domingo, 8 de noviembre de 2015

HABLA MICAELA

Al leer las cartas que Micaela Bastidas escribió, durante la gesta revolucionaria de su esposo, José Gabriel Tupaq Amaru, decidí escribir la biografía de la heroína. Recurrí a libros y archivos para obtener datos pero no llegué a pasar de doce páginas. Me apenó renunciar a ese proyecto, pero en seguida vino a mi mente una luz, hacer la narración de los hechos como sucedieron en 1780.  Había libros escritos por historiadores de nota. No cabía hacer otro de menor envergadura. Entonces decidí algo audaz. Escribiría la relación en primera persona, como si lo hubiera hecho la misma Micaela. En el inicio me preocupó la vindicta pública. Más, vino en mi ayuda haber escuchado hablar en qechwa durante mi niñez y luego haber recorrido con mis padres prácticamente los lugares donde se movilizaron. Esta obra, que ha reeditado la Dirección Regional de cultura de Cusco, fue escrita íntegramente en la ciudad e hice varios viajes desde Lima con ese fin. Cuando estaba allá sentía una influencia telúrica. 

En una ocasión me alojé en casa de Antonio Olave, el imaginero de los Niños Dios, quien sacaba una mesita para la máquina de escribir con una sombrilla a su patio para que tuviera suficiente luz y calor.  No sólo me sentía inspirada con cuanto leí en los libros del distinguido sociólogo e historiador Jorge Cornejo Bouroncle. Había algo más. Sentía una extraña facilidad como si ella guiara la digitación de mis dedos en el teclado. Muchos años después intenté agregar otros párrafos y nuevamente sentí que me incorporaba a esos momentos. Podía pensar como las mujeres del Ande porque había estado con ellas y sentir de la misma manera. En los motivos que los impulsaron a la lucha estaba, por ejemplo, su indignación ante los fiscales de puna, quienes, si una familia no podía pagar el impuesto eclesiástico del entierro, dejaban uno de sus brazos afuera de la tierra para avergonzarles. Yo vi el famoso féretro en el que se llevaba los cuerpos de los indigentes al zanjón, detrás de la iglesia, y contemplé el dolor de los familiares de no poderles dar un entierro digno por falta de recursos.  Sabía del maltrato y la indiferencia a la gente de las comunidades que bajaba a servir en los pueblos porque vi a los pongos o punkus, dormir al aire libre sobre pellejos al lado de la puerta, sin que a nadie le importara si pasaba frío o enfermaba. Me hice cargo sin dificultad de la forma como arrancaban a los hombres de sus hogares para ir a morir, porque casi nunca regresaban, de las minas de Potosí. 

Había visto en las cárceles a jóvenes andinos que había sido detenidos por no tener documentación de identidad y dejarlos allí por años sin seguirles el debido proceso. Estuve en mi niñez en Tungasuka, Panpamarka, Yanaoka, Tinta y otros pueblos.  Sólo me faltaba Surimana y fui a caballo, cuatro horas de ida y cuatro de vuelta en el mismo día, con mi padre, don Leandro Barrionuevo, para conocer el pueblo encantador donde nació José Gabriel y donde se casaron muy jóvenes. Conozco las injusticias y la indiferencia de la gente muy bien situada o con poder de autoridad desde mis años infantiles hasta ahora. No me es ajena la protesta ni el rechazo al abuso, a la violencia y a la falta de honestidad. 

La primera edición de “HABLA MICAELA” se agotó muy pronto. Sale porque estamos “Rumbo al Bicentenario” y creo que es providencial porque pone en primer plano la lucha de los Tupaq Amaru, de sus parientes, amigos y miles de miles de seguidores. Es necesario que nuestros jóvenes, ya en el siglo XXI, conozcan esa hermosa ofrenda de sangre reclamando un derecho, sagrado para todos los seres humanos, el derecho a la libertad. Líneas abajo copio para Uds. algunos párrafos del libro. Sin duda esta vez se agotará también rápidamente.  


PENSANDO EN LA LIBERTAD

¡Ay.....como quisiera gritar y dejar la vida en un grito! Mi corazón se revuelca en mi pecho como en un charco de dolor y siento que está golpeando como si quisiera salir, como si fuera a estallar, a romperse enun granizo de muerte. Pasan a la horca mi hermano Antonio, José Berdejo, Andrés Gastelú, Antonio Oblitas, Francisco Tupaq Amaru, ¡Hipólito....mi hijo! ¡Ay Hipólito, un río que ahora se desborda en flores de sangre. 'Ama wayqey manchankichu....! Los viejos guerreros kanas están cantando para tí. ¡No tengas miedo hermanito! ¡Yuraq k`anchay maqt`allaqa, chiriangel cholochaqa, qaripuni batikuqcha! Los hombres de la pampa radiante son como una luz que alumbra, ¡puros hombres! ¡Ay Hipólito! ¡Wawaymi! ¡Siento en mis senos correr la leche que te di! ¡Me estás devolviendo la vida y yo siento que estoy muriendo contigo! ¡Las lágrimas astillan mis ojos sin salir! ¡Hipólito, perdón por haberte traído a la vida y por llevarte también a la muerte. Por haber olvidado en el fragor de la lucha que era madre y también, porque si acaso pudiera retroceder el tiempo, yo volvería a caminar lo andado! ¡Ay Hipólito, cómo te apagas.....!!
Al momento de irse, Tomasa, la brava kurakesa, me ha mirado con la ternura de una madre. Como quien dice, voy primero, para recibirte en la otra orilla del Yanamayu (1), cuando estos perros te lleven.

Ahora me toca a mí. Ese redoble de tambores me ensordece. ¡Dónde estarán los cóndores! He visto a José Gabriel como un despojo. La sangre negra sobre su ropa desgarrada, manchándole de la cabeza a los pies, sus brazos colgando, flácidos, rotos. ¡Cómo estará sufriendo! En su rostro tan delgado y tan pálido sus ojos queman. El cree, lo sé, que nuestro pueblo tardará mucho en volver a levantarse, que su liberación se ha retrasado, que nuestra causa no pudo madurar y que se ha perdido definitivamente. Yo quisiera animarle, infundir calor a su corazón, decirle otra vez y mil veces que le amo, que voy a morir cantando, que la esperanza no muere, que tengo fe en el mañana, que volveremos a encontrarnos.


Los sayones me arrastran. Me resisto solamente para que él vea, si puede verme, que conservo mi coraje, que voy luchando, que me acerco a la muerte en eterna rebeldía.

Estoy subiendo al tabladillo, empujada por los soldados que se apresuran con miedo de soltar su presa. Rehúso mirarle por segunda vez, desde esta Waqaypata india, que nunca será del todo española, porque por eso la estamos redimiendo. Mientras levanto la cabeza, para ahorrarle trabajo al verdugo, cierro mis párpados. Quiero verle solamente con los ojos del alma, erguido como un Inka, en su caballo blanco, ante los pueblos de las provincias altas, haciendo arder el aire con sus palabras, inflamando de fervor a las gentes, levantando un altar a la libertad en sus corazones, entre el ondear de las banderas y el ulular de los pututos. Hablando, sí, hablando siempre de la libertad…

Alfonsina Barrionuevo

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