domingo, 26 de julio de 2015

¿UN LIBRO CONTRA TUPAQ AMARU?

Rumbo al Bicentenario de la Independencia resulta contradictorio que se trate de deslucir el movimientro revolucionario de José GabrielTupaq Amaru, como se aprecia en una entrevista periodística a Charles Walker, un historiador norteamericano. Es increíble que se cuestione su lucha que llegó hasta el sacrificio máximo, de él y su familia, al haber encarnado en 1790 el sueño de millones de hombres, mujeres y niños, de lograr su llibertad. No he leído aún el libro del dicho investigador pero valgan sus declaraciones para esta nota de protesta.  La historia no se puede trastocar con interpretaciones audaces. 

Cómo se puede decir que hay testigos presenciales dicen de que  “el líder rebelde vapuleaba desesperadamente a sus soldados” en Pukin, cuando fracasó el sitio  de Cusco, a no ser que esos testigos presenciales fueran sus enemigos, careciendo entonces de validez sus versiones. Cómo sostener que “MIcaela Batidas fue capturada cuando escapaba con todos sus tesoros”,  siendo así que pusieron sus recursos para fianciar este movimiento. Cómo admirarse de que el pueblo de Cusco no lo apoyó  y que “ la población indígena, luchó contra el rebelde hombro a hombro con criollos, españoles, las tropas de mulatos procedentes de Lima y hasta curas y monjas que dejaron sus claustros”, cuando hay que pensar que ellos estuvieron sin duda amedrentados y amenazados.

Cómo decir siendo un historiador que el apellido de Tupaq Amaru era Condorcanqui, cuando se sabe que ese nombre correspondía a una localidad kaneña. Los españoles le decían el insurgente de Condorcanqui para humillarlo y no reconocer que era kuraka de Tungasuka, Panpamarka y surimana, con descendencia probaba desde Wayna Qhaoaq. Decirle reiterdamente Condorcanqui en una investigación no procede.
Los familiares de Tupaq Amaru nunca le dijeron Pepe. La única que le dio el sobrenombre cariñoso de “Chepe” fue Micaela Bastidas como se lee en sus cartas. Que había violencia doméstica y que agredía  a su esposa no se conoce. Ella lo dice en el proceso cuando le preguntan cuánto sabe de la rebelión, para no revelar el nombre de amigos de la causa libertaria que su esposo no le contaba nada y que le temía.

Micaela Bastidas, pintura de Etna Velarde
Esa declaración durante un juicio donde ella fue torturada física y psicológicamente se entiende. Ellos se conocían desde niños. Micaela tenía 16 años cuando se casó, y José Gabriel, unos 21: y, en el momento más cruel de sus vidas ella era muy joven, 35 años preciosos, y tres hijos, y Tupaq Amaru alrededor de 41 años.
Eso de que ambos eran muy católicos, seguramente, José Gabriel tenía devoción por la Virgen del Carmen; y, realistas, no exactamente, estaban viviendo dentro de un régimen. En los últimos días escribió a Areche asumiendo la responsabilidad de su alzamiento. Había un sentido de autoridad que en una mejor situación se hubiera roto. Aquello no se puede afirmar  tan ligeramente en un afán de descubrir lo que no era. En ese momento no podían decirlo abiertamente o no había llegado el momento. Lo primero era liberar a la gente de los andes de tanta amargura y dolor, Tupaq Amaru ya estaba en comunicación con lideres de Ecuador, Colombia, Argentina y Bolivia, que todavía no eran países sino audiencias y virreinatos.


SIEMBRA Y COSECHA  DEL AGUA

Anoche cayó la helada─ me dijeron en la estancia donde mi cansancio se esfumó al tomar una taza de fragante muña. ─Si tienes suerte verás la paqcha llena de estrellas, cerca del chaki ñan, “el camino de pie”. A su lado estará una mujer haciendo bailar la rueca en su mano. Ella te dará la bienvenida con una sonrisa. Es Mama Yaku,  “la madre del agua”. No te detengas mucho tiempo. Tiene encanto y te puedes quedar allí para siempre. Está preocupada. Sabe que el nevado, su padre, donde nace la cascada se está derritiendo.
Su pronóstico fue exacto. El torrente congelado brillaba con gotas que, al reflejo del sol, parecían estrellas de diamante. Sentada sobre una roca la madre del agua estaba hermosa con su camisa de bayeta, chaleco bordado y amplias polleras extendidas. El sombrero que cubría su cabeza tenía diminutas borlas de colores. Vestía el atuendo de las mujeres de Kuchunbaya, Moquegua, donde cae la cascada.
La recuerdo al leer con cierto asombro el libro sobre “Cambio climático, crisis del agua y adaptación en las montañas andinas” de DESCO*. Por primera vez encuentro investigadores de la ciudad que aceptan la sabiduría de las comunidades. Su gente ha descubierto por su cuenta el efecto invernadero y comienza, con su intervención, a combinar conocimientos y tecnologías prehispánicas con  sugerencias innovadoras para enfrentar el calentamiento global.
¿Cómo se enteraron de la crisis del agua? En Cusco, Puno y Huancavelica, el maíz y la papa “los alertaron” de la presencia del  fenómeno. Les “dijeron” que debían variar su habitat y se fueron más arriba de los lugares donde solían crecer. Los pastores de camélidos están pensando qué hacer. Si el maíz sube a los 4,000 metros y la papa a los 4,500 metros, adónde llevarán sus rebaños. 
En Hawaqo, Lima, están buscando también una solución. Ya tienen el “aviso” de los amantes del agua. Un hombre y una mujer cincelados en la roca están desapareciendo.
En los Andes todo está vivo. Algo que no advierten los gobernantes miopes de la ciudad, atentan contra la naturaleza y los derechos irrenunciables de los peruanos. Igual que los ignorantes trillonarios encaramados en lujosos rascacielos donde no llega el canto de los pájaros.
Aquellos que aman la tierra se resisten a verla morir, porque también es la muerte de sus hijos. Los investigadores del clima de DESCO observaron  que ante los nuevos retos eran capaces de volver a prácticas y “saberes” ancestrales.
En la zona altoandina de Lampa (Puno)  y Cailloma (Arequipa), su accesibilidad se hizo evidente al aceptar su propuesta de técnicas modernas  para recuperar y revitalizar áreas de pastizales naturales, expandirlas y recargar los humedales.
“Criar” el agua de las lluvias, que son una “siembra” del cielo en invierno, y  guardar la “cosecha” en microrrepresas para su uso en las épocas siguientes, les pareció magnífico. “Despensas” líquidas cuyo adecuado manejo puede asegurar el verdor a miles de metros sobre el mar.
Antes del arribo de los españoles los antiguos agricultores peruanos crearon admirables sistemas de irrigación, tallaron con franjas de andenerías los cerros para extender sus fronteras de subsistencia y ─ en el altiplano sureño construyeron waru warus, camellones elevados sobre surcos o canales de agua.
Nevados, cerros, lagunas y ríos protegieron por milenios al cultivo de alimentos y plantas medicinales en el seno amoroso de Pachamama, la Madre Tierra. Hasta que vino la globalización había un estrecho nexo con la naturaleza.  Un cariño y un respeto que  no existen en las ciudades.

Es necesario volver a las fuentes para alternar las investigaciones de ayer con las de hoy. Las comunidades de la yunga, la qechwa, la suni y la puna conocen muy bien las señales en el firmamento, en los fenómenos metereológicos y en el comportamiento de la fauna y la flora, para saber si el año será lluvioso o excesivamente seco.

En el Valle Sagrado, Cusco, me explicaron sobre el fulgor de la Qolqa, un grupo de estrellas granero. Si todas son brillantes, bien. Si dos o tres son débiles, fatal. En Yauyos, Lima, la Vía Láctea “entra al mar y sale por canales subterráneos.” Antes de limpiar las acequias, los varallos o alcaldes andinos recogen el agua con estrellas y la llevan en ofrenda a las lagunas,  que mantienen su nivel cuando se sienten amadas.
El estudioso Santiago Erick Antúnez De Mayolo trabajó años sobre los “indicadores”. Decía que si las aves hacen sus nidos en la ribera de los riachuelos los surcos se agostarán. Si anidan en lugares altos el agua bajará a raudales. Las arañas tejen a futuro sus telas a ras de las corrientes o de lo contrario en sitios protegidos.
Hay que reunirse con la gente de las comunidades y los pueblos cercanos para conversar sobre el tema del agua. Ellos saben cuando adelantan o atrasan su trabajo en los campos. La maway es una siembra temprana, precoz. “Papita primeriza, ésa, no se come sin su dueña”, dicen los waynos, porque es más pequeña y dulce. En el otro extremo la q’epa tarpuy es tardía.

