domingo, 22 de noviembre de 2015



OFRENDAS A LA PACHAMAMA Y A LOS APUS


Este diciembre prepararé ofrendas para la Pachamama y los Apus. Lo hago para mí y los míos nada más, pero he pensado preparar dos o tres ofrendas para personas interesadas en esta tradición andina. Será antes de Año Nuevo y sólo cinco asistentes cada vez. Creo que ellos me están motivando para hacerlo. No me causa extrañeza. Nos hemos comunicado hace tiempo y lo han hecho de diferentes formas. En las reuniones con Mario Cama, en mis viajes y ahora en que me dejan sentir su alborozo por alcanzarles “su plato”, así llamaban a la ofrendas en nuestras conversaciones en el Qosqo.
Mi asistente es Victoria Cano y pueden escribirle o llamarle. Más abajo escribiré sus datos.

Si me preguntaran cuántos son los Apus, Hirkas, Orqos o Aukis, daría su propia respuesta. La Pachamama Qosqo Wanka dijo que son miles porque se trata de los Andes y en algunos casos de otras cadenas de montañas del planeta. Una vez fue, a la mesa de Cama, Jábila de Portugal. Existe y es imposible contarlos. Por eso siempre se deja los dos últimos k’intus de coca para los Apus y Pachamamas olvidados.

El padre Jorge Lira, párroco de Quispicanchis por 1980 y también profundo investigador del alma andina, decía que la Pachamama, madre tierra, y los Apus, espíritus tutelares de los cerros, están vivos y sienten el agradecimiento o el olvido de millones de personas.
El pago, pagapu o despacho es una ofrenda que se hace a la Pachamama y a los Apus de cada lugar para que refuercen la energía, los sueños y las esperanzas de los oferentes.  La base siempre es ser positivo. Una persona que está por encima de la envidia, la violencia, el rencor, el odio, la dejadez, etc., puede esperar mejores tiempos  con mejor ánimo.
Los Apus y la Pachamama se sienten débiles cuando se les olvida. El despacho  les estimula para ayudar a que la gente pueda  afrontar cualquier acción negativa.
La ofrenda consiste en preparar un paquete con una concha de mar, hojas de coca, frutos de la tierra como quinua, maní, pallar y otros, plumas de ave, piedra imán, etc. y brindar con ellos unas gotas de chicha o vino.  Al prepararla hay la posibilidad de ver la suerte de cada persona a través del chiuchi- recado, pequeñas figuras que simbolizan buena salud, trabajo, amistad, viajes, etc.
El despacho, pago o pagapu tiene que ser hecho por una persona calificada en ese menester, -pedir o agradecer para recibir  su atención. Yo estuve buscando durante largos años a los Altomisayoq y Punkus, herederos de los sacerdotes prehispánicos.  En 1994 los encontré y escribí mi libro “Hablando con los Apus” que tiene un CD donde se escucha su voz, a través de Mario Cama.
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Victoria Cano tiene su muro en facebook. Se le puede escribir a través de miskha@terra.com.pe 


LOS DUENDES DEL PLATANO

Hace un tiempo estuve en Huacho y conocí al mismo tiempo el drama del turtupilín, un pajarito que puede morir en aras del amor, y una fantástica historia sobre los platanales. Se trata de la existencia de los duendes u hombrecillos que moran en los anchos tallos de los plátanos o bananos. Como es de suponer sólo se dejan ver por los niños inocentes. Cuando pasan de cierta edad, salen para siempre del área maravillosa donde aquellos se mueven.  
Al turtupilín lo conocí en la creencia popular antes de admirarlo en una foto extraordinaria de Heinz Plenge. El notable fotógrafo lambayecano fue también el único que logró capturar con su lente una espléndida imagen del águila harpía. Esta hermosa ave de rapiña es muy temida en la Amazonia. Cuando sale de cacería, cae sobre sus víctimas —generalmente animales pequeños— con la velocidad de un rayo.

Volviendo al turtupilín, según el relato de un curandero del lugar, sólo la sangre del pobre pajarito puede “amarrar”  amores. El varón o la mujer que quiere obtener la atención de la persona amada, tiene que mandar bordar un pañuelito con un hilo empapado en la sangre del turtupilín. En aras de ello, la avecilla tiene que ser capturada viva, para que la aguja  —ensartada con el hilo blanco— atraviese su corazón. Este triste sacrificio obrará un encanto sobre la persona esquiva, para sujetarla con lazos eternos.

