EL ZODÍACO
DE NASKA
En
el extenso Parque de las Pampas de Naska se impone recordar a María Reiche. Le
debemos una placa y más que nada cuidar del famoso zodíaco andino en su nombre.
En 1940, cuando Paúl Kosok pasó por allí sólo vio el fragmento de una ave y una
línea que señalaba el solsticio de invierno. La científica alemana limpíó sus
figuras en innumerables años de paciencia y soledad, encontrando cientos de
líneas y más de veinticinco siluetas que se identificaron con ella. El
picaflor, que rozaba sus mejillas con su exquisito vuelo vibrátil; la
majestuosa pariwana, haciendo ondular su espacio para hacerla sonreír al
cortarlo en zigzag con su cuello cortaviento; el cóndor que abanicaba con sus
alas su frente sudorosa; el pájaro fragata escribiéndole mensajes en lenguaje
morse; la ballena orca asomándose para verla entre encajes de olas; el perro
calato, fiel a su cariño hasta el final; los dos monos, el grande, abrigando su
cuello con su cola esponjada y, el pequeño, con ganas de columpiarse en sus
brazos; la gran araña, pacha, migala o tarántula, siguiéndola infatigablemente;
el algarrobo extendiendo sus ramas en sombrilla para protegerla de los rayos
del sol y así otras que están ahí esperando su retorno.
Ella
sigue vigente en nuestras protestas cuando camioneros irrespetuosos que se introducen
en la panpa sobrepasando débiles prohibiciones y hacen saltar las líneas
restauradas. Un trabajo titánico que realizó en largos años, despellejándose
las manos para que el pedregal las sintiera como una caricia. Cuando podía aún
caminar, ya sin ver, por la ceguera, pensaba en que estaba recorriendo cada
dibujo en su último refugio. Midiéndolos con sus pasos. Mientras mantuvo sus
energías no hubo nadie que lo impidiera y, después, lo hacía desde el lecho con
la mente siempre puesta en la panpa. Ante la indiferencia de los gobiernos por
ese patrimonio ella mantuvo su espíritu libre, sin amarras. María Reiche la
amaba, como algo muy personal, íntimo, desde que inició sus estudios
dedicándole su vida.
Alguna
vez hablamos sobre las constelaciones celestes que se ven en los pueblos más
altos de los Andes. Allí está el calendario que los astrónomos naskas
reprodujeron cerca a la costa. Es una pena que no alcanzáramos a ir para que
contemplara las estrellas formando diversas figuras en el cielo. Su visión hubiera
cambiado dándonos tal vez más de una sorpresa. No tuvimos tiempo. Gracias a sus
afanes, a su lucha que es un ejemplo, miles de turistas sobrevuelan ahora los
dibujos y las líneas; pero les falta recorrer las alturas para completar la
visión de los naskas que leían el destino de los hombres y los campos en el
fulgor de los cuerpos celestes.
Un
día podremos cambiar el zodíaco occidental que no nos corresponde por el que
debe regirnos desde llas panpas de Naska, porque estamos en el otro lado de la
tierra. Por eso no coincide nuestra suerte en el amor, en los negocios, en la
salud, en los viajes, en cuanto forma parte de nuestra vida. Mientras tanto hay
que conservar las figuras sobre la grava rojiza. Hasta caminar simplemente
sobre ellas puede causarles daños irreparables porque son muy frágiles. Las
necesitamos para los días que vendrán.
Alfonsina Barrionuevo
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