RECUERDOS
DE MACHUPIQCHU
Me
he preguntado mil veces cómo habría sido el santuario en su apogeo. La piedra
rutilando con engastes áureos y argentados, en el joyel alucinante de verdes de
su entorno. El sol lloviendo en oros derretidos, la luna navegando en un oleaje
de brumas, el arco iris prendiendo sus puentes en el aire, las estrellas reflejando su luz en
los espejos del agua, el viento haciendo girar sus husos en los túneles de la
tarde. Hiram Bingham, buscador de tesoros, sólo vio sus muros desnudos. Pero
tuvo la suerte de encontrar unos fardos inkas en una galería subterránea, que
se abría al centro de una grieta abismal. Esa fue la versión del hijo de su arriero,
de unos doce años de edad, a quien colgó del cuello una bolsa con monedas de
plata, para pagar a los peones que hallaran
vasijas enteras. El muchacho los vio así cuando sacaron unas momias envueltas
en finísimas telas, que se deshicieron al exponerse a la intemperie, y también varias
piezas de metal. Su apasionante relato
no se publicó porque en la revista, donde yo colaboraba, pusieron en tela de
juicio sus declaraciones, a las que sigo creyendo. Cuando lo busqué en la
Universidad de San Antonio Abad, donde era jardinero, me mostró las postales
que aquel le envió durante años.
Madre Piedra Foto Perushka Chambi |
Hasta
el arribo de Bingham no se conoció oficialmente el santuario. Parece que fue
dejado hacía siglos. La gran ventana de la madre piedra, inconmovible tras el
muro semicircular o ‘torreón’, pudo sufrir una descarga de rayos que calcinaron
su marco gigantesco. En las comunidades sostienen que si el rayo cae sobre una
construcción debe ser abandonada definitivamente, porque éste toma posesión de ella. La
pregunta queda en suspenso. ¿Le pasó eso a Machupiqchu?
Ante
el torreón las miradas se clavan con insistencia. Se admira su arquitectura y
se piensa en un lugar de vigilancia. Pero, no. Hay que subir a un nivel más
elevado para advertir que rodea a una enorme roca al natural. Una salqa rumi
que aflora desde las profundidades de la tierra con sus galaxias intactas. Ella
es la gran waka que rige en Machupiqchu. El muro fue finamente pulido para
protegerla. Sus propios sacerdotes debieron circular a paso lento para no
tocarla en sus ritos. Tablones de oro debieron formar un anillo sobre los clavos
de piedra colocados encima de las hornacinas de ofrendas, alguna de las cuales se
abría para que dominara la vista de su espacio. El sol tendía sus escudos a la
manera de un dosel para darle calor; la luna y las estrellas rielaban en sus
aristas bañándolas de claridades desde el cielo, el tiempo se pulverizaba en su
eternidad y también la vida alrededor de ella respetuosa. Desde ese lugar su
kamaqen o esencia se proyectaba a todo el santuario.
En
la oquedad de la parte baja, sostenida por un muro de contención, se extiende
una plataforma con un gnomon que parece comunicarla con el Ukhu Pacha de donde
insurge, mientras en la abertura se congela el zigzag del rayo, otra waka que
la estrecha en un abrazo luminoso. La ubicación de estos sitios fue motivo de
varios recorridos con Peruska Chambi que los captó para mi libro: ‘Templos Sagrados
de Machupiqchu’, escrito con motivo del centenario de su apertura al mundo. Los
identificamos en días lluviosos, ‘pronosticados por los brujos del SENAMHI’*, según el risueño comentario de los comuneros
de Patallaqta que viven en sus cercanías.
Zuly y los atavillos.
En
un próximo blog evocaciones de un viaje con Zuly Azurín a San Pedro de los Atavillos,
Lima. Una localidad importante porque en el siglo XVI enfrentó a Francisco
Pizarro con la más sabia de las medidas.
Alfonsina Barrionuevo
________________
*SENAMHI.
Servicio Nacional de Metereología e Hidrología del Perú.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario