domingo, 3 de agosto de 2014

EL MUSEO DE LAS CULTURAS

El día en que Edgar Mérida y su esposa Nelly Pilares me dijeron que querían darle un museo al Perú me pareció una quimera. Algo hermoso y difícil aún para algún gobierno altruista. Edgar seguía los pasos de su padre Edilberto, el creador de los famoso barros de protesta, y Nelly hacía delicadezas en arcilla, diminutos nacimientos bíblicos que eran un pan caliente en los diciembres, más cómo harían para solventar un museo.

No sabía que contaban con una carta ganadora a su favor. Nada menos que la voluntad de acero de su hijo, Edilberto nieto, autor de poderosas creaciones electromecánicas para el Museo de  Sipán, la Feria del Hogar y otras instituciones y eventos. No sé exactamente de quién nació la idea que involucra a toda su familia. Entre ellos alguien la lanzó y el resto la tomó. Se trata de un respetable sueño compartido.

Los viajeros de Cusco a Calca y Urubamba que pasan a las orillas por su propiedad a la altura del kilómetro 53 miran con extrañeza una curiosa escultura que intrusiona en el paisaje. Si se bajaran de su vehículo y la observaran comprenderían tal vez que la criatura es un compendio de nuestras culturas.
He estado allí ya tres veces. En la primera admiré el paisaje campestre, los cerros aledaños y el cielo azul. En la segunda pude ver los pabellones en ciernes. En la tercera, con Kukuli, me salieron al paso no sólo réplicas de piezas sino interpretaciones de las culturas con sus personajes. Están hechos con tal honestidad que a su lado se siente una energía mágica.

Se puede estar en Caral viendo como cae un rayo del cielo y arde en llamaradas frente al cerro Gokne o en Parakas ante un telar tramado con arcoiris y asistir al entierro del tejedor en la necrópolis.
En cualquier momento el museo dinámico que los Mérida están preparando para el Perú abrirá sus puertas.
Lo espero con ansias. Cualquiera tiene libre su derecho a soñar, lo maravilloso es verlo realizado. Los Mérida necesitan nuestro aliento y requieren ayuda aunque no lo digan. Si es positivo hasta un buen consejo vale.


LOS LEGENDARIOS CHUNPIWILKAS
                                                     
Chumbivilcas, tierra de bravíos domadores de toros, se prepara para atraer con lazo de oro a los audaces turistas que llegan a Cusco en busca de aventura. La provincia que podría tener caminos montaraces es de piso llano por la altura, unos 3,800 metros sobre el nivel del mar. En las extensiones de vaquerías y potreros hombres y mujeres pasan la mayor parte de su vida a caballo.

En sus monturas no puede faltar el liwi o boleadora  con tras bolas de cuero que recubren piedras redondas de río con mukllu –semilla de la coca- para que la Pachamama los proteja, un pedazo de cuero con grasa de culebra para que se enrosque en las patas del caballo o la res con facilidad; las uñas del águila o wamancha para que se prenda sobre su presa; la qechifra o sea las pestañas del ojo izquierdo del buey para que vaya en dirección recta; las pestañas del puma o del gato para que vea en la oscuridad; y las garras del tuku, buho, para que no se suelte. La triple soga que sostiene las puntas del liwi se teje con el pelo de las crines o la cola del caballo con un trenzado especial.

Una boleadora bien dirigida puede derribar a un hombre.  un toro o un equino a regular distancia. Dos de las bolas giran por encima de la cabeza del jinete y la tercera espera en su mano izquierda el momento del vuelo, para salir disparada con las otras. El liwi sirve también para luchar cuerpo a cuerpo y en las batallas rituales del Chiaraqe y del Toqto. Lo usan los jóvenes guerreros.   
Uno de los circuitos sale de la capital imperial, pero es más corto el de Arequipa que baja hacia Yauri, capital de la provincia de Espinar. Los amantes de los abismos deben conformarse con unas cuantas curvas y ascender sin tropiezos hasta Santo Tomás, su capital. La carretera es polvorienta y no es buena. A veces la altura hace cosquillas a los visitantes.

Un sol amistoso nos toma del brazo para hacernos olvidar el sueño. En el viaje por tierra me pasé dos días sobre cuatro ruedas pero conociendo algunos pueblos al paso..
El vecindario está formado por los legendarios qorilazos –“con lazos de oro”- de camisas de lana a cuadros, ponchos verdes o granates tejidos con franjas de motivos panpinos* pantalón de bayeta y las famosas qarabotas de cuero que llegan hasta sus caderas. La ciudad, que es la niña de sus ojos, engalana su plaza con jardines y un nuevo edificio municipal. Su iglesia, con una fachada de piedra primorosamente tallada en 1789, es su mayor orgullo. En su torre se luce una gran campana. Copia, dicen de la María Angola de Cusco.

Unas combis nuevas enfilan con intervalos de una hora hacia Colqemarka, pueblo que tuvo una época de esplendor por sus minas de plata. En sus ferias dominicales saca todo lo que puede vender, productos de la tierra de los valles cercanos y piezas de ropa donde se encuentran sombreros de finísima lana de alpaka, alegres polleras de flores caladas, casacas y sombreros bordados. 
Si  quedan energías y hay tiempo vale atreverse a dar una vuelta a Livitaka y gozar con una obra de a naturaleza. La gruta de Warari, “un palacio” de estalactitas y estalagmitas níveas. Su entrada es de medio metro pero por dentro sus bóvedas son altísimas y se vislumbran una especie de altares barrocos, personajes fantásticos y rostros misteriosos. Con las antorchas cruzando una infinidad de riachuelos de agua helada  llegamos hasta las orillas de un lago interior. Al fondo, en un escenario albo,  se ve un hermoso grupo de ballerinas en suspenso.

A unos cuarenta minutos de Santo Tomás, en automóvil, entre árboles de kiswar, campos sembrados y huertos, está Chayamuray. La antiquísima comunidad es un diamante en ese cofre de Alí Baba en los Andes. Sus cerámicas son hechas con una piedra suave llamada “piedra talco” que se baja en burros de las canteras de Llanqe. Usando una técnica prehispáinica ablandan los bloques y los muelen en enormes batanes. En otros se muele otra piedra arcillosa que es de Qochapata. Ambas forman una masa fina, El moldeado de cántaros, ollas, platos y figuras se hace a mano con paletas de badana. Las piedras salen del horno y reciben un baño de loza o vidrio que le da un precioso color verde o mostaza. En los gentilares o tumbas de los cerros de Urubamba, en el Valle Sagrado,  se ha encontrado vasijas de factura inka similares.
Hay más que ver en Quiñota, Llusko, Wamanmarka, Chiñisìri, Titiritiyoq y  Velille que es famoso por  sus aguas termales. A mí me quedó más de un sueño atrasado por los recorridos con mis primos Rafael y Gerardo que son de allá, pero valió la pena. Regresé a trabajar con nuevos  bríos de la impresionante tierra de los qorilazos.


Alfonsina Barrionuevo

No hay comentarios.:

Publicar un comentario