Las cosechas son rotativas y se aplica el ayni y la minka, “la reciprocidad y el trabajo colectivo” que funcionan desde épocas antiquísimas. Hay alternativas propias para cada región. Por eso el tratamiento no es similar. Los cultivos son selectivos.
La pillpinto, una variedad de papa huancavelicana de color, o la yana huanuqueña, que es negra, sólo crecen en determinado sitio y es inútil pensar en trasladarlas. Su secreto se debe al tipo de minerales donde echan sus raíces. El choqllopoqochi, un pajarito negro “que hace madurar al maíz” aparece sólo en el Valle Sagrado de los Inkas, Cusco. No vuela a otras partes.
Por lo menos ocho millones de peruanos viven en el campo, agrupados en unas 7,000 comunidades y más de 100,000 pueblos. De ellos depende el resto. Los peruanos tenemos que ponernos en acción. Según los expertos del clima, el Perú es el país con más riesgos climáticos a nivel mundial. El agua es vida. Si por desgracia se acabaran los glaciares podríamos recurrir a la Amazonía. ¡No hay que hipotecarla! ¡Ese manto verde con agua en el interior de sus carrizos es nuestro!    
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(*) DESCO. Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 19 de julio de 2015

EL APU DEL RESPLANDOR


Mi primer viaje hacia los Apus lo hice con Luis Hu al Illa Waman, “el Apu del Resplandor”.  Viajamos a Cusco con Kukuli y luego hacia el Valle Sagrado. El padre Sol suavizó el frío a 3,800 metros y nos permitió entrar entrar con los pies desnudos en la corriente gélida  que baja del nevado, en señal de respeto y pidiendo permiso para hacer el camino..
Entrada la tarde llegamos a San Juan de Yukay, una comunidad marcada por la pobreza,  que araña la tierra para sembrar papas, su único sustento. Nos alojamos en el local abandonado de la escuela, sin maestra, sin niños y sin vidrios en las ventanas, pasando la noche casi en vela, con los colmillos del frío incrustándose en nuestras carnes.
Al amanecer partimos para llegar a la explanada que se tiende delante del Apu que parece un cóndor con las alas abiertas. Inmutable, Luis Hu tendió la manta ritual  a más de 4,800 metros, y comenzó a preparar las ofrendas que había llevado, mientras el sol caía sobre nuestras cabezas como oro derretido. No había donde albergarse. Cuando terminó TeodomiroTupayachi, el dueño de nuestras cabalgaduras, preparó el fuego y sobre los tizones tendió los paquetes con ingredientes de los tres reinos de la naturaleza y otros. Un torbellino blanco, hermoso, que se levantó en alas del viento nos reveló que habían sido aceptadas.
En los bajíos de Wayoqari, donde se cultiva el maíz blanco gigante de Cusco, se encuentra Yanaqocha, “la laguna negra”. Así se llama porque los cerros le quitan luz. Sin embargo, crecen a sus orillas bosquecillos de qewña. En sus aguas vertimos el de agua de mar que recogimos de la Hatunqocha, en Pachakamaq. Fue increíble, la laguna se estremeció toda con el regalo sagrado y vimos con suma admiración cómo se abría en ondas circulares, ávidas por recibir y repartirse “la sangre” de la madre mar. Al caer la arena de la playa, también de Pachakamaq, se originó un cambio diferente, un movimiento de olas horizontales avanzo a su encuentro, como si quisieran tocarla todas.
El bosquecillo fue testigo silencioso del rito. La luna trazó una senda luminosa por donde volvimos   a Yukay. De allí a Cusco y después a Lima.
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Notas del libro “Hablando con los Apus”





LLAMAS DE PELO FINO

La historia de la llama tiene que ser reescrita. El animal de carga que conocemos presenta un abolengo de milenios. Jane Wheeler de Washington revela aspectos  novedosos sobre la llama. Tiene, según dijo, un antepasado remoto en Norteamérica y sólo mucho tiempo después pobló los llanos amazónicos, se expandió por las panpas argentinas y terminó llegando al Perú.  Su  larguísimo periplo parece de leyenda.
A mediados del siglo pasado las llamas pasaban por la Plaza de Armas de Qosqo para dirigirse al mercado de San Pedro, su destino final. Por 1990 vi “puntas” o grupos de llamas saliendo de Tanta, un poblado de Yauyos, Lima,  a casi 4,000 netros de altura, llevando tejidos a diferentes localidades, llegando hasta el mar en Calango, de donde retornaban con maíz, trigo, garbanzos, habas y también naranjas y uvas.

El año pasado se les vio en un documental circulando por los caminos inkas y preinkas. Hace un tiempo estuvieron de “porteadoras” en el primer Llamanaani de EcoAventura Perú, organizado por Roberto Aldave Palacios, llevando mochilas, equipos de fotografía y televisión. A sol abierto abrieron una ruta que presentó múltiples atractivos paisajísticos, prehistóricos, prehispánicos y de tipo vivencial, en Bolognesi, Ancash; yendo desde la laguna  “Conococha” hasta Matara, donde hermosas flores de qantu o kantuta abren sus pétalos profusamente junto a una residencia preinka.  

