EL
MISTERIO DE LOS APUS
Los
Apus me buscaron desde mi niñez y no lo supe hasta 1996 cuando Ciprián
Amézquita quiso llevar a Kukuli a la “mesa” de Mario Cama, altomisayoq de
Q’atqa, Cusco. En principio yo no iba a ir pero todo se arregló de tal forma
que viajé un sábado para regresar el próximo lunes. Creí que no los vería.
Kukuli
tenía programado su viaje para el viernes. Yo llegaría al día siguiente a las
siete de la mañana. El despegue del avión se retrasó por la neblina y llegué a
las nueve. Kukuli ya salía a buscar caramelos granizo y galletas estrella ¿Dónde
se vendían? Los Apus ya se habían ido. Debía volver el lunes pero mi vuelo
estaba reservado para las siete de la mañana de ese día. Tenía que trabajar.
Los domingos Cama descansaba y los Apus se iban al cielo para dar cuenta Dios
de lo que habían hecho durante la semana. No los vería.

Hacía tiempo que me habían comentado de “los
papitos” y de “los ángeles”. ¿Qué eran unos y otros? No les había prestado
mucha atención. Entonces ya estaba en las vísperas porque Amézquita consiguió
que el altomisayoq y ellos me recibieran con exclusividad.
Poco a
poco comencé a recordar hechos extraños. En una comisión periodística en
Huancavelica sentí que si los cerros querían romper los cristales del balcón de
mi dormitorio en el hotel para entrar. Su energía era tan fuerte que sentí
temor. Qué tal si lo hacían?.
En
Huancavelica me contaron de un cerro que tenía dos manantiales. Uno caliente de
color rojo. como un ojo de sangre. Otro frío,
con cristales de agua donde se reflejaba la luz. Si alguien trataba de
subir al cerro sin pagar se cansaba y no podía llegar a su cima. El cerro se
trepaba sobre sus espaldas. ¿Cómo se le pagaba? Lo sabría mucho después.
En mi
libro “Hablando con los Apus” cuento nuestro encuentro. Si pueden no dejen de
leerlo. Está en las librerías.
RIMAQ: EL ORACULO DE LOS LIMEÑOS
Aún
se dice que Lima es la “ciudad del río hablador”, por aquello de que rimaq en
qechwa quiere decir “el que habla”. Pero, este es un error. Basta verlo para apreciar
que es un río que habla poco. Débil en los meses de invierno, bullicioso cuando engrosa sus caudales en
verano, ha sido siempre un río más o menos
tranquilo, sin rocas ocultas donde pudieran chocar sus aguas, sin
caprichos ni gran temperamento. Río recogido en el claustro de su cauce donde
muy pocas veces murmura.
Cuando
llegaron los españoles el Rímac era un río de agua dulce, de remansos, maternal
en cierto modo, cargado de abundantes camarones y peces, que en la lengua
nativa recibía más bien el nombre de mamaqmayu por los carrizales de este
nombre que aún abundan en sus orillas cuenca arriba. Ellos, por dificultades de
pronunciación, le quitaron la “r” inicial y comenzaron a llamar al valle limaq,
por estar la ciudad que fundó Francisco Pizarro en sus orillas y después
acabaron con la cola, dejándolo en Lima como hoy se conoce.
En
1586, cuando el corregidor Diego Dávila Briceño, redujo los doscientos pueblos
pequeños que había en toda la región a sólo 39, los ubicó en los lugares que le
parecieron más aparentes. Los nuevos pueblos integraron cinco repartimientos.
El cuarto, fue el de Chaklla que tuvo como asiento las riberas de los ríos Mamaqmayu
y Chaklla.
El
nombre de Lima no tiene, pues, relación con el río cuya verdadera nominación
fue ignorada. Su origen estaría unido más bien a la magia y la leyenda de una wank’a,
“piedra sagrada” de forma aparentemente redonda que decía oráculos en el valle en
épocas lejanas. Este era el oráculo, el famoso rimaq, esto es, “el que habla”,
que según los cronistas de la conquista respondía a cuantas preguntas le hacían
diciendo a unos y otros lo que debía hacer o lo que iba a suceder.
