domingo, 29 de septiembre de 2013


APUS Y SANTOS  EN KOREA


Siglo XXI. Mundo globalizado. Nuevas maneras de ver la vida. Juventudes que no quieren contacto con sus viejas raíces. Futuro y sueños en blanco.
¿Saben de verdad adónde van?
En Corea (Korea) del Sur se está llevando a cabo la VII Bienal de Cerámica Internacional de Gyeonggi con la asistencia de 173 maestros ceramistas del mundo. Entre ellos está Kukuli Velarde, de Perú. La localidad de Icheon, donde se aloja con otros expositores, es renombrada en el país asiático por su alfarería milenaria, cheonggia (celedón), baekja (porcelana blanca) y buncheongsagi (celadón en polvo azul grisáceo)
 A una distancia de trece horas de diferencia no se sabe mucho sobre los asistentes. Así como Kukuli llegó allí lo hicieron artistas de países donde la cerámica es también un arte antiquísimo y renombrado.
En el mundo globalizado de hoy, donde millones quisieran reinventarlo con las nuevas tecnologías, el premio de la VII Bienal que le acaban de conceder a Kukuli Velarde  muestra algo que no quiere morir y es el espíritu de este planeta  donde apareció el hombre hace poco, sólo unos setenta mil años.
No se puede borrar la obra de miles de generaciones. No se puede colocar una “x” sobre su memoria. Me parece que eso quiere decir el galardón otorgado en esta bienal. Un homenaje al mensaje de las cerámicas de Kukuli donde está indomable el espíritu de los peruanos prehispánicos.
Recuerdo a un intelectual de esta tierra, Alejandro Romualdo, cuando se refiere a Tupaq Amaru en un hermoso poema y dice: “… y no podrán matarlo!”.  Pareciera que hay mucha distancia entre las juventudes de hoy y sus padres. Lo de siempre. En algún momento se siente que hay un puente y que esa distancia generacional no existe. La modernidad nos facilita muchas cosas como enviar un correo en segundos a cualquier parte del mundo. Pero no nos quita la alegría de compartir un bello amanecer o una  encantadora puesta de sol, o sentir tristeza por los niños desnutridos e indignación por la violencia, o disminuir la admiración que nos despiertan nuestros antepasados prehispánicos desde la gloriosa trinchera de arte donde están.
Felicitaciones a nuestra querida y admirada Kukuli por llevar en sus obras, adonde quiera que vaya, los sueños de las gentes que dan lustre a nuestro país eternamente. No se han quedado en los ayeres, siempre estarán en los mañanas alumbrándonos.
 


ARBOLES DEL VALLE SAGRADO



Las heridas de la naturaleza duelen. En muchas partes de esta tierra nuestra se reclama por los seres que son abatidos injustamente.Un correo electrónico está llevando en este momento fotografías de focas que son masacradas en Canadá. Los ojos de las crías son dulces, de una ternura que conmueve el corazón. Mientras los ojos de los padres demandan piedad los cazadores sólo contabilizan sus ganancias. La muerte no les interesa y manchan la nieve con sangre inocente.

Aunque parezcan solitarias es importante que se alcen voces de protesta en un medio que sale al mundo. Callar es ser cómplice de los verdugos.

Entre tanto en el Valle Sagrado de los Inkas, puro verdor hace décadas, hermosos árboles se convierten en bastones para los viajeros que van en pos de un sueño. Recorrer el camino inka desde Ollantaytambo hasta Machupiqchu. Los turistas no saben cuánta devastación hay tras el apoyo que les dan durante su aventura hacia el santuario grandioso.

El último chachakomo de la ciudad de Cusco se secó en la primera mitad del siglo XX. Hasta allí, durante más de cien años, las familias y los amigos acompañaron a las personas que se dirigían generalmente a la capital para arreglar papeles o hacer negocios. Recomendaciones, risas y lágrimas se confundían en su salida después del banquete de despedida. Seis meses de ida, seis u ocho de gestiones en Lima, seis meses de regreso. No se sabía cuántos no se volverían a ver. Para ellos el chachakomo era un árbol testigo.

Oscar A. Olazábal escribe como la qewña, el chachakomo, el lambran o aliso, la unka, el waranway y el qantu, entre árboles y arbustos, están siendo arrasados en Ollantaytambo. Los turistas que compran en cinco o diez soles el bastón que los ayudará a vencer los largos tramos ignoran que las ramas de su árbol estuvieron cuajadas de flores que parecían gemas preciosas, rojas, granates, anaranjadas, lilas y blancas. No se imaginan que sus pétalos perfumaban o alegraban el ambiente. No se detienen a pensar que oxigenaban el día, que formaban parte del aire puro que respiran.

El ambientalista cusqueño menciona que entraron a la venta en 1998 cuando unos extranjeros vieron, al costado de una tienda en Araqama, unos palos sin su corteza fáciles de manejar. Desde entonces el waranway es comercializado por más de veinte pobladores que intervienen en la actividad turística sin pensar en el daño que están causando a los pequeños bosques donde aquellos no vuelven a crecer. Una suerte parecida corren los otros que sirven además para muchos menesteres.

Encontrar en el camino un chachakomo, árbol de la infancia de miles de cusqueños del Valle Sagrado, evoca a sus padres, sus abuelos y a los constructores de los ciudades santuario de P'isaq, Huch'uy Qosqo y Ollantaytambo. Junto a ellos se evoca a los pisonai de capullos que en setiembre semejan tizones de fuego y que, en Calca, una ciudad vecina un alcalde irresponsable mandó cortar para poner cemento en su lugar.

No se trata de confiscar los bastones que ayudan a los peregrinos de hoy que buscan la energía que irradian los santuarios de paso y Machupiqchu. Es hora de que los ingenieros agrónomos de Cusco inicien una plantación masiva de nuestros árboles nativos para que vuelvan a integrarse al paisaje. Habría que crear viveros en cada provincia para repoblar los cerros circundantes y el mismo valle.

A muchos les resulta más fácil difundir el eucalipto y otros que no son nuestros. En el caso del primero es dar carta blanca a un temible depredador. La bióloga Bertha Balvín explica como sus raíces largas buscan la napa freática y absorben el agua que pueden erosionando los lugares donde están, mientras el ácido de sus semillas quema la tierra.

Los niños y los jóvenes de cada lugar del Perú deben aprender a conocer sus árboles, sus pájaros, los animales silvestres que viven en ellos y en su entorno, y contribuir desde el colegio a las campañas de forestación. En muchos lugares el hacha hace su trabajo para proveer de leña a las cocinas de barro y se ignora como dice Olazábal Castillo que pueden ser fuente de colorantes, frutos y cortezas medicinales.

La madera del waranway, según agrega, es de alta calidad, dura y de grano fino, siendo ornamental por excelencia y gran sujetador de suelos. Su tala indiscriminada es grave porque priva a las generaciones futuras de estas especies que pertenecen al Ande y que durante milenios fueron su característica. Estamos perdiendo, junto a la identidad cultural, nuestra identidad ecológica. Hay que luchar por ella, porque es diferente y es nuestro patrimonio, el legado que cuidaron los antepasados. Que no sea en vano.


Alfonsina Barrionuevo


 
 


domingo, 22 de septiembre de 2013


NUEVAS NOTICIAS EN VIEJAS CRONICAS

 
Estoy leyendo a un nuevo cronista del siglo XVII, nuevo para mí. Confieso

que no me gustaba. Me parecía seco, estirado. Alguna vez pasó por mis manos y lo condené a estar en mi index privado hasta que llegó a mi mesa de lectura.

Mi trabajo está lleno de asombros, poco a poco he comenzado a simpatizar con él. En un principio pensé que llegó tarde al Perú. Ya no estaban los khipukamayoq con sus maravillosos khipus con memoria. No fue así.

Los “historiadores andinos” podían haberse ido lejos o estar muertos. Lo interesante es que quedaban millones de personas que seguían creyendo en su unión con la naturaleza. El cielo, las nubes, los cerros, los ríos, los bosqus, siguen.

Una gran parte de la historia de los sñoríos no se levantará del polvo. Nunca tendremos noticias exactas de los señores chavin, muchik, chimu, kupinisqe, waylas, qasamarkas, chachas, punpus, wankas, wankawilkas, naskas, parakas. Pero sí podemos asomarnos a los elementos terrígenos y cósmicos qu eran su familia. La marqocha, el punchao, katekill o libiak y otros.

El cronista que sigo en estos días dice que es increíble como objetos tan pequeños pueden representar al viento o la lluvia. Su lectura me fortalece en la seguridad de que en el antiguo Perú no existieron ídolos. Mamasara, la madre maíz, era una mazorca reproducida en piedra blanca y lo mismo aksumama, la madre papa, para citar algunas que daban calidez a los surcos.

Si había un recuerdo venerado era a los antepasados a los cuales iban en busca de un consejo, de un aliento, de una comprensión, a través de un diálogo íntimo que devolvía el ánimo.

Ya volvemos.       

 

 

PAISAJES DEL PARIAQAQA

 

Lima tiene, en sus cabeceras, una cadena impresionante de nevados. Algunos conservan viejas leyendas que se han trasmitido por tradición oral de padres a hijos en las comunidades altas. Según una, Pariaqaqa, el Apu tutelar de Lima, celoso esposo de la bella Ankowillka, cortó las  trenzas del nevado femenino por hacerle sido infiel con Llongote, otro nevado.

Pariaqaqa, el más importante de todos era muy requerido por los antiguos yauyos, habitantes del lugar, cuya mitología recogió en el siglo XVI, el presbítero Francisco de Avila, perseguidor de idolatrías. El libro llamado “Dioses y Hombres de Huarochirí” fue traducido del qechwa cusqueño al español por el famoso escritor José María Arguedas.

Pariaqaqa es el único nevado de los Andes que tiene cinco cuerpos porque nació de cinco huevos. Un cuerpo es de roca, otro de nieve, un tercero de granizo, un cuarto de lluvia y un quinto  de viento. Cuando peleaba era duro de vencer porque cada uno se convertía en un guerrero invencible. Así pudo vencer a Wallallo Karwincho,  personaje mítico limeño que controlaba la natalidad y pedía, en el caso de nacer mellizos, que le dieran uno de ellos.

Avila dice que Pariaqaqa intervino cuando vio a un hombre que pasaba llorando con su hijo en brazos por la orilla de la  laguna de las ofrendas. Quiso saber qué le pasaba y éste le contestó que llevaba a su hijo para que fuera devorado por Wallallo en el valle del Rimaq. El nevado le ordenó que regresara a su pueblo. Le dijo que lucharía con aquel  y le ordenó que fuera a verle cuando terminara la batalla. Si seguía en su sitio sería señal de que había vencido.

Wallallo luchó bravamente pero fue atacado por los cinco cuerpos de Pariaqaqa convertidos en guerreros. Ellos le cerraron todos los caminos. Al no poder vencer escapó al valle del Mantaro donde tuvo que asumir su destierro.

En castigo Pariaqaqa le condenó a alimentarse en adelante sólo de perros. Los wankas le construyeron un templo que se llama Wariwillka y a sus sacerdotes los  llamaron alqomikhuq, “comeperros”, porque comían los huesos de los animales sacrificados.

Entre Yauli, Junín, Huarochirí y Yauyos, los nevados del Pariaqaqa y el nevado Tikllaqocha, forman una verdadera cadena de lagunas con sus respectivas cascadas, flora y fauna, a lo largo de 13 kilómetros. Entre 3,000 y 3,500 metros de altura es un nuevo atractivo de gran belleza ecológica para Lima.

Las lagunas se encuentran entre los pueblos de Vilka y Wankaya. Su presencia se puede admirar hasta medio camino porque después forman un río que se estrecha o se abre según las  circunstancias hasta las alturas del pueblo de Alis, donde se junta con el Lauriqocha y forma el río Warku o Cañete que sale al mar por Lunahuaná.

Sobre ellas, la gente del lugar refiere varias leyendas. Hay una que ama las flores y a sus orillas crecen qantus con pétalos morados y amarillos, En otra, hay sirenas que cantan a medianoche. La Warwa es una laguna que siempre tiene sed de amor y es bueno llevarle agua de mar para que esté contenta. Algunas tienen pececillos y en sus totorales viven el martín pescador, el jachapato que le gusta hacer círculos en el agua antes de salir, las wachwas o wallatas que nacen en pareja, y otros.  En la orilla de los  ríos se encuentran grupos de yanavikus, aves negras de largas patas y picos curvos que vuelan en bandadas.

Este conjunto de maravillas se encuentra a corta distancia de la ciudad de Lima, ya sea yendo por Lunahuaná o por la Carretera Central que está en buenas condiciones, hasta Pachakayo, sede central de la SAIS  Tupac Amaru. Previa consulta se puede ir de allí a Vilka y hacer el recorrido. En unos meses más la distancia se acortará a dos horas por una nueva vía que se debe construir.

Los aficionados a la arqueología pueden incluir en el paseo al grupo de Qorivinchos, donde quedan estructuras de sus viviendas con lajas de piedras y de sus qolqas o despensas circulares. En el sitio trabajó el arqueólogo David Motta. Existen algunos datos que arrojan luces sobre sus antiguos habitantes. Un día se perdieron en el tiempo antes de que aparecieran los yauyos en el escenario de la historia.

 

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 15 de septiembre de 2013


EL QORIKANCHA

A la luz solar el Qorikancha, templo mayor de Qosqo, destellaba en tierra como  si fuera el mismo astro radiante. Pachakuti Inka Yupanki se había preocupado en embellecerlo, dándole lustre. Los cronistas españoles se hicieron lenguas sobre el templo inka sin haberlo visto. Pedro Sarmiento de Gamboa dice de oídas que “… el templo del Sol tuvo el nuevo nombre de Qorikancha por la profusión de adornos de oro que lucía.” El padre Bernabé Cobo afirmaba que “el templo más rico, suntuoso y principal  que había en este reino… era el Coricancha… llamábase casa de oro  porque estaba toda ella por dentro, techo y paredes, vestida y forrada de láminas de oro…”  Lo curioso es que ninguno la vio en todo su esplendor.

Es posible que reverberase con las planchas de oro puro que corrían de un lado a otro de sus muros como cenefas. “Hasta las pajas del techo eran del nobilísimo metal,” escribió con admiración el historiador Eugenio Alarco. También estuvo la Luna con su escolta de estrellas, sin las momias de las reinas o qoyas difuntas que algunos historiadores suponían porque no hubo espacio suficiente, como tampoco las momias de los Inkas en el aposento del Sol. En las otras capillas o recintos estuvo el Trueno, Illapa o Chuki illapa. Parece que igualmente el arco iris. ¿Cómo? ¿Dónde? Basta aceptar que tenía un sitio especial en el Qorikancha.

