domingo, 28 de abril de 2019


UNA LIMA QUE ESPERA     


En cinco  siglos de vida Lima mantiene su poder sobre el resto del Perú. Las regiones, un sueño del siglo XX, siguen siendo un sueño. Sobre el tablero de ajedrez el jaque mate de la reina está siempre presente. Hace unos cincuenta años se convirtió en la tierra prometida de las provincias y hoy, con una población de nueve millones más o menos, constituida en una metrópoli caótica, es la gran  puerta de entrada a un país de maravillas. Muy adentro, en el Perú profundo, se advierte un despertar y no será extraño que un día, desde el interior, levante el vuelo. 
En 1535 Lima fue la niña mimada de sus gobernantes. En la capital de la Nueva Castilla engordaba la preciosa bolsa de riqueza que recibía el rey de las Españas y se olvidaba después del resto. Su camino principal se abría directamente del Callao. El océano era su cordón umbilical.

Resultado de imagen para caral limaEn la República, Lima siguió viviendo de espaldas al Perú y  también a ella misma. Lima olvidó siempre que es la cabeza de un departamento y ahora una región. ¡Y qué región comenzando por Caral que dio la vuelta al mundo como noticia de primera plana! Si conociera cuanto más puede ofrecer al mundo le entraría locura por lo que no vio durante cinco siglos, ocupada en exprimir a las provincias. 
Lima, como región, es tan rica que alguna vez será uno de los grandes polos de turismo del país, con  una increíble gama de atractivos históricos, geográficos, antropológicos y ecológicos insospechados. Una Lima con fiestas que son una sorpresa. Santas y santos patrones que se dan el lujo de ser festejados con danzas muy antiguas. Cientos de años de ostracismo que han favorecido su autenticidad.

La arquitecta Patricia Navarro Grau contó hasta cuarenta iglesias doctrinales en Oyón; El antropólogo Manuel Ráez publicó libros sobre costumbres y fiestas tradicionales. En Tupiqocha, muy cerca, las autoridades comunales reciben en el primer día de año nuevo varas como símbolo de mando y también antiguos khipus prehispánicos de cuerdas con nudos. Los limeños capitalinos nunca han  visto las danzas de los turkuchas con poncho y máscara, con acompañamiento de violín hecho con madera de sauce, ni de los kurkus o foráneos disfrazados de policías, mexicanos, toreros y hasta americanos, al son de flautas, guitarras, violines y arpas.El 6 de enero las danzas son de adoración al Niño Dios. 

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En el virreinato los negros se compraban con onzas de oro y el estudioso encontró en la limpieza de acequias de Lachaki, Canta, un bailarín negro solista y su conjunto, todos con máscaras de pana negra.Una vez al año, durante un ritual prehispánico, se busca la fertilización del campo en dos litos femeninos que cuidan el agua, para que su caudal sea abundante.Su danza sensual, propiciadora, es cortada abruptamente por el matachín, evocación del antiguo encomendero y su cuadrilla, que imponen sus elegantes evoluciones.En Quipán  y Marco, al otro extremo de Canta, los abuelitos son el adorno de la plaza. A pesar de “sus años” salen rumbosos, casquete con espejuelos y hermosas cintas labradas que caen hasta sus talones, máscaras de yeso con ojos azules, bigote, perilla y cascabeles en las polainas. Su coreografía es variada y como las danzas son la luz de los pueblos son invitados a numerosos distritos.En Gorgor, Cajatambo, o Huarochirí la tierra de Julio C. Tello, basta mencionar las pallas y las ingas. Las primeras con sus trajes isabelinos, de cuellos con encajes almidonados y levantados como pétalos de flores.Las segundas, cortejo del Inka y la Qoya, llaman la atención por las cortinas de monedas de plata que cuelgan sobre su rostro. También la contradanza y las wankas o diabladas de Corpus en San Pedro de Casta y Matucana; las pastoras de Huañec, la pandilla de Atawallpa de Ayavirí, los negritos de Langa, y otras que forman un universo desconocido.Una de sus localidades, Rapaz, llamó mucho la atención por una iglesia completamente pintada con sugestivas notas hasta en sus vigas y la existencia  de un khipu donde siguieron ’escribiendo’ hasta fines del siglo XIX. Las aguas termales de Churín,  Chiuchín y Huancachín son la atracción de personas que buscan sus cualidades terapéuticas cada fin de semana así como otros atractivos al paso.

En la región qechwa la producción de quesos, manzanas, paltas, chirimoyas y otros dan lugar a ferias concurridas donde todo se vende en un solo día. En los pueblos se sienten la carencia de carreteras para desarrollar su agricultura. Algún día le llegará a Lima la necesidad de descubrir sus secretos y disponer de vías asfaltadas, hospedajes y restaurantes para mostrar nuevos aspectos, grupos arqueológicos como Rupaq, Cheqta, Rapasmarka y otros. Será como abrir un cofre de sorpresas.
¡Que no espere tanto!


