domingo, 29 de octubre de 2017

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES       

A Kukuli se le dio por un tiempo dibujar caballos primero y pintarlos después en todas las poses posibles, comenzando con frecuencia por la cola. El primer dibujo lo hizo a los ocho años de edad. El siguiente con un arcángel batallando con el dragón a los 11 años más o menos. Después vinieron los caballos y jinetes de la Apocalipsis bien concebidos para una niña de su edad. Un regocijo verla pasar de unos a otros. Me anima reseñar sus logros.



QOSQO EN LOS ANILLOS DEL TIEMPO
Pág, 84

La ciudad se cubrió de oro solar y su magia sutil me impulsó a caminar sobre los hombros encorvados de la tarde, sin rumbo determinado, doblando sus veredas como servilletas de papel. La luminosidad que la cubría invitaba a recorrer sus calles paso a paso, saboreando recuerdos que me hacían sonreír. Su tibieza envolvió mis hombros como un fino chal cuando comencé a pasear buscando mis huellas como si fuera descalza por un puente de arco iris. Salí sin prisa del hostal, mirando con deleite, desde su puerta, la única torre de la iglesia de Santo Domingo, con sus columnas floreadas en espiral.
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-¡Pellízcame, Eliza! -me ordenó en eso Adita, con una premura que me dejó alelada y extrañada. -¡Pellízcame!
-!Ah, no! No estoy acostumbrada a eso. -¡Cómo se te ocurre! ¿Has visto Luisa? Para broma, te pasaste amiga. A ver que te pellizque Luisa.
-Es que Eliza no puedo creer lo que ven mis ojos -replicó asombrada.
-¿Y qué ven tus ojos? -Por dentro yo estaba como una gelatina, con temblores. ¿Qué había visto ya, Adita? El nuevo Cusco de por sí era sorprendente. Había tantas cosas que las pasaban por alto. Sólo con la mitad yo hubiera creído que estaba en medio de la peor de las pesadillas o que algo andaba mal en el reloj del tiempo para estar nadando entre dos aguas, cada cual más movida. Como un mar a veces picado, a veces calmo.
-¡Ese tranvía!, míralo. Dice:”Paseo por la Ciudad y Saqsaywaman”. 
-¿Era eso?  Me han dicho que en Lima la gente puede pasear por la Plaza Mayor en un coche del siglo diecinueve tirado por un caballo. Debe ser bonito, ¿no? Algo que no sucede todos los días.
-Lima no nos importa. Yo me refiero al tranvía ese que tienes en tus narices.
-¡Dale con eso! Don Martín tiene una fotografía de los rieles de un tranvía que entraba a la plaza a principios de siglo. ¿No sabías que en el Cusco hubo tranvías? Claro que fue cuando nuestros padres eran niños o quizá aún no habían nacido-. argüí recordando una foto de antología de don Martín que tengo en mi colección.
-Eliza, no hablo del señor fotógrafo ni de ese tranvía que has visto en foto. Hablo de éste, de hoy, que va hasta Saqsaywaman y regresa a la plaza.

-Debe ser un coche viejo que han remozado por completo. ¿Habrá sido por los años veinte cuando las chicas usaban sacos ajustados de terciopelo con cintas, faldas bajas plisadas y botitas con botones? Se ve muy bien. Me gustaría subir. ¿Cuánto costará el boleto?
En mi interior deseaba fugar de allí, desaparecer. Tampoco yo había visto antes ese tranvía que debe ser un nuevo atractivo para los turistas.
-Eliza, se me hace que te estás burlando de mí.
-No. También lo veo por primera vez y no puedo explicarte de qué taller salió. Es otra novedad con que nos sorprende el Concejo-, y mis palabras pesaban en el aire.
-Bueno, será como tú dices. A lo mejor un día subimos juntas para pasear.
-Claro y creo que ahora podemos seguir a la librería.
"La Estrella" siempre estaba llena de libros, cuadernos, lapiceros y gente. Tuvimos que esperar nuestro turno conversando de naderías. Ellas hicieron sus compras y salimos.
En la esquina nos encontramos con la señorita Eumelia, hermana del profesor Arturo.
Llevaba puesto un abrigo de color habano con hombreras, un pañuelo verde muy bonito anudado al cuello y unas argollas muy delicadas de oro en sus orejas que apenas apuntaban debajo de su cabellera castaña. Adita y yo teníamos la piel color canela y cabellos negros. Ella y Luisa eran blancas como la leche y de cabellos castaños. No nos dejaban usar lociones, aunque siempre alguien conseguía "Tabú", y todas nos rociábamos para estar perfumadas y sorprender a los profesores.

