UNA LIMA QUE ESPERA
En cinco siglos de vida Lima mantiene su poder sobre el
resto del Perú. Las regiones, un sueño del siglo XX, siguen siendo un sueño.
Sobre el tablero de ajedrez el jaque mate de la reina está siempre presente.
Hace unos cincuenta años se convirtió en la tierra prometida de las provincias
y hoy, con una población de nueve millones más o menos, constituida en una
metrópoli caótica, es la gran puerta de
entrada a un país de maravillas. Muy adentro, en el Perú profundo, se advierte
un despertar y no será extraño que un día, desde el interior, levante el vuelo.
En 1535 Lima
fue la niña mimada de sus gobernantes. En la capital de la Nueva Castilla
engordaba la preciosa bolsa de riqueza que recibía el rey de las Españas y se
olvidaba después del resto. Su camino principal se abría directamente del
Callao. El océano era su cordón umbilical.
En la
República, Lima siguió viviendo de espaldas al Perú y también a ella misma. Lima olvidó siempre que
es la cabeza de un departamento y ahora una región. ¡Y qué región comenzando
por Caral que dio la vuelta al mundo
como noticia de primera plana! Si conociera cuanto más puede ofrecer al mundo
le entraría locura por lo que no vio durante cinco siglos, ocupada en exprimir
a las provincias.
Lima, como
región, es tan rica que alguna vez será uno de los grandes polos de turismo del
país, con una increíble gama de
atractivos históricos, geográficos, antropológicos y ecológicos insospechados. Una
Lima con fiestas que son una sorpresa. Santas y santos patrones que se dan el
lujo de ser festejados con danzas muy antiguas. Cientos de años de ostracismo
que han favorecido su autenticidad.
La arquitecta
Patricia Navarro Grau contó hasta cuarenta iglesias doctrinales en Oyón; El
antropólogo Manuel Ráez publicó libros sobre costumbres y fiestas
tradicionales. En Tupiqocha, muy cerca, las autoridades comunales reciben en el
primer día de año nuevo varas como símbolo de mando y también antiguos khipus
prehispánicos de cuerdas con nudos. Los limeños capitalinos nunca han visto las danzas de los turkuchas con poncho
y máscara, con acompañamiento de violín hecho con madera de sauce, ni de los
kurkus o foráneos disfrazados de policías, mexicanos, toreros y hasta
americanos, al son de flautas, guitarras, violines y arpas.El
6 de enero las danzas son de adoración al Niño Dios.
En el virreinato los
negros se compraban con onzas de oro y el estudioso encontró en la limpieza de
acequias de Lachaki, Canta, un bailarín
negro solista y su conjunto, todos con máscaras de pana negra.Una
vez al año, durante un ritual prehispánico, se busca la fertilización del campo
en dos litos femeninos que cuidan el agua, para que su caudal sea abundante.Su
danza sensual, propiciadora, es cortada abruptamente por el matachín, evocación
del antiguo encomendero y su cuadrilla, que imponen sus elegantes evoluciones.En
Quipán y Marco, al otro extremo de
Canta, los abuelitos son el adorno de la plaza. A pesar de “sus años” salen
rumbosos, casquete con espejuelos y hermosas cintas labradas que caen hasta sus
talones, máscaras de yeso con ojos azules, bigote, perilla y cascabeles en las
polainas. Su coreografía es variada y como las danzas son la luz de los pueblos
son invitados a numerosos distritos.En
Gorgor, Cajatambo, o Huarochirí la tierra de Julio C. Tello, basta mencionar
las pallas y las ingas. Las primeras con sus trajes isabelinos, de cuellos con
encajes almidonados y levantados como pétalos de flores.Las
segundas, cortejo del Inka y la Qoya, llaman la atención por las cortinas de
monedas de plata que cuelgan sobre su rostro. También la contradanza y las
wankas o diabladas de Corpus en San Pedro de Casta y Matucana; las pastoras de
Huañec, la pandilla de Atawallpa de Ayavirí, los negritos de Langa, y otras que
forman un universo desconocido.Una
de sus localidades, Rapaz, llamó mucho la atención por una iglesia
completamente pintada con sugestivas notas hasta en sus vigas y la existencia de un khipu donde siguieron ’escribiendo’ hasta
fines del siglo XIX. Las
aguas termales de Churín, Chiuchín y
Huancachín son la atracción de personas que buscan sus cualidades terapéuticas
cada fin de semana así como otros atractivos al paso.
En la región
qechwa la producción de quesos, manzanas, paltas, chirimoyas y otros dan lugar
a ferias concurridas donde todo se vende en un solo día. En los pueblos se
sienten la carencia de carreteras para desarrollar su agricultura. Algún día le
llegará a Lima la necesidad de descubrir sus secretos y disponer de vías
asfaltadas, hospedajes y restaurantes para mostrar nuevos aspectos, grupos
arqueológicos como Rupaq, Cheqta, Rapasmarka y otros. Será como abrir un cofre
de sorpresas.
¡Que no espere
tanto!
Alfonsina Barrionuevo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario