Los hombres del viento
La selva era su hogar y se convirtió en un osario.
El calor, la lluvia, los mosquitos, eran familiares.
De pronto un aire trágico comenzó a flotar entre sus árboles.
Tú los viste morir chirreclés, volando muy alto.
Tú, también caobo.
Tú fuiste testigo, cascarilla cuando la carretera comenzó a descolgarse
por Qosñipata, el valle del humo, Cusco.
Hablé con el jefe Dariwaripe, sentados en un tronco, al
abrigo de un techo con ramas, mientras afuera llovía. ¿Alcanzarán los wachipaires
a juntarse con las otras naciones? Sólo un milagro puede salvar a su etnia.
Cada año avanzan, como si los empujara la fatalidad, hacia la muerte. Por ellos
nadie se preocupa.
El ofidio polvoriento de la civilización llegó
a penetrar un día con la muerte a la selva virgen. ¿Para qué hacer una
carretera, estirándose sinuosa, entre los árboles que iban cayendo a su paso?
Simplemente la explotación de la madera, sin preveer las consecuencias que
podría tener en el medio ambiente esa boa oscura, artificial, que va reptando
amenazante por la espesura.
Dariwaripe, quizá su último jefe, calculó entonces que a
unas cuatro horas de caminata de villa Carmen, al interior del monte, había en
ese tiempo unas dos mil familias de la nación wachipaire. Una de las que
existen todavía en nuestra amazonía.
Abel Muñiz, que se fue a vivir a Avisqa, la propiedad que
la ñust’a Chinpu Oqllo, dejó en herencia a su hijo, el Inka Carcilaso,
me contó un hermoso mito acerca de las etnias de la omagua que saben conservar
el frágil sistema de la región de los ríos.
Un día el creador de la vida envió desde el mundo de
arriba un papagayo, para poblar la selva. El ave con alas de arco iris debía
colocar una semilla en el vientre de una niña virgen, la Pachamama. Cuando voló
para cumplir su misión le vieron como una ráfaga de colores abriéndose paso en
el aire.
Un tiempo después se levantaba hacia el cielo un árbol
mágico. El árbol del guaname. Muy pronto se hizo frondoso, corpulento, se llenó
de flores y frutos. Finalmente, disparó sus semillas como cápsulas lanzándolas
muy lejos, tanto que se perdieron más allá del horizonte. De cada una salió una
nación selvática, se separaron y caminaron mucho creando su propia vida y hasta
su propio idioma.. Sin embargo, llegará el momento en que volverán a reunirse
al pie del guaname, el árbol de la paz y vivirán como hermanos. Así dice el
mito.
Hablé con Dariwaripe sentados en un tronco, al abrigo de
un techo con ramas, mientras afuera llovía. ¿Alcanzarán los wachipaires a juntarse
con las otras naciones? Sólo un milagro puede salvar a su etnia. Cada año
avanzan, como si los empujara la fatalidad, hacia la muerte. Por ellos nadie se
preocupa.
¿Por qué el mundo suele ser inhumano y paradójico? ¿No te
da ganas de gritar Qosñipata? ¿No quisieras arrancarte del valle con tus
árboles, tus brumas, tus cascadas, para venir a Lima y presentar un memorial de
reclamos? ¿Tú que ves su agonía impotente con tus mil ojos de ave, árbol, agua?
¿Es el destino que tejen para ellos las parcas inexorables? No, es la
industrialización, la necesidad de sacrificar los robustos gigantes vegetales
para alimentar los aserraderos siguiendo proyectos planificados desde Lima y
luego su comercio posterior.
En la segunda mitad del siglo XVI llegó al Perú el padre
Bernabé Cobo, un cronista acucioso. Entre sus notas hay una muy interesante. El
padre Cobo se refiere con asombro a unas telas que los naturales sacaban de los
árboles como si fueran una pieza. Yo me quedé asombrada cuando me enteré que
los wachipaires se visten todavía con la corteza de un árbol, ¡el ojé! Miden el
tamaño según la talla de la persona. Lo cortan. Golpean el tronco hasta que la
corteza se desprende. La meten en el agua, siguen ablandándola, quitándole un
ácido irritante que segrega. Cuando está lista, suave, tiran de ella y la abren
por los costados y cosen los hombros con un junco que pasan por el orificio de
una aguja de espino.
Para mí fue extraordinario conocer en el siglo XX esa
técnica recogida en el siglo XVI. Según agregó Dariwaripe está empeñado en
recoger la historia y las tradiciones de su pueblo para conservarlas. Por lo
menos, señala con melancolía, quedarán en el papel. Eso me duele. Al escucharlo
siento que algo se me muere en el corazón. Quisiera saber que ellos siguen allí
y que han nacido algunos más. No quiero que llegue a mí la omagua con olor a
vida deshecha.
Alfonsina
Barrionuevo
Felicitaciones! Rowstoroski públicó la 'Relación d Chincha'. Creo q la Relación d Juan d Sámanos etc. ¿No apareció antes? Saludos desde Roma. Leonardo Mattos Cárdenas)
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