EL PACHAKUNUNUNUN DE HUAROCHIRI
A
principios de 1609 el momento más terrible en la vida de Huarochirí fue el
descenso de sus habitantes a Lima. Una tempestad de dolor que hizo temblar las
bóvedas celestes. Para las decenas de poblados aquello fue como un
pachakunununun, un terremoto, que los sacudió hasta las entrañas. El cura
Francisco de Avila consiguió que en la plaza de la capital del virreinato se
quemara, en un excepcional auto de fe, las piedras que conocían como ídolos, algunos cuerpos resecos de sus antepasados, huesos
distribuídos entre las familias, objetos llamados konopas y otros ceremoniales.
Estaba tan equivocado que el llanto balbuceado amargamente lo entendía como una
manifestación de alegría de tales gentes por haber abandonado sus creencias
idolátricas.
En 1980 a mi ruego el chofer del pequeño
bus que me llevó a la pintoresca ciudad trepando y bajando cerros se detuvo
unos minutos en el punto más alto de la carretera, arriba de los 4000 metros. Un
paraje impresionante donde aparecían desperdigados unos enormes bloques de
piedra como si los hubiera puesto una mano colosal. Había leído la
biobibliografía de Avila hecha por el estudioso francés Pierre Duviols y me
remeció cuanto había descubierto sobre una visión diferente de lo nuestro. Allí,
en un entrecerrar de ojos, podría evocar claramente el paso procesional con su carga penosa del
río humano y sus afluentes, obligado a transportar sus pertenencias más
queridas por ambientes soledosos, avasalladores como Chankuya, donde un sol dorado con ribetes rojizos ponía
una nota dramática.
Hay
sentimientos irrenunciables y me pareció lógico que a su regreso de viajes por
las doctrinas como visitador de idolatrías, durante años, Avila encontrara
espantado que sus antiguas divinidades se habían encarnado en las imágenes
religiosas. Cómo no iba a ser si el viento, la lluvia, el granizo, son libres y
amados en el campo. El tiempo le cobró dividendos y siendo ya canónigo se
marchó viejo y desolado por éste y otros motivos. Es curioso como resultan más acérrimos enemigos los de la misma casa, pues Avila nació en Qosqo.
Pierre
Duviols que trabajó con el manuscrito de Huarochirí, traducido del qechwa al
español por el gran escritor José María Arguedas, investigó a Francisco de
Avila. Releyendo su trabajo en el libro que ambos titularon “Hombres y Dioses
de Huarochirí” puedo imaginar su acuciosidad y espíritu crítico al revisar antiguos
y polvorientos archivos, removiendo partes, cartas y otros documentos escritos
con una letra casi indescifrable y hasta pellizcados por la polilla. Sus páginas resaltan la vehemencia del cura desde
que se ordenó, en actividades que sobrepasaban las órdenes; las circunstancias
fluctuantes que le tocó vivir y la displicencia de la sociedad de su época.
Ha
sido muy interesante para mí encontrar a Pierre Duviols después de haberle
leído en el manuscrito de Huarochirí. En el 2015 cuando vino a Lima para
recibir el título de doctor Honoris Causa de la Pontificia Universidad Católica
del Perú (PUCP) quise entrevistarle en mi programa “Huellas del Tiempo” en PaxTV.
No coincidimos porque tuve que viajar a Qosqo pero conservé afortunadamente su
correo electrónico. Por este medio le envié en noviembre páginas con fotografías
de mi último libro: “Espacios Mágicos de Qosqo y Machupiqchu”. Le parecieron
estupendas y quiso que le enviara un ejemplar. Lo mandé a Tholonet, de Provence,
Francia, con otro anterior: “Templos Sagrados de Machupiqchu.” Su correo donde los comenta generosamente me
causó infinita alegría. su talla de investigador peruanista es mundial junto a otros
estudiosos como John Rowe, John Murra, Gerald Taylor, Gary Urton, Tom Zuidema,
que han dedicado su vida con pasión a desentrañar o dilucidar aspectos inéditos
de nuestra historia. Decididamente tengo que agradecer a los khipukamayoq que
alcanzaron sus memorias a Francisco de Avila por haberme comunicado con Pierre.
Alfonsina Barrionuevo
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