domingo, 25 de octubre de 2015


LA MAGIA DE LOS BARROW CON KUKULI 


En una tienda de piezas exclusivas del Aeropuerto de Cusco conocí unas bellas esculturas de madera. Había mujeres con polleritas y hombres con tabla casca. A su gran colorido sumaban una extraña movilidad. Era increíble, a la madera le crecían alas. Parecían inmovilizados, en medio baile, con suma gracia. No me quisieron dar el nombre de los autores. Hasta que un día, en una cita internacional, encontré las mismas esculturas. Había un toque de magia en ellas. Hasta el viento había sido sorprendido moviendo las hojas de los árboles.


Miré en una tarjeta que me alcanzaron y vi los nombres de John Barrow y su esposa Martha. Mi búsqueda había terminado. John era un ingeniero que vino de Londres y se enamoró del Perú, quedándose al terminar su contrato. Martha había nacido en un pueblo de los Andes Centrales muy singular, Akolla, que proclamaba con orgullo que todos sus hijos sabían leer y escribir.  Se casaron y a la par que herederos de sus sueños y su sangre crearon un estilo de esculturas en madera.
Hoy son conocidos internacionamente. Para mí fue muy hermoso que decidieran llevar a su arte las ilustraciones de Kukuli. Varios personajes mágicos de mis cuentos adquieren otra dimensión. Quien quiera puede comprar al Divino Robapan, el Niño Dios de Oropesa, sentado sobre una canasta de chutas olorosas; al Muki, como si se hubiera escapado de las minas; al Uchuchullko, pequeño guardián de la vida silvestre en los cerros de Lima; a Paraka, la madre de los vientos del Sur, y a la Madre del granizo, el viento y la helada. Los pueden ver en mi muestra “Alfonsina Total” del instituto Riva Agüero, Jr. Camaná 459, centro histórico de Lima, que estará unos días más, hasta el 3 de noviembre. Les sorprenderán. Un viento mudo hace volar los cabellos de Airin en Parakas.
Por si acaso su e mail es: martha @woodflair.com.



 EL PELIGRO DE LOS TRANSGÉNICOS
                        
En 1993, la Agencia de Control de Alimentos y Medicinas (FDA) de EE.UU., autorizó a la corporación Monsanto para comercializar una hormona del crecimiento para vacunos, obtenida por  manipulación genética.
Los resultados fueron catastróficos.
Dicha hormona, inyectada en vacas lecheras con el fin de inducirles a una mayor productividad, tuvo efectos indeseables: mastitis, terneros con malformaciones y otros trastornos reproductivos, según un trabajo publicado por el especialista Paul Kingsworth en la revista “The Ecologist” en 1998. También otros expertos observaron problemas en niños que tomaron esa leche; por lo que el intento fue discontinuado.     
En ese mismo año, un informe oficial canadiense mencionó los resultados de otro experimento (Jorge Riechmann, Madrid, España) con ratas inyectadas con la referida hormona transgénica: de crecimiento. Entre el 20 y el 30% desarrollaron anticuerpos en la sangre, presentando ─incluso- quistes en la glándula tiroides, infiltraciones en la próstata de algunos machos e incremento de los riesgos de   cáncer a la próstata, la  mama y el colon.
Pese a estos resultados, las  corporaciones transnacionales Monsanto, Du Pont, Syngenta y  Groupe Limagarin -que controlan el 80% de la biotecnología en el mundo, el 60% de los plaguicidas, el 23%  de las semillas convencionales y el 10% de las semillas transgénicas, obteniendo unos 245,000 millones de dólares por año-  no se detuvieron.
En vista de lo sucedido con la referida hormona, se continuó el tema de los transgénicos en algo que fuera menos notorio. Por ejemplo, el maíz amarillo duro, modificado con el gen de la bacteria Bacillus thurigiensis, para que tenga un insecticida propio contra un gusano que ataca a dicho cultivo.
En el Perú, que importa el 60% de dicho grano para alimentar a pollos, aún no ha habido queja de los criadores ni de los consumidores, quizás porque las aves entran a la olla, la sartén o el asador casi al mes de vida. Es posible que, por la misma razón, todavía no se conozcan reacciones colaterales, porque los pollos no llegan a ser gallos ni gallinas.
El problema surgió cuando las corporaciones transnacionales —con Monsanto como líder— trataron de conseguir el libre comercio para sus semillas transgénicas y así controlar a la producción agraria y la alimentación de los pueblos del planeta.
  