-¿Cómo están chiquillas, qué hacen?-, preguntó con cariño. Tenía una expresión dulce y la queríamos porque nos ayudaba en el colegio con las tareas. Su cargo era de coordinadora pero siempre estaba presente para poner soluciones. Era bastante joven. Unos treinta y dos años que irradiaban confianza. En ese momento Adita volvió a ponerme la piel de gallina. Es que andaba en ascuas sin saber con qué podía salir de pronto.

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Calle Plateros
-Profesora, vamos a comprar un pan con queso de chancho a la vuelta -la invitó.
El queso de chancho es una delicia que ha desaparecido del mercado en el Cusco. Antes se vendía en las salchichonerías de la calle Plateros y era un molde que cortaban como un queso. Por eso se llamaba así. Yo no sabía qué hacer. No quedaba ninguna y la gente de hoy lo ha olvidado. ¡Quién se acuerda del famoso queso de chancho! Por allí estaba también el Salón Azul donde preparaban sabrosos caldo de gallina. Me salvé de un pelo porque hubieran encontrado agencias de viaje y las tiendas de souvenirs que aparecen como por encanto surtidas con todo lo que puede comprar un forastero. Artesanías de aeropuertos.

-Gracias, pero estoy con guantes. Sigan ustedes voy donde una amiga que me invitó a tomar el té. No olviden que el lunes, en la tarde, tienen clase de repostería. Aprenderán a preparar la torta mora.
-Habrá que batir mucho la masa -dije, por comentar.
-En realidad lo que haremos será copiar la receta, los ingredientes, cómo se toman las medidas  y la preparación la harán en sus casas. El siguiente lunes vendrán con sus deliciosos productos-, aseguró riendo mientras me miraba a mí. Adita y Luisa eran muy buenas haciendo galletas de coco, de almendras, de chuño.
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Del libro “Cusco en los Anillos del Tiermpo.” 

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 22 de octubre de 2017

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

A Kukuli no le fue difícil pasar de las vikuñas a las mariposas y a los ciervos. Cuando hicimos una exposición de sus dibujos en el IPCNA los asistentes comentaban que sus padres los habíamos hecho. Elvira Gálvez, jefe de culturales, tuvo una gran idea. Hizo llevar un practicable, encima pusieron un pupitre y Kukuli allí comenzó a dibujar. Era tan rápida que llenó innumerables tarjetas de invitación que todos se llevaron a sus casas. Lo que más le gustó de esa tarde memorable fue un ramo de rosas que le regalaron además de chocolatines.

QOSQO EN LOS ANILLOSDELTIEMPO
Pág. 52

        La ciudad era pura claridad, iluminada con ese oro solar del primer día que creaba una sensación de encantamiento. Me fui caminando por el centro y encontré a mis amigas en la Plaza del Cabildo, sumamente desorientadas. Las dos estaban contemplando la Casa del Inka Garcilaso como si hubiera aparecido por arte de magia.  
              -¿Y, ahora, qué les pasa?
          -Estamos buscando el almacén de don Jesús. Mi mamá quiere hacer ponche de almendras y encargó que compráramos nuez moscada pero no está-, dice Luisa con la sensación de estar perdida en cualquier parte -. En su lugar vemos esta casa con arcos y en la esquina un balcón azul. 
-Sucede que las tiendas se abren y a veces no les va bien y cierran. En Matará hay una tienda donde venden la nuez moscada y otras cosas como guindas y guindones, huesillos, conservas, café, té.
-Don Jesús no puede haber quebrado-, insiste preocupada-. Tenía su almacén bien surtido y le gustaba atender. Conocía bien a sus clientes. ¿Recuerdas que a veces nos regalaba un toffy?
-Tenía dulces finos y un bacalao muy bueno para la Semana Santa. No se puede haber ido de la noche a la mañana, -la apoyó Adita.
-¿Recuerdas que su hijo Pepe ha estado muy enfermo? A lo mejor ha viajado con él a Lima-, traté de terminar con el asunto.
-En la tienda tendría que haber dejado a alguien. Podría haber quedado Michino, su ayudante. 
-Sé que llevaba muchos años trabajando con él. Sin embargo una cosa es que fuera bueno en atender y otra en hacerse cargo del almacén. La casa registradora la abría sólo don Jesús y recuerdo que llevaba la llave colgada de su cintura.
Para mí era difícil dorarles la píldora y ellas me ponían en apuros.

Imagen relacionada
Bodega de Lámbarri
-Luego, esa casa con arquerías no puede haber aparecido así no más. En un pizarrín dice, "Actividades culturales del INC.” ¿Qué es eso?
-¿Quién les dice que puede ser obra de don Jesús? Ustedes saben que toda esta parte del inmueble le pertenece. ¿Por qué se hacen problemas? Somos chicas y no conocemos sus proyectos.  En esa casa vivió el Inka Garcilaso, hijo de la princesa Chinpu Oqllo desde que era un bebé, hasta que se fue a España.
-¿Cómo sabes?
-La señorita Wilma, nuestra profesora de historia decía que por aquí estaba y lo está.
-No nos gustan las cosas sin explicación. Ya tenemos muchas que se quedan en el aire. Extrañamos a don Jesús.
-A lo mejor se ha trasladado. Lo que no me agrada es que me están tomando de punto. No sé por qué tengo que resolver sus misterios. Me cogieron en la calle y tengo que saltar como un grillo tratando de que ustedes queden conformes.
-Tienes razón. Vamos a tomar un té en el Hotel Cuadro. Te invitamos -sugirió simpáticamente Adita. -Después nos acompañas donde la costurera. Quiero hacerme un traje para el cumpleaños de Norma.
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Museo Casa Inca Garcilaso
-Y yo que estaba pensando en kancha, un tostado de maíz chullpi, dulce.
-Eso se come en los pueblos, Eliza, donde a veces no hay pan. ¿A quién se le ocurre kancha  aquí?
-Tienes razón. Le contaré a mi mamá que estuvimos juntas.
-¡Aguarda! Calma. No te muevas. No des un paso. Vamos por partes. ¿Me quieres decir dónde está Pachakuteq?
-¿Pachakuteq? Mira, Adita, ahora se te ocurre preguntar por Pachakuteq? Que yo sepa los españoles se llevaron su momia a Lima y la enterraron en el monasterio de San Andrés. Allí se perdió su rastro junto con la momia de Wayna Qhapaq que no tenía cara de haber muerto de viruelas, sino de cualquier otra cosa, porque su faz era tersa según escribió más de un cronista.
-¡Aguanta, Eliza! No te pases de sabihonda. Me refiero a la estatua de Pachakuteq que estaba en el  centro de esta Plaza del Regocijo. En su lugar hay otra fuente lanzando agua hacia arriba.
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Libro “Cusco en los Anillos del Tiempo”  2007

Alfonsina Barrionuevo


domingo, 15 de octubre de 2017

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES

La Virgen de las Flores fue una invención de Kukuli. Su imaginación desbordaba. No sé de dónde la sacó. Imposible que la viera  en alguna parte. Es una creación en la que acertó de la cabeza a los pies delgaditos y calzados con ojotas. En la cabeza una tiara de flores y rayos calados.
Todo el tiempo estaba dibujando como una necesidad física. Imprimí a su hermosa Señora en una tarjeta de Navidad, con sus grandes ojazos viendo un mundo celestial, y la anvié a los Cuatro Suyus.


CUSCO EN LO ANILLOS DEL TIEMPO

La ciudad se cubrió de oro solar y su  magia sutil me impulsó a caminar  sobre los hombros encorvados de la tarde, sin rumbo determinado, doblando sus veredas como servilletas de papel. La luminosidad que la cubría invitaba a recorrer sus calles paso a paso, saboreando recuerdos que me hacían sonreír. Su tibieza envolvió mis hombros como un fino chal  cuando comencé a pasear buscando mis huellas como si fuera descalza por un puente de arco iris.

Sigo con otros párrafos de mi novela para los jóvenes de ayer y de hoy:
Página 45
Caminé por la calle de San Agustín rumbo a la calle Ancha de Santa Catalina.
La antigua casa del comerciante que vendía oro del Kamanti era hoy un hotel que cobraba en dólares. Habían conservado por fortuna el  zaguán con triple arco, una curiosidad arquitectónica, y el patio rodeado de arquerías. Su sabor virreinal benefició a los dueños. Descubrieron la preferencia de los turistas por una habitación en ese espacio y lo destinaron a una reserva especial. Aprovecharon el resto para levantar un edificio moderno de tres pisos en el patio donde estaban los cuartos de los servidores y más adentro la amplia caballeriza que daba a otra calle.
Al llegar a la esquina torcí hacia la calle Ancha de Santa Catalina y me encontré con Teresa. Me encanta su melena castaña enmarcando su rostro risueño. Para ella la vida es una tómbola. Llora a veces porque ha perdido a toda su familia, pero apenas cesa la lluvia de lágrimas que arrecian por algún recuerdo melancólico, su frente se despeja y una sonrisa muestra sus dientes blancos un poco disparejos. Tiene las cejas muy arqueadas y los ojos negrísimos, de pestañas largas. La vi como siempre con sus pantalones jean. A ella le gusta ser informal.
          -¿De dónde vienes? -me preguntó.
          -Del hostal -le contesté. -Voy a desayunar. ¿Me acompañas?
          -Gracias, pero debo volver a mi casa.
          Teresa vive en Huanchaq, en el bosque donde íbamos a estudiar y que se ha convertido en una urbanización con casas, calles, veredas y lozas de concreto para que los niños de los colegios hagan deportes.
          -Regresas a tu bosque, ¿eh?
          -Ojalá fuera aquel bosque donde conocí a mi esposo. Con tanta casa parece que nunca creció un árbol por allí y había tantos que no podíamos ver el cerro del fondo. ¿Qué te pasa, hablas de épocas remotas?
          -Es que yo soy joven. Soñé que tocaba con mis manos la nieve del sagrado nevado Salqantay y la pasaba por mi rostro. También tomé un trozo que se derritió en mis manos. La leyenda dice que si logras llevar a tus labios aunque sea unas gotas serás eternamente joven.
-¡Ja, ja, ja! Eliza, tú siempre bromista. A mí no me importa mostrar la edad que tengo. No soy fanática en colgarme de la juventud como si fuera una rama. Al fin y al cabo te caes. Sin suerte te romperás una cadera o te ganarás una fractura en el tobillo.  
          -Me gusta tu optimismo, es cierto pero al final será otra cosa cuando tus vértebras comiencen a disminuir de tamaño porque sus discos se encogen y  todas tus bisagras estarán chirriando. Un día te arrugarás como una pasita. ¿No te preocupa?
          -¡Ya! ¡Deja de mirar la juventud, esa joya que al cabo se convierte en una chatarra! La vejez no me importa. Me  gustará ser abuelita.
          -Optimista, ¿no? ¿Dónde está tu buen humor? ¡Te vuelves una dinosauria!
          -Este encuentro no ha sido simpático. Me voy de una vez…

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Al día siguiente, cuando el sol rutilaba sobre el Portal del Comercio,  me detuve en el atrio de la Catedral por un momento mientras escuchaba a la María Angola, su famosa campana, dar la hora con sus sones. En su crisol se fundió dos veces y se rajó. A la tercera una devota echó en la mezcla una arroba  de monedas de oro y se logró. Por eso su voz es armoniosa.  A veces ríe, cuando repica  de alegría. A veces llora, cuando dobla por agonías, dice la gente. En su contorno, junto con la fecha, figura su nombre en latín: “María Angula”, (garganta de María)
          Adita y Luisa me alcanzaron cerca de la gran Puerta del Perdón cuando estaba comprando tres velas.
          -Oye, para qué llevas tantas velas -preguntaron ansiosas-. ¿Quieres hacer tres pedidos al Taitacha?
          Así llamamos a nuestro Cristo, el Señor de los Temblores, al que comenzamos a querer desde que llegamos al uso de razón. ¡Lo conocemos y lo amamos! Las mujeres del pueblo vienen muy temprano, a la primera misa, antes de irse a trabajar. Algunas son chaiñas, ruiseñores humanos, es decir cantoras de viejas canciones en qechwa, el runa simi, "la lengua, el habla, el idioma  de la gente", como el Apu Yaya Jesucristo, "Poderoso Señor", o el Qollanan María, "la Guiadora que manda a todos". Su voz delgadísima destila la ternura de los pájaros y crece como una enredadera de sonidos al lado del Taitacha. Hasta hace unos años, don Ricardo las acompañaba con el panpapiano, el famoso pianito de panpa que llevaban los curas doctrineros por los chakiñan, caminos de pie, para celebrar misa. Fue muy útil durante siglos porque se cerraba como un baúl y se colocaba bien atrincado, para que no se cayera, en el lomo de una mula. Lo usaron hasta principios de siglo. Los canónigos compraron después un armonio, donde se perdió su alma, para que él siguiera tocando durante las misas. 
             -Me gustaría venir tempranísimo para escucharlas, pero es imposible por el horario del colegio.
Salimos de la casa a las siete y cuarenta -comentó Luisa.

 Olvidé decir que ambas viven juntas. Adita es pensionista en su casa y comparten el mismo cuarto.
          -El domingo -dije yo.
          -Ni lo sueñes, nos quedamos en la cama hasta media mañana si no vamos de paseo a algún sitio. Es tan rico estar allí conversando. De otro modo salimos temprano al Valle Sagrado toda la familia. Los frutales esperan. Nos vamos a cosechar la fruta madura de sus huertos.
          Evoqué la dulzura de los capulíes guindas y negros que comía con mis hermanos en el huerto de la abuela. Nos sentíamos felices de que mi padre hubiera sembrado esos árboles cuando era niño. Nos gustaba trepar a sus  gruesas ramas y no recuerdo cuántas veces se quebraron y nos caímos por el placer de estar juntos.
-Estamos perdiendo el tiempo con la fruta, -me cortó Luisa.- Vamos a encender tus velas y nosotras pediremos al Taitacha por algunos secretitos.
          -¿Secretitos?
          -No digas nada, Luisa. Cuando se cuentan no se realizan-, le advirtió Adita.
          Les entregué mis velas y entramos por la gran puerta. En el virreinato cuando algún preso escapaba y llegaba hasta ella era perdonado. En el trascoro dos cuadros grandes que hacen guardia a la Virgen de la Antigua muestran aun fraile y una monja. haciendo sus votos. Reemplazan a otros de hechos históricos y de leyenda donde se veía la descensión de Nuestra Señora al Sunturwasi cuando cercó la ciudad el Inka Manko II. Ella arrojaba una arenilla fina para detener a sus huestes, y en el otro el Patrón Santiago arremetía desde el cielo  contra su gente. Las sacó un monseñor con sangre imperial que se rehusó a aceptar que la Madre de Dios y el santo apóstol hubieran ayudado a matar indios y pidió al ecónomo que  reemplazara las pinturas por las que están.
Al llegar al altar del Cristo no se percataron que ya no estaban las mesas de candeleros. Los monseñores las cambiaron por unas velas eléctricas que se encienden cuando se coloca una moneda de un sol como limosna. No me gustan.
Sin embargo, allí estaban con su carga de velas de cera. Me quedé sin habla. Ahora era yo la que veía candeleros que eran comunes en el pasado. ¿Cómo podía sucederme? ¿Se habían malogrado los modernos? ¡Sí, eso debía ser!
          Ellas encontraron sitio para sus velas y después de prenderlas dejaron caer unas gotas y luego las hicieron parar, derechitas. Su llama ardía sin moverse. La mía no se dejaba pegar sobre otra vela que estaba por terminarse y ardía todavía.
          -Eliza, esto tiene su técnica -terció Luisa. -Debes dejar que la llama de la cera que se está terminando caliente la base de tu vela y al derretirse se pegará.        
-Lo sé, aunque a veces se resisten. Chicas, suele suceder a las mejores familias -añadí sonriente.
          -¡Chiss!, ya nos están mirando las señoras con mala cara, -dijo Adita-. No les gusta que se hable. Vamos a rezar y nos iremos. Quiero una lengua de gato en ese nuevo café que tú conoces.
          -No se llama lengua de gato sino lengua de suegra.
          -Es igual, de gato o de suegra son divinas.

          De pie, porque no había sitio en las bancas rezamos cada una mentalmente. El Taitacha estaba hermoso, sobre el monte que formaban una infinidad de ramos de gladiolos amarillos, envuelto con un sudario inka de diseños imperiales tramados en oro. Seguramente una manta muy antigua que  adaptaron y resultó perfecta.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 8 de octubre de 2017

KUKULI Y  SUS SUEÑOS DE COLORES

Cuando Kukuli aprendió a mover la vikuña, ya corriendo, saltando o durmiendo como la vi en Apukalla, estirando el cuello en el piso por lo largo que es, decenas de estos hermosos animalitos que tienen la fibra más suave del mundo, comenzaron a salir de sus plumones. Sin saberlo colaboró con su defensa. Poco a poco fue encontrando otros motivos que abordó con total independencia. Hubo un tiempo que le tomó cariño al caballo como verán después.  