En cuanto a los hombrecillos o duendes, éstos suelen aparecer en las noches de luna, cuando el astro arropa los campos.  En cada mata de plátano hay uno que se arranca de su interior para pintar las “manos”, racimos o t’aukas que pasan del babero a la rotundez entre las enormes hojas que les sirven de cuna y pañal hasta que adquieren mayoría de edad. Ellos son los que les dan una finísima capa de color invisible que irá aflorando después cuando lleguen a la mesa.
Como otros personajes mágicos, esos duendes suelen jugar con los infantes a la ronda, las escondidas y la soga. Es un deleite verlos moverse en vuelos cortos, porque tienen alas, trabajando con un pincel o una brocha según el tamaño de los plátanos, dejando su trabajo cuando notan que son mirados. Entonces se esconden y por ratos se dejan sentir, al descubrir su presencia con risas lindas. Las familias tienen cuidado, en los platanales de Huacho, de bautizar a los niños apenas comienzan a caminar, porque a los “moritos” se los llevan.
Este hombrecillo o duende no es oriundo de Perú. Data del siglo XVI para adelante,  porque el plátano, frutal de la familia musácea (Musax paradisiaca), no es nuestro. Los gajos, hijuelos o retoños que se plantan y se cosechan una sola vez, fueron traídos a nuestro continente por los portugueses. Su largo periplo comenzó hace miles de años en Indonesia, país-isla que vendría a ser su asiento natural. De allí habrían seguido a Hawai y la Polinesia. Del África Occidental dieron un salto hacia Europa, dicen los estudiosos, entre los siglos III a.C.  al X.
En Huacho el hombrecillo mágico ha cobrado vida tratando de alcanzar la notoriedad de los espíritus del maíz y el maní, del pallar y el camote.  Vale decir que ha ingresado al mundo sobrenatural de los Andes,  para adquirir una nueva dimensión en los valles limeños.

Será por eso que se están resaltando las cualidades alimentario-medicinales del plátano. Jesús Valenzuela Tito ha entrado al internet  para destacar algo que se sabe sólo de oídas; su acción para disminuir  el riesgo de la presión arterial y el accidente cerebrovascular, por la cantidad de potasio que posee.
También  es rico en hierro para luchar contra la anemia. Lo mismo que en glucosa, para aumentar los niveles de energía, por la vitamina B6.
Se sabe que sus condiciones varían de acuerdo con sus variedades y los  pisos ecológicos donde se cultiva. La ración de vitaminas que se le atribuye es muy buena, sea plátano de seda, de  isla,  de  selva,  guineo,  manzanito o  bizcocho.      
         
Después de una noche de fiesta, el plátano  disminuye la “resaca” o malestar mañanero. En batido, con leche y miel, rehidrata al sistema nervioso. Servirlo en la dieta aporta un alto contenido de fibra para la digestión, combatiendo  problemas de estreñimiento. Si se va al campo o a sitios tropicales,  sin llevar repelente, basta frotar la zona afectada con la parte interior de la cáscara para aliviar el ardor provocado por las picaduras de los mosquitos.
Las personas propensas al estrés, en los llamados “trabajos de presión”, encuentran en este fruto el aporte ideal de carbohidratos para hacerles frente al pánico, la acidez y la irritación.

En  trance  de consultora nutricional, Jesús afirma que el plátano tiene cuatro veces la dosis de proteínas que tiene la manzana, el doble de carbohidratos, tres veces más el ácido fosfórico y  cinco veces más la vitamina “A”,  así como altos porcentajes de  minerales.
Si es tan útil,  pensemos que el plátano tiene duende y muy efectivo. Lo cierto es que lo apreciamos poco, porque se da generosamente. Una “cabeza” puede tener unos 14 frutos de buen tamaño o 24 si son medianos y hasta más si son pequeños.
Ahora, que las otras frutas  se están ausentando de las mesas populares por sus precios, hay que recurrir al plátano que dosifica sus azúcares y brinda la invaluable calidad de un corazón de oro.

Alfonsina Barrionuevo

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