A medida que pasa el tiempo se abren nuevas carreteras, pero, en cuanto a las llamas, Aldave ─viajero empedernido─ piensa que hay gente a la cual le gusta caminar y compartirá su experiencia con ellas.
Hace poco se publicó la noticia de un convenio entre Bolivia y Perú para mejorar  la calidad de la fibra de llama. Me pareció estupendo. Alguna vez, en el “Algarrobal”, un museo moqueguano, la arqueóloga Sonia Guillén me mostró unas llamas momificadas. Su pelo era suavísimo y de un color canela encendido.
Ella me dijo que hablara con Jane Wheeler, una bióloga americana que vino al Perú en el  siglo pasado y dirige el Instituto de Investigación y Desarrollo de Camélidos Sudamericanos “Conopa”. A Jane le fascinan esas criaturas que parecen princesas andinas.

Entrevisté a Jane Wheeler en  mi programa “Huellas del Tiempo” del canal 17, de Pax Televisión, y declaró que hace millones de años los guanacos ─sus antiquísimos antepasados─ vivieron en Norteamérica. En California se encontraron  restos petrificados, que tenían una antigüedad de un  1´400,000 años. Al pasar a Sudamérica lo hicieron por los llanos amazónicos y siguieron hasta las panpas argentinas. De allí,  por tramos cortos, a Bolivia, Perú y Ecuador.     

Jane Wheeler trabajó en el sitio arqueológico  El Yaral, ubicado entre cerros abuelos de Moquegua, sobre el río Osmore. Allí se descubrieron llamas y alpakas momificadas. Mediante análisis de muestras de piel y fibra, ella obtuvo evidencias de la preexistencia de dos razas de llamas y dos de alpakas. Una raza de llamas, aparentemente ya extinta, de  fibra fina sin pelos, y otra de fibra gruesa, semejante a las de hoy,  pero más uniforme.
En esa época, hace 900 o 1,000 años, fueron seleccionadas intensivamente, obteniéndose uniformidad en finura, conformación del vellón y color, mientras que las actuales tienen gran variación en el grosor, la pilosidad y el color de la fibra, producto de cruzamientos sin control.

Documentos de los siglos XVI y XVII registran la virtual desaparición de llamas y alpakas en el Qosqo, junto con un 80% de la población humana, en menos de un siglo después de la “conquista” española. (Flores Ochoa, 1977 y 1982).
El análisis del ADN de los animales  prehispánicos ─dice Jane Wheeler─ ha servido para medir los cambios genéticos producidos por la conquista y la incidencia de hibridación en las llamas y alpakas de hoy.
Los comentarios de la bióloga americana son muy interesantes.  Según Crosby (1972), “el  asentamiento europeo y de colonización del Nuevo Mundo desató una  crisis ambiental de magnitud sin precedentes. Con la introducción de cultígenos del Viejo Mundo, nuestros animales, prácticas agrícolas y el paisaje, fueron alterados irreversiblemente.”
Sus ganados (ovejas, cabras, vacas y cerdos) desplazaron a llamas y alpakas de su hábitat en el valle costero, a tierras marginales elevadas, donde sus animales no podían sobrevivir. Las consecuencias de esta catástrofe en la producción de camélidos contemporánea son raramente consideradas. La falta de registros escritos de la época de preconquista y la pérdida de conocimientos transmitidos oralmente acerca de la cría de dichos camélidos hace difícil evaluar la medida en que influyó occidente. En la actualidad las llamas se crían como animales de carga y se conocen tres fenotipos diferentes, aunque es probable que haya más.

Casi todas las llamas son del tipo a.1, caracterizado por la falta de fibra en la cara y crecimiento relativamente escaso en el cuerpo. Jane Wheeler destaca que es poco común el ch'aku o llama lanuda, con un vellón más pesado y fibra creciente en su frente y en sus oídos. Las características de la fibra de la variedad tercera son intermedias. El color tiende a ser irregular y varía desde blanco a marrón, negro o gris. 
La bióloga de Conopa refiere que los pobladores de la cuenca del Lago Titiqaqa llevaron tradiciones y ganado de mucha altura a la costa. Las alpakas y llamas de El Yaral pueden ser consideradas como sus descendientes.

Su excepcional estado de conservación ha hecho posible un análisis sistemático de su fibra y de la composición del vellón, así como de su microestructura con un microscopio electrónico de barrido. Fue inesperado encontrar que cinco de seis momias de llama pertenecieran a una raza aparentemente extinta, de fibra fina.  El vellón de la sexta era áspero, representando claramente una segunda raza de llama. La variabilidad de la fibra de llama hoy en día muestra un aumento de pelos y aspereza general del vellón, que probablemente comenzó durante la invasión española.
Al cambiarles de medio ambiente, recluyéndolas en la puna, y llamarlas “ovejas de la tierra”, se distorsionaron conceptos que las perjudicaron. Los mismos veterinarios les recetaban medicinas como si fueran ovejas.