La gran waka de wakas debió hacer hecho brillar de codicia las pupilas de sus saqueadores, Pedro Martín de Moguer, Martín Bueno y Francisco Zárate. Ellos jamás hubieran podido imaginar que existiera un templo semejante y se lanzaron a despojarlo. El padre Bartolomé de las Casas comentó al ver el botín del Qosqo que el grosor de las planchas sobrepasaba el ancho de su dedo pulgar.  Nadie más las vio. Cuando más tarde llegó Francisco Pizarro sus tesoros, que eran parte del quinto del rey, ya viajaban a España en un galeón que los recibió posiblemente entre Ilo y Mollendo. Esta es sólo una fantasía. Quién sabe cómo se hacía la cuenta de la repartición entre las huestes de Francisco Pizarro, él mismo, y la cuota que correspondía el rey.

Afuera, en algún lugar del Intipanpa, el llano del Sol o Plaza del Sol, se encontraba Warasinse, la waka que contenía los terremotos. También Nina, el fuego.  No se puede ignorar que de ese sector de la ciudad partían los seqes o líneas imaginarias que se dirigían a los cuatro suyus. Otras wakas, también revestidas de oro, plata y posiblemente cobre, se alineaban a lo largo de ellas.

Estas notas son primeros apuntes de mi libro “Templos Sagrados de Machupiqchu”.  

 
 

     EL RETABLISTA DOCTOR

 

El retablista Jesús Urbano Rojas ha visto florecer en Lima tres generaciones con su apellido. Salió de Ayacucho cuando las estrellas brillaban todavía y se vino para armar con pedacitos de su cielo uno propio en Lima para cobijar a su familia. A él le tocó aprender el arte de Joaquín López Antay, el excéntrico maestro que prefirió venderme su Niño Dios Misa, con cien años de antigüedad, a rebajar un sol a su retablo. Había comprado tantas piezas de piedra de Huamanga, lámparas de hojalata, iglesias panzonas de arcilla y otras, que me quedaban  sólo treinta y cuatro soles. Su retablo con forma de iglesia costaba treinta y cinco. Me vio mirar su obra con tanta admiración que me ofreció su Niño Dios vestido de sacerdote por esa suma. Claro que lo compré.

Antes se vendían como pan caliente las cajas San Marcos para los ganaderos y arrieros de  mulas. López Antay, a sugerencia de Alicia Bustamante, metió en el retablo desde la Navidad y la Semana Santa hasta las estampas campestres. Muchos retablistas lo siguieron y entre ellos estuvo Jesús Urbano Rojas, quien fue su alumno.

Años más tarde me tocó, como un sueño, asistir a su doctorado muchos años después. Esa tarde la Universidad de San Marcos se vistió de gala. Me conmovió de veras porque Jesús Urbano Rojas, que lucha a brazo partido por el arte de su pueblo, aunque viva en Chaclacayo,  es una gran persona.

Si pudieran regresar del polvo los imagineros de Ayacucho lo hubieran rodeado para darle un abrazo con el calor de su alma. Antes había gremios y,  aunque fueran solamente los precursores del retablo, se hubieran sentido satisfechos con el honor que recibió de  la Cuatricentenaria Universidad en el penúltimo año del siglo XX.

Los veo por un momento tomar el rumbo de los chakiñan o estrechas sendas de pie, salir de sus talleres instalados a la sombra de los molles amigos, dejar las ferias donde iban a vender sus trabajos, para repletar la severa sala donde el Escudo de San Marcos preside los austeros sillones académicos de cuero.

Quienes admiramos a los artistas del Perú profundo nos sentimos conmovidos  con el acto solemne. Primero, la presencia augusta de las autoridades universitarias de mayor rango con sus togas, sus medallas y sus  cintas. Luego, el protocolo de ingreso. Una especie de procesión que parecía arrancada de siglos pasados.

El secretario caminando por el pasadizo alfombrado a paso lento y, siguiéndole, a unos metros de distancia Jesús Urbano ensimismado. ¿Adónde más podía llegar el muchacho que no quiso ser un buey despanzurrado en los surcos huantinos y que aprendió de reojo, viendo de lejos, el arte de Joaquín López Antay?

Miro la hermosa cartilla del ceremonial amarrada  con un cintillo de hilo de oro. Recuerdo a Jesús Urbano Rojas caminando conmigo por las calles de Huamanga. Entonces me contó que su maestro le mandó sacar los clavos de los cajones de fruta en su patio y le decía, con son de broma, “así se aprende, muchacho”.

Hasta que un día en un concurso en que ambos compitieron, el muchacho, el jardinero de sus macetas con flores de ruda, el afilador de sus tablas de madera de plátano, le ganó el primer premio y siguió adelante. Tenía que ser Pablo Macera, historiador, investigador y director del seminario de Historia Rural Andina, quien hiciera la presentación del “doctorando”. en un discurso ameno, con palabras galanas, pidiendo al Rector le impusiera las insignias y le entregara el diploma que lo incorporaría al claustro de doctores como “doctor honoris causa”. Un momento emocionante. Un Jesús con su toga y sus insignias diciendo en la tribuna: “¿Cómo puedo ser doctor cuando todavía no he terminado de aprender?”

El cajón San Marcos es del pasado, ahora se llama Retablo que los artistas llenan de maravillas. Ha pasado tiempo desde que innovó el sencillo cajón como López Antay, después de amasar media vida el yeso con la papa y el níspero para las figuritas tradicionales.

En el programa radial que tuvo  en qechwa y en castellano, indujo a los jóvenes el aprendizaje de las viejas artes que ahora se exportan. Siempre la vocación de enseñar, una vocación que pasa por encima de las academicismos y logra un imposible. El título de primer doctor “honoris causa” de las Universidades de Sud América. Un alto honor que apoya su obra inconmensurable.

 

Alfonsina Barrionuevo

 

domingo, 8 de septiembre de 2013


WANAKAURE Y LOS AYAR

 

Fotos: Fernando Moscoso
Wanakaure es uno de los Apus protectores de Qosqo. Vista de lejos parece una pirámide de contornos suaves.

A los Hermanos Ayar, que se dirigían a Qosqo, despuès de salir de Paqareqtanpu les atrajo su forma y se  quedaron ahí  un buen tiempo.

Existen otras leyendas sobre la fundación de Qosqo: Manko Qhapaq y Mama Oqllo que salieron del lago Titiqaqa; Inkari y Qollari creados por Ruwal en Paucartambo y Mama Lloqlla, una mujer que alumbró en Chinchero un niño solar, Malko Qhapaq. Personalmente me inclino por la historia de los Ayar porque aparece reiteradamente en las crónicas de los siglos XVI y XVII, guardando relación con Pachakuti Inka Yupanki y Machupiqchu.

En la historia legendaria se dice que uno de los hermanos, no he logrado establecer si fue Ayar Uchu o Ayar Auka, trepó a una waka que había en el lugar, quien lo castigó convirtiéndolo en piedra por su osadía. 

“Id, id, hermanos felices”, les habría dicho antes de transformarse en roca. “No olvideis que aquí me quedo esperando vuestro recuerdo.”

Pachakuti, informaron los khipukamayoq, ordenó que en las fiestas del Warachiku los jóvenes se trasladaran a Wanakaure y le hicieran ofrendas para ser valerosos guerreros. La montaña era sagrada.

El periodista Fernando Moscoso Salazar visitó Wanakaure en plena temporada  de lluvias. Los Ayar llegaron seguramente en buen tiempo con su comitiva y se instalaron bajo un  sol radiante con sus esposas, Mama Rawa, Mama Oqllo, Mama Ipakura y Mama Wako.

Según datos históricos y legendarios  los cuatro Hermanos Ayar que llegaron de Paqareq Tanpu, a mediados del siglo XIV,  se quedaron dos años en el lugar mientras se preparaban para ir a Qosqo, su destino.

A pocos metros de  la cumbre del Apu  Fernando Moscoso recepcionó su gran energía y recorrió antiguos recintos con muchas hornacinas, para colocar seguramente objetos de oro y plata, calzadas amplias que se alternan con accesos angostos y escalinatas para alcanzar las partes altas.   


En las crónicas de Pedro Cieza de León (1550) leyó que los españoles advirtieron su fama como centro de ceremonias religiosas, que contaba con muchos sacerdotes y asistentes. Cieza resaltó su importancia al decir que “… después del templo de Curicancha,  donde estaban el Sol, el Trueno, la Luna y las Estrellas,  el cerro Guanacaure era la segunda Guaca de los incas y… era por ellos muy frecuentada y honrada…”

Se llega a Wanakaure por dos caminos. Ya sea por las comunidades de Wilkarpay, Moray y Pumakancha; o por las comunidades de Pillao Mato y Kirkas hasta las faldas del Apu.  Por esta ruta se asciende hasta una roca donde mana una fuente de agua, rodeada por hermosas flores de achankaray.

 

Fotos de Fernando Moscoso.

 

 

 

 SOPA PREHISPANICA

                             

La yuca le hizo un guiño al zapallo y preciosa, sin su funda áspera, entró en la calabaza. La papa coqueta se fue con el camote y le hizo cosquillas con sus risas. Las señoritas, una ostra muy delicada, les siguieron y también colitas de camarones. El mate se llenó de agua dulce y todos nadaron entre algas marinas y sal.       