“CUSCO EN LOS ANILLOS DEL TIEMPO”

Hace diez años salió a luz “Cusco en los Anillos del Tiempo”, una novela ubicada en un colegio de señoritas del siglo pasado cuando existían tabúes sobre la virginidad y el sexo a tal punto que devolver a una recién casada por faltar a la castidad podía sumirla en la vergüenza pública, afectando a su familia y a sus amistades. La protagonista, por un extraño desdoblamiento en el tiempo vive en dos épocas, como colegiala y como la mujer superada de este siglo. Escribirla fue un placer por las situaciones que se plantearon irremediablemente. El fenómeno se presentaba en tardes encantadas cuando el sol y sus oros ponían en aprietos a dos Elizas y sus preocupadas amigas. Espero que en unos cuatro blogs puedan acompañarlas. Gracias.

Alfonsina Barrionuevo

Página 1. 
"La ciudad se cubrió de oro solar y su  magia sutil me impulsó a caminar  sobre los hombros encorvados de la tarde, sin rumbo determinado, doblando sus veredas como servilletas de papel. La luminosidad que la cubría invitaba a recorrer sus calles paso a paso, saboreando recuerdos que me hacían sonreír. Su tibieza envolvió mis hombros como un fino chal cuando comencé a pasear buscando mis huellas como si fuera descalza por un puente de arco iris. Salí sin prisa del hostal, mirando con deleite desde su puerta la única torre de la iglesia de Santo Domingo, con sus columnas floreadas en espiral. Me encaminé hacia la derecha cuando, al dar vuelta a la esquina, para enfilar a la calle Pampa del Castillo, las encontré de súbito, como si salieran de otra dimensión. Sus risas  se escuchaban cascabeleando en el aire y sus rostros llenos de candor se colmaron de admiración al verme.
          -¡Eliza!. Justo, hablábamos de ti.
-¿Por qué?
-Pues, porque en tu sed de aprender te quedaste de una pieza cuando la madre Sacro canceló la clase de anatomía.
-¿La clase de anatomía? No entiendo-, contesté con cautela y las miré como si no las conociera.
-Aquella de octubre, cuando el profesor Arturo nos iba a enseñar el capítulo que trataba sobre el aparato uro genital. La parte más significativa de su curso para nosotras que habíamos esperado ansiosas muchos meses, esperando el momento en que nuestros ojos se clavaran en la pizarra.
Por un segundo casi me da un shock. En mi interior ese pequeño músculo que es el corazón se paralizó y luego se puso a dar saltos. ¿Qué hacían ellas allí? ¿De dónde aparecían o es que estaba soñando? Yo me hallaba por el año 2000 en otra onda y no estaba preparada para volver al pasado. Menos para verlas de pronto y oir algo absurdo. Una clase sobre el aparato uro genital que era como hablar del tiempo de las cavernas. Hoy, la palabra que se usa para tratar del asunto es material y directa, sexo. No viene envuelta en hojas o pankas de maíz como un tamal. Hasta la gente menuda de este nuevo siglo están de ida y vuelta en conocimientos sobre el particular. Lo escuchan en todas partes, lo ven en la televisión, en las revistas y hasta lo practican…........" 
  
Página 20. 
"Di un paso con la intención de comprar unas chancaquitas muy ricas que vendía una señora tacneña y me quedé helada como un chullunku ( trozo de hielo). Las dos estaban como si hubieran salido detrás de un poste. Blusa camisera, falda baja acampanada o plisada y medias cortas. Nos sentíamos perfectamente, sin una cadena de adorno, unos pendientes, un anillo. Las chicas no los usaban. Bastaba nuestra rutilante adolescencia, sentirnos  en capullo, tersa la piel y la mirada limpia con una vida por descubrir.
          Ada y Luisa me esperaban como si fuera responsable de los cambios. En el borde de sus ojos se mecía una flor de inquietud.
          -¿Dónde están los Inkas de la casa de los Rosell, Eliza?
          Yo parecía una máquina de respuestas. No sabía si reír o llorar por lo que estaba pasando. No era un sueño. Tampoco una pesadilla. Pensé en una tercera dimensión aunque no hacia delante sino hacia atrás, donde quedó lo mejor de mi existencia. No cualquiera sino hermosos años, sintiendo el apoyo cariñoso de mis padres, la complicidad compartida sin preocupaciones con las amigas del grupo, sin pensar que el techo podía caer sobre nuestras cabezas.
          -¿No están allí?
          -Los han borrado del zaguán y la pared donde estaban ha sido pintada de blanco. También han limpiado la pileta. ¿Recuerdas que tenía macetas en su contorno y una reja circular? Fíjate qué bonita es con esas cabezas de puma que arrojan agua.
          -Ya sé, hace un mes o más las vimos, ¿no? Pero, piensen. ¿Cuánto tiempo no pasamos por aquí? Además, la puerta no siempre está abierta para echarle una mirada y no es sencillo verlos porque la gente que vive allí sólo entra y sale por la puerta de uso diario. Debe ser un problema abrir el gran portón que en los siglos pasados empujaban los muchachos de la hacienda para que entrara la carroza de su patrón con los caballos.
          -Tienes razón. Me parece que no hay mucho movimiento en la casa y cuando salen cierran la puerta.
          -Ahí está la cosa. ¿Qué estarían haciendo mientras estaba cerrada?
          -Muy fácil, la estarían limpiando, ¿no?
-¿Y para qué?
          -¡Quién sabe!. No conozco a los dueños. A lo mejor un cumpleaños, un matrimonio.  Tal vez  quieren vender el inmueble.
          Ellas no tenían que saber del trabajo de restauración que había tenido la casa muy maltratada por el abandono. Era el antiguo palacio de Pumamarka de Thupa Inka Yupanqui. Se hizo su rescate con mucho cuidado. Las nobilísimas habitaciones inkas lucen ahora sus muros con hornacinas, donde hace más de cuatro siglos se colocaban objetos valiosos, y se ha dejado al descubierto su verdadero piso, medio metro más abajo que el patio rellenado por los españoles con piedras de río  Cuando se intervinieron sus ambientes se adecuó el área del fondo para las oficinas de un banco, los mostradores y las ventanillas de los cajeros. Felizmente no se les ocurrió entrar.
          -¿Eliza, y esas puertas inkas delante del cuartel?
          Ahora su mirada se fue al frente de la calle.
-Mira, se parecen a la puerta de doble jamba de Romeritos -, traté de llevar la conversación por otro lado.
          -Ya lo sé, pero ¿recuerdas que llevaste la lata de bollos por su acera cuando tu grupo quiso embromarte?
 -Fue por delante. La acera sigue allí.  Creo que después limpiaron la pared para volverla a pintar y habrán encontrado los muros con las puertas. Ustedes saben que toda la cuadra es del cuartel donde está el Batallón de Infantería Nº 9, y ellos hacen lo que quieren, por algo pertenece al ejército. “Manu militare”, querida Luisita. Siempre me despiertan con su diana. A las seis su corneta madrugadora se parece al indeseable quiquiriquí de un gallo metálico y la escucho todos los días. A veces me gustaría hacerla callar.
          Tienes razón. Son bonitas las puertas, ¿eh?
          -Se ven bien. He oído decir que este palacio había sido el Kusikancha, "la

 Casa de la Alegría", donde  nació el Inka Pachakuteq. Se figuran qué maravilla…..."
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“Cusco e los Anillosde Tiempo”. 2,000.

domingo, 1 de octubre de 2017

KUKULI Y SUS SUEÑOS DE COLORES 

Hace años participé con Felipe Benavides en la defensa de la vikuña a punto de extinguirse. Kukuli me ayudó en las ilustraciones de mi novela infantil: “Pintadita: la Vikuña”. Pero tenía solo 8 años de edad y nunca había visto una vikuña. Le dije que dibujara un perro. Luego que le jalara el cuello y las patas, que achicara sus orejas y la cola. Ella leyó la historia y ensayó a moverla. Fue como jugando. ¡Un sueño! En la carátula está su hermana Vida en traje de chulluni. En Puno las niñas usan un gorro largo que dejan cuando se casan. Hasta hoy han salido tres ediciones de Pintadita, la vikuña que Pituka salvó de morir. 


NAYMLAP ‘EN VIVO’ 

El día en que visité el Museo Nacional de Sikán en Ferreñafe, Lambayeque, había una brisa que llegaba del bosque de algarrobos de Poma. Me encantó que el propio señor me recibiera con una venia. Aquello parecía mágico y se le veía redivivo porque lo personificaba un posible descendiente. Ya en el interior Graciela Espinoza y yo nos felicitamos de encontrar otros rostros netamente ferreñafanos en los personajes históricos reproducidos. Un salto al pasado en las réplicas de los régulos de las tumbas de Waka. Un sello del ayer que abre un puente de siglos entre el pasado y el presente. Buen trabajo del arqueólogo Carlos Elera  y de la museóloga Paloma Carcedo.