"Se ha aprendido de las llamas y alpakas prehistóricas de El Yaral cuál es el verdadero potencial de estas especies como productoras de fibra”, explica Jane Wheeler. “Desafortunadamente, muy poco se conoce sobre la variación de estos camélidos en los Andes. Incluso no se puede determinar si las variedades preconquista existen todavía y si son rescatables con una crianza cuidadosa y la aplicación de la biotecnología moderna. Hay absoluta urgencia de identificar y preservar a las poblaciones relictas antes de que ocurra cualquier otra pérdida genética o modificación.”
Alfonsina Barrionuevo

domingo, 12 de julio de 2015

EL CH’IN DE LAS PACHAMAMAS

Un día en la mesa de Mario Cama, el altomisayoq de Q’atqa, la Pachama de Qosqo dijo algo muy extraño.
-Las Pachamamas tenemos una muerte.
-¿Cómo es eso, cómo pueden morir las Pachamamas?, sería el acabarse del mundo.
-Sucede cuando entramos al ch’in, el vacío infinito. Nadie puede hablarnos porque nosotras no podemos escuchar a nuestros hijos. Estamos como dormidas en un sueño de piedra, envueltas en 3n cobertores de silencio. Como si estuviéramos ausentes en abismos donde no llega ni el más fuerte de los gritos, donde llueve la nada.


Pensé que aquello se debía a alguna razón y quise que me explicara como si fuera  mortal como yo. La Pachamama no quiso decirlo y se guardó su respuesta.
Tampoco pude imaginar cuál era la razón por la cual se sumergía en un sueño que más se parecía a pesadilla. Alejarse como si hubiera dejado de existir era un absurdo.
-Si de verdad te fueras se me rompería el corazón –atiné a decirle.
-Pero, regreso, hijita, -agregó.
Asi debe ser porque en el mes de agosto miles de mesas en el Perú se tienden para celebrar el retorno de las Pachamamas de esa muerte. Hay de todo porque tiene “sed” y tiene “hambre”. He aprendido tantas cosas en los últimos años que está claro para mí. Yo misma sé preparar “su plato” con una concha de mar, muqllu que son semillas de coca, granos de maíz, de maní, pallares, kinua o kihura, kañiwa, frejoles, cañitas de dulces de junco, heneqen, qochayuyo, “zorritos” de qoe, estrellas de mar, plumas de cóndor, untu de llama, llinpi, piedra imán, cuarzo y otras cosas. También un poco de chicha. A la mesa acuden invitados para el despertar de las Pachamamas los Apus amigos y también los olvidados. Ella se siente alegre, con ganas de reir, de cosechar los júbilos de todos.
Me quedé con las ganas de saber por qué la muerte puede rozarla por alguna razón metafórica, que ella dejó atrás como una cáscara que se deshizo y terminó en luz.
Quizá me lo cuente alguna vez o nunca. La tierra también tiene sus secretos.
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Notas del libro “Hablando con los Apus”



LOS CAPRICHOS DEL CLIMA

A media mañana de cielo azul, con ligeros flecos de nubes, el Sapan Inka o Unico Señor, hundía la chakitaqlla con reverencia en el seno oloroso de la Pachamama o Madre Tierra. A él le tocaba ser el primero en abrir el surco para iniciar la siembra.
En los otros suyus, los Inka Rantin ─sus representantes, hacían lo propio en su nombre, con la asistencia de los señores locales que  tomaban parte.
Posiblemente el resto de la nobleza presente continuaba con la ceremonia agraria, por orden de rango, y luego seguían la posta las gentes dedicadas a esta hermosa actividad creadora de vida: los campesinos, expertos en las artes del agro aprendidas en milenios. Mientras tanto, en los andenes y planicies superiores, hacían marco los criadores de alpakas y llamas con los mejores animales de los rebaños del Padre Sol y del Inka.
Los cronistas no mencionan cuáles eran las primeras semillas que la Qoya, esposa del Inka, colocaba en el surco. Tal vez las papas más escogidas o  granos blancos  de maíz, especies que se alternaban en cada campaña agrícola, dejando un espacio para que la tierra descansara y recobrara su fertilidad.
El clima era más abrigado que ahora, porque habían bosques de undosos árboles en el contorno de las chacras y también vegetación. En ese ambiente se obtenían abundantes cosechas para la mesa imperial y la qolqa o despensa de los tanpus o tambos.
Cuando llegaron los españoles se acabó el ceremonial de inicio imperial de la actividades agrarias en el Cusco. Al repartirse los solares el andén de la siembra sagrada que estuvo en una de las partes altas de la ciudad puma se convirtió según los historiadores en la plaza de San Francisco.
La agricultura prehispánica no sufrió cambio y se siguieron cultivando las especies milenarias con lo poco que llegó del Viejo Mundo: trigo, arroz, cebada, haba y arveja.
Los ayllus o comunidades de origen milenario todavía conservan la costumbre de tener un qollana o jefe que comanda la siembra y de efectuar ofrendas a la Pachamama, para que las cosechas sean ópimas. Igualmente, con mucha sabiduría, están atentos a una infinidad de indicadores climáticos.
La preparación de tierras y algunas de las siembras comienzan en agosto, cuando las primeras señales se dan en el cielo donde sale en la noche la Qolqa, conjunto de estrellas rutilantes que auguran un buen año agrícola. Pero si una o dos son débiles de un total de cuatro, habrá que retrasar el trabajo, porque el año será seco o demasiado lluvioso.

