UN INTI RAYMI EN EL ANDE
Nuestro anfitrión
de Ocongate, don Juan Achahui, debió preocuparse cuando me vio con Julia Chambi
y Zuly Azurín. Se preguntó si llegaríamos bien a más de 4,000 metros sobre el
nivel del mar. Por lo menos nos animaría un buen café con chancaca, para
endulzarlo, rociado con pisco. Mi viaje tenía como meta contemplar en la
madrugada, desde la cumbre, el saludo que harían al Padre Sol miles de
peregrinos que habían ido a Qoyllur Rit’i. A Julia, hija del famoso fotógrafo
Martín Chambi, la conocía. Yo le escribí pidiendo su ayuda para hacer
un reportaje en un diario de Lima y le conté de mis viajes. A Zuly la veía por
primera vez. En fin, ya estábamos allí, tendría la respuesta en el camino.
En
la subida que era el primer tramo, de escalinatas anchas y empinadas, estaba la pequeña iglesia de Tayankani que fue
escenario de un milagro. Allí donde existió un árbol de tayanka, siglos atrás, el
Niño Jesús que jugaba con un pastorcito de alpakas fue acorralado por orden del
obispo Moscoso de Qosqo. En ese lugar dejamos a Zuly que sintió el impacto del
frío de altura. Volvería al Qosqo con nuestro guía. Julia y yo seguiríamos
adelante venciendo el graderío alumbrado por la luna. Ya coronábamos su cima
cuando nos alcanzaron. El café caliente y sabiamente bautizado alejó el conato
de un soroche y avanzada un tanto la noche demostró su fibra chanka.
Salimos
de la ciudad en autobús ya de noche y Achahui calculó que yendo muy despacio llegaríamos,
a eso de las cuatro o cinco de la madrugada, a un lugar desde el cual podríamos
asistir a la ceremonia inka. En el
recorrido el vehículo se detuvo en Q’atqa para comer unos tamales y tomar un
ponche estimulante. Desde Ocongate y sus gradas haríamos una jornada de
aventura por varios chakiñan, sendas de pie que se irían enlazando. Menos mal
que en la primera década de la segunda mitad del siglo XX las mujeres ya usábamos
pantalones. El resto de nuestra indumentaria se completó con dos chompas, un
poncho abrigador, chalina, mitones, gorro pasamontaña, sombrero de paño, medias
gruesas, y para andar cómodas zapatillas. Yo llevaba una cámara Rollei para las
fotos.
En
oquedades, protegidos del viento, vimos unos arbustos de llaulli, con flores de
seda que suavizaban la aspereza de sus ramas. Nadie las puede tocar porque
recibiría más de un pinchazo. Al verlos comentamos un wayno muy popular que hablaba
al llaulli del amor, como una planta que igual crecía y se marchitaba, que era
una pena merecedora del olvido para ir en busca de un nuevo cariño.
La
caminata fue larga hasta que llegamos al sitio que era un balcón abierto sobre
Qoyllur Rit’i. La luz del día nos permitió avizorar al fondo la hondonada de
Sinaqara donde se movía una multitud. De pronto el sol bañó de oró las matas de
ichu y de los cerros adyacentes brotó un reguero de vivas soberanas. ¡Haylli!
¡Haylli! ¡Haylii …! La imagen fue triunfal cuando levantaron sobre sus cabezas
a manera de banderines chalinas y phullus. La gente del Ande saludaba la aparición
del astro rey evocando un inti raymi esplendoroso. Acto seguido bajamos un poco
y les vimos asombradas moviéndose como un ballet, ya abriendo o cerrando filas
de hombres y mujeres ataviados con galas multicolores.
Fue
algo inolvidable como si fueran los mismos Andes de rostros, brazos y piernas
bruñidas. Por un instante creímos que se desmandarían y hasta sería posible que
nos envolvieran en la vigorosa cascada de su descenso. Pero, lo hicieron
ordenadamente, dando vida a las laderas como banderas vivientes, triunfando en
un espacio inconmensurable.
He ido
otras veces a Sinaqara para asistir a sus ritos, las demandas a los Apus, las
ofrendas de danzas increíbles, los diálogos con los ukhkus, el recibimiento de
la nieve irradiada por la Qoyllur. Nada será igual de emocionante al napaykuy o
saludo colectivo de aquella vez compartido con Zuly, Julia y Juan Achahui.
Ni contar
cómo volvimos. Nos sentíamos muy cansadas y no había otra forma de volver. En
eso pasó un grupo de q’arachunchu bailando al son de sus pitos y tambores. El polvo
de la fatiga se disipó y los seguimos. La música es anestésica y terminamos
saltando como grillos. Así llegamos a las
gradas de Ocongate. Ellos siguieron por un chakiñan, nosotras por el graderío
hasta la plaza del pueblo. De allí el regreso a Qosqo y a Lima con Zuly y una
imponente visión de oros en las pupilas.
Alfonsina
Barrionuevo
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