domingo, 15 de enero de 2017

EL PACHAKUNUNUNUN  DE HUAROCHIRI

A principios de 1609 el momento más terrible en la vida de Huarochirí fue el descenso de sus habitantes a Lima. Una tempestad de dolor que hizo temblar las bóvedas celestes. Para las decenas de poblados aquello fue como un pachakunununun, un terremoto, que los sacudió hasta las entrañas. El cura Francisco de Avila consiguió que en la plaza de la capital del virreinato se quemara, en un excepcional auto de fe, las piedras que conocían como ídolos, algunos cuerpos resecos de sus antepasados, huesos distribuídos entre las familias, objetos llamados konopas y otros ceremoniales. Estaba tan equivocado que el llanto balbuceado amargamente lo entendía como una manifestación de alegría de tales gentes por haber abandonado sus creencias idolátricas.  
En 1980 a mi ruego el chofer del pequeño bus que me llevó a la pintoresca ciudad trepando y bajando cerros se detuvo unos minutos en el punto más alto de la carretera, arriba de los 4000 metros. Un paraje impresionante donde aparecían desperdigados unos enormes bloques de piedra como si los hubiera puesto una mano colosal. Había leído la biobibliografía de Avila hecha por el estudioso francés Pierre Duviols y me remeció cuanto había descubierto sobre una visión diferente de lo nuestro. Allí, en un entrecerrar de ojos, podría evocar claramente  el paso procesional con su carga penosa del río humano y sus afluentes, obligado a transportar sus pertenencias más queridas por ambientes soledosos, avasalladores como Chankuya, donde un sol dorado con ribetes rojizos ponía una nota dramática.
Hay sentimientos irrenunciables y me pareció lógico que a su regreso de viajes por las doctrinas como visitador de idolatrías, durante años, Avila encontrara espantado que sus antiguas divinidades se habían encarnado en las imágenes religiosas. Cómo no iba a ser si el viento, la lluvia, el granizo, son libres y amados en el campo. El tiempo le cobró dividendos y siendo ya canónigo se marchó viejo y desolado por éste y otros motivos. Es curioso como resultan más acérrimos enemigos los de la misma casa, pues Avila nació en  Qosqo.

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Pierre Duviols que trabajó con el manuscrito de Huarochirí, traducido del qechwa al español por el gran escritor José María Arguedas, investigó a Francisco de Avila. Releyendo su trabajo en el libro que ambos titularon “Hombres y Dioses de Huarochirí” puedo imaginar su acuciosidad y espíritu crítico al revisar antiguos y polvorientos archivos, removiendo partes, cartas y otros documentos escritos con una letra casi indescifrable y hasta pellizcados por la polilla. Sus páginas resaltan la vehemencia del cura desde que se ordenó, en actividades que sobrepasaban las órdenes; las circunstancias fluctuantes que le tocó vivir y la displicencia de la sociedad de su época.

Ha sido muy interesante para mí encontrar a Pierre Duviols después de haberle leído en el manuscrito de Huarochirí. En el 2015 cuando vino a Lima para recibir el título de doctor Honoris Causa de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) quise entrevistarle en mi programa “Huellas del Tiempo” en PaxTV. No coincidimos porque tuve que viajar a Qosqo pero conservé afortunadamente su correo electrónico. Por este medio le envié en noviembre páginas con fotografías de mi último libro: “Espacios Mágicos de Qosqo y Machupiqchu”. Le parecieron estupendas y quiso que le enviara un ejemplar. Lo mandé a Tholonet, de Provence, Francia, con otro anterior: “Templos Sagrados de Machupiqchu.”  Su correo donde los comenta generosamente me causó infinita alegría. su talla de investigador peruanista es mundial junto a otros estudiosos como John Rowe, John Murra, Gerald Taylor, Gary Urton, Tom Zuidema, que han dedicado su vida con pasión a desentrañar o dilucidar aspectos inéditos de nuestra historia. Decididamente tengo que agradecer a los khipukamayoq que alcanzaron sus memorias a Francisco de Avila por haberme comunicado con Pierre.   

Alfonsina Barrionuevo

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