El estudioso Santiago Erick Antúnez de Mayolo menciona otros indicadores. Por ejemplo, si las aves construyen sus nidos en el curso de los riachuelos, aprovechando que están secos, la falta de agua no permitirá el brote a tiempo de las plantas. En cambio, si las arañas tejen sus telas en las partes altas, el año será bueno. Hay que confiar en  la Madre Naturaleza. Ella sabe lo que ha de acontecer.

Hasta la religión cristiana se incorpora a la predicción del futuro agrícola. En la procesión del Corpus Cristi de Cusco, si la Virgen de Belén está pálida, el tiempo será malo para el campo. Si sus mejillas lucen sonrosadas, buen anuncio para los cultivos. Si sus andas resultan difíciles de cargar, el año será de pesares. Y si se las siente livianas, se alegran los corazones porque todo irá bien.
Santa Bárbara doncella, otra imagen que forma parte del desfile místico, es la Pachamama de la papa y ante sus andas las mujeres juegan haciendo correr de un lado a otro una pelota de madera. Su pueblo se divide en Hanan Poroy, la parte alta, y Urin Poroy, la parte baja. Las jugadoras de cada lugar tratan de llevar la pelota a su arco en un tiempo establecido. Aquellas que lo consigan tendrán un buen año.
En Otuzco, La Libertad, si la lluvia besa a las mejillas de la Virgen de la Puerta es augurio de que el campo será bendecido. Ella sale en  procesión en un día  limpio, sin nubes, y es un milagro que se forme alguna que es arrastrada por el viento hasta el atrio de la iglesia donde la Virgen  baja de su capilla y se detiene a medio camino. La espera puede prolongarse hasta dos horas en que concluye el descenso a sus andas. La gente de campo aguarda y retorna con una sonrisa o un aire de tristeza, según el pronóstico climático de la Virgen.

Santa Bárbara de Poroy
Los habitantes de la ciudad ni lo advierten. La espera de una o dos horas la atribuyen a que la Mamita comenzó a bajar muy temprano, a un retraso de los mayordomos, a que faltaron los devotos “negros” que se pintan la cara con carbón para representar a los esclavos del virreinato, o cualquier cosa. Tuve la suerte de informarme de su relación con la lluvia conversando con los agricultores que aprovechaban la fiesta para hacer su feria de productos en las cercanías.
El sincretismo de creencias occidentales con las nuestras es frecuente en miles de pueblos y no hacen más que resaltar las propias que son innumerables y poco estudiadas.
No sé de dónde se estableció, después del Día de la Madre, a nivel internacional, el Día del Indio en el Perú. Un día feriado que no era reconocido por los habitantes del campo, para quienes los feriados son feriales y se relacionan con alguna celebración religiosa.

Al fundar las villas, los españoles las ponían bajo la advocación de alguna imagen, como San Carlos de Puno, la Santísima Trinidad de Huancayo, Santo Domingo de Sicaya, San Valentín de Trujillo, venido a menos; San Juan de Huaytará, Santiago de Pupuja y otros.

