domingo, 31 de agosto de 2014

CARTA A ENRIQUE 

Dejo en suspenso a mis Apus hasta el próximo domingo porque debo decir unas palabras de despedida a Enrique Zileri. Se fue tan pronto que no alcancé a desearle que los Apus protegieran su camino. La vida se apaga en un soplo pero el recuerdo queda. Nos conocimos en “Caretas” cuando llegaba a encargarse de la publicidad y el destino puso en sus manos a una revista superluchadora.

Doris Gibson, su madre, una gran señora que estaba al tanto de la vida del país, fue su mejor informante acerca de la política. No lo tuvo previsto pero terminó inmerso en un periodismo independiente y de valentía cotidiana. Sus pupilas absorbían como esponjas cuanto ocurría en la palestra de los partidos. En las reuniones de la plana donde yo estaba no perdía la visión del país donde aparecía algún interés  oscuro.

Enrique, formado en Inglaterra, donde fue a estudiar, miraba el mundo con perspectiva amplia. Nada se le escapaba y fue maestro de más de un periodista. Participaba en mi trabajo con afán y en las entrevistas resolvió mis afonías de una manera ingeniosa. Enviaba mis preguntas y luego me ponía al teléfono con el encargo de que las fueran respondiendo. Si yo daba un golpe con una cucharita la había tomado bien, si algo se me pasaba era muy simple, yo daba tres golpes con la cucharita y volvía a escuchar la respuesta.
Solía ser perfeccionista. Me envió tres veces a Cusco para un informe con fotógrafo y no le gustaron las fotografías. Debía tomar a un hombre recio, con apostura andina y bañarlo con purpurina para que pareciera de oro. Para conseguir un modelo fui hasta el Batallón de Infantería. Ninguno sirvió. Eran de tez clara y flacos. Un chofer fue el elegido. Lo miramos y remiramos con Víctor Manrique y casi le pega. Cuando le explicamos el asunto aceptó. Tener las fotografías como quería no fue fácil.

En otra ocasión, en una campaña sobre “no hay Navidad sin Jesús” me envió a buscar  un actor cuya esposa había fallecido hacía una semana.
Estaba muy dolido y me miró con espanto cuando le expliqué que debía desvestirse en la azotea de la tienda Scala y vestir sólo con un pañal –no había pampers-  para aparecer como un viejo Niño Dios. Yo me iba a dar la vuelta dándole mis excusas, pero aceptó. Por algo era actor. Cuando siguió las indicaciones en un verano calcinante vio que miraba sus calcetines y zapatos y me preguntó si debía sacárselos. Afirmé con la cabeza y obedeció. Yo me sentí muy mal. Enrique quería una caricatura casi imposible.
Otra vez debía escribir sobre el síndrome del carro chiquito. La foto era un esqueleto sentado en el asiento del piloto de un escarabajo. Busqué uno en media Lima, hasta en la morgue, donde pasé entre mesas con fuerte olor a formol y no pude comer carne durante un mes. Encontré uno muy bueno en una clínica y tuve que sacarlo en una camilla co una sábana encima porque el director no quería que lo vieran sus pacientes graves.
Lo he visto ayer lleno de vida en una entrevista del archivo de RPP que le hizo Raúl Vargas. Me hubiera gustado conversar alguna vez con él antes de que tomara el camino sin retorno. La hubiéramos pasado bien y riendo sin parar.  
                                      

 EL PUEBLO DEL AGUA
                                   

Puno, la única tierra del Perú donde la luna flota como una boya sobre la gigantesca charca de plata del Titiqaqa, y donde los celajes pacen como salvajes potrillos sobre praderas de espejos, estuvo inmersa en una apatía provinciana. Increíblemente Puno era una cenicienta para el turismo y no figuraba en los circuitos nacionales e internacionales.        

Hasta mediados de la segunda mitad del siglo pasado sólo llegaban los ganaderos de Arequipa, los propagandistas de productos veterinarios, los oficiales del ejército o la guardia republicana de servicio obligatorio y  algunas  comparsas de diablos de Oruro, Bolivia, que en febrero pasaban el puente del Desaguadero para celebrar a la Candelaria, una Virgen que tiene el lujo y el capricho de pasear en su octava sobre los polícromos bosques de cuernos de  luzbeles qechwas y aimaras.      
Como consecuencia sufría las incomodidades propias del olvido. Escasos hoteles criando moho, comedores con un menú para desanimar al más hambriento y nada de calefacción en las noches heladas.