Las faces de los personajes del Museo Nacional de Sikán fueron copiados de habitantes del lugar. Por eso cuando Leonidas Guevara, vestido de oro como ellos para una representación, exclamó con orgullo que sus antepasados eran los sikán sentí una ráfaga de alegría en el alma. Una muestra de identidad que debe repetirse con cada cultura.
Los comuneros de Batán Grande y las cercanías del santuario de Poma, donde emergen  pirámides prehispánicas, están restableciendo con el museo un nexo que parecía roto. De sus manos vuelven a fluir las viejas artes con ritmo de siglo XXI porque no han olvidado el optimismo del repujado de oro, la inspiración de la arcilla o el júbilo del tejido. Su director, el arqueólogo Carlos Elera, me habló de la importancia de crear un sólido compromiso entre Waka Loro, y el presente. Los apellidos de la gente amiga de la institución tienen un acento milenario: Chanamé, Silopú, Chapuñán, Llanpusek, Failok y más.

Según dijo la ocupación de Poma, el bosque de algarrobos más seco de América, es de unos 4000 a 5000 a.C. En algún momento surgió una cultura llamada Chólope, coetánea con Kupisnique. Sus templos, como Waka Lucía, de columnas de un metro veinte de diámetro y cuatro de alto que simulan horcones de algarrobo y fueron selladas y enterradas bajo toneladas de arena.
En el siglo XVI Martín Farro le contó a Miguel Cabello de Balboa que un día llegó Naylamp o Ñan Lap con su corte por el mar. Los pobladores conocen su historia porque su recuerdo les pertenece cercano y también porque sus descendientes vendrían a ser parte de su línea genealógica al igual que los señores de Jayanka y Takora. Los Kapchusoli hacían referencia a Llapchilluli, uno de los acompañantes mas estimados por Naymlap. Él y su dinastía, mítica o real, son parte de esa gran cultura que abarcó el norte con su grandeza. Vuela Naymlap y su leyenda es sacralizada en la figura de ojos alados que aparece en las máscaras de oro y otros objetos como los tumis de 750 a 800 años A.C en que se inició Sikán o Lambayeque. Carlos Elera e Izumi Shimada pensaban que el noble personaje vino de Pachakamaq y que puede haber allí más de una tumba sikán creando una interacción económica y religiosa entre la costa central y el norte.
Las noticias sólo mencionan que llegó del sur, aunque pudo haber hecho antes un peregrinaje al santuario para tomar energías y levantar los velos del destino, siguiendo hacia Fakisllanga con Llanpallek, la famosa esmeralda. Su matriz predominante fue muchik, una cultura típica de los valles norcosteños. En la Viña se halló la tumba de un artesano del sur con las herramientas que usó, figulinas humanas y llamas konopa.

En Túkume, entre los valles de Lambayeque y la Leche, estuvo el ultimo centro de poder sikán utilizado luego por los chimu y finalmente por los inkas. Alli hay un templo donde hay una  wanka sagrada de tipo de Qosqo, como se puede ver en Huch'uy Qosqo, en Karania, Lima; y, en Kuelap, Huánuco.
"El oro del Perú tiene en el norte el brillo de Sikán", afirmó Carlos Elera. "Al rastrearse las coronas, orejeras y pectorales más antiguas se advierte que son Kupisnique, unos 1800 años a.C.” El oro más viejo de América suele ser de sitios como Morro de Eten, Chongoyape y Kunturwasi, en Cajamarca. Actualmente en orfebrería hay todavía tradición metalúrgica sikán que se lleva en los genes. Leonidas Guevara, un maestro de escuela, ornamentó su traje y su tocado con láminas propias, recortadas con instrumentos que ha copiado de los auténticos sikán.

En cerámica existió una producción casi semi industrial. Ahora, en Mórrope, están los muchik contemporáneos siguiendo antiguas recetas. Interesante porque en Chórrope existen hectáreas de hornos. En una tumba kupisnique se encontró una tejedora con madejas en un cuenco de arcilla negra pulida y algodón nativo de colores hasta en la boca. No es casualidad que las tejedoras actuales usen el corazón del algarrobo y técnicas premoche. Una continuidad que regocija y que se presenta en nuestro territorio. Son los ancestros que siempre están presentes con su genio. 

Alfonsina Barrionuevo