sábado, 11 de mayo de 2019


EL DÍA DE LA MADRE

Vuelvo a poner en mi blog ‘Los pájaros carpinteros del tiempo’ porque en estos segundos domingos de mayo vuelvo a sentir la misma nostalgia, pero esta vez estoy pensando en mi madre. Ella a la vez debió extrañarme y no sé si me estará oyendo desde alguna estrella. La acojo hoy, no como hija sino soñándola como madre. Así nos pasa y la siento en ese abrazo inconmensurable en que retorno al pasado. No nos fuimos. Siempre estamos con ellas.

LOS PÁJAROS CARPINTEROS DEL TIEMPO

Cerraste tu laptop, levantaste tus vitaminas de la mesa y comenzaste a sumar ausencias al ir recogiendo tus trajes del armario. Las indolentes maletas volvieron a llenarse. El pasadizo tornó a quedarse huérfano. Sentí una sensación de soledad. Nuestras conversaciones flotaban todavía en el aire cuando vino tu despedida. Te has ido tantas veces, tantas, que crecen enredaderas de olvido en los rincones. Dejas algo como siempre, las pavas de arcilla que ojalá batieran las alas para salir por la ventana volando, tus queridas piezas en las cajas magnificando su presencia. Kali ha modelado un ladrido intruso como diciendo a su manera que te quedes, pero te has ido sembrando la angustia de no verte más que en la computadora donde tengo la suerte de captar tu imagen en apariciones que no son lo mismo. Uno de los pocos inventos que me reconcilian con este mundo de hoy mecanizado. Un abrazo y he visto caer hechas trizas mis lágrimas pasando sobre ellas. Ya sé que todos nos vamos un día del hogar pero es imposible consolarse con esa parte de mis días. Sólo queda esperar que vuelvas y hagas repicar campanitas de alegría en casa inaugurando un nuevo espacio de horas sin pájaros carpinteros que picoteen mi sombra y me vayan quitando de mañanas para dejarme confundida en ayeres como no quiero. Tú y tu hermana le dieron sentido a mi vida, y yo asistí maravillada a cuánto dibujo salía de tus dedos y no digas que los odias porque me quedaría sin nada y amo las cuatro estaciones, los arcángeles y tus vikuñas  porque son bellas y me trasladan al mundo irreal que dejaste. Ya sé que no me olvidas y más tarde sonreirás desde la pantalla en este domingo separado para la ternura. Me has dejado melancólica, con los cuadernos que armé con tus dibujos, y sus hojas van cayendo en lluvia sobre mí. Allí me encontrarás alguna vez, más tarde, cuando los pájaros carpinteros del tiempo hayan terminado su trabajo y el árbol se pierda en rehuídos abismos. No sé si volveré a remontar los cielos hasta Orietta y Nueva York, cuando siempre te olvidabas de invitarme.

UN NEVADO FELIZ

Imagen relacionadaNo sé quién le dio al Salqantay, nevado de la región del Qosqo, el poder de otorgar una eterna juventud. Solo me contaron que los seres humanos no pueden alcanzarlo. Alguna vez se defendió de la audacia de un guerrero de llevar su nieve a la mujer que amaba. Defendió ese don de tal modo que no pudo sobrepasar los abismos que abrió para impedirle su acceso. Me gustó más bien la insólita declaración de una doncella que se atrevió a buscarle. Admirado de su intento le preguntó porque había sobrepasado sus linderos y ella le respondió que lo hizo por una razón poderosa, viéndole cada día desde el lugar donde vivía aprendió a amarle. Ella quería quedarse a su lado. El Salqantay se conmovió porque podría morir y ante su insistencia tomó una decisión. La convirtió en una orquídea que se llama Wiñay wayna, ‘joven eterna’, porque florece en su proximidad. Así protegió su vida..

Alfonsina Barrionuevo

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