Hasta que un día la corriente turística que entra por Argentina a Bolivia hizo conexión con el Cusco y  Puno quedó en medio del camino. Ojos ávidos de maravillas captaron el paisaje de la tierra del lago navegable más alto del mundo y comenzaron a pasarse la voz. Poco a  poco, sin que el resto del Perú lo notara, comenzó a cambiar su fisonomía de ciudad recogida en el claustro de la lejanía a ciudad anfitriona, preocupada por dispensar gentilezas a quienes vencían el escollo de sus 3,830 metros sobre el nivel del mar.
El fenómeno se advierte cuando se hace un balance entre su letargo de ayer y la actividad de hoy, como si todos sus habitantes hubieran abierto sus puertas, tendido sus mesas y arreglado sus cuartos de huéspedes. Puno tiene ahora  hoteles de cinco estrellas y otros muy buenos, hostales, pensiones, restaurantes y salones de té, mientras en sus calles céntricas se habla en francés, inglés, japonés y se practica también el alemán.
Ahora está poniendo en valor sus atractivos para encandilar al más veterano conocedor de tesoros de la tierra. El viajero encuentra en Puno lo que no hay en otras partes. El pez más exquisito del mundo, porque sólo el suche que se cría en aguas dulces puede asarse y nadar en la mantequilla de su propia piel, el queso de Paria inigualable porque es obtenido de una leche espesa, casi galáctica, y la cerveza que no pueden saborear los alemanes en Europa porque está helada a temperatura de estrellas.

Como si fuera poco el Titiqaqa, donde las balsas de totora se movían antaño majestuosamente, dueñas de su espacio, es surcado hoy por esbeltas lanchas. Los espíritus mágicos de sus profundidades, el anchancho que enferma a las personas, la mekalla vampira que les chupa la sangre y la voladora cabeza kate kate, que eran espantadas por las luminosas notas del charango, compañero inseparable por este motivo del balsero, no alcanzan a rodear las raudas embarcaciones que pasan como flechas disparadas sobre las aguas.
Quienes trepan hasta la meseta sienten la misma emoción de descubrimiento de Pedro Martinez de Morguer y Diego de Agüero hace 400 años. “Un lago de mucho señorío, de aguas claras cargadas de argentinas criaturas donde una excepción es el famoso qele, sapo acuático “con pantalones” que respira a través de sus poros.
La gente que lo habita en islas flotantes participan de la leyenda de los uros que se llamaban a sí mismos prohombres de la humanidad, los kot suns, “el pueblo del agua”. Ellos también nacen, viven y envejecen sobre la totora, adquiriendo la inmortalidad del agua cuando bajan a los vergeles encantados de Paa Suma, “principio y fin de todas las cosas”.           
El orgulloso español que fundó San Carlos de Puno en 1668 no sabía que estaba planificando su futuro. Sólo Iquitos, acoderada sobre el corpulento brazo del Amazonas puede compararse en el Perú a la ciudad de Puno que luce, suspendida como en un mirador, sobre el mar interior que ondula al suave vaivén de qotathaya, viento tempranero que va como una caricia de su seno a la tierra o se encabrita si lo toca el sunithaya,  viento nocturno, el qarithaya, viento varón, o el qaqathaya, viento de la muerte.
A partir de la Catedral en cuya fachada de piedra sigue floreciendo el arte de Simón Asto, los turistas pueden hacer el circuito de la ciudad. Ver al Señor del Quinario que lleva en el hombro derecho la bala que iba a matar a su devoto, visitar el museo de la Casa Dreyer, subir al romántico cerrillo de Waqsapata para avizorar el panorama, hacer un alto en el paseo del Arco Deústua y terminar el día en la casa de los artesanos que arman laboriosamente las alucinantes máscaras de la diablada.

 Allá hay mucho que ver. Entre los principales,  hacia el sur Chucuito y Juli con sus hermosas iglesias de espléndidos encajes tallados sobre la piedra. A unos kilómetros al este Sillustani, “donde la uña resbala” alta colina sobre el lago Umayo con chullpas que guardan el polvo de los kurakas qollas y los príncipes inkas que gobernaron la región. Al paso Paukarqolla, pueblo de estirpe que tuvo al diablo por alcalde, y también Hatunqolla en cuya iglesia sentó sus reales el apóstol San Andrés rendido según murmuran las pícaras lenguas por la real belleza de sus mozas.

Al noreste Santiago de Pupuja, Kalapuja y Sorarija, donde bufan en la arcilla los toros más bravos del Perú, Pukara que ahora muestra un centro ceremonial prehispánico y Orurillo que venera al Machuniño, “un Niño Dios que sabe mucho de amores porque es “viejo”. En Lampa, pintoresca ciudad de las paradojas que tiene una cárcel “sin presos”, un “hospital sin enfermos” y un “puente sin río”, existe un Cristo de prodigio trabajado en cuero de vaca con  los feligresas más ricas de la región, esposas de los famosos vikuñas que adornan sus chaqueta con botones de oro.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 24 de agosto de 2014

DOMINGO DE APUS

Caramelos granizo.
Tabletas estrella.
Estuvimos buscando con Kukuli las golosinas pedidas para su despacho u ofrenda. Nadie conocía semejantes nombres. Nos ofrecieron grajeas pero no era lo mismo. Apareció Amézquita y le dijimos que no habían. Ante nuestro desconcierto se puso a reir. “Vamos a la calle Ccascaparo, dijo. –Allí venden cuanto se necesita”. Al ver los dulces me puse a reir también. Claro que los había visto en los turrones de Doña Pepa en Lima. Quién iba imaginar que así se llamaban.

Al terminar la tarde tuvimos una buena noticia. El altomisayoq Mario Cama me recibiría con los Apus y las Pachamamas. Una excepción.
Me inundó una enorme alegría y al mismo tiempo temor. Quiénes eran esos Apus y Pachamamas. ¿Qué poderes tenían? ¿Podrían conocer mis pensamientos? ¿Serían capaces de hacer daño? ¿Qué podía decirles? No podían retroceder. Las cartas estaban echadas.Yo iría a ese extraño encuentro. El asistente quiso armar el despacho de Kukuli pero ya era tarde. Lo harían ese domingo. El lunes estaríamos volviendo a Lima.
   

LAS TERMAS BRUJAS DE CACHICADAN
  
Hay magia en Cachicadán, un pequeño pueblo que se encuentra a corta distancia de Santiago de Chuco, la tierra de César Vallejo. Sus aguas termales, con virtudes medicinales, tienen ánima y sus manos suavísimas se sienten sobre la piel como una seda. Al atardecer y en noche de luna el ojo por donde salen entre neblinas de vapor tienen "encanto". No hay que dejarse provocar por su aura embrujadora.

Hace cincuenta años, una recién casada, Luzmila Carrión Méndez,  fue con su jarra al estanque que se ha formado a unos metros  para llenarla  y sintió la fuerza de un extraño movimiento en sus bordes. El miedo puso alas en sus pies y se alejó.
En la noche soñó con una bellísima señora, muy alhajada, que la invitó a  su palacio de cristales. En la noche siguiente los árboles susurraron  dulcemente el llamado a su oído. En la tercera volvió a aparecer la dueña del agua ofreciéndole preciosas joyas. Así hasta cinco veces y vio como se abría el cerro, iluminado por dentro. Su esposo no quiso perderla y luchó con ella para que no volviera hasta vencer su sortilegio con puro amor.
En el cerro La Botica, de cuyo costado sale el chorro barroso, hirviendo, crecen  una infinidad de hierbas medicinales, regalo de su dueño o señor a los hijos del lugar. Para encontrarlas, refiere Luis Quispe Valverde, que recoge la aromática palizada para el mate del desayuno, la suelda con suelda para el dolor de cintura y el korpusguay para curar la sangre, hay que hacerle una ofrenda o regalo. Pedir permiso dejándole un trozo de chancaca, cigarrillo, coca y flores en algún lugar especial.. Al entrar en su territorio, es obligatorio.     
  
El señor del gigantesco vivero natural de plantas saludables es generoso pero le gusta la correspondencia. Está vivo y puede sentir la falta de cariño. La indiferencia le disgusta y puede dificultar  la búsqueda, esconde lo que se quiere o marchita las plantas.
En Cachicadán los cerros se arropan en mantos de color. Sus paisajes encienden las pupilas de acuerdo a la luz del día o las estaciones del año. Sospecho que  es tierra sacra porque allí se refugió Katekill, el trueno, al que buscaron infructuosamente los curas doctrineros de los primeros siglos españoles.

Los mayores afirman que es uno de los últimos lugares adonde fue llevado por sus sacerdotes para que no lo encontraran. La persecución fue implacable durante más de cien años. Katekill hacía florecer los surcos y llevaba la lluvia sujeta a sus talones. Anegaba los campos si quería o la retenía atrayendo la sequía. Ahora descansa entre flores y  plantas medicinales aromáticas en el cerro La Botica, observando, intocado, sin haber permitido el sincretismo.
La iglesia queda en la parte baja del pueblo, entre soportes de nube. La Virgen del Carmen es la  patrona de la iglesia pero los vecinos veneran a  San Martín de Porres que llegó  más tarde  y fue llevado en manos de una devota que recibió sus dones. El santo lego los defiende de cualquier maleficio y atiende sus ruegos. 

Su fiesta principal es el 7 de noviembre y se celebra con  bandas  de pallos, cusqueños,  canasteros, wankillos, jardineros, osos, vacas locas, venados y pishpillas que bailan graciosamente. Los mayordomos reciben toda clase de ayuda desde vacas,  carneros,  un lechón, un cabrito, cinco cuyes, un saco de maíz,  jora para  la chicha.
También comida que preparan las familias amigas como jamón, pataska, revuelto de papa,  bizcochos chankay y rosquitas  Para la noche de vísperas gastan muy rumbosos para  castillos de fuegos artificiales que pintan el cielo de colores.

Muy cerca, en Wakás, la tierra se rompe y afloran las burbujas. El barro que queda al fondo es un prodigioso cosmético. Las  industriosas madres de familia que conocen sus virtudes lo mezclan con miel de abeja y lo ofrecen para limpiar la piel de las manchas, el acné, las espinillas y las líneas del tiempo. Por eso las mujeres siempre son bellas en Cachicadán.


Alfonsina Barrionuevo

domingo, 17 de agosto de 2014

EL MISTERIO DE LOS APUS       

Los Apus me buscaron desde mi niñez y no lo supe hasta 1996 cuando Ciprián Amézquita quiso llevar a Kukuli a la “mesa” de Mario Cama, altomisayoq de Q’atqa, Cusco. En principio yo no iba a ir pero todo se arregló de tal forma que viajé un sábado para regresar el próximo lunes. Creí que no los vería.

Kukuli tenía programado su viaje para el viernes. Yo llegaría al día siguiente a las siete de la mañana. El despegue del avión se retrasó por la neblina y llegué a las nueve. Kukuli ya salía a buscar caramelos granizo y galletas estrella ¿Dónde se vendían? Los Apus ya se habían ido. Debía volver el lunes pero mi vuelo estaba reservado para las siete de la mañana de ese día. Tenía que trabajar. Los domingos Cama descansaba y los Apus se iban al cielo para dar cuenta Dios de lo que habían hecho durante la semana. No los vería.

Para mí eran un misterio. Los Apus son los cerros y nevados. ¿Sería cierto que podían hablar como la gente?
 Hacía tiempo que me habían comentado de “los papitos” y de “los ángeles”. ¿Qué eran unos y otros? No les había prestado mucha atención. Entonces ya estaba en las vísperas porque Amézquita consiguió que el altomisayoq y ellos me recibieran con exclusividad.

Poco a poco comencé a recordar hechos extraños. En una comisión periodística en Huancavelica sentí que si los cerros querían romper los cristales del balcón de mi dormitorio en el hotel para entrar. Su energía era tan fuerte que sentí temor. Qué tal si lo hacían?.

En Huancavelica me contaron de un cerro que tenía dos manantiales. Uno caliente de color rojo. como un ojo de sangre. Otro frío,  con cristales de agua donde se reflejaba la luz. Si alguien trataba de subir al cerro sin pagar se cansaba y no podía llegar a su cima. El cerro se trepaba sobre sus espaldas. ¿Cómo se le pagaba? Lo sabría mucho después.

En mi libro “Hablando con los Apus” cuento nuestro encuentro. Si pueden no dejen de leerlo. Está en las librerías.      
  


RIMAQ: EL ORACULO DE LOS LIMEÑOS
         
Aún se dice que Lima es la “ciudad del río hablador”, por aquello de que rimaq en qechwa quiere decir “el que habla”. Pero, este es un error. Basta verlo para apreciar que es un río que habla poco. Débil en los meses de invierno,  bullicioso cuando engrosa sus caudales en verano, ha sido siempre un río más o menos  tranquilo, sin rocas ocultas donde pudieran chocar sus aguas, sin caprichos ni gran temperamento. Río recogido en el claustro de su cauce donde muy pocas veces murmura.
Cuando llegaron los españoles el Rímac era un río de agua dulce, de remansos, maternal en cierto modo, cargado de abundantes camarones y peces, que en la lengua nativa recibía más bien el nombre de mamaqmayu por los carrizales de este nombre que aún abundan en sus orillas cuenca arriba. Ellos, por dificultades de pronunciación, le quitaron la “r” inicial y comenzaron a llamar al valle limaq, por estar la ciudad que fundó Francisco Pizarro en sus orillas y después acabaron con la cola, dejándolo en Lima como hoy se conoce.

En 1586, cuando el corregidor Diego Dávila Briceño, redujo los doscientos pueblos pequeños que había en toda la región a sólo 39, los ubicó en los lugares que le parecieron más aparentes. Los nuevos pueblos integraron cinco repartimientos. El cuarto, fue el de Chaklla que tuvo como asiento las riberas de los ríos Mamaqmayu y Chaklla.
El nombre de Lima no tiene, pues, relación con el río cuya verdadera nominación fue ignorada. Su origen estaría unido más bien a la magia y la leyenda de una wank’a, “piedra sagrada” de forma aparentemente redonda que decía oráculos en el valle en épocas lejanas. Este era el oráculo, el famoso rimaq, esto es, “el que habla”, que según los cronistas de la conquista respondía a cuantas preguntas le hacían diciendo a unos y otros lo que debía hacer o lo que  iba a suceder.

Esta wank’a fue muy respetada por los pueblos de la costa y aún de la sierra y la selva, que escuchaban con respeto su palabra profética. Tanto prestigio tuvo y se hacían tantas lenguas sobre su poder que hasta los Inkas, reconociendo  sus cualidades de videncia hicieron un pacto con sus pacíficos kurakas o reyezuelos, en lugar de tomar la región por las armas. El general Qhapaq Yupanki, hermano del Inka Pachakuteq, entró en el valle no sólo como amigo sino en condición de aliado ofreciendo a sus pobladores incluir a la piedra que hablaba entre sus protectores a cambio de que sus habitantes consideraran en correspondencia como padre al Sol, “que por sus beneficios, su hermosura y resplandor, merecía también formar parte de su familia.”

Según se dice el primer miembro de la nobleza que recurrió al oráculo en busca de consejo fue el príncipe heredero Inka Yupanki, quien le preguntó si tendría éxito en la conquista del señorío chimu. La wank’a contesto que volvería victorioso lo cual le holgó enormemente.
Hasta la fecha no se sabe dónde estuvo. La estudiosa María Rostworowski dice que tal vez tuvo su asiento en lo que hoy son los Barrios Altos. El tradicionista Ricardo Palma observó que en una de sus calles hay una piedra horadada  que sobresale de una acera y la relacionó con el diablo que huyó por allí cuando se acercaba la procesión del Santísimo y no tenía cómo desaparecer. En realidad puede ser la parte superior de un intiwatana o altar solar que puede ser rescatado.

Parece también que en alguno de los lugares sagrados de los antiguos limeños estuvo un tronco de lúkumo diestramente tallado con dos personajes, hombre y mujer como en el Obelisco Tello chavin. Habría sido un conector de los que usaban para que la tierra hiciera contacto con el cosmos energizando el valle. Al arribar Pizarro fue trasladado a Pachakamaq, la gran ciudad santuario de barro y piedra.

Al parecer no es el mismo que describe el cronista español Miguel de Estete como “una horrible figura de palo que estaba en una habitación oscura, hedionda, por las sustancias resinosas que allí se echaban, la grasa que se había quemado y la sangre en descomposición de las víctimas de los sacrificios (no necesariamente humanas). Estete escribe que su capitán, Hernando Pizarro, lo arrojó temerariamente al suelo y que nadie protestó, como si hubiera perdido todo su poder. Muy lógico si se tiene en cuesta que tenía otra función diferente a los ídolos de Occidente.

De hecho este personaje doble, masculino y femenino no es el legendario rimaq.  El tronco tallado está en el museo de sitio de Pachakamaq, en una sala especial, protegido del mal tiempo y el polvo. También es una reliquia del siglo dieciséis la puertecilla de conchas que daba acceso a la habitación donde habría estado según Estete.
De acuerdo a las investigaciones de las últimas décadas sobre la cosmovisión andina están comenzando a cambiar una serie de interpretaciones acerca de cómo funciona  el mundo andino en una tetralogía. Hanaq Pacha, el cielo o cosmos; Kay Pacha, la tierra en que vivimos; Ukhu Pacha, la tierra de adentro y Tukuy Pacha, todo.  

En esta parte de América no existieron dioses como en el resto del mundo. Los peruanos milenarios tuvieron un estrecho contacto con la naturaleza y consideraron a sus elementos como parte de una gran familia en la cual ellos estaban incluídos. Hasta ahora en las comunidades campesinas se sigue tratando a la tierra, Pachamama, como una madre que alimenta a sus hijos; al sol, Apu Inti, como un padre que calienta sus huesos y los hace fuertes; a la luna, mama Killa, como una madre cósmica responsable de las mareas y otros fenómenos; al mar como Mamaqocha; a los cerros como los Apus, entes tutelares y así hasta la piedra, Mamaqaqa.  

          Alfonsina Barrionuevo


sábado, 9 de agosto de 2014


ANTONIO BANDERAS EN EL PERU
Antonio Banderas vino a Lima para participar en un evento de la Fundación ANAR y prometió volver para visitar el Cusco.  Poco después cumplió su deseo. El actor malagueño llegó a la ciudad emperadora y lo que más le gustó fue que nadie lo reconoció.

Teniendo a Inkaterra como anfitrión se alojó en La Casona de Nazarenas, primer  hotel boutique de la   Alianza Relais & Cháteaux en el Perú. Una mansión que  albergó a Diego deAlmagro, compañero de Francisco Pizarro en el siglo XVI, al libertador Simón Bolívar en el siglo XIX  y en el presente a personalidades del mundo del espectáculo como Mick Jagger, Richard Gere y Bono, líder de la banda U2.

Protegido por el anonimato Banderas paseó por las calles de la capital imperial con su hija Stella del Carmen. Estuvo en la Plaza Mayor, en Saqsaywaman, en el Qorikancha y hasta se dio tiempo para asistir a la fiesta de la Virgen del Carmen de Paucartambo. Padre e hija se deleitaron con las tiernas canciones de los qollas y se perdieron entre las cuadrillas de contradanza, saqras, negritos, qhapaq ch’unchos y otros. probando risoto de quinua, kihura, y paiche en los restaurantes Limo y Fallen Angel.


Unos días después hicieron la la caminata por el camino Inka hasta Machupiqchu  respirando a pulmón abierto en la foresta, entrando por Intipunku al santuario, y visitando sus principales ambientes.

Al terminar se alojaron en Machupiqchu Pueblo Hotel donde repusieron sus fuerzas. Nuevamente en Cusco, Antonio Banderas escribió sus impresiones en el libro de visitantes de La Casona: “Viene uno a Perú a  encontrarse a sí mismo. En el Camino Inca lo he intentado. Son muchos los amigos que dejo atrás. Me llevo tanto de Cusco y de Machupiqchu, y de su gente maravillosa. Volveré  para completar los ciclos de vida que dejé paso a paso en ese camino que nunca olvidaré.”

PERÚ PROFUNDO DISCRIMINADO
Hace un par de años o más me visitó una joven cineasta. Había hecho un documental sobre un campesino que conoció en su niñez. Ella era la hija de un antiguo hacendado que volvió al caserío a preguntar qué le había sido  en el tiempo transcurrido.
Le dijeron que llegaría a media tarde. Para ella que había hecho un largo viaje desde Europa esperar unas horas no le preocupó. Verle sería más bien un motivo de alegría. Tenía todo preparado para ese encuentro en que grabaría su conversación para un festival de cine testimonial.
Martín, el campesino,  se sorprendió al encontrarla y la abrazó cariñosamente.
Su vida seguía siendo la misma. Uno que otro domingo bajaba al pueblo  con su ropa limpia para escuchar  la santa misa. Al terminar se sentaba un rato en las gradas del atrio y luego volvía a su estancia con piso de tierra. En la comunidad trabajaba para vivir y bajaba al caserío cuando lo necesitaban para arreglar el techo, llevar leña o acarrear agua del manantial.
A la joven cineasta le dio un vuelco al corazón. Le pareció injusto que Martín, su familia, y otras de la comunidad, no hubieran dado un giro de ciento sesenta grados. No tenían que ser prósperos, pero sí gozar por lo menos de los beneficios de la civilización, la radio y la televisión. En su mirada sólo había un polvo de cansancio.
Las comunidades en general viven muy apartadas y discriminadas de toda clase de servicios, salvo el caso de  algunas que están próximas a las ciudades. Son miles las que sufren esa situación impuesta desde el virreinato y que continúa en la república. La discriminación es de tal calibre que no se les toma en cuenta. Nadie escribe o habla de los descendientes de los antiguos peruanos, agricultores o alpaqueros que sufren increíbles penurias Perú adentro.
En Lima, que seguirá siendo la metrópoli, existió durante mucho tiempo la intención de que la radio y la televisión tuvieran espacios dedicados a la música de las provincias, por lo menos unos minutos dentro de su programación.

La capital que no quiere perder su criollismo  defiende al vals, repitiendo viejos éxitos, pero ya dio el gran salto a los ritmos foráneos. Lo demuestra el éxito de nuevas y antiguas estrellas del mundo que actúan en espacios que congregan multitudes en centros comerciales de élite, estadios y auditorios de algunos colegios, donde las entradas son muy caras.
El deseo de cambio en el campo ha dado lugar también a un fenómeno. La modernización en el traje de artistas juveniles del wayno. Algunas han optado por no llevar polleras que identifiquen a los lugares de origen de sus padres, sino a vestirse con ropas extravagantes.
Muy lejanamente se puede pensar en un Perú emergente que tiene el derecho de pretender igualarse a los artistas  que vienen de fuera y son vitoreados aunque nadie entienda su idioma. Por supuesto que esas nuevas voces, donde están ausentes sus ancestros, no lograrán que se abra una carretera, se construya un puente o se instale una posta médica, porque no tienen identidad.
Las naciones de la Amazonía sufren la misma discriminación de gobierno a gobierno. Lima siempre podrá disponer de las tierras que ocupan desde sus antepasados.. Las leyes de la titularidad, en lugar de ayudarlos, los pauperizan definitivamente. Shipibos, asháninkas, witotos, kunibos, amarakaires, para nombrar sólo algunas, -son como sesenta- han aprendido a vivir sin destruir su frágil ecosistema. Para eso tienen que estar moviéndose constantemente dentro de grandes áreas. Habría que darles un título general. Todas son dueñas de la omagua o selva.

Eso no conviene a los planes estatales de vialidad, electrificación y otros ue favorecen mayormente a intereses ajenos al país. Al darles títulos por espacios pequeños los sujetan allí y cuando la lluvia y el viento lavan la pequeña tierra que hay, apenas con dos metros y medio de profundidad como máximo, porque después sólo hay cuarzo, se quedarán sin nada.
En lo que se refiere a sus valores culturales no se les reconoce ninguno. Sólo se da valor a sus artesanías que aparecen abundante y repetitivamente en los mercados turísticos. 
A las comunidades de las provincias del Valle Sagrado o de las partes más altas les causa indignación cómo llevan sus trajes. Es cierto que hace tiempo, hombres y mujeres, comenzaron a usar chompas y jeans, como también pasa en otras regiones. Pero se llega al exceso en la ciudad al distorsionar sus prendas  tradicionales.

En fiestas como en el Inti Raymi hay que ver cómo se comportan las parejas de estudiantes que bailan vestidos con trajes tradicionales. Los muchachos arrastran a las chicas por la pista de la plaza legendaria en una especie de juego que nada tiene que ver con las danzas. Será por eso que las comunidades no se presentan, salvo que vayan  exprofesamente por la belleza de sus atavíos.
Casi la totalidad permanece en el abandono. Los alpaqueros de P’isaq, por ejemplo, a más de 4,000 metros de altura, sufren los estragos del clima. Ellos y sus animales  son diezmados por las excesivas lluvias, las nevadas  o las inclementes sequías.
En Cotahuasi, Arequipa, encontré en una comunidad a una joven campesina, muy guapa, que me invitó un tazón de avena. Me preguntó de dónde venía. Le conté que había estado en Arequipa y se sonrió. Me dijo que estuvo allá. Fue a servir en una casa, donde le permitieron estudiar.

Al terminar la primaria se regresó. Le pregunté por qué volvió. Pensé en muchas cosas. Tal vez sus padres la necesitaron. Su sonrisa se hizo más luminosa. Miró la panpa y me explicó que allí gozaba de libertad, aire puro,  cielo azul y oros vegetales.  
Bien valía el sacrificio, siempre y cuando un día no lotizaran su panpa. En los Andes y en la Amazonía todo puede suceder injustamente.

Alfonsina Barrionuevo
Panpa. Palabra qechwa. Se debe escribir así. 

domingo, 3 de agosto de 2014

EL MUSEO DE LAS CULTURAS

El día en que Edgar Mérida y su esposa Nelly Pilares me dijeron que querían darle un museo al Perú me pareció una quimera. Algo hermoso y difícil aún para algún gobierno altruista. Edgar seguía los pasos de su padre Edilberto, el creador de los famoso barros de protesta, y Nelly hacía delicadezas en arcilla, diminutos nacimientos bíblicos que eran un pan caliente en los diciembres, más cómo harían para solventar un museo.

No sabía que contaban con una carta ganadora a su favor. Nada menos que la voluntad de acero de su hijo, Edilberto nieto, autor de poderosas creaciones electromecánicas para el Museo de  Sipán, la Feria del Hogar y otras instituciones y eventos. No sé exactamente de quién nació la idea que involucra a toda su familia. Entre ellos alguien la lanzó y el resto la tomó. Se trata de un respetable sueño compartido.

Los viajeros de Cusco a Calca y Urubamba que pasan a las orillas por su propiedad a la altura del kilómetro 53 miran con extrañeza una curiosa escultura que intrusiona en el paisaje. Si se bajaran de su vehículo y la observaran comprenderían tal vez que la criatura es un compendio de nuestras culturas.
He estado allí ya tres veces. En la primera admiré el paisaje campestre, los cerros aledaños y el cielo azul. En la segunda pude ver los pabellones en ciernes. En la tercera, con Kukuli, me salieron al paso no sólo réplicas de piezas sino interpretaciones de las culturas con sus personajes. Están hechos con tal honestidad que a su lado se siente una energía mágica.

Se puede estar en Caral viendo como cae un rayo del cielo y arde en llamaradas frente al cerro Gokne o en Parakas ante un telar tramado con arcoiris y asistir al entierro del tejedor en la necrópolis.
En cualquier momento el museo dinámico que los Mérida están preparando para el Perú abrirá sus puertas.
Lo espero con ansias. Cualquiera tiene libre su derecho a soñar, lo maravilloso es verlo realizado. Los Mérida necesitan nuestro aliento y requieren ayuda aunque no lo digan. Si es positivo hasta un buen consejo vale.


