domingo, 29 de noviembre de 2015

LA CIENCIA Y EL MUNDO ANDINO 


Respeto a la ciencia pero no funciona del todo en el mundo andino. Si le digo a un astrónomo que el sol puede regresar si lo llaman o quedarse unos quince minutos cuando ha comenzado a retirarse pensará que estoy sumamente equivocada. Yo sé que si puede suceder porque lo he visto. En el Valle Sagrado escuché decir que los agricultores pueden “amarrar” el sol cuando les falta unos minutos para terminar de cosechar. Tampoco les creí cuando me lo dijeron y, sinceramente, no lo acepté. Cuando viajé a Qotawasi, en Arequipa, teníamos que hacer marchas forzadas para llegar a tiempo a la estancia donde teníamos que alojarnos. 

Después de las cinco de la tarde es imposible ver los dedos de la mano porque la oscuridad es total. Una tarde viajé con el camarógrafo a un bosque de lavas petrificadas hace millones de años, donde los conos tenían formas caprichosas. Llegamos tarde, cuando el sol doraba los picos a punto de irse. Me apenó y se lo dije al guía. El arriero que nos alquiló los caballos le preguntó que me pasaba y él se lo explicó. Su respuesta fue increíble. Dijo que preparábamos la cámara que el sol volvería en unos diez minutos. No le quité los ojos de encima. Le vi sacar un pequeño recipiente con chicha, echó al suelo unas gotas para la Pachamama, “madre tierra” e hizo una t’inka, otro saludo con la chicha hacia los cerros. Mi incredulidad era grande. Nos sentamos en una peña para esperar. Lo logró. En el tiempo indicado teníamos al sol iluminando el bosque de lava. Nos pusimos a grabar para tomar lo principal y logramos imágenes fabulosas porque al cabo el sol apagó su lámpara grandiosa y se fue terminando de dorar los picos lejanos. ¿Los científicos? Bien, gracias.   Sucedió en Wanka Wanka.

PERÚ CUNA DEL CACAO

Mi abuela paterna tomaba un chocolate divino cuyo aroma se olía a distancia. Era tan denso que la cucharita se quedaba parada en el centro de la taza. Cacao puro con un chorrito de leche que la ayudaba a gozar de la vida.  Así entró en mi niñez y se quedó para siempre.
Recuerdo que en Cusco se vendía el chocolate en pequeñas  barras pero el más buscado era en pasta, molido en batán, que se saboreaba con ganas, sobre todo para combatir al frío. Ambos procedían de la provincia de  La Convención.

El cacao científicamente identificado, en 1753, como Theobrama cacao, -“alimento de dioses”- por  el botánico sueco Carl von Linneo, parecía oriundo de Mesoamérica. Los olmecas al sur de Veracruz y Tabasco consumían su pulpa como bebida hace unos 3,000 años y  le llamaban xocoatl en nahualt. Mucho después, los mayas y los aztecas usaron las almendras de su fruto o mazorca  como monedas. En México se conservan mitos sobre el sabor amargo del cacao. Por ejemplo el que atribuye su sabor amargo al sufrimiento de una doncella que murió de amor. 
Su primer nombre científico fue Amygdalae pecuniae, que significa “almendras de dinero” y que gente aviesa del conquistador Hernán Cortés llegó a falsificar con habas, que tostaban y sometían a un tratamiento “sui géneris”, porque se parecían.
Nos complace saber-de  una buena fuente- que el cacao es peruano. Su lugar de origen se encuentra  entre Montegrande y San Isidro, provincia de Jaén, cuenca del río Chinchipe, Cajamarca. 

El arqueólogo e historiador  Quirino Olivera Núñez ha encontrado allí evidencias que le dan una antigüedad de 5,200 años, o sea que es el cacao más antiguo de América y el mundo. 
El camino natural de su salida hacia los bosques cálidos de Veracruz habría sido a  través del Ecuador.
Los hallazgos arqueológicos hechos en la cabecera amazónica, donde permaneció inédito durante más de cinco milenios, merecieron ser considerados entre los diez descubrimientos más importantes del mundo en el Foro de Arqueología del 2013, efectuado en Shangai, China.

“Se trata de sorprendentes monumentos, templos y recintos con murales de pintura polícroma sofisticada”, comentó el distinguido especialista Ricardo Morales Gamarra, uno de los directores del Proyecto Waka de la Luna de Trujillo, agregando que llaman la atención sus tallas de piedra, su producción alfarera y el manejo temprano de plantas alimenticias, entre las cuales figura el cacao.

