domingo, 29 de enero de 2017

                                       Los hombres del viento
  
La selva era su hogar y se convirtió en un osario.
El calor, la lluvia, los mosquitos, eran familiares.
De pronto un aire trágico comenzó a flotar entre sus árboles.
Tú los viste morir chirreclés, volando muy alto.
 Tú, también caobo.
Tú fuiste testigo, cascarilla cuando la carretera comenzó a descolgarse
por Qosñipata, el valle del humo, Cusco.


Hablé con el jefe Dariwaripe, sentados en un tronco, al abrigo de un techo con ramas, mientras afuera llovía. ¿Alcanzarán los wachipaires a juntarse con las otras naciones? Sólo un milagro puede salvar a su etnia. Cada año avanzan, como si los empujara la fatalidad, hacia la muerte. Por ellos nadie se preocupa.

El ofidio polvoriento de la civilización llegó a penetrar un día con la muerte a la selva virgen. ¿Para qué hacer una carretera, estirándose sinuosa, entre los árboles que iban cayendo a su paso? Simplemente la explotación de la madera, sin preveer las consecuencias que podría tener en el medio ambiente esa boa oscura, artificial, que va reptando amenazante por la espesura.

Dariwaripe, quizá su último jefe, calculó entonces que a unas cuatro horas de caminata de villa Carmen, al interior del monte, había en ese tiempo unas dos mil familias de la nación wachipaire. Una de las que existen todavía en nuestra amazonía.

Abel Muñiz, que se fue a vivir a Avisqa, la propiedad que la ñust’a Chinpu Oqllo, dejó en herencia a su hijo, el Inka Carcilaso, me contó un hermoso mito acerca de las etnias de la omagua que saben conservar el frágil sistema de la región de los ríos.

Resultado de imagen para guacamayo
Un día el creador de la vida envió desde el mundo de arriba un papagayo, para poblar la selva. El ave con alas de arco iris debía colocar una semilla en el vientre de una niña virgen, la Pachamama. Cuando voló para cumplir su misión le vieron como una ráfaga de colores abriéndose paso en el aire.
Un tiempo después se levantaba hacia el cielo un árbol mágico. El árbol del guaname. Muy pronto se hizo frondoso, corpulento, se llenó de flores y frutos. Finalmente, disparó sus semillas como cápsulas lanzándolas muy lejos, tanto que se perdieron más allá del horizonte. De cada una salió una nación selvática, se separaron y caminaron mucho creando su propia vida y hasta su propio idioma.. Sin embargo, llegará el momento en que volverán a reunirse al pie del guaname, el árbol de la paz y vivirán como hermanos. Así dice el mito.

Hablé con Dariwaripe sentados en un tronco, al abrigo de un techo con ramas, mientras afuera llovía. ¿Alcanzarán los wachipaires a juntarse con las otras naciones? Sólo un milagro puede salvar a su etnia. Cada año avanzan, como si los empujara la fatalidad, hacia la muerte. Por ellos nadie se preocupa.

¿Por qué el mundo suele ser inhumano y paradójico? ¿No te da ganas de gritar Qosñipata? ¿No quisieras arrancarte del valle con tus árboles, tus brumas, tus cascadas, para venir a Lima y presentar un memorial de reclamos? ¿Tú que ves su agonía impotente con tus mil ojos de ave, árbol, agua? ¿Es el destino que tejen para ellos las parcas inexorables? No, es la industrialización, la necesidad de sacrificar los robustos gigantes vegetales para alimentar los aserraderos siguiendo proyectos planificados desde Lima y luego su comercio posterior.

Resultado de imagen para arboles de caoba en madre de diosPara los camioneros que consiguieron una vía para llegar a Puerto Maldonado, capital de Madre de Dios, llevando una serie de productos las naciones de la selva no existen. Nunca las ven porque ellas tampoco se dejan ver. Pero, la construcción de la carretera les llevó algo nuevo que su organismo no conocía y para lo cual no tenían defensa, el virus de la gripe. Así murieron casi la totalidad de familias wachipaires. Cuando llegué hasta su campamento había menos de cuarenta personas entre ancianos, mujeres, algunos jóvenes y niños. No es una invención, ni es un delirio, es una realidad injusta. ¿Verdad, chirreclés? ¿Verdad, cascarilla? ¿Verdad, caobo?