LOS LEGENDARIOS CHUNPIWILKAS
                                                     
Chumbivilcas, tierra de bravíos domadores de toros, se prepara para atraer con lazo de oro a los audaces turistas que llegan a Cusco en busca de aventura. La provincia que podría tener caminos montaraces es de piso llano por la altura, unos 3,800 metros sobre el nivel del mar. En las extensiones de vaquerías y potreros hombres y mujeres pasan la mayor parte de su vida a caballo.

En sus monturas no puede faltar el liwi o boleadora  con tras bolas de cuero que recubren piedras redondas de río con mukllu –semilla de la coca- para que la Pachamama los proteja, un pedazo de cuero con grasa de culebra para que se enrosque en las patas del caballo o la res con facilidad; las uñas del águila o wamancha para que se prenda sobre su presa; la qechifra o sea las pestañas del ojo izquierdo del buey para que vaya en dirección recta; las pestañas del puma o del gato para que vea en la oscuridad; y las garras del tuku, buho, para que no se suelte. La triple soga que sostiene las puntas del liwi se teje con el pelo de las crines o la cola del caballo con un trenzado especial.

Una boleadora bien dirigida puede derribar a un hombre.  un toro o un equino a regular distancia. Dos de las bolas giran por encima de la cabeza del jinete y la tercera espera en su mano izquierda el momento del vuelo, para salir disparada con las otras. El liwi sirve también para luchar cuerpo a cuerpo y en las batallas rituales del Chiaraqe y del Toqto. Lo usan los jóvenes guerreros.   
Uno de los circuitos sale de la capital imperial, pero es más corto el de Arequipa que baja hacia Yauri, capital de la provincia de Espinar. Los amantes de los abismos deben conformarse con unas cuantas curvas y ascender sin tropiezos hasta Santo Tomás, su capital. La carretera es polvorienta y no es buena. A veces la altura hace cosquillas a los visitantes.

Un sol amistoso nos toma del brazo para hacernos olvidar el sueño. En el viaje por tierra me pasé dos días sobre cuatro ruedas pero conociendo algunos pueblos al paso..
El vecindario está formado por los legendarios qorilazos –“con lazos de oro”- de camisas de lana a cuadros, ponchos verdes o granates tejidos con franjas de motivos panpinos* pantalón de bayeta y las famosas qarabotas de cuero que llegan hasta sus caderas. La ciudad, que es la niña de sus ojos, engalana su plaza con jardines y un nuevo edificio municipal. Su iglesia, con una fachada de piedra primorosamente tallada en 1789, es su mayor orgullo. En su torre se luce una gran campana. Copia, dicen de la María Angola de Cusco.

Unas combis nuevas enfilan con intervalos de una hora hacia Colqemarka, pueblo que tuvo una época de esplendor por sus minas de plata. En sus ferias dominicales saca todo lo que puede vender, productos de la tierra de los valles cercanos y piezas de ropa donde se encuentran sombreros de finísima lana de alpaka, alegres polleras de flores caladas, casacas y sombreros bordados. 
Si  quedan energías y hay tiempo vale atreverse a dar una vuelta a Livitaka y gozar con una obra de a naturaleza. La gruta de Warari, “un palacio” de estalactitas y estalagmitas níveas. Su entrada es de medio metro pero por dentro sus bóvedas son altísimas y se vislumbran una especie de altares barrocos, personajes fantásticos y rostros misteriosos. Con las antorchas cruzando una infinidad de riachuelos de agua helada  llegamos hasta las orillas de un lago interior. Al fondo, en un escenario albo,  se ve un hermoso grupo de ballerinas en suspenso.

A unos cuarenta minutos de Santo Tomás, en automóvil, entre árboles de kiswar, campos sembrados y huertos, está Chayamuray. La antiquísima comunidad es un diamante en ese cofre de Alí Baba en los Andes. Sus cerámicas son hechas con una piedra suave llamada “piedra talco” que se baja en burros de las canteras de Llanqe. Usando una técnica prehispáinica ablandan los bloques y los muelen en enormes batanes. En otros se muele otra piedra arcillosa que es de Qochapata. Ambas forman una masa fina, El moldeado de cántaros, ollas, platos y figuras se hace a mano con paletas de badana. Las piedras salen del horno y reciben un baño de loza o vidrio que le da un precioso color verde o mostaza. En los gentilares o tumbas de los cerros de Urubamba, en el Valle Sagrado,  se ha encontrado vasijas de factura inka similares.
Hay más que ver en Quiñota, Llusko, Wamanmarka, Chiñisìri, Titiritiyoq y  Velille que es famoso por  sus aguas termales. A mí me quedó más de un sueño atrasado por los recorridos con mis primos Rafael y Gerardo que son de allá, pero valió la pena. Regresé a trabajar con nuevos  bríos de la impresionante tierra de los qorilazos.


Alfonsina Barrionuevo