Alfonsina Barrionuevo

domingo, 14 de abril de 2019


EL QOSQO DEL INKA GARCILASO 

Tras la importante información de su obra el Inka Garcilaso esconde una compleja existencia. Al ser un hombre de dos mundos se dio cuenta que finalmente no pertenecía a ninguno. Su padre lo alentó mientras vivió. Después tuvo que luchar para vivir en tierras extrañas. Sin su arrogancia como ejemplo su timidez fue una traba constante. Hubiera querido volver al Perú con un nombramiento como funcionario, recibir tierras o tener por lo menos una pensión. No pudo a causa de un gesto amable. Eso lo perdió por un gesto caballeroso. En un encuentro de con el grupo de los Pizarros sublevados, uno de ellos perdió su caballo y se salvó porque le cedió el suyo. Tal gentileza la pagó caro en la corte  como un máximo demérito. Personalmente no pudo mantener el nombre de Gómez Suárez de Figueroa porque su familia paterna se lo negó y tuvo que adoptar el de Inka con mucho derecho, pues descendía de Pachakuti.
Cuando se fue a la península se llevó una imagen de Qosqo más española y menos inka. Para escribir sus crónicas tuvo que descubrir su historia, contando con la ayuda de sus parientes maternos a quienes un día quiso olvidar. Su testimonio, ya terminando el siglo XVI, resulta valioso. Sin embargo se disculpa de penetrar en las antiguallas de la ciudad  que fue madre y señora de un imperio, por haber nacido en ella.
Durante su infancia estuvo cerca de su madre, la palla Chinpu Oqllo, hasta los diez años, aprendiendo a hablar el qechwa. Su padre se casó con la española Luisa Martell de los Ríos y desalojó de la casa de Oñate a la joven de alcurnia imperial.
 Sus recuerdos alcanzan apenas a Qasana, ‘casa nevada’, palacio en el septentrión cuyos muros mostraban un pasmoso pulido y dividían muchos aposentos. Su galpón muy espacioso medía unos  doscientos pasos de largo y sesenta de ancho. Relató que en días de lluvia permitía celebraciones a su abrigo. Podían entrar unos sesenta jinetes a caballo si querían jugar cañas. El Inka dijo que vio como derribaron el palacio para hacer tiendas y portales.
De las dos torres que daban lustre a la Haukaypata sólo alcanzó a ver una. En la misma dirección habría estado Qoraqora, ‘hierbazal’, de Inka Roqa que no conoció. Al volver sobre sus pasos solo nombra al ‘corredorcillo' con arquerías que daban a la calle’, desde el cual espectaba los juegos de sortijas y cañas de los amigos de su padre. No tuvo tiempo de enterarse que este lugar fue una waka, Kugitalis. Sitio donde durmió Wayna Qhapaq y retornó con gloria después de una batalla.
Las referencias del inka Garcilaso sobre la sagrada Aukaypata o Haukaypata son escuetas.  Si escuchó que Illapa, el Trueno, se bañaba en una de sus calles adyacentes no le dio importancia porque se crió y creció en la nueva religión. 
A pesar de todo su visión de Qosqo es la más completa. Desde el mirador de Qolqanpata vio como se transformaba mientras pasaba de la niñez a la adolescencia y luego a la pubertad. En el primer recodo de la vía que trepaba a Saqsaywaman, Pachakuti mandó edificar el precioso templete que perennizó la memoria de Ayar Auka. Los sacerdotes lo evocaban en las espaciosas áreas
Casa donde vivió. Foto Fernando Seminario
cercadas con muros que tienen bloques recortados que simulan una incrustación de margaritas de piedra que están intactas. Más abajo se extendía el barrio de Wakapata lindando con el río Saphi y sujetando un manojo de andenes.
El Inka escritor cita una calle maestra que bajaba desde las casas de Manko Qhapaq y enlazaba a lo largo palacios y wakas. Ya tenía el nombre de San Agustín por el convento que ocupó el área donde estuvo el Khipukancha con la escuela de khipus y sus archivos. Sus construcciones fueron arrasadas en su totalidad y no las conoció. La arteria terminaba a corta distancia de Rimaqpanpa, ‘la plaza de los pregones’, donde se anunciaban a viva voz las leyes y disposiciones del Inka. Por allí salía el camino real que se dirigía al Qollasuyu.
Paralela corría desde la plaza hasta el Qorikancha la imponente calle del Sol,  Inti k’iqllu, al costado del Aqllawasi, cuyo soberbio muro resguardaba de las miradas profanas a las aqllas. Continuando a Maruri y haciendo un pequeño rodeo por la calle Panpa del Castillo,llegaba al Qorikancha. En tiempo de los Inkas fue una arteria de mucho ajetreo por donde transitaban comitivas, sacerdotes y viandantes que iban con sus ofrendas al templo de oro y a sus wakas.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 7 de abril de 2019


