OFRENDAS A LA PACHAMAMA Y A LOS APUS
Este diciembre prepararé
ofrendas para la Pachamama y los Apus. Lo hago para mí y los míos nada más, pero
he pensado preparar dos o tres ofrendas para personas interesadas en esta
tradición andina. Será antes de Año Nuevo y sólo cinco asistentes cada vez. Creo
que ellos me están motivando para hacerlo. No me causa extrañeza. Nos hemos
comunicado hace tiempo y lo han hecho de diferentes formas. En las reuniones
con Mario Cama, en mis viajes y ahora en que me dejan sentir su alborozo por
alcanzarles “su plato”, así llamaban a la ofrendas en nuestras conversaciones
en el Qosqo.
Mi asistente es Victoria
Cano y pueden escribirle o llamarle. Más abajo escribiré sus datos.
Si
me preguntaran cuántos son los Apus, Hirkas, Orqos o Aukis, daría su propia
respuesta. La Pachamama Qosqo Wanka dijo que son miles porque se trata de los
Andes y en algunos casos de otras cadenas de montañas del planeta. Una vez fue,
a la mesa de Cama, Jábila de Portugal. Existe y es imposible contarlos. Por eso
siempre se deja los dos últimos k’intus de coca para los Apus y Pachamamas
olvidados.
El
padre Jorge Lira, párroco de Quispicanchis por 1980 y también profundo investigador del alma
andina, decía que la Pachamama, madre tierra, y los Apus, espíritus tutelares
de los cerros, están vivos y sienten el agradecimiento o el olvido de millones
de personas.
El
pago, pagapu o despacho es una ofrenda que se hace a la Pachamama y a los Apus
de cada lugar para que refuercen la energía, los sueños y las esperanzas de los
oferentes. La base siempre es ser
positivo. Una persona que está por encima de la envidia, la violencia, el
rencor, el odio, la dejadez, etc., puede esperar mejores tiempos con mