domingo, 19 de mayo de 2019


EL ZODÍACO DE NASKA

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En el extenso Parque de las Pampas de Naska se impone recordar a María Reiche. Le debemos una placa y más que nada cuidar del famoso zodíaco andino en su nombre. En 1940, cuando Paúl Kosok pasó por allí sólo vio el fragmento de una ave y una línea que señalaba el solsticio de invierno. La científica alemana limpíó sus figuras en innumerables años de paciencia y soledad, encontrando cientos de líneas y más de veinticinco siluetas que se identificaron con ella. El picaflor, que rozaba sus mejillas con su exquisito vuelo vibrátil; la majestuosa pariwana, haciendo ondular su espacio para hacerla sonreír al cortarlo en zigzag con su cuello cortaviento; el cóndor que abanicaba con sus alas su frente sudorosa; el pájaro fragata escribiéndole mensajes en lenguaje morse; la ballena orca asomándose para verla entre encajes de olas; el perro calato, fiel a su cariño hasta el final; los dos monos, el grande, abrigando su cuello con su cola esponjada y, el pequeño, con ganas de columpiarse en sus brazos; la gran araña, pacha, migala o tarántula, siguiéndola infatigablemente; el algarrobo extendiendo sus ramas en sombrilla para protegerla de los rayos del sol y así otras que están ahí esperando su retorno.
Ella sigue vigente en nuestras protestas cuando camioneros irrespetuosos que se introducen en la panpa sobrepasando débiles prohibiciones y hacen saltar las líneas restauradas. Un trabajo titánico que realizó en largos años, despellejándose las manos para que el pedregal las sintiera como una caricia. Cuando podía aún caminar, ya sin ver, por la ceguera, pensaba en que estaba recorriendo cada dibujo en su último refugio. Midiéndolos con sus pasos. Mientras mantuvo sus energías no hubo nadie que lo impidiera y, después, lo hacía desde el lecho con la mente siempre puesta en la panpa. Ante la indiferencia de los gobiernos por ese patrimonio ella mantuvo su espíritu libre, sin amarras. María Reiche la amaba, como algo muy personal, íntimo, desde que inició sus estudios dedicándole su vida.

Alguna vez hablamos sobre las constelaciones celestes que se ven en los pueblos más altos de los Andes. Allí está el calendario que los astrónomos naskas reprodujeron cerca a la costa. Es una pena que no alcanzáramos a ir para que contemplara las estrellas formando diversas figuras en el cielo. Su visión hubiera cambiado dándonos tal vez más de una sorpresa. No tuvimos tiempo. Gracias a sus afanes, a su lucha que es un ejemplo, miles de turistas sobrevuelan ahora los dibujos y las líneas; pero les falta recorrer las alturas para completar la visión de los naskas que leían el destino de los hombres y los campos en el fulgor de los cuerpos celestes. 
Un día podremos cambiar el zodíaco occidental que no nos corresponde por el que debe regirnos desde llas panpas de Naska, porque estamos en el otro lado de la tierra. Por eso no coincide nuestra suerte en el amor, en los negocios, en la salud, en los viajes, en cuanto forma parte de nuestra vida. Mientras tanto hay que conservar las figuras sobre la grava rojiza. Hasta caminar simplemente sobre ellas puede causarles daños irreparables porque son muy frágiles. Las necesitamos para los días que vendrán.
Alfonsina Barrionuevo

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