Quirino Olivera, quien ha tenido la suerte de dar estos lauros a su tierra cajamarquina, pues es de Santa Cruz, especifica en su libro, presentado hace un par de meses en Lima, que  la economía de la gente milenaria de Jaén estuvo basada en la agricultura, con cultivos de yuka, maíz, hortalizas y cacao. Al rescatar objetos de una tumba apreció, en una botella de cerámica, la presencia de almidón de cacao, el cual fue sometido a los análisis científicos de rigor, con los resultados mencionados. 
La domesticación del cacao, según indica, debió proyectarse toda la cuenca del río Chinchipe, el bajo Utcubamba y parte del Marañón.
En el planeta, antes de constituirse en el segundo producto exportable de Perú, el cacao ha hecho un largo periplo para prestigiar el valor de sus frutos. En el Africa alcanzó la mayor popularidad.
En el 2014 los envíos de cacao fino -óptimo en sabor y aroma- a los  mercados de Estados Unidos, Holanda, Italia y Bélgica. superaron las 45,000 toneladas.

Según la Ing. Mirna Zuzunaga, Directora General de Negocios Agrarios del Ministerio de Agricultura y Riego, en el 2014 la  producción nacional de cacao llegó a  62,492 toneladas, en más de 91,000 hectáreas plantadas en Cusco, San Martín, Ayacucho, Junín, Huánuco y Piura. Al generar seis millones y pico de jornales  al año benefició de manera directa a más de 45,000 familias, e indirectamente, a 225,000 personas, en dichas jurisdicciones.
En 1667 el historiador español Antonio Colmenero de Ledesma escribió uno de los primeros trabajos sobre el chocolate que se bebió -al principio- en las cortes europeas.
En 1728, Joseph Storrs Fry elaboró el primer bombón en Bristol, Inglaterra, y en 1828 se obtuvo -por prensa- la primera extracción de mantequilla de cacao.
En Alemania existen viejas ciudades donde se conservan antiguas máquinas de elaboración de chocolates y confites, al lado de las modernas que dan ocupación a la mayoría de sus pobladores. En Austria el chocolate ha vuelto a ser “moneda” envuelta en papel dorado. En la reciente Navidad, en los Estados Unidos se vendieron miles de tabletas de “chocolates de la suerte” de  Santa Claus We Trust. 
Mientras en otros países del orbe el consumo de cacao es preferencial, entre los peruanos todavía el índice per cápita es bajo: apenas 530 gramos por persona al  año. Quizá la creencia de que hace subir de peso es el mayor obstáculo que encuentra para obtener una mayor aceptación.
Últimamente hay campañas que promocionan su consumo, mientras que su calidad se prueba en festivales y salones de chocolate en Lima. El cacao, todavía tiene que luchar en su propia tierra para salir adelante. Aunque lleva las de ganar con la difusión de sus propiedades antioxidantes, especialmente por su alto contenido de flavonoides. El cacao no sólo es sabroso, sino que puede ayudar al disfrute de una buena salud y alejar el fantasma de enfermedades como el alzhéimer y el parkinson.
 ¡Por algo se mece en una cuna de  verdes súper ecológicos desde hace 5,200 años en la Amazonía peruana!   

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 22 de noviembre de 2015



OFRENDAS A LA PACHAMAMA Y A LOS APUS


Este diciembre prepararé ofrendas para la Pachamama y los Apus. Lo hago para mí y los míos nada más, pero he pensado preparar dos o tres ofrendas para personas interesadas en esta tradición andina. Será antes de Año Nuevo y sólo cinco asistentes cada vez. Creo que ellos me están motivando para hacerlo. No me causa extrañeza. Nos hemos comunicado hace tiempo y lo han hecho de diferentes formas. En las reuniones con Mario Cama, en mis viajes y ahora en que me dejan sentir su alborozo por alcanzarles “su plato”, así llamaban a la ofrendas en nuestras conversaciones en el Qosqo.
Mi asistente es Victoria Cano y pueden escribirle o llamarle. Más abajo escribiré sus datos.

Si me preguntaran cuántos son los Apus, Hirkas, Orqos o Aukis, daría su propia respuesta. La Pachamama Qosqo Wanka dijo que son miles porque se trata de los Andes y en algunos casos de otras cadenas de montañas del planeta. Una vez fue, a la mesa de Cama, Jábila de Portugal. Existe y es imposible contarlos. Por eso siempre se deja los dos últimos k’intus de coca para los Apus y Pachamamas olvidados.

El padre Jorge Lira, párroco de Quispicanchis por 1980 y también profundo investigador del alma andina, decía que la Pachamama, madre tierra, y los Apus, espíritus tutelares de los cerros, están vivos y sienten el agradecimiento o el olvido de millones de personas.
El pago, pagapu o despacho es una ofrenda que se hace a la Pachamama y a los Apus de cada lugar para que refuercen la energía, los sueños y las esperanzas de los oferentes.  La base siempre es ser positivo. Una persona que está por encima de la envidia, la violencia, el rencor, el odio, la dejadez, etc., puede esperar mejores tiempos  con mejor ánimo.
Los Apus y la Pachamama se sienten débiles cuando se les olvida. El despacho  les estimula para ayudar a que la gente pueda  afrontar cualquier acción negativa.
La ofrenda consiste en preparar un paquete con una concha de mar, hojas de coca, frutos de la tierra como quinua, maní, pallar y otros, plumas de ave, piedra imán, etc. y brindar con ellos unas gotas de chicha o vino.  Al prepararla hay la posibilidad de ver la suerte de cada persona a través del chiuchi- recado, pequeñas figuras que simbolizan buena salud, trabajo, amistad, viajes, etc.
El despacho, pago o pagapu tiene que ser hecho por una persona calificada en ese menester, -pedir o agradecer para recibir  su atención. Yo estuve buscando durante largos años a los Altomisayoq y Punkus, herederos de los sacerdotes prehispánicos.  En 1994 los encontré y escribí mi libro “Hablando con los Apus” que tiene un CD donde se escucha su voz, a través de Mario Cama.
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Victoria Cano tiene su muro en facebook. Se le puede escribir a través de miskha@terra.com.pe 