En la segunda mitad del siglo XVI llegó al Perú el padre Bernabé Cobo, un cronista acucioso. Entre sus notas hay una muy interesante. El padre Cobo se refiere con asombro a unas telas que los naturales sacaban de los árboles como si fueran una pieza. Yo me quedé asombrada cuando me enteré que los wachipaires se visten todavía con la corteza de un árbol, ¡el ojé! Miden el tamaño según la talla de la persona. Lo cortan. Golpean el tronco hasta que la corteza se desprende. La meten en el agua, siguen ablandándola, quitándole un ácido irritante que segrega. Cuando está lista, suave, tiran de ella y la abren por los costados y cosen los hombros con un junco que pasan por el orificio de una aguja de espino.

Para mí fue extraordinario conocer en el siglo XX esa técnica recogida en el siglo XVI. Según agregó Dariwaripe está empeñado en recoger la historia y las tradiciones de su pueblo para conservarlas. Por lo menos, señala con melancolía, quedarán en el papel. Eso me duele. Al escucharlo siento que algo se me muere en el corazón. Quisiera saber que ellos siguen allí y que han nacido algunos más. No quiero que llegue a mí la omagua con olor a vida deshecha.


Alfonsina Barrionuevo
                                        Los hombres del viento
  
La selva era su hogar y se convirtió en un osario.
El calor, la lluvia, los mosquitos, eran familiares.
De pronto un aire trágico comenzó a flotar entre sus árboles.
Tú los viste morir chirreclés, volando muy alto.
 Tú, también caobo.
Tú fuiste testigo, cascarilla cuando la carretera comenzó a descolgarse
por Qosñipata, el valle del humo, Cusco.


Hablé con el jefe Dariwaripe, sentados en un tronco, al abrigo de un techo con ramas, mientras afuera llovía. ¿Alcanzarán los wachipaires a juntarse con las otras naciones? Sólo un milagro puede salvar a su etnia. Cada año avanzan, como si los empujara la fatalidad, hacia la muerte. Por ellos nadie se preocupa.

El ofidio polvoriento de la civilización llegó a penetrar un día con la muerte a la selva virgen. ¿Para qué hacer una carretera, estirándose sinuosa, entre los árboles que iban cayendo a su paso? Simplemente la explotación de la madera, sin preveer las consecuencias que podría tener en el medio ambiente esa boa oscura, artificial, que va reptando amenazante por la espesura.

Dariwaripe, quizá su último jefe, calculó entonces que a unas cuatro horas de caminata de villa Carmen, al interior del monte, había en ese tiempo unas dos mil familias de la nación wachipaire. Una de las que existen todavía en nuestra amazonía.

Abel Muñiz, que se fue a vivir a Avisqa, la propiedad que la ñust’a Chinpu Oqllo, dejó en herencia a su hijo, el Inka Carcilaso, me contó un hermoso mito acerca de las etnias de la omagua que saben conservar el frágil sistema de la región de los ríos.

Un día el creador de la vida envió desde el mundo de arriba un papagayo, para poblar la selva. El ave con alas de arco iris debía colocar una semilla en el vientre de una niña virgen, la Pachamama. Cuando voló para cumplir su misión le vieron como una ráfaga de colores abriéndose paso en el aire.

Resultado de imagen para guacamayo
Un tiempo después se levantaba hacia el cielo un árbol mágico. El árbol del guaname. Muy pronto se hizo frondoso, corpulento, se llenó de flores y frutos. Finalmente, disparó sus semillas como cápsulas lanzándolas muy lejos, tanto que se perdieron más allá del horizonte. De cada una salió una nación selvática, se separaron y caminaron mucho creando su propia vida y hasta su propio idioma.. Sin embargo, llegará el momento en que volverán a reunirse al pie del guaname, el árbol de la paz y vivirán como hermanos. Así dice el mito.

Hablé con Dariwaripe sentados en un tronco, al abrigo de un techo con ramas, mientras afuera llovía. ¿Alcanzarán los wachipaires a juntarse con las otras naciones? Sólo un milagro puede salvar a su etnia. Cada año avanzan, como si los empujara la fatalidad, hacia la muerte. Por ellos nadie se preocupa.

¿Por qué el mundo suele ser inhumano y paradójico? ¿No te da ganas de gritar Qosñipata? ¿No quisieras arrancarte del valle con tus árboles, tus brumas, tus cascadas, para venir a Lima y presentar un memorial de reclamos? ¿Tú que ves su agonía impotente con tus mil ojos de ave, árbol, agua? ¿Es el destino que tejen para ellos las parcas inexorables? No, es la industrialización, la necesidad de sacrificar los robustos gigantes vegetales para alimentar los aserraderos siguiendo proyectos planificados desde Lima y luego su comercio posterior.