El Día del Indio, que se amarraba con el Día de Cusco, era un motivo para que los provincianos nos diéramos un abrazo porque el árbol de sangre andina entronca a todos. Así fue por largo tiempo hasta que en 1969 se convirtió en Día del Campesino y marginó a quienes viven en las ciudades. Estos perdieron su vínculo ancestral con la Pachamama, igual que  los pescadores, que no pueden llamarse campesinos.  
Al fin de cuentas, el Día del Indio nunca les importó a los ayllus, que pasaron a ser comunidades, porque la nominación de indios viene del error de Colón, quien creyó haber llegado a las Indias del Asia. Los citadinos siguen calificándolos de indios, pero ellos no se llaman de ese modo a sí mismos. Dicen: “soy de Pampallaqta”, “de Paruro”, “de Santa Cruz de Flores”, “de Cabanaconde”,  “de Santa María de Nieva”, etc. Igual que la gente de ciudad: “soy limeño”, “soy tacneño”, “soy ayacuchano”, etc. Al final se vuelven “limeños” cuando sus padres y abuelos dejan su tierra y se integran a la ciudad por las oportunidades que ofrece.
Hay un vals que reza: “Tengo el orgullo de ser peruano y soy feliz”. Me parece lo más exacto y justo.


Alfonsina Barrionuevo

domingo, 5 de julio de 2015

EL TEMPLO PINTADO DE PACHAKAMAQ        

La primera vez que fui a Pachakamaq tuve la suerte de conocer el famoso Templo Pintado. El director del gran parque arqueológico era Arturo Jiménez Borja quien dedicó su vida y afanes a la investigación de los grupos arqueológicos con una pasión intensa, como la que caracteriza a Ruth Shady, Walter Alva, Régulo Jordán, Ricardo Morales, Santiago Uceda, Hernán amat uy Loewn<o Samaniego, entre otros.

Jiménez Borja me mostró detalles del muro principal que ya no se ven. La pintura mural se había conservado y era una maravilla. Recuerdo unos peces impresos sobre un fondo amarillo y unas cañas de maíz. Caminamos mucho entre los calles y pirámides que había recuperado. Antes de irme me invitó al museo de sitio que instaló y donde se veían piezas únicas, entre ellos el tronco tallado con una doble figura que era uno de los conectores del santuario y no el ídolo que se suele creer.

El santuario fue famoso por su población de sacerdotes que eran sus oráculos vivientes. El monseñor arqueologo Pedro Villar Cordova recogio datos valiosos sobre su élite. En la Escuela Nacional de Turismo, donde él era profesor y yo tenía a mi cargo mitos y leyendas, de Lima, me explicó que allí estaban los llamados sunkuyoq o mamaska, que eran psicologos y miraban a través de una ventanilla el rostro de los peregrinos para descubrir lo que había en su corazón y ayudarles a solucionar sus problemas; los mosqoq, que se encargaban de descifrar los sueños que les contaban o soñaban para sus pacientes, durmiendo sobre una de sus prendas; los wamaq que eran filósofos y podían penetrar en los pensamientos recónditos de la gente; los ripiaq, que absolvian consultas de los atletas por los movimientos de sus músculos; los kauchu o runamikhuq, antropófagos, que se albergaban en la oscuridad de los subterráneos y se alimentaban de los restos de los sacrificios.
El monseñor arqueólogo decía que la real identidad de estos últimos era un misterio y podían ser antecesores de los nak’aq, nak’aqos, phistaqos o degolladores, personajes fabulosos que aparecían en el virreinato, acechando a los indefensos caminantes para robarles su grasa vital determinando su muerte por consunción.
En el templo inka del sol había otros sacerdotes: los p’unchaywillaq o p’unchaywillka, que hablaban con el propio astro y hacían sus adivinaciones de acuerdo a los solsticios y equinoccios;  los hanpikuq (hakarikuq, werapirikuq y kuyrikuq) que veían y leían en las vísceras de los animales de los sacrificios.
El fraile José Arriaga mencionaba en 1621 a los wakawillaq que hablaban con las wakas y respondían al pueblo lo que ellos “fingían” que les decían.
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Notas del libro “Hablando con los Apus”   



              

LA CASA DE DOÑA CLORINDA

La casa donde vivió  la distinguida escritora Clorinda Matto de Turner estaba muda cuando volví a verla después de su restauración. Ni risas de chiquillos, ni cantos de pájaros, ni un ladrido.  Cuando fui por primera vez era una casa de vecindad donde tenía su fotografía un buen señor que nos tomó, a mí y mis amigas, las fotos carnet que pedían en el colegio. Cuando regresé había cambiado enormemente. Le habían devuelto el canto rodado al patio y estaba blanca, acabada de pintar.    


Habían pasado muchos años del terremoto de 1950 y sin duda sus antiguos años debieron tener alguna campanilla, pues, se descubrieron adornos en el segundo piso que llamaban la atención. Cenefas en blanco y negro en la parte alta, que no hay en otra parte. Un escudo y el techo las rosetas de color con algunas trazas de oro. Más tarde, hasta mi última caminata por allí, la vi  cerrada. Hasta hoy no he podido obtener mayores datos por falta de tiempo y estoy guardando mi curiosidad para algún viaje a mi ciudad.

