EL DÍA
DE LA MADRE
Vuelvo
a poner en mi blog ‘Los pájaros carpinteros del tiempo’ porque en estos
segundos domingos de mayo vuelvo a sentir la misma nostalgia, pero esta vez
estoy pensando en mi madre. Ella a la vez debió extrañarme y no sé si me estará
oyendo desde alguna estrella. La acojo hoy, no como hija sino soñándola como
madre. Así nos pasa y la siento en ese abrazo inconmensurable en que retorno al
pasado. No nos fuimos. Siempre estamos con ellas.
LOS
PÁJAROS CARPINTEROS DEL TIEMPO…
Cerraste
tu laptop, levantaste tus vitaminas de la mesa y comenzaste a sumar ausencias al
ir recogiendo tus trajes del armario. Las indolentes maletas volvieron a
llenarse. El pasadizo tornó a quedarse huérfano. Sentí una sensación de soledad.
Nuestras conversaciones flotaban todavía en el aire cuando vino tu despedida. Te
has ido tantas veces, tantas, que crecen enredaderas de olvido en los rincones.
Dejas algo como siempre, las pavas de arcilla que ojalá batieran las alas para
salir por la ventana volando, tus queridas piezas en las cajas magnificando su
presencia. Kali ha modelado un ladrido intruso como diciendo a su manera que te
quedes, pero te has ido sembrando la angustia de no verte más que en la
computadora donde tengo la suerte de captar tu imagen en apariciones que no son
lo mismo. Uno de los pocos inventos que me reconcilian con este mundo de hoy
mecanizado. Un abrazo y he visto caer hechas trizas mis lágrimas pasando sobre
ellas. Ya sé que todos nos vamos un día del hogar pero es imposible consolarse
con esa parte de mis días. Sólo queda esperar que vuelvas y hagas repicar
campanitas de alegría en casa inaugurando un nuevo espacio de horas sin pájaros
carpinteros que picoteen mi sombra y me vayan quitando de mañanas para dejarme
confundida en ayeres como no quiero. Tú y tu hermana le dieron sentido a mi
vida, y yo asistí maravillada a cuánto dibujo salía de tus dedos y no digas que
los odias porque me quedaría sin nada y amo las cuatro estaciones, los
arcángeles y tus vikuñas porque son
bellas y me trasladan al mundo irreal que dejaste. Ya sé que no me olvidas y
más tarde sonreirás desde la pantalla en este domingo separado para la ternura.
Me has dejado melancólica, con los cuadernos que armé con tus dibujos, y sus
hojas van cayendo en lluvia sobre mí. Allí me encontrarás alguna vez, más
tarde, cuando los pájaros carpinteros del tiempo hayan terminado su trabajo y
el árbol se pierda en rehuídos abismos. No sé si volveré a remontar los cielos
hasta Orietta y Nueva York, cuando siempre te olvidabas de invitarme.
UN
NEVADO FELIZ
No
sé quién le dio al Salqantay, nevado de la región del Qosqo, el poder de otorgar
una eterna juventud. Solo me contaron que los seres humanos no pueden
alcanzarlo. Alguna vez se defendió de la audacia de un guerrero de llevar su
nieve a la mujer que amaba. Defendió ese don de tal modo que no pudo sobrepasar
los abismos que abrió para impedirle su acceso. Me gustó más bien la insólita
declaración de una doncella que se atrevió a buscarle. Admirado de su intento
le preguntó porque había sobrepasado sus linderos y ella le respondió que lo
hizo por una razón poderosa, viéndole cada día desde el lugar donde vivía
aprendió a amarle. Ella quería quedarse a su lado. El Salqantay se conmovió
porque podría morir y ante su insistencia tomó una decisión. La convirtió en
una orquídea que se llama Wiñay wayna, ‘joven eterna’, porque florece en su
proximidad. Así protegió su vida..
Alfonsina
Barrionuevo
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