Esta
wank’a fue muy respetada por los pueblos de la costa y aún de la sierra y la
selva, que escuchaban con respeto su palabra profética. Tanto prestigio tuvo y
se hacían tantas lenguas sobre su poder que hasta los Inkas, reconociendo sus cualidades de videncia hicieron un pacto
con sus pacíficos kurakas o reyezuelos, en lugar de tomar la región por las
armas. El general Qhapaq Yupanki, hermano del Inka Pachakuteq, entró en el
valle no sólo como amigo sino en condición de aliado ofreciendo a sus pobladores
incluir a la piedra que hablaba entre sus protectores a cambio de que sus
habitantes consideraran en correspondencia como padre al Sol, “que por sus
beneficios, su hermosura y resplandor, merecía también formar parte de su
familia.”
Según
se dice el primer miembro de la nobleza que recurrió al oráculo en busca de
consejo fue el príncipe heredero Inka Yupanki, quien le preguntó si tendría
éxito en la conquista del señorío chimu. La wank’a contesto que volvería
victorioso lo cual le holgó enormemente.
Hasta
la fecha no se sabe dónde estuvo. La estudiosa María Rostworowski dice que tal
vez tuvo su asiento en lo que hoy son los Barrios Altos. El tradicionista
Ricardo Palma observó que en una de sus calles hay una piedra horadada que sobresale de una acera y la relacionó con
el diablo que huyó por allí cuando se acercaba la procesión del Santísimo y no
tenía cómo desaparecer. En realidad puede ser la parte superior de un
intiwatana o altar solar que puede ser rescatado.
Parece
también que en alguno de los lugares sagrados de los antiguos limeños estuvo un
tronco de lúkumo diestramente tallado con dos personajes, hombre y mujer como en
el Obelisco Tello chavin. Habría sido un conector de los que usaban para que la
tierra hiciera contacto con el cosmos energizando el valle. Al arribar Pizarro fue
trasladado a Pachakamaq, la gran ciudad santuario de barro y piedra.
Al
parecer no es el mismo que describe el cronista español Miguel de Estete como
“una horrible figura de palo que estaba en una habitación oscura, hedionda, por
las sustancias resinosas que allí se echaban, la grasa que se había quemado y
la sangre en descomposición de las víctimas de los sacrificios (no
necesariamente humanas). Estete escribe que su capitán, Hernando Pizarro, lo
arrojó temerariamente al suelo y que nadie protestó, como si hubiera perdido
todo su poder. Muy lógico si se tiene en cuesta que tenía otra función
diferente a los ídolos de Occidente.
De
hecho este personaje doble, masculino y femenino no es el legendario rimaq. El tronco tallado está en el museo de sitio
de Pachakamaq, en una sala especial, protegido del mal tiempo y el polvo. También
es una reliquia del siglo dieciséis la
puertecilla de conchas que daba acceso a la habitación donde habría estado
según Estete.
De
acuerdo a las investigaciones de las últimas décadas sobre la cosmovisión
andina están comenzando a cambiar una serie de interpretaciones acerca de cómo
funciona el mundo andino en una
tetralogía. Hanaq Pacha, el cielo o cosmos; Kay Pacha, la tierra en que
vivimos; Ukhu Pacha, la tierra de adentro y Tukuy Pacha, todo.
En
esta parte de América no existieron dioses como en el resto del mundo. Los
peruanos milenarios tuvieron un estrecho contacto con la naturaleza y
consideraron a sus elementos como parte de una gran familia en la cual ellos
estaban incluídos. Hasta ahora en las comunidades campesinas se sigue tratando
a la tierra, Pachamama, como una madre que alimenta a sus hijos; al sol, Apu
Inti, como un padre que calienta sus huesos y los hace fuertes; a la luna, mama
Killa, como una madre cósmica responsable de las mareas y otros fenómenos; al
mar como Mamaqocha; a los cerros como los Apus, entes tutelares y así hasta la
piedra, Mamaqaqa.
Alfonsina Barrionuevo
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