domingo, 7 de abril de 2019


UN INTI RAYMI EN EL ANDE


Nuestro anfitrión de Ocongate, don Juan Achahui, debió preocuparse cuando me vio con Julia Chambi y Zuly Azurín. Se preguntó si llegaríamos bien a más de 4,000 metros sobre el nivel del mar. Por lo menos nos animaría un buen café con chancaca, para endulzarlo, rociado con pisco. Mi viaje tenía como meta contemplar en la madrugada, desde la cumbre, el saludo que harían al Padre Sol miles de peregrinos que habían ido a Qoyllur Rit’i. A Julia, hija del famoso fotógrafo Martín Chambi, la conocía. Yo le escribí pidiendo su ayuda para hacer un reportaje en un diario de Lima y le conté de mis viajes. A Zuly la veía por primera vez. En fin, ya estábamos allí, tendría la respuesta en el camino. 
En la subida que era el primer tramo, de escalinatas anchas y empinadas, estaba la pequeña iglesia de Tayankani que fue escenario de un milagro. Allí donde existió un árbol de tayanka, siglos atrás, el Niño Jesús que jugaba con un pastorcito de alpakas fue acorralado por orden del obispo Moscoso de Qosqo. En ese lugar dejamos a Zuly que sintió el impacto del frío de altura. Volvería al Qosqo con nuestro guía. Julia y yo seguiríamos adelante venciendo el graderío alumbrado por la luna. Ya coronábamos su cima cuando nos alcanzaron. El café caliente y sabiamente bautizado alejó el conato de un soroche y avanzada un tanto la noche demostró su fibra chanka.
Salimos de la ciudad en autobús ya de noche y Achahui calculó que yendo muy despacio llegaríamos, a eso de las cuatro o cinco de la madrugada, a un lugar desde el cual podríamos asistir a la ceremonia inka. En  el recorrido el vehículo se detuvo en Q’atqa para comer unos tamales y tomar un ponche estimulante. Desde Ocongate y sus gradas haríamos una jornada de aventura por varios chakiñan, sendas de pie que se irían enlazando. Menos mal que en la primera década de la segunda mitad del siglo XX las mujeres ya usábamos pantalones. El resto de nuestra indumentaria se completó con dos chompas, un poncho abrigador, chalina, mitones, gorro pasamontaña, sombrero de paño, medias gruesas, y para andar cómodas zapatillas. Yo llevaba una cámara Rollei para las fotos.
Resultado de imagen para qoyllur ritiEn oquedades, protegidos del viento, vimos unos arbustos de llaulli, con flores de seda que suavizaban la aspereza de sus ramas. Nadie las puede tocar porque recibiría más de un pinchazo. Al verlos comentamos un wayno muy popular que hablaba al llaulli del amor, como una planta que igual crecía y se marchitaba, que era una pena merecedora del olvido para ir en busca de un nuevo cariño.
La caminata fue larga hasta que llegamos al sitio que era un balcón abierto sobre Qoyllur Rit’i. La luz del día nos permitió avizorar al fondo la hondonada de Sinaqara donde se movía una multitud. De pronto el sol bañó de oró las matas de ichu y de los cerros adyacentes brotó un reguero de vivas soberanas. ¡Haylli! ¡Haylli! ¡Haylii …! La imagen fue triunfal cuando levantaron sobre sus cabezas a manera de banderines chalinas y phullus. La gente del Ande saludaba la aparición del astro rey evocando un inti raymi esplendoroso. Acto seguido bajamos un poco y les vimos asombradas moviéndose como un ballet, ya abriendo o cerrando filas de hombres y mujeres ataviados con galas multicolores.
Fue algo inolvidable como si fueran los mismos Andes de rostros, brazos y piernas bruñidas. Por un instante creímos que se desmandarían y hasta sería posible que nos envolvieran en la vigorosa cascada de su descenso. Pero, lo hicieron ordenadamente, dando vida a las laderas como banderas vivientes, triunfando en un espacio inconmensurable.

Imagen relacionada
He ido otras veces a Sinaqara para asistir a sus ritos, las demandas a los Apus, las ofrendas de danzas increíbles, los diálogos con los ukhkus, el recibimiento de la nieve irradiada por la Qoyllur. Nada será igual de emocionante al napaykuy o saludo colectivo de aquella vez compartido con Zuly, Julia y Juan Achahui.
Ni contar cómo volvimos. Nos sentíamos muy cansadas y no había otra forma de volver. En eso pasó un grupo de q’arachunchu bailando al son de sus pitos y tambores. El polvo de la fatiga se disipó y los seguimos. La música es anestésica y terminamos saltando como grillos. Así llegamos a las gradas de Ocongate. Ellos siguieron por un chakiñan, nosotras por el graderío hasta la plaza del pueblo. De allí el regreso a Qosqo y a Lima con Zuly y una imponente visión de oros en las pupilas.
Alfonsina Barrionuevo

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