Según lo conocido, la modificación genética se efectúa de acuerdo con la especie y las nuevas características que se le quiere dar. Por ejemplo, a la soya transgénica se le introdujo un gen de la bacteria llamada agrobacterium o un gen del crisantemo, para conferirle  resistencia al herbicida glifosato.
Al tomate transgénico se le incorporó el gen de un pez para darle resistencia al frío. A la papa, -3,600 variedades en el Perú-, se pensó uno de cerdo para que tenga su sabor. Al maíz y al algodón, el de una bacteria, la bacillus thurigiensis, para convertirlos en transgénicos Bt.
Según los expertos no ha transcurrido un plazo prudente para saber si los productos  transgénicos provocan o no consecuencias adversas en la biodiversidad vegetal, los animales y los seres humanos.
Mientras en el público consumidor de  EE.UU. hay un rechazo creciente a los transgénicos. A los norteamericanos no les gustó el resultado de la hormona en las vacas lecheras y tienen preferencia por los alimentos orgánicos, que son mucho más caros que los productos convencionales o quimificados. 
En los últimos años, las industrias transnacionales que manejan la transgénesis insisten en introducir sus productos en diversos países. En la mayoría de casos, los gobernantes y pueblos de éstos los han rechazado de plano, por temor a los riesgos.  
Con los cultivos transgénicos se quiere combatir a ciertas plagas, pero pueden aparecer otras más peligrosas. Ya que la resistencia que adquieren los insectos, convierten a las plagas en superplagas; por lo cual se tendrá que aplicar más agrotóxicos.
Los genes de las plantas ─indican muchos científicos─  son  cruzados con genes de animales, pasando por encima a las leyes de la naturaleza al crear un nuevo ser vivo, conservando su apariencia. La ingeniería genética, biotecnológica o ADN Recombinante se está aplicando sin preveer debidamente los efectos negativos que puede ocasionar en toda la cadena de la vida y la salud humana. Es necesario, indican, realizar investigaciones de mediano a  largo plazos, para confirmar o descartar los riesgos.
El comercio de los transgénicos agrícolas, cuyos principales campos de producción están en  Estados Unidos, Canadá y Chile, tiene otro agregado que no se publicita: las semillas transgénicas dan una sola cosecha. El agricultor, que guarda las mejores para sus siembras posteriores, no puede reutilizar la semilla transgénica porque  es infértil. Entonces tiene que recurrir a la transnacional cada vez que necesite sembrar, cayendo así en una forma de sujeción. Además, tendría que pagar una regalía o royalti,  por derecho  de propiedad intelectual.
Por otro lado, si en la chacra de un agricultor orgánico o convencional aparecen especies transgénicas, por efecto del viento, los insectos y las aves silvestres, que  pueden llevar el polen a kilómetros de distancia, aquél debe pagar una multa, aunque no haya utilizado voluntariamente las semillas transgénicas.
Lo más peligroso es  que los transgénicos pueden contaminar también incluso al suelo y  el agua.  Al respecto, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) señaló, en su informe GEO 2003, la posibilidad  de que los productos modificados puedan infectar descontroladamente  la biodiversidad atentando contra la seguridad alimentaria del planeta.
Según diversos reportes periodísticos, en Argentina la soya transgénica ha causado graves problemas a la producción de dicho cultivo. Lo mismo está pasando con el maíz transgénico en los estados aztecas de Puebla, México y Oaxaca, donde se ha contaminado aproximadamente al 32% de los maíces nativos, poniendo en riesgo a unos 30 variedades y ecotipos, así como otras formas de vida.
El Perú estuvo libre de estos riesgos hasta que el gobierno anterior impuso  “sorpresivamente” el Decreto Supremo  No. 003-201-AG, para abrir las  puertas del país a  la penetración de las semillas transgénicas.
En el momento preciso los peruanos, conscientes del peligro que ofrecen los transgénicos para la biodiversidad que distingue a nuestro país, batallaron para lograr la derogación de ese dispositivo.  Hace tiempo expresaron su rechazo los gobiernos regionales de Cusco, Cajamarca, Ayacucho, Huánuco, San Martín y Lambayeque.
Mario Acosta, director ejecutivo del Instituto “Rural Valle Grande” de Cañete, declaró ante un medio local. “No tiene sentido meter algo que reducirá el uso de insecticidas, cuando amenaza contaminar a otras variedades. Si hay un cruce, se puede perder la calidad del maíz blanco gigante de Urubamba o del maíz morado.”
A eso hay que sumar otros peligros. La chala y la coronta se venden como forraje para ganado,  o sea que habrá carne y leche de animales alimentados con maíz transgénico. ¿Qué consecuencias puede traer eso para nuestra población?  Nadie lo sabe.
El Perú, que ha comenzado a situarse como productor creciente de alimentos orgánicos en el mundo, obteniendo una aceptación que hace honor a la marca país en ferias y festivales internacionales, no debe perder “la suerte de ser un  país de climas y niveles diversos.”

Después de medio milenio, los agricultores que están saliendo de la postergación,  no tienen por qué renunciar a su derecho por un triunfo justo en el mundo.

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