Doña Clorinda vivió en el lugar en el siglo XIX. La casa es más antigua y váyase a saber dónde están los documentos. Es innegable que algún acucioso restaurador haya tenido referencias que deben encontrarse en la Dirección  Regional de Cultura. Una casa tan bonita, de columnas y pintada no podía haber pasado desapercibida en sus propios tiempos. Yo pude tomar unas fotos que son un recuerdo que une dos momentos, la casa en sí, que permanece inédita para mí, y la presencia de la escritora.

Quizá allí comenzó a escribir cuando volvió al Cusco casada con el ciudadano británico Turner. En sus habitaciones debieron estar el pupitre donde solía escribir y que guardaba una sobrina suya con mucho aprecio en Lima. Alguna pieza debió estar destinada al comedor  donde se lucía también la vajilla llevada del Viejo Continente en lomo de mula. Igualmente uno de los trajes con cintura de avispa y cuello al estilo de la época bordado con mostacillas.
Sus biógrafos dicen que “Clorinda Matto nació en la hacienda Paullu, provincia de Calca, el 11 de noviembre de 1854 y falleció en 1909. Hija de Grimanesa Usandivares y Ramón Matto. Estudió en el colegio de Educandas, en Cusco. Allí se casó en 1872. Desde los primeros años de la adolescencia colaboró en distintos periódicos de la región con artículos costumbristas a la manera de Tradiciones. En 1884-86 publicó dos volúmenes con los títulos de Tradiciones Cusqueñas y Leyendas, Biografías y hojas Sueltas. Es autora, también, de obras de teatro, cuestiones gramaticales ideográficas qechwas.”

 Apenas llegada a Lima fue acogida en los Círculos Literarios de la época donde tuvo una labor relevante y destacada. En 1889 fue directora de El Perú Ilustrado, la más alta tribuna literaria del país. Ese mismo año publica Aves sin Nido, novela con la que se gana el destierro, la excomunión y también la recompensa de un renombre y reconocimiento de las generaciones posteriores.
“Comprender esta obra en su sentido más íntimo, comentan en el siglo XX, requiere de una necesaria ubicación en su contexto histórico-social. Los días en que aparece la novela eran oscuros para el destino del indio, explotado y envilecido secularmente, por lo que Gonzáles Prada  llamó la trinidad embrutecedora del juez de paz, el gobernador y el cura, a pesar de la república y los ideales de educación popular, la suerte del indio había sido echada desde los albores de la Conquista.”   
Se dice mucho de la reacción de los hacendados que eran personajes importantes en Cusco y Lima donde estuvo la escritora. Leyenda o no se asegura que su imagen, como en tiempos del virreinato fue quemada junto con sus publicaciones en el atrio de la Catedral de Cusco y prohibida de regresar.
En Lima recibió, se dice, muchas censuras del mismo modo. Su valentía amargó sin duda muchos días a la gallarda y audaz Clorinda. Sin embargo la presión fue grande.

Otro acto del que no se ha podido probar su veracidad e igualmente se acerca más a la leyenda es un viaje que habría hecho a Roma para pedir perdón al Santo Padre. Sin embargo no bajó la guardia. Habría ido vestida con un hermoso traje andino, llevando a la espalda en una lliklla una serie de frutos peruanos que colocó a los pies del Sumo Pontífice. Este habría hecho que se levantara dándole su bendición con lo que borró la excomunión.

En Paullu tuve la ocasión de visitar la casa hacienda donde nació. Me emocionó admirar como ella, en su adolescencia, el precioso paisaje, los cerros circundantes, los campos verdes de  maíz, el chorro de agua que movía un molino todavía en funcionamiento.
Pienso que hablaba qechwa y así pudo comunicarse con los hijos de las mit’anis, mujeres de las comunidades que bajaban por turno a la casa del hacendado para trabajar en la cocina y en los quehaceres cotidianos. Desde allí habría visto cómo se encendían los pavitos de los pisonai, árboles de gruesos troncos, donde brillaban como tizones en los setiembres. Quién sabe ella y sus hermanos o primos recogían las flores para jugar, como lo han hecho innumerables generaciones. 

Los tiempos han cambiado al punto de que la forma de pensar sobre la moralidad, la discriminación, el abuso, se han ido a otro extremo. De cualquier modo siento que si bien muchas cosas que eran tabú ya no lo son, se han perdido otros valores. El amor y el respeto por los demás que fueron el argumento de la lucha que sostuvo Clorinda Matto de Turner en el siglo donde pasó varios años en la casa de campo.

Alfonsina Barrionuevo