UN INTI RAYMI EN EL ANDE


Nuestro anfitrión de Ocongate, don Juan Achahui, debió preocuparse cuando me vio con Julia Chambi y Zuly Azurín. Se preguntó si llegaríamos bien a más de 4,000 metros sobre el nivel del mar. Por lo menos nos animaría un buen café con chancaca, para endulzarlo, rociado con pisco. Mi viaje tenía como meta contemplar en la madrugada, desde la cumbre, el saludo que harían al Padre Sol miles de peregrinos que habían ido a Qoyllur Rit’i. A Julia, hija del famoso fotógrafo Martín Chambi, la conocía. Yo le escribí pidiendo su ayuda para hacer un reportaje en un diario de Lima y le conté de mis viajes. A Zuly la veía por primera vez. En fin, ya estábamos allí, tendría la respuesta en el camino. 
En la subida que era el primer tramo, de escalinatas anchas y empinadas, estaba la pequeña iglesia de Tayankani que fue escenario de un milagro. Allí donde existió un árbol de tayanka, siglos atrás, el Niño Jesús que jugaba con un pastorcito de alpakas fue acorralado por orden del obispo Moscoso de Qosqo. En ese lugar dejamos a Zuly que sintió el impacto del frío de altura. Volvería al Qosqo con nuestro guía. Julia y yo seguiríamos adelante venciendo el graderío alumbrado por la luna. Ya coronábamos su cima cuando nos alcanzaron. El café caliente y sabiamente bautizado alejó el conato de un soroche y avanzada un tanto la noche demostró su fibra chanka.
Salimos de la ciudad en autobús ya de noche y Achahui calculó que yendo muy despacio llegaríamos, a eso de las cuatro o cinco de la madrugada, a un lugar desde el cual podríamos asistir a la ceremonia inka. En  el recorrido el vehículo se detuvo en Q’atqa para comer unos tamales y tomar un ponche estimulante. Desde Ocongate y sus gradas haríamos una jornada de aventura por varios chakiñan, sendas de pie que se irían enlazando. Menos mal que en la primera década de la segunda mitad del siglo XX las mujeres ya usábamos pantalones. El resto de nuestra indumentaria se completó con dos chompas, un poncho abrigador, chalina, mitones, gorro pasamontaña, sombrero de paño, medias gruesas, y para andar cómodas zapatillas. Yo llevaba una cámara Rollei para las fotos.
Resultado de imagen para qoyllur ritiEn oquedades, protegidos del viento, vimos unos arbustos de llaulli, con flores de seda que suavizaban la aspereza de sus ramas. Nadie las puede tocar porque recibiría más de un pinchazo. Al verlos comentamos un wayno muy popular que hablaba al llaulli del amor, como una planta que igual crecía y se marchitaba, que era una pena merecedora del olvido para ir en busca de un nuevo cariño.
La caminata fue larga hasta que llegamos al sitio que era un balcón abierto sobre Qoyllur Rit’i. La luz del día nos permitió avizorar al fondo la hondonada de Sinaqara donde se movía una multitud. De pronto el sol bañó de oró las matas de ichu y de los cerros adyacentes brotó un reguero de vivas soberanas. ¡Haylli! ¡Haylli! ¡Haylii …! La imagen fue triunfal cuando levantaron sobre sus cabezas a manera de banderines chalinas y phullus. La gente del Ande saludaba la aparición del astro rey evocando un inti raymi esplendoroso. Acto seguido bajamos un poco y les vimos asombradas moviéndose como un ballet, ya abriendo o cerrando filas de hombres y mujeres ataviados con galas multicolores.
Fue algo inolvidable como si fueran los mismos Andes de rostros, brazos y piernas bruñidas. Por un instante creímos que se desmandarían y hasta sería posible que nos envolvieran en la vigorosa cascada de su descenso. Pero, lo hicieron ordenadamente, dando vida a las laderas como banderas vivientes, triunfando en un espacio inconmensurable.

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He ido otras veces a Sinaqara para asistir a sus ritos, las demandas a los Apus, las ofrendas de danzas increíbles, los diálogos con los ukhkus, el recibimiento de la nieve irradiada por la Qoyllur. Nada será igual de emocionante al napaykuy o saludo colectivo de aquella vez compartido con Zuly, Julia y Juan Achahui.
Ni contar cómo volvimos. Nos sentíamos muy cansadas y no había otra forma de volver. En eso pasó un grupo de q’arachunchu bailando al son de sus pitos y tambores. El polvo de la fatiga se disipó y los seguimos. La música es anestésica y terminamos saltando como grillos. Así llegamos a las gradas de Ocongate. Ellos siguieron por un chakiñan, nosotras por el graderío hasta la plaza del pueblo. De allí el regreso a Qosqo y a Lima con Zuly y una imponente visión de oros en las pupilas.
Alfonsina Barrionuevo