Resultado de imagen para arboles de caoba en madre de diosPara los camioneros que consiguieron una vía para llegar a Puerto Maldonado, capital de Madre de Dios, llevando una serie de productos las naciones de la selva no existen. Nunca las ven porque ellas tampoco se dejan ver. Pero, la construcción de la carretera les llevó algo nuevo que su organismo no conocía y para lo cual no tenían defensa, el virus de la gripe. Así murieron casi la totalidad de familias wachipaires. Cuando llegué hasta su campamento había menos de cuarenta personas entre ancianos, mujeres, algunos jóvenes y niños. No es una invención, ni es un delirio, es una realidad injusta. ¿Verdad, chirreclés? ¿Verdad, cascarilla? ¿Verdad, caobo?

En la segunda mitad del siglo XVI llegó al Perú el padre Bernabé Cobo, un cronista acucioso. Entre sus notas hay una muy interesante. El padre Cobo se refiere con asombro a unas telas que los naturales sacaban de los árboles como si fueran una pieza. Yo me quedé asombrada cuando me enteré que los wachipaires se visten todavía con la corteza de un árbol, ¡el ojé! Miden el tamaño según la talla de la persona. Lo cortan. Golpean el tronco hasta que la corteza se desprende. La meten en el agua, siguen ablandándola, quitándole un ácido irritante que segrega. Cuando está lista, suave, tiran de ella y la abren por los costados y cosen los hombros con un junco que pasan por el orificio de una aguja de espino.

Para mí fue extraordinario conocer en el siglo XX esa técnica recogida en el siglo XVI. Según agregó Dariwaripe está empeñado en recoger la historia y las tradiciones de su pueblo para conservarlas. Por lo menos, señala con melancolía, quedarán en el papel. Eso me duele. Al escucharlo siento que algo se me muere en el corazón. Quisiera saber que ellos siguen allí y que han nacido algunos más. No quiero que llegue a mí la omagua con olor a vida deshecha.


Alfonsina Barrionuevo

domingo, 22 de enero de 2017

ALLIN YACHAY
ALLIN MUNAY
ALLIN LLANK’AY

Juan Achahui me ayudó a conocer el respeto que tienen las comunidades por el Padre Sol. La jornada que hicimos con él para saludarle, al filo del  Ocongate, a 4,800 metros sobre el nivel del mar, en Quispicanchis, Cusco, fue larga. Las horas, los minutos y los segundos de esa fecha que se mueve con los astros, se hacían trizas en cada pisada. Fuimos trepando andén tras andén y cuando éstos terminaron, seguimos por un chakiñan que iba bordeando los cerros como una cinta. En el cielo las estrellas se movían risueñas hasta que se fueron convirtiendo en burbujas de luz, confundiéndose con la niebla.

Julia Chambi, Zuly Azurín y yo caminamos toda la noche hasta que nuestro guía llegó a una cumbre. Ofreció mostrarnos un Inti Raymi auténtico en el siglo XX, y sólo veíamos sombras que pasaban fugazmente. Comenzó a llover y sentimos temor cuando el ruido del río fue creciendo. Alguien se podía resbalar a sus aguas y nunca lo encontrarían. Hasta que volteamos el último cerro con las piernas entumecidas y vimos un resplandor que cogió el pico de los cerros derramando sobre ellos su oro cósmico. En ese mismo momento se escuchó un huracán de vivas a lo largo de los cerros como si ellos le dieran la bienvenida: “¡Haylliii!, ¡haylliii!, ¡haylliii!,..” Al fin, con su luz iluminando la altura, mi corazón copió la alegría de la gente que estaba con una rodilla en tierra y los brazos levantados. Había el temor de que se hubiera ido pero al cabo el astro radiante volvió en un nuevo solsticio de invierno.

Fotos: Alfonsina Barrionuevo
Lo demás fue estupendo. Contemplamos el armónico ballet de las doncellas al bajar, con sus guiones de plata, luego los conjuntos de danza con una vivacidad sorprendente y los peregrinos abriendo y y cerrando filas como un pallay sobre la panpa. Cuando se fueron me quedé con una emoción inenarrable. Bajar fue más pesado porque estábamos cansadas y nos cogimos del hilo musical de los q’arachunchos. Cada vez que se detenían, la fatiga era un polvo que se asentaba sobre nuestros músculos tensos. Volvía su música y nos sentíamos ágiles como tarukas. Los ukhukus o pabluchas nos adelantaban riendo debajo de sus máscaras pasamontaña, haciendo restallar sus látigos. Ellos venían de Qoyllur Rit’i, donde subiría el año siguiente para un encuentro con Qolqe punku, el nevado por donde entran las fuerzas que irradia la estrella Qoyllur desde el infinito.

