juntaran para acompañarme. Ellos están en la muestra de Riva Agüero, Jr.
Camaná 459, Lima, donde el Museo de Artes y Tradiciones Populares exhibe mi
mundo. Allí figuran con sus obras, algunas de las cuales son únicas.
Edilberto
Mérida hizo algunos toros del Yawar Fiesta, la famosa fiesta brava con cóndor
en Cusco. Los descendientes de los Inkas
y otros señores andinos se aficionaron por la lidia de toros y alternaban con
los españoles en la Plaza de Armas.
Pizarro quien toreó el primero, según la tradición en su casa, no
llegó a verles, porque fueron desalojados un tiempo después. Ya que se les dijo
que que lo hicieran en sus pueblos de origen.
En una
ocasión le conté al artista de los barros de protesta que, en cierto pueblo de
Cusco, el cóndor no era cosido al lomo
del toro, para fungir de banderilla viva, sino que lo toreaba. Le interesó mucho la historia. El salqa misitu enfrentándose a la gran ave,
rabiosamente, con todo su poderío, sin poder tocarla.
El cóndor, atrapado en una cacería que llevaba muchos días, era conducido al coso que se improvisaba. A Mario Cama, el altomisayoq, le
chispeaban los ojos cuando recordar cómo era soltado, un poco mareado, porque
le hacían tomar chicha para que no se fuera. Su enemigo llegaba, entre tanto, bien
atrincado haciéndose dueño de la plaza. Tenía una ventaja, podía arremeter
contra ella con su fuerza bruta intacta.
El cóndor
lo veía aparecer entre brumas, por un segundo, pues, aquel arrancaba enseguida.
En ese espacio alcanzaba a levantar un ala como si fuera una capa. Enceguecido
por la ira el cornúpeta cargaba inútilmente. El cóndor recogía su ala, daba un salto al otro extremo y volvía a citarle. Estaban así unos minutos, midiéndose, hasta que los vapores de la chicha se iban disipando
y el cóndor intentaba volar, levantándose un poco del suelo.
El toro, laceado
nuevamente para devolverlo a los pastizales, terminaba ignorado. El cóndor, en cambio, era llevado en procesión con guirnaldas de flores en el cuello y cintas de colores en
las patas hasta la cumbre del cerro, para ser liberado. Acalambrado parecía que iba a estrellarse. Siempre lograba
reponerse y remontar el vuelo, unas veces lentamente y otras con mayor viveza.
De eso dependía la fortuna del pueblo en la siembra y cosecha de sus campos.
Edilberto
Mérida, “doctor honoris causa” en los Estados Unidos, hizo un toro para mí que
se exhibe en la muestra de Rica Agüero. Allí les espera, enjuto, poderoso, con
sus cuatrocientos kilos de furia
retenidos en el barro.
MAIZ BLANCO DE LOS INKAS SE ACABA
El famoso maíz blanco de los Inkas
marcha a su desaparición. Noticias que llegan del Cusco certifican que empresas extranjeras y nacionales construyen hoteles sobre los surcos donde crecía. Los
turistas dormirán sobre la loza que cubre las airosas cañas de hojas alargadas
donde se gloriaban las mazorcas que valían el oro de un Imperio.
El profesor John Earls, de la
Pontificia Universidad Católica del Perú, especialista en el paraqay, el maíz
de los Inkas, debe estar apesadumbrado. “Vine
al Perú y me convertí en un fanático del maíz blanco gigante de Urubamba,
Cusco”, reveló en una entrevista.
Nacido en Sidney, Australia, lo atrajo
la historia de los Inkas, la música andina y la lectura de José María Arguedas
y Ciro Alegría. “Dejé la física y estudié antropología en la Universidad Nacional
de Huamanga, para mejorar mi español”, agregó con una amplia sonrisa. Su
segundo idioma le permitió abrir las pankas del maíz gigante y descubrir sus
secretos.
Los Inkas, según explica, tuvieron una
escuela de agricultura para el paraqay, maíz blanco de hermosos granos. “En Australia
tenemos un clima uniforme, pero aquí cada 30 metros
de altura varía. La infinidad de altitudes es fascinante. Un metro más es más
frío; menos, más caliente. Influyen también el viento y la lluvia. Me intrigaba
cómo los Inkas pudieron lograr una planificación que coordinara esas diferencias”,
confesó el investigador peruanista, añadiendo: “Entonces, me dediqué a averiguar
cómo pudieron ordenar un trabajo tan eficiente para el maíz blanco gigante, que
fue para ellos un cultivo de Estado. Busqué la literatura que pude y con mis
investigaciones obtuve un doctorado en Estados Unidos, estudiando los orígenes de la
agricultura en el Perú.”
Para John Earls fue muy curioso que la
fase de maduración del maíz tuviera tanta relación con la temperatura. En
épocas anteriores, esta especie fue pequeña. Mejorar su tamaño fue una
importante hazaña que se logró en base a una observación constante. Su ritmo de
maduración tiene una relación tan directa con la temperatura, que el aumento de
un grado centígrado en el ambiente reduce su desarrollo varias semanas.
Según afirmó Earls, el florecimiento
del maíz funciona bien en condiciones iniciales de temperatura, pero si hay nevadas
o sequías no se puede predecir su maduración. Cabe preguntar también, indica, cómo en los Andes, de niveles tan irregulares,
los antiguos qosqorunas pudieron asegurar el riego. Si falta volumen de agua en
la época de floración, se malogra la cosecha. Pero los agricultores
prehispánicos dominaron su comportamiento.