LOS DUENDES DEL PLATANO

Hace un tiempo estuve en Huacho y conocí al mismo tiempo el drama del turtupilín, un pajarito que puede morir en aras del amor, y una fantástica historia sobre los platanales. Se trata de la existencia de los duendes u hombrecillos que moran en los anchos tallos de los plátanos o bananos. Como es de suponer sólo se dejan ver por los niños inocentes. Cuando pasan de cierta edad, salen para siempre del área maravillosa donde aquellos se mueven.  
Al turtupilín lo conocí en la creencia popular antes de admirarlo en una foto extraordinaria de Heinz Plenge. El notable fotógrafo lambayecano fue también el único que logró capturar con su lente una espléndida imagen del águila harpía. Esta hermosa ave de rapiña es muy temida en la Amazonia. Cuando sale de cacería, cae sobre sus víctimas —generalmente animales pequeños— con la velocidad de un rayo.

Volviendo al turtupilín, según el relato de un curandero del lugar, sólo la sangre del pobre pajarito puede “amarrar”  amores. El varón o la mujer que quiere obtener la atención de la persona amada, tiene que mandar bordar un pañuelito con un hilo empapado en la sangre del turtupilín. En aras de ello, la avecilla tiene que ser capturada viva, para que la aguja  —ensartada con el hilo blanco— atraviese su corazón. Este triste sacrificio obrará un encanto sobre la persona esquiva, para sujetarla con lazos eternos.

En cuanto a los hombrecillos o duendes, éstos suelen aparecer en las noches de luna, cuando el astro arropa los campos.  En cada mata de plátano hay uno que se arranca de su interior para pintar las “manos”, racimos o t’aukas que pasan del babero a la rotundez entre las enormes hojas que les sirven de cuna y pañal hasta que adquieren mayoría de edad. Ellos son los que les dan una finísima capa de color invisible que irá aflorando después cuando lleguen a la mesa.
Como otros personajes mágicos, esos duendes suelen jugar con los infantes a la ronda, las escondidas y la soga. Es un deleite verlos moverse en vuelos cortos, porque tienen alas, trabajando con un pincel o una brocha según el tamaño de los plátanos, dejando su trabajo cuando notan que son mirados. Entonces se esconden y por ratos se dejan sentir, al descubrir su presencia con risas lindas. Las familias tienen cuidado, en los platanales de Huacho, de bautizar a los niños apenas comienzan a caminar, porque a los “moritos” se los llevan.
Este hombrecillo o duende no es oriundo de Perú. Data del siglo XVI para adelante,  porque el plátano, frutal de la familia musácea (Musax paradisiaca), no es nuestro. Los gajos, hijuelos o retoños que se plantan y se cosechan una sola vez, fueron traídos a nuestro continente por los portugueses. Su largo periplo comenzó hace miles de años en Indonesia, país-isla que vendría a ser su asiento natural. De allí habrían seguido a Hawai y la Polinesia. Del África Occidental dieron un salto hacia Europa, dicen los estudiosos, entre los siglos III a.C.  al X.
En Huacho el hombrecillo mágico ha cobrado vida tratando de alcanzar la notoriedad de los espíritus del maíz y el maní, del pallar y el camote.  Vale decir que ha ingresado al mundo sobrenatural de los Andes,  para adquirir una nueva dimensión en los valles limeños.

Será por eso que se están resaltando las cualidades alimentario-medicinales del plátano. Jesús Valenzuela Tito ha entrado al internet  para destacar algo que se sabe sólo de oídas; su acción para disminuir  el riesgo de la presión arterial y el accidente cerebrovascular, por la cantidad de potasio que posee.
También  es rico en hierro para luchar contra la anemia. Lo mismo que en glucosa, para aumentar los niveles de energía, por la vitamina B6.
Se sabe que sus condiciones varían de acuerdo con sus variedades y los  pisos ecológicos donde se cultiva. La ración de vitaminas que se le atribuye es muy buena, sea plátano de seda, de  isla,  de  selva,  guineo,  manzanito o  bizcocho.      
         
Después de una noche de fiesta, el plátano  disminuye la “resaca” o malestar mañanero. En batido, con leche y miel, rehidrata al sistema nervioso. Servirlo en la dieta aporta un alto contenido de fibra para la digestión, combatiendo  problemas de estreñimiento. Si se va al campo o a sitios tropicales,  sin llevar repelente, basta frotar la zona afectada con la parte interior de la cáscara para aliviar el ardor provocado por las picaduras de los mosquitos.
Las personas propensas al estrés, en los llamados “trabajos de presión”, encuentran en este fruto el aporte ideal de carbohidratos para hacerles frente al pánico, la acidez y la irritación.

En  trance  de consultora nutricional, Jesús afirma que el plátano tiene cuatro veces la dosis de proteínas que tiene la manzana, el doble de carbohidratos, tres veces más el ácido fosfórico y  cinco veces más la vitamina “A”,  así como altos porcentajes de  minerales.
Si es tan útil,  pensemos que el plátano tiene duende y muy efectivo. Lo cierto es que lo apreciamos poco, porque se da generosamente. Una “cabeza” puede tener unos 14 frutos de buen tamaño o 24 si son medianos y hasta más si son pequeños.
Ahora, que las otras frutas  se están ausentando de las mesas populares por sus precios, hay que recurrir al plátano que dosifica sus azúcares y brinda la invaluable calidad de un corazón de oro.

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 15 de noviembre de 2015


EL PIRGUSH

En Huánuco vive un pajarito que no tiene plumas y se abriga apenas con una pelusa delgada. Se pasa las noches en vela porque el frío no le deja dormir. Me contaron su historia. El pirgush fue un hombre que siempre dejaba sus obligaciones para el día siguiente. Se la pasaba vagabundeando por ahí, gozando fácilmente de la vida y aprovechando de la buena disposición de los vecinos que le ayudaban. Si le preguntaban cuándo sembraría su chacra contestaba: “¡Mañana lo haré!”. Si le decían cuándo arreglaría su casa tenía la misma respuesta: “¡Mañana lo haré!”. Todo lo dejaba para un mañana que nunca llegaba.  Hasta que el Sumo Creador decidió que el holgazán debía ser castigado. Lo convirtió en una avecilla que iba a padecer los rigores del frío por una eternidad si no aprendía a trabajar.
Quienes conocen el lenguaje de los pájaros afirman que el pirgush es incorregible. En su canto monótono arguye que recogerá pajitas para hacer su nido, cuando salta de rama en rama para entrar en calor. Al día siguiente, cuando sale el sol olvida su promesa y se pasa las horas retozando. Cuando la tarde declina su canto se torna lastimero, prometiéndose a sí mismo que lo hará en un día que sigue posponiendo, mientras los demás duermen calientitos, cubiertos con sus colchas de plumas.



MERIDA Y SUS BARROS GENIALES 
                   
Estoy frente al teclado y pienso en Edilberto Mérida años ha. “Es de Cusco”, me dijeron y me pareció imposible que sus obras hubieran escapado de mis ojos buscadores de manos creadoras. Cuando lo entrevisté, en un alero de la Feria Internacional del Pacífico, me impresionó un cuadro de la “Ultima Cena”, donde Jesús y sus Apóstoles estaban con ch’ullu, poncho y ojotas. ¡Una revolución! “Estupendo, este artista es el único que se atreve a  caricaturizar a Dios”, escribí y no le gustó mi afirmación. “Yo respeto a Dios, cómo puede decir Ud. eso, los curas van a pensar que me deben excomulgar”,   reclamó cuando lo volví a ver. “Los artistas son libres de ver a Dios como quieren”, le respondí.

Unas semanas después me dió la razón y así comenzó mi amistad con él y con Josefina Henríquez, su esposa. Durante su vida recibió muchas distinciones y hasta un título de Doctor Honoris Causa en una universidad norteamericana. Una alegría grande para que sus amigos que lo vieron irse un día dejando una obra memorable y el legado de su arte a su hijo Edgard, a su nieto Edilberto y a su biznieto que se revela como un nuevo heredero de su sangre.
Lo hizo en el Perú, donde los abuelos antiquísimos convirtieron al barro deleznable y humilde en instrumento sonoro, en precioso vaso de ofrenda y en recipiente de la eternidad para cobijar el sueño de la muerte. En su caso irrumpió en el arte peruano con una fuerza, un vigor y un estilo que, sin haberlo imaginado en su sencillez de artesano ebanista, haría escuela, desatando una ola incontenible de imitadores y seguidores que descubrieron en el barro el material ideal para reproducir el hombre a la imagen y semejanza de sí mismo con mayor o menor talento.

Sus barros de protesta, mal llamados “arte grotesco” por los comerciantes de artesanías, provocaron un shock en quienes no soportaban la crudeza de su denuncia, y, una deslumbrada aceptación en quienes penetraban en su contenido. Gracias a Mérida, el barro principio y fin del hombre, recibió un soplo vital y entró a los sagrados y selectos mercados del arte del siglo XX por derecho propio.
En el siglo XVI Francisco Pizarro exportó al Viejo Mundo una imagen deslumbrante de las gentes de esta tierra extraída de un mundo nuevo donde el oro y la plata recubrían, no sólo los muros de sus palacios y sus templos, sino también los cuerpos de sus señores, haciéndolos destellar como estatuas vivientes.
En el siglo pasado le  tocó a  Mérida exportar la imagen de lo que quedó al cabo de cuatro siglos de explotación. La misma gente, cautiva en su propia tierra y exprimida hasta extenuar la raza, sin redención hasta ahora, en que vive en la cordillera mimetizada con la lejanía y el olvido, en lugares donde por razones de altura y hostilidad del clima no podía ser fácil presa del blanco.

Maestro carpintero hasta los 34 años de edad, sin otro horizonte que el que abría a golpes de martillo, el cusqueño fue un fenómeno dentro del arte peruano. Hijo del sastre Vicente Mérida y Susana Rodríguez, nació en 1927 en la calle Pumacurcu, dentro del Hanan Qosqo. Siendo el séptimo de ocho hermanos, “el que iba en la colada”, no tuvo ni siquiera la obligación de heredar el oficio de su progenitor. En su infancia fue sólo un inquieto chiquillo, con una facilidad para los trabajos manuales que no llamaron la atención.         
A los ocho años de edad entró al taller de su primo para jugar con las virutas y ese ingreso fue determinante. En los años siguientes, bajo su sombra y con su estímulo, estuvo haciendo los camiones de juguete que ambos vendían después en la feria del Santurantikuy. Luego aprendió a cortar madera, cepillar y finalmente a hacer sillas, mesas de noche y roperos. La práctica le sirvió mucho y cuando ingresó a la media industrial ya era un carpintero en ciernes, al que sólo habría que afinar la mano.
Mérida reconoce que el ambiente en que le tocó vivir era absolutamente artesanal, pero en cambio tuvo la ventaja de moverse dentro de una clase, la popular, llena de tradiciones y contacto con los hombres del campo. Su abuela que estaba vinculada con la iglesia y las fiestas patronales, confeccionaba las hermosas pelucas con rizos que los mayordomos obsequiaban a vírgenes, santos y santocristos.

Entonces sólo le interesaba la carpintería como medio de vida y en ella cifró su porvenir al casarse, a los 19 años, con Josefina Henríquez. A su taller de la calle Siete Cuartones llegaban pocos clientes pero pudo salir adelante con los encargos que recibía del Politécnico o Media Industrial donde había estudiado. Hasta que el profesor Alejandro Morote lo llevó a Puno para que enseñará en el Politécnico de esa ciudad.
Allí tuvo su primer encuentro con el barro al subir al segundo piso donde funcionaba la sección de Bellas Artes y vio a los alumnos hundiendo con pasión las manos en la masa. El segundo fue en la capital imperial donde, en 1961, entró a un taller de escultura y metió las suyas en la masa. Su primera figura fue el de una mujer andina con trenzas, coqueta y con muchas polleras. Regresaba con ella a su casa cuando vio a una verdadera, con miles de años fundidos en sus carnes, y le pareció que la suya era falsa.

Confeccionó una nueva y hundió brutalmente su dedo índice en la boca y tiró a ambos lados haciendo que se chuparan las mejillas, luego apretó la cintura y colgaron sus senos apretados por la miseria, estiró finalmente los dedos de sus manos y sus pies como si quisieran aferrarse al aire y a la tierra. En ese momento acababa de nacer el artista, al que llamamos t’uru rimachiq, “el que hace hablar al barro”.
Desde entonces no paró. El resto llegó poco a poco. La aclamación de los críticos, las presentaciones en televisión, los viajes al extranjero, la visita de personajes ilustres a su casa de Carmen Alto donde ponían sus apreciaciones y sus firmas en un muro de barro blanqueado con yeso. Sus barros psicológicos irradiaban vida y él esperaba quemarlos con ansia porque lo inquietaban, sintiendo que tenían espíritu.
Están en los museos y en las casas de personas que saben como golpean, sacuden, hieren y estremecen. “Debe ser mi sangre andina”, reconoció una vez. Eso salta a la vista en su “Yawar Fiesta”, por ejemplo, donde toda una raza se toma el desquite. El toro íbero bajo las fieras alas del cóndor, minimizado hasta parecer un simple pedestal.
Edilberto les ha hecho justicia. Puede descansar en paz con el cariño y la admiración de quienes le conocimos y gozamos de su amistad.

Alfonsina Barrionuevo


domingo, 8 de noviembre de 2015

HABLA MICAELA

Al leer las cartas que Micaela Bastidas escribió, durante la gesta revolucionaria de su esposo, José Gabriel Tupaq Amaru, decidí escribir la biografía de la heroína. Recurrí a libros y archivos para obtener datos pero no llegué a pasar de doce páginas. Me apenó renunciar a ese proyecto, pero en seguida vino a mi mente una luz, hacer la narración de los hechos como sucedieron en 1780.  Había libros escritos por historiadores de nota. No cabía hacer otro de menor envergadura. Entonces decidí algo audaz. Escribiría la relación en primera persona, como si lo hubiera hecho la misma Micaela. En el inicio me preocupó la vindicta pública. Más, vino en mi ayuda haber escuchado hablar en qechwa durante mi niñez y luego haber recorrido con mis padres prácticamente los lugares donde se movilizaron. Esta obra, que ha reeditado la Dirección Regional de cultura de Cusco, fue escrita íntegramente en la ciudad e hice varios viajes desde Lima con ese fin. Cuando estaba allá sentía una influencia telúrica. 

En una ocasión me alojé en casa de Antonio Olave, el imaginero de los Niños Dios, quien sacaba una mesita para la máquina de escribir con una sombrilla a su patio para que tuviera suficiente luz y calor.  No sólo me sentía inspirada con cuanto leí en los libros del distinguido sociólogo e historiador Jorge Cornejo Bouroncle. Había algo más. Sentía una extraña facilidad como si ella guiara la digitación de mis dedos en el teclado. Muchos años después intenté agregar otros párrafos y nuevamente sentí que me incorporaba a esos momentos. Podía pensar como las mujeres del Ande porque había estado con ellas y sentir de la misma manera. En los motivos que los impulsaron a la lucha estaba, por ejemplo, su indignación ante los fiscales de puna, quienes, si una familia no podía pagar el impuesto eclesiástico del entierro, dejaban uno de sus brazos afuera de la tierra para avergonzarles. Yo vi el famoso féretro en el que se llevaba los cuerpos de los indigentes al zanjón, detrás de la iglesia, y contemplé el dolor de los familiares de no poderles dar un entierro digno por falta de recursos.  Sabía del maltrato y la indiferencia a la gente de las comunidades que bajaba a servir en los pueblos porque vi a los pongos o punkus, dormir al aire libre sobre pellejos al lado de la puerta, sin que a nadie le importara si pasaba frío o enfermaba. Me hice cargo sin dificultad de la forma como arrancaban a los hombres de sus hogares para ir a morir, porque casi nunca regresaban, de las minas de Potosí. 

Había visto en las cárceles a jóvenes andinos que había sido detenidos por no tener documentación de identidad y dejarlos allí por años sin seguirles el debido proceso. Estuve en mi niñez en Tungasuka, Panpamarka, Yanaoka, Tinta y otros pueblos.  Sólo me faltaba Surimana y fui a caballo, cuatro horas de ida y cuatro de vuelta en el mismo día, con mi padre, don Leandro Barrionuevo, para conocer el pueblo encantador donde nació José Gabriel y donde se casaron muy jóvenes. Conozco las injusticias y la indiferencia de la gente muy bien situada o con poder de autoridad desde mis años infantiles hasta ahora. No me es ajena la protesta ni el rechazo al abuso, a la violencia y a la falta de honestidad. 

La primera edición de “HABLA MICAELA” se agotó muy pronto. Sale porque estamos “Rumbo al Bicentenario” y creo que es providencial porque pone en primer plano la lucha de los Tupaq Amaru, de sus parientes, amigos y miles de miles de seguidores. Es necesario que nuestros jóvenes, ya en el siglo XXI, conozcan esa hermosa ofrenda de sangre reclamando un derecho, sagrado para todos los seres humanos, el derecho a la libertad. Líneas abajo copio para Uds. algunos párrafos del libro. Sin duda esta vez se agotará también rápidamente.  


PENSANDO EN LA LIBERTAD

¡Ay.....como quisiera gritar y dejar la vida en un grito! Mi corazón se revuelca en mi pecho como en un charco de dolor y siento que está golpeando como si quisiera salir, como si fuera a estallar, a romperse enun granizo de muerte. Pasan a la horca mi hermano Antonio, José Berdejo, Andrés Gastelú, Antonio Oblitas, Francisco Tupaq Amaru, ¡Hipólito....mi hijo! ¡Ay Hipólito, un río que ahora se desborda en flores de sangre. 'Ama wayqey manchankichu....! Los viejos guerreros kanas están cantando para tí. ¡No tengas miedo hermanito! ¡Yuraq k`anchay maqt`allaqa, chiriangel cholochaqa, qaripuni batikuqcha! Los hombres de la pampa radiante son como una luz que alumbra, ¡puros hombres! ¡Ay Hipólito! ¡Wawaymi! ¡Siento en mis senos correr la leche que te di! ¡Me estás devolviendo la vida y yo siento que estoy muriendo contigo! ¡Las lágrimas astillan mis ojos sin salir! ¡Hipólito, perdón por haberte traído a la vida y por llevarte también a la muerte. Por haber olvidado en el fragor de la lucha que era madre y también, porque si acaso pudiera retroceder el tiempo, yo volvería a caminar lo andado! ¡Ay Hipólito, cómo te apagas.....!!
Al momento de irse, Tomasa, la brava kurakesa, me ha mirado con la ternura de una madre. Como quien dice, voy primero, para recibirte en la otra orilla del Yanamayu (1), cuando estos perros te lleven.

Ahora me toca a mí. Ese redoble de tambores me ensordece. ¡Dónde estarán los cóndores! He visto a José Gabriel como un despojo. La sangre negra sobre su ropa desgarrada, manchándole de la cabeza a los pies, sus brazos colgando, flácidos, rotos. ¡Cómo estará sufriendo! En su rostro tan delgado y tan pálido sus ojos queman. El cree, lo sé, que nuestro pueblo tardará mucho en volver a levantarse, que su liberación se ha retrasado, que nuestra causa no pudo madurar y que se ha perdido definitivamente. Yo quisiera animarle, infundir calor a su corazón, decirle otra vez y mil veces que le amo, que voy a morir cantando, que la esperanza no muere, que tengo fe en el mañana, que volveremos a encontrarnos.


Los sayones me arrastran. Me resisto solamente para que él vea, si puede verme, que conservo mi coraje, que voy luchando, que me acerco a la muerte en eterna rebeldía.

Estoy subiendo al tabladillo, empujada por los soldados que se apresuran con miedo de soltar su presa. Rehúso mirarle por segunda vez, desde esta Waqaypata india, que nunca será del todo española, porque por eso la estamos redimiendo. Mientras levanto la cabeza, para ahorrarle trabajo al verdugo, cierro mis párpados. Quiero verle solamente con los ojos del alma, erguido como un Inka, en su caballo blanco, ante los pueblos de las provincias altas, haciendo arder el aire con sus palabras, inflamando de fervor a las gentes, levantando un altar a la libertad en sus corazones, entre el ondear de las banderas y el ulular de los pututos. Hablando, sí, hablando siempre de la libertad…

Alfonsina Barrionuevo

domingo, 1 de noviembre de 2015

UN MUNDO DE ALEGRIA

Quisiera hablar en nombre de la alegrìa. En Todos los Santos, cuando se celebra la dicha de estar vivos.

Asistir a una puesta de sol, escuchar el canto de una ave, pasar los dedos sobre la piel del día, sentir la dulzura de una gota de miel o aspirar la fragancia de una flor. Quién no siente alegría ante lo que existe es digno de lástima. Pero, nos pasa. El tiempo maltrata los sentidos y nos marchita. Perdemos la noción de que existe y cuando lo advertimos ya cometió más de una travesura o la convirtió en excesivo abuso.

Estoy pensando en que el tiempo nos atosiga pero no debemos dejar que nos quite la alegría de vivir.  No sé de dónde viene la costumbre de hacer guaguas de pan. No es oriunda de aquí y hay algo de canibalismo en ella. Se confecciona la guagua, se pone al horno hasta que dore, se le ”bautiza” y finalmente se la parte en pedazos y se comen sus restos  alegremente.

En este día se han preparado miles de piezas de pan en los pueblos del Perú. La mayoría son de harina integral, de nuestro color, matiz andino. Habrá hasta tortas como guaguas, deliciosas, con pasas, anís, chocolatines y caritas sonrosadas con encajes de pasta o manjar blanco. Serán las de menos porque sólo se les ocurre hacerlas a las habilidosas abuelas.
En muchas partes se baila con las guaguas a la espalda como si estuvieran vivas, en otras se les lleva en brazos. La fiesta comienza y termina ruidosamente, con alegría. Viva la capacidad de sonreír. Se puede hacerle frente al tiempo con una sonrisa. Hay que sonreír y se animarán las pupilas y habrá un sol en el rostro. Reciban mis votos por la alegría de estar vivos.


¡LOS PICAROS PICARONES!
                                                 
“¡Aquí están los pícaros calientitos!/ Me llaman picaronera/ porque vendo picarones/ y no me llaman ratera aunque robo corazones. ¡Redondos y tostaditos/ en su miel bien bañaditos,/ van provocando los pillos a vejetes y chiquillos!”  

Coquetería reposteril, en pirámide, con un ojo risueño al centro, enamorador, rociado con miel de chancaca donde entran hojas de higo para darle sabor y aroma, el picarón nos traslada a épocas inolvidables, cuando las picaroneras lo preparaban en las esquinas de las calles limeñas. A veces precedidos por el anticucho solazándose en su salsa para hacer el contraste. Otros tiempos, otras costumbres, otro regalo para el paladar que llega hasta ahora.
Entre el buñuelo y el picarón hay un cierto parentesco que se remonta más allá de la choznería; porque si bien el buñuelo hispano entró primero en Lima a la sartén en una mezcla casi angelical, liviana, aristocrática y donosa de huevo, harina, leche y polvo de hornear; el picarón, partiendo del mismo tronco genealógico de ingredientes principales asumió distintas características para alegría de los comensales.
Un tono áureo que aumentaba en kilates con el zapallo príncipe y el camote con señorío de la tierra y dulzuras antioxidantes. Su sabor solía ser mas insinuante, aunque no tuviera campanillas de nobleza importadas y por lo mismo fuera más popular. ¿Quién puede atreverse a  compararlos?.El buñuelo tenía la gracia de ser considerado  en los villancicos navideños como preferido del infante divino: “Niño Manuelito, ¿qué quereís comer?,” dizque le preguntaban los cantores y éste respondía: “Buñuelitos fritos envueltos en miel.”