Cuando sea el momento, mi alma volverá recogiendo los pasos de esos viajes inolvidables. El de Ocongate fue un Inti Raymi donde los gritos de bienvenida al Padre Sol se elevaron como un viento  humano colmando el relieve diseñado en la cordillera.
Aún las manos de Pachamama, la Madre Tierra, no habían tocado mis mejillas. Pero recibí el fuego llameante de nuestro Padre Sol fundiendo en mis huesos. Por eso estoy de pie, en actitud de warmipukara, “mujer que lucha,” y no podrán vencerme.
Cusco celebraría, un poco más adelante, su fiesta jubilar. Un 24 de junio que Velasco Alvarado convirtió en el Día del Campesino, quitándole toda su connotación. En el Día del Indio, día de los runas, millones de peruanos nos abrazábamos porque sentíamos que sangre de milenios se desgalgaba por nuestras arterias. Al cambiar la palabra ese sentimiento se destruyó.

Doncellas con guiones
Si le pregunto qué piensa de eso la Pachamama, estará en silencio. En ese ¡chin!, ese “vacío” en el que se arropa para no escuchar cuando sufre. Hay que esperar que vuelva del sueño en que se sumerge porque ama a sus hijos y se apena al callar. En agosto habrá en las comunidades y pueblos ofrendas para que sepa que es amada.       
Los españoles que inventaron el “ama qhella, ama suwa, ama llulla”, como “preceptos inkas”, atribuyéndolos inclusive al gran Pachakuteq, lo hicieron para rubricar el abuso. “No seas ocioso y trabaja para el patrón”, “no le robes al patrón”, “no le engañes al patrón”. Los andinos nunca fuimos gente de manos ociosas, porque queremos a la Madre Tierra y nos gusta hacer ayni con ella y que en pago nos de kausay: “vida.” No tomamos lo ajeno porque tenemos lo suficiente. Mentir corresponde a una negación generada por el temor y el engaño que no funcionan frente a la sinceridad. Me parece mejor, para los peruanos de hoy expresar: “Allin yachay, allin  munay, allin llank’ay”, “Piensa bien, quiere bien, trabaja bien”.

La ofrenda a la Pachamama, que tiene hambre y sed cuando despierta, puede ser pequeña o abundante. Basta un k’intu, es decir, tres hojas de coca si los tiempos son flacos. Si hay suerte, semillas, chancaca, wayruros, pallar, maíz, coca, en una q’esita, o sea el codiciado nido de un picaflor. Si hay más se colocan elementos que pertenecen a los tres reinos de la naturaleza, terminando con el qori libro y el qolqe libro: “hojitas de oro y plata”. Hay unas doscientas formas de preparar ofrendas. En todas tiene que primar el sentimiento. Se dice también despacho y pagapu, pero me gusta más ofrenda, amor como ingrediente precioso.
Desde el primer día de agosto hasta el 31 del mes, ella “saborea” los regalos que comparte con los Apus, espíritus de los Andes, protectores de las comunidades que viven en sus cercanías, sus cultivos y sus ganados; así como con las Pachamamas y los Apus olvidados. La gente andina es generosa y los recuerda. Están agrupados en las ocho regiones multi-diversas: nevados, cerros, mesetas, ríos, lagunas, bosques, sembríos, animales domesticados y silvestres, hermanados con la Pachamama y la Mama qocha.

“Mamita, toma este juguito para tu sed” y le derraman unas gotas de chicha al terminar la ceremonia. La ofrenda debe arder sobre una “cama” de tizones al rojo vivo y los oferentes se retiran para que concurran los invitados de la Pachamama. Si el obsequio se consume dejando una fina ceniza ha sido aceptado y ellos corresponderán en lo posible.
La reciprocidad depende del clima y en eso, cuando interfieren los hombres y crean problemas críticos como poner el planeta en emergencia, se producen conflictos que afecta a la Pachamama y a los Apus. Las comunidades expuestas a los nuevos peligros están advertidad de lo que pasa a traveés de los sacerdotes andinos y ya se están prepaando. Ellas tienen que defender su vida y la vida de la tierra en que vivimos.

Alfonsina Barrionuevo