En el Perú prehispánico se experimentó por primera vez la preparación de un chupe hace mlies de años. La mano de una mujer levantó con ayuda de unas ramas desnudas piedras de río que había calentado al fuego. Estaban blancas por haber sobrepasado el rojo vivo y las echó adentro. Al caer un chasquido hizo temblar al agua, se formaron burbujas y comenzó a hervir. Ya entraría después hojitas de chincho para darle fragancia.         

Hasta entonces la gente había comido sus alimentos crudos. El nuevo potaje fue recibido ávidamente en otros mates y se chuparon los dedos. Desde entonces se practicó la tecnología en el norte y fue pasando de grupo en grupo. Aún no se había inventado la cerámica. Fue ingenioso dar un primer paso, adelantarse en lo que sería una culinaria surgida entre dos océanos. Lo mismo pasaría con la carne a la plancha, asada  entre dos piedras también al rojo vivo y con las palomitas del diminuto maíz, nuestro maíz confite, bautizado en el siglo XX como “pop corn”en los Estados Unidos.

Las primeras se tostaron en una camita de arena bien compactada, un hoyo más o menos profundo, donde el fuego volvió a hacer su parte. Lo limpiaron con la misma chala y al roce de la arena quemante salieron disparadas, en rositas que llenaron el estómago de los niños. Pasó un lago tiempo hasta que la arcilla se tornó  dócil y logró la consistencia necesaria para convertirse en recipiente y cocer cuanto podía zambullirse en su interior.  

Frutos acabaditos de domesticar al igual que los primeros en los que ensayaron mucho. Tiempos milenarios en que esta parte de América trabajaba tecnologías diversas que sorprenderían y ayudarían al mundo después hasta hoy. El planeta se sigue enriqueciendo con lo que regala el Perú con una generosidad que es un desperdicio.     

¿Culinaria del pasado, de un ayer grandioso que podría parecer una nostalgia del prodigios? Pues, no. Cuanto va de escrito es para presentar otras manos con el mismo movimiento en la parte sur de Ancash y el norte de Lima. Lo he visto muchas veces en mis viajes de tierra adentro y siempre me ha dejado perpleja comprobar que algunas tradiciones no se borran de la memoria de los pueblos. En las partes donde me he encontrado con este chupe recibe el mismo nombre, ¡pari! Un plato de sopa que se sirve en ebullición con las piedras ardientes.

Hay un glú, glú  cantarino en los globos de aire que se forman en su contorno, De                        hecho hacen hervir el chupe por unos momentos. Hablé con las señoras de los pueblos. ¿Por qué lo hacían? ¿Se trataba tal vez de unas piedras especiales con sabor? ¿Cuál era su secreto? ¿Cuál,  su propósito? ¿O había algún secreto en su preparación? Cada pregunta encendía siempre su rostro con el chispazo de una sonrisa. No había nada que contar. Las piedras eran selectas,  redondas, planas, porque habían sido  pulidas por el río. Por cierto que su presencia no era cocinar sus  ingredientes. ¿Quién lo haría en esta época con olla a presión, sartenes inteligentes con vientos a vapor, hornos a microondas? Entre las comunidades alejadas la costumbre es ley. Sólo para las grandes fiestas se prepara el pari con una unción que debe parecerse en algo  a nuestras remotas antepasadas. Faltaría a la verdad si lo afirmase. Las señoras encargadas de la mayordomía, que sirven el delicioso chupe a sus invitados sólo explicaron que era una herencia de sus tatarabuelas. La conexión la hice con unos datos que tomé de un arqueólogo que me hizo La explicación de un ribete que aparecía en un antiquísimo mate.

El pari es un chupe muy aromático. En una olla, con poco agua, hierve la karapulkra o papa seca con hierbas olorosas. En otras, individualmente, para que suelten su  sabor con diferentes hierbas las carnes que han reunido de res, cordero, gallina, cabrito –cuye, pato, gallineta, venado, etc.- Una vez que están bien cocidas se deshilachan. Los caldos se unen a la karapulkra y luego las carnes después el plato va a la mesa. El sello de otro mundo es nuestro, es el añadido que estremece. Una de las ayudantes se ocupa de colocar encima las consabidas piedras de río calentadas al blanco.

          Una canchita previa, invitadora y suave abre el apetito mientras conversamos de la fiesta, de los santos o las santas, los conjuntos de danza, los adornos de la iglesia o las calles. Cuando llega mi turno me refocilo con el pari al encontrarlo en mesas diversas, en alturas distintas. No pregunten cómo llegó hasta allí. Aún no se ha inventado una máquina de tiempo. 

 

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 1 de septiembre de 2013


EL NUEVO QOSQO

Kusi Yupanki tuvo muchas victorias en su recorrido por el Valle Sagrado, pero eso no entusiasmó a su padre, el Inka Wiraqocha.  En “premio” lo envió a pastar los rebaños de alpakas del sol.  Allí estuvo hasta que un día vio en sueños a un personaje. Éste  le reveló el alzamiento de los chankas,  quienes tenían por mira tomar el Qosqo.