“El buñuelo se prepara también en otras partes del Perú como en Arequipa, donde antaño se vendía con miel de caña a los bañistas en la puerta de los pozos o piscinas de Tingo”, según menciona Manuel J. Bustamante de la Fuente, sin que le cediera campo el picarón, inflado como un salvavidas, que sale con su abertura al centro y redondo cual una rueda, como si las manos de la picaronera tuvieran un molde. Cada uno con su propia personalidad aunque ambos se envuelven en la misma miel; pero sin desconocer que si el primero no hubiera existido, el picarón tal vez no se hubiera inventado; y este es el lazo de inspiración que los une aunque lo demás los separe.
Es de presumir que no fue la limeña de salón de talle de avispa, que arrastraba miradas de los flecos de su manto, sabiendo que la miraban, boca de risa, hoyuelos en las mejillas, de manos mórbidas y con pies de reina, chiquitos y muy monos”, como describe Pablo Patrón, la creadora del alabado dulce.
“La preocupación de la limeña que era un ángel, sea que luciera en los salones el agradable metal de su voz, que se le viera hacer con primor toda clase de labores femeninas, que se la contemplara recogida en oración en el templo, ejercitando las obras de misericordia en los hospitales o alegre y engalanada con los arreos propios de su sexo en los paseos y en los teatros, que era muy dispuesta para la música y el baile, no fue muy aficionada a preparar ni siquiera dulces” según observa Max Radiguet.
Fue la morena que la engreía haciendo malabares en la cocina, ya familiarizada con las especies alimenticias nativas la que definitivamente introdujo en la mesa europea el camote prehispánico, oriundo de los tibios valles de la chala, la yunga y la qechwa, llamado allí kumara, acompañado por el zapallo. Cucurbitáceas cuya presencia en la culinaria nativa tiene milenios.
La distancia depende del momento en que aparece el picarón con entusiasmo en el panorama de la repostería nacional. Las crónicas que hemos investigado lo sitúan en el siglo diecinueve y quizá antes compartiendo tres épocas, el virreinato en vías de fenecer y viviendo rabiosamente sus últimos años porque  entendían que se iban, la independencia y luego la república con herencia de dos mundos.
Que las morenas, inspiradas en el arte de la culinaria y la repostería, lo inventaran antes de su liberación o después no tiene importancia. Pero en el humanísimo decreto de don Ramón Castilla, dado en Huancayo, les permitió desarrollar su talento a otro nivel, porque ellas fueron las  picaroneras más profesionales que tuvo Lima.
Ellas incorporaron al yantar citadino de la aldea grande, como la llama Sebastián Salazar Bondy, los apetitosos anticuchos,  chunchulíes, mollejitas, pancitas y mondongos, servidos con choclos, yucas, papas o camotes, y los picarones como un postre al vuelo. Para ponerlos a punto se modeló el brasero de carbón con abanico de totora y el perol de manteca humeante llevando ya la miel hervida con clavos de olor, hojas de higo, cáscara seca de naranja y tapas de chanchaca cajamarquina o piurana.

Javier Luna Elías aprendió el pregón de la picaronera de la tradicionista Rosa Mercedes Ayarza de Morales, que lo recogió de la calle para darle abrigo. Ella encargó al “Grupo Jueves” ponerlo en circulación en sus reuniones culturales y así lo conservó en su memoria el  arquitecto Luna Elías que lo concluye con una acotación ingeniosa también de las sabihondas, que tenían el placer de ofrecerlo en la fiesta y la procesión de la Virgen del Carmen en los Barrios Altos. . “...y si lo dejas un día/ y el picarón se enfría,/ un hervorcito le das/ y volverá su frescura.” Un secreto que pondremos en práctica, pues, a veces, se nos quedan algunos, se achatan y su encanto no regresa al vapor. Tiene que estar borrachito, remojado en su  propia ambrosía, para volver a renacer.
No podemos afirmar con seguridad que la famosa hojarasca que se  come con gusto en la fiesta de la Virgen de Cocharcas, sobre todo en Orcotuna, Junín, sea una hermana andina del buñuelo. ¡Se le parece mucho!. Pero, por qué dudar en el posible parentesco. Después de todo las fiestas religiosas fueron traídas de España y algo más tuvieron que aportar además de los rezos, las misas y los maitines en el interior, para alegría de los niños.

Alfonsina Barrionuevo