EL MUSEO DE LAS CULTURAS
El
día en que Edgar Mérida y su esposa Nelly Pilares me dijeron que querían darle un
museo al Perú me pareció una quimera. Algo
hermoso y difícil aún para algún gobierno altruista. Edgar seguía los pasos de
su padre Edilberto, el creador de los famoso barros de protesta, y Nelly hacía
delicadezas en arcilla, diminutos nacimientos bíblicos que eran un pan caliente
en los diciembres, más cómo harían para solventar un museo.
No
sabía que contaban con una carta ganadora a su favor. Nada menos que la
voluntad de acero de su hijo, Edilberto nieto, autor de poderosas creaciones
electromecánicas para el Museo de Sipán,
la Feria del Hogar y otras instituciones y eventos. No sé exactamente de quién
nació la idea que involucra a toda su familia. Entre ellos alguien la lanzó y
el resto la tomó. Se trata de un respetable sueño compartido.

He
estado allí ya tres veces. En la primera admiré el paisaje campestre, los
cerros aledaños y el cielo azul. En la segunda pude ver los pabellones en
ciernes. En la tercera, con Kukuli, me salieron al paso no sólo réplicas de
piezas sino interpretaciones de las culturas con sus personajes. Están hechos con tal honestidad que a
su lado se siente una energía mágica.
Se
puede estar en Caral viendo como cae un rayo
del cielo y arde en llamaradas frente al cerro Gokne o en Parakas ante un telar
tramado con arcoiris y asistir al entierro del tejedor en la necrópolis.
En
cualquier momento el museo dinámico que los Mérida están preparando para el
Perú abrirá sus puertas.
Lo
espero con ansias. Cualquiera tiene libre su derecho a soñar, lo maravilloso es
verlo realizado. Los Mérida necesitan nuestro aliento y requieren ayuda aunque no lo digan. Si es positivo
hasta un buen consejo vale.
LOS LEGENDARIOS
CHUNPIWILKAS
Chumbivilcas, tierra de bravíos domadores de toros, se
prepara para atraer con lazo de oro a los audaces turistas que llegan a Cusco
en busca de aventura. La provincia que podría tener caminos montaraces es de
piso llano por la altura, unos 3,800 metros sobre el nivel del mar. En las
extensiones de vaquerías y potreros hombres y mujeres pasan la mayor parte de
su vida a caballo.
En sus monturas no puede faltar el liwi o
boleadora con tras bolas de cuero que
recubren piedras redondas de río con mukllu –semilla de la coca- para que la
Pachamama los proteja, un pedazo de cuero con grasa de culebra para que se
enrosque en las patas del caballo o la res con facilidad; las uñas del águila o
wamancha para que se prenda sobre su presa; la qechifra o sea las pestañas del
ojo izquierdo del buey para que vaya en dirección recta; las pestañas del puma
o del gato para que vea en la oscuridad; y las garras del tuku, buho, para que
no se suelte. La triple soga que sostiene las puntas del liwi se teje con el
pelo de las crines o la cola del caballo con un trenzado especial.
Uno de los circuitos sale de la capital imperial, pero
es más corto el de Arequipa que baja hacia Yauri, capital de la provincia de
Espinar. Los amantes de los abismos deben conformarse con unas cuantas curvas y
ascender sin tropiezos hasta Santo Tomás, su capital. La carretera es
polvorienta y no es buena. A veces la altura hace cosquillas a los visitantes.
Un sol amistoso nos toma del brazo para hacernos
olvidar el sueño. En el viaje por tierra me pasé dos días sobre cuatro ruedas
pero conociendo algunos pueblos al paso..
El
vecindario está formado por los legendarios qorilazos –“con lazos de oro”- de
camisas de lana a cuadros, ponchos verdes o granates tejidos con franjas de
motivos panpinos* pantalón de bayeta y las famosas qarabotas de cuero que
llegan hasta sus caderas. La ciudad, que es la niña de sus ojos, engalana su
plaza con jardines y un nuevo edificio municipal. Su iglesia, con una fachada
de piedra primorosamente tallada en 1789, es su mayor orgullo. En su torre se
luce una gran campana. Copia, dicen de la María Angola de Cusco.
Unas combis nuevas enfilan con intervalos de una hora
hacia Colqemarka, pueblo que tuvo una época de esplendor por sus minas de
plata. En sus ferias dominicales saca todo lo que puede vender, productos de la
tierra de los valles cercanos y piezas de ropa donde se encuentran sombreros de
finísima lana de alpaka, alegres polleras de flores caladas, casacas y
sombreros bordados.
Si quedan
energías y hay tiempo vale atreverse a dar una vuelta a Livitaka y gozar con
una obra de a naturaleza. La gruta de Warari, “un palacio” de estalactitas y
estalagmitas níveas. Su entrada es de medio metro pero por dentro sus bóvedas
son altísimas y se vislumbran una especie de altares barrocos, personajes
fantásticos y rostros misteriosos. Con las antorchas cruzando una infinidad de
riachuelos de agua helada llegamos hasta
las orillas de un lago interior. Al fondo, en un escenario albo, se ve un hermoso grupo de ballerinas en
suspenso.
A
unos cuarenta minutos de Santo Tomás, en automóvil, entre árboles de kiswar,
campos sembrados y huertos, está Chayamuray. La antiquísima comunidad es un
diamante en ese cofre de Alí Baba en los Andes. Sus cerámicas son hechas con
una piedra suave llamada “piedra talco” que se baja en burros de las canteras
de Llanqe. Usando una técnica prehispáinica ablandan los bloques y los muelen
en enormes batanes. En otros se muele otra piedra arcillosa que es de
Qochapata. Ambas forman una masa fina, El moldeado de cántaros, ollas, platos y
figuras se hace a mano con paletas de badana. Las piedras salen del horno y
reciben un baño de loza o vidrio que le da un precioso color verde o mostaza.
En los gentilares o tumbas de los cerros de Urubamba, en el Valle Sagrado, se ha encontrado vasijas de factura inka
similares.
Hay más que ver en Quiñota, Llusko, Wamanmarka,
Chiñisìri, Titiritiyoq y Velille que es
famoso por sus aguas termales. A mí me
quedó más de un sueño atrasado por los recorridos con mis primos Rafael y Gerardo
que son de allá, pero valió la pena. Regresé a trabajar con nuevos bríos de la impresionante tierra de los
qorilazos.
Alfonsina Barrionuevo
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