En las pequeñas chacras donde aún se
cultiva se mantiene aún el ancestral sistema de riego. A los 3,000 metros , el maíz florece
y madura casi en 115 días; mientras que a los 2,500 lo hace en 84 días. Para que el
agua fluya uniformemente se necesita una organización perfecta.
“El proceso es
complejísimo”, explicó Earls. “La
gente lo maneja con los movimientos del sol y mirando también a las estrellas.
Esto ha sido comprobado con mediciones satelitales y mediciones de la
temperatura del mar y de la cantidad de agua que hay en la atmósfera, las
cuales determinan el tamaño de las mazorcas.”
La gente andina tiene sus estrategias
para no perder la cosecha del paraqay y superar los tiempos tardíos y las
sequías. Tienen al kulli, un tipo de maíz blanco morocho, que madura mucho más
rápido, por lo que puede lograr un
segundo sembrío en el año e incluso asociarlo con otro que va a madurar antes de que llegue
el invierno.
“Para mí —continuó el doctor Earls― fue como si tuvieran una máquina para
coordinar su trabajo con características biológicas excepcionales. La gente usa
el ayni y eso le sirve. Ahora algunos apuntan en cuadernos qué día tendrán
un ayni, pero antes fue seguramente con khipus. Los varayoq o “alcaldes andinos”
con sus alguaciles tienen en sus manos el control del trabajo en las
comunidades. Un sistema brillante ”
El profesor de la PUCP refirió que los Inkas se concentraron mucho
en el cultivo del gran maíz blanco de Urubamba. Ellos desarrollaron también la
genética para el mejoramiento de las otras razas. Uno de ellos, hermano de
Pachakuteq ―tal vez Tupaq Yupanqui―, es recordado como el pionero en la
planificación de la agricultura andina.
Para terminar, Earls alude a los
últimos cambios climáticos. “Son muchos. Los campos están más expuestos a las
radiaciones solares. Han variado los indicadores ecológicos, los zorros aúllan
meses antes y los sapos saltan fuera de época. Habrá modificaciones genéticas
en los cultivos. Confío en que las
comunidades encontrarán soluciones. En 1989 escribí un libro sobre Moray, básicamente un laboratorio abierto de
investigación y experimentación agrícola
en diferentes altitudes dentro de un mismo ecosistema”.
El paraqay se cultiva especialmente en
Urubamba. En las últimas décadas ha bajado su producción porque los hoteles ocupan
sus tierras. Es lamentable, manifiestan familias del lugar, que se pierda. Los
Inkas quisieron ampliar el cultivo del maíz gigante a otras regiones y no dio
resultado, porque su piso, su habitat, está allí.
El Perú
tiene alrededor de 136 razas de maíz que se producen en varias partes del país desde
el reventón hasta el saqsa, rojo con blanco; el dulce chullpi, el qellosara
amarillo, para mote; el oqesara plomo,
para tostar; el kondevilla, que es precoz,
el maná, que al ser tostado se expande y muchos otros. La mayoría están
perdiendo mercado. Se usan para preparar
chicha, la kancha que es el desayuno de
los niños en el campo y para hervirlo y comerlo con queso. En Julkán, cerca de
Santa Rosa de Ocopa, Junín, encontré un
agricultor que cocía la satanka, un panecillo prehispánico en una olla especial
a fuego lento. En Oropesa, Cusco, hay una diversidad de panes desde la t’anta prehispánica
hasta las chutas y la torta de hurk’a.
En el Inti Raymi se preparaba la
chicha sagrada o aqha y unos panecillos
llamados sankhu probablemente con el maíz blanco. Los Inkas y los
kurakas visitantes esperaban ansiosos la aparición del astro rey. Había la creencia de que la tierra podía
quedar en tinieblas al comenzar el solsticio de invierno.
Al caer su primer rayo de oro sobre
los cerros se iniciaba un largo ceremonial –saludo, brindis, invocación, cambio
del mosoq nina o fuego nuevo, vaticinios
y otros-. A su término, comenzando por el Inka y los nobles de las panakas o
familias imperiales, todos “comulgaban”
untando el sanqhu con una gota de sangre de la llama blanca sacrificada.
La biólogos cusqueños Rosa Hernández y su esposo César
Salas, insisten que el parakay debe ser
considerado patrimonio nacional. Ellos tienen en P’isaq un Sara Wasi o “Casa-Museo de Exposición del Maíz”. Su propósito es dar a
los visitantes una explicación de sus características. En el caso del paraqay la
mazorca tiene ocho hileras simétricas. Su tamaño enorme y su composición
química dependen de la calidad del agua, del ph de los campos y de las
diferencias del clima.
En la
cosecha, según el antropólogo Faustino Mayta Medina, las principales actoras son las
mujeres. Después del despanque colocan las mazorcas en el tendal, protegido por
una cruz de maíz adornada con rosas y claveles.
Para guardar
el maíz en los trojes, separan los taqes que son los maíces mellizos,
trillizos, cuatrillizos y hasta quintillizos. El gran número de taqes, sobre
todo pares, es señal de buena suerte. El taqe es el maíz reproductor, la madre
del maíz.
Hacemos
votos por el paraqay y también por los otros maíces del Valle Sagrado. Que no
terminen trágicamente como piezas de
museo, debido a la “siembra” suicida de
tantos hoteles y afines, ahí donde aún sobreviven la máxima escuela agronómica y
la gran reserva maicera del Antiguo Perú.
Alfonsina Barrionuevo
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