El resto es conocido. Wiraqocha huyó a K’aqyaqawana, en el Valle Sagrado. Kusi Yupanki tomó el mando y los venció. El Inka condicionó su regreso a que Urko, su hijo favorito, pisara en señal de triunfo los trofeos de guerra. Como es de suponer la absurda exigencia no fue aceptada por el vencedor, quien tomó  a su cargo la remodelación de la capital inka.

 Qosqo era un bohío grande en medio de un inmenso pantanal, el lecho que dejó un lago al vaciarse por un lugar estrecho, La Angostura. Los ríos que bajaban de la parte alta corrían a su antojo. Los manantiales afloraban en varias partes. Una vegetación undosa y feraz se levantaba por doquier.

Kusi Yupanki, quien no quiso tomar la borla imperial mientras viviera su padre, a pesar de la fuerte presión de sus seguidores, trabajó duramente para  diseñar un nuevo Qosqo. Su primer paso fue darle la figura de un felino para que tuviese su fuerza y su arrogancia.  Removió ingentes cantidades de un lodo ligoso difícil de mover. Llevó tierra buena de lugares aledaños para cubrir el piso. Encauzó los ríos y abrió canales de desfogue para las fuentes. Enseñó a labrar las piedras con gracia, primorosamente, y usó parte del barro para unirlas.

Cuanto hizo fue diligentemente, siguiendo la inspiración de las fuerzas cósmicas y telúricas que lo guiaban. Qosqo tenía que ser el centro de un imperio y como tal ellas tendrían que estar allí presentes.

   Los kurakas amigos recibieron la orden de trabajar sus tierras y regresar al cabo de muchos años. Ellos creyeron que victorioso Kusi Yupanki había decidido holgarse –pasar en celebraciones- ese tiempo. No imaginaron que ni siquiera le dio alas al amor. Cuando volvieron lo encontraron empeñado en tender puentes entre la Waqaypata y el Kusipata y se asombraron de la forma como habia embellecido el lugar.       

La misma impresión tuvo Wiraqocha cuando se vió obligado a concederle el trono. Qosqo no era la pequeña ciudad que dejó. Había cambiado tanto que se sintió extraño y afloraron lágrimas a sus ojos cuando pensó que la había abandonado a los chankas, olvidando a sus padres y abuelos.

Un valle hermoso la rodeaba y los templos y palacios que se levantaban llenaron su corazón de tristeza. No se atrevió a quedarse y, terminadas las ceremonias de entrega de mando, se retiró con la intención de no volver jamás. Mientras permaneció en Qosqo miles de trabajadores rediseñaron  su refugio de K’aqyakawana para que fuera digno de él. Huch’uy Qosqo, como se llama hoy, tiene magníficas edificaciones con muros imponentes.

Kusi Yupanki, con el nombre de Pachakuti Inka Yupanki, que quiere decir,  “Renovador de un universo”, siguió trabajando en la ciudad como explico en mi libro: “Templos Sagrados de Machupiqchu”. En ella y a lo largo de cuarentidós líneas o seqes fue ubicando más de trescientas wakas que le daban sacralidad.

Cuando las obras estuvieron muy avanzadas ordenó la construcción de Machupiqchu. Tenía que cumplir con la montaña.   

 Fotos Peruska Chambi

 

BICHOS ALADOS DE COLORES

El lente de la cámara se aproximó en pos de un primer plano impecable    y captó en primer plano la mirada malévola de sus ojuelos inyectados de sangre. Retrocedió milímetros y lo capturó entero, justo cuando abría el hociquillo feroz, encolmillado, para lanzar un rabioso chillido. A toda pantalla se sintió su furia. Enseguida volteó la diminuta cabeza y mordió el dedo del médico que lo sostenía con fuerza. Fue inútil. El guante que lo retenía cautivo era muy grueso. 

Fue mi primer encuentro con un murciélago, es decir un vampiro, cuando Manchay era un lugar agreste, en los extramuros de Lima. Me dijeron que en la omagua solía morder a niños.

 Mucho después lo vi actuando en un documental muy bueno del “magazine” National Geographic. Estaba casi oscuro cuando el murciélago vampiro se desplazó como un minúsculo hombrecillo, saltando con suma cautela sobre las piedras donde descansaban los lobos marinos de Parakas

Quiso morder en la oreja a uno, pero éste lo lanzó a muchos metros de un manotazo. Se levantó y esperó. Cuando éste dormía, volvió a la carga y logró su intento. Hincó sus colmillos y se apartó. Fue suficiente. Después se puso a lamer su sangre en la herida abierta. Volvería cientos de veces y el lobo nunca se percataría de sus visitas nocturnas. Así son los vampiros tropicales.

Yo no sabía que en nuestra Amazonía había una diversidad de murciélagos. Todos, no necesariamente, son vampiros. En una tarde tormentosa fui con mi hija Kukuli al Zoológico del Bronx en Nueva York, Estados Unidos. Nos refugiamos en el espacio destinado a murciélagos   porque arreciaba la lluvia, sin esperar nada sensacional. Todo fue  lo contrario, recibì una lección de la madre naturaleza. 

 La ambientación excelente, en penumbra, nos introdujo a un sector de selva, con árboles y riachuelos, donde aquellos volaban de un lado a otro tras una gruesa mampara de vidrio prácticamente invisible.

Fue fascinante. Había murciélagos fruteros, murciélagos picaflores que absorbían la miel con su sorbete natural, murciélagos pescadores, murciélagos de un tamaño increíble ─algo más grandes que un kuye que pasaban raudos de una rama a otra. Éstos tenían una piel finísima que me hizo recordar a Atawallpa. El príncipe cusqueño estaba almorzando con Pizarro cuando se le derramó un poco de comida en el traje y salió a cambiarse. Pizarro y su gente se asombraron cuando volvió con  uno que parecía de suavìsimo y satinado terciopelo y ─¡cómo no!─ si era de una especie que no verían jamás porque los cueritos de murciélago conque estaba armado habían sido llevados de ¡muy lejos!

Apreté un botón y salió una reseña que me llenó de orgullo. Los extrañísimos murciélagos que estaba viendo eran en su mayoría del Perú,  donde decía que había más de quinientas variedades: ¡Una locura!

Los científicos que se dedican a estudiar lo que tenemos en nuestro territorio, aseguran algo muy cierto: En el Perú hay especies de flora y fauna que están desapareciendo sin que hayan sido registradas, porque lo existente es vastísimo y casi nunca visto.

Cada árbol, además de formar parte de ese gran pulmón que oxigena al planeta,  es como un gigantesco rascacielos con pisos que albergan una infinidad de especies. Cuando se talan, los “inquilinos” son desalojados y tienen que huir aceleradamente. La tierra y el agua son el hábitat de asombrosas criaturas en formas, tamaños y colores. Ni la imaginación más caudalosa podría hacer lo que es obra de la naturaleza. En sapos he visto unos de colores que parecen gemas y flores donde el arco iris ha volcado su pintura.

En el Año Internacional de la Biodiversidad las protestas en defensa de la Madre Natura fueron muy fuertes. Es de esperar que si los propios brasileños no aceptaron hacer una central hidroeléctrica en su parte de la Amazonía, el gobierno peruano no conceda a Brasil la construcciòn de un  paquete de centrales hidroeléctricas, comenzando por represar aguas de la omagua puneña en Inambari. Eso sepultaría unos veinte pueblos y hectáreas de selva virgen, dando lugar a hechos lamentables. El proyecto, según se comprobó, afectaría también a Cusco y a Madre de Dios, donde está la reserva ecológica  “Bawaja Sonene”, una de las más importantes  del país. La arquitecta y docente de la Universidad Nacional del Altiplano, Sonia Molina,  Presidenta de la SOCIT, así como miles de puneños, amazónicos y peruanos en general que no queremos perder ese patrimonio, tomamos las banderas de la biodiversidad para hacerlas flamear en las ocho regiones naturales de nuestra patria.

 En el Año Internacional de la Papa “se reconoció” que el Perú tiene alrededor de 3,600 ecotipos y variedades de papas nativas y 400 de papa silvestre, con ejemplares que llegan a reclinarse casi en los nevados; algo que hace excepcionalmente sólo una peruanísima orquídea, la wiñay wayna, “joven eterna” o “eternamente joven”, porque enamora al majestuoso nevado “Salqantay” de Cusco.

Hace poco la kinua hizo noticia y dejó absortos a quienes creían que ella producía sólo granos blancos, cuando en realidad pasan de  3,000 variedades en las alturas de color negro y púrpura. Sus capacidades nutricias benefician todos los sistemas –óseo, nervioso, sanguíneo, muscular- y hasta como eficaz anti-edad.

 En plantas medicinales no las tenemos registradas ni en un treinta por ciento. En una feria se presentó un fruto, “teta de vaca” por su forma, que limpia los hongos más rebeldes de las uñas. En Yarinaqocha, Pucallpa,  una investigadora americana me mostró un pequeño arbusto que,  según dijo, podía acabar con la calvicie y hacer que los varones recuperasen su cabello.

Los pajuros, unas “papas” que crecen en  árboles coposos, son una delicia para cajamarquinos y amazonenses, pero no llegan a nuestros mercados. Sus frutos se mecen en una vaina grande como un pakae. Los comen en el desayuno, mientras que en la ciudad es rutinario el té con pan blanco, aunque ya se aprecia al pan de kiwicha y otros provinciales. Panes que huelen a arrayán, a algarrobo, a eucalipto y a otras ramas que calientan los hornos donde se cuecen y que son su singularidad.

Habría mucho más que mencionar. Para muestra, dicen, basta un botón y siempre tendremos novedades.  El Perú es ¡un gigante! en recursos genéticos y culturas asociadas a estos bienes naturales.

 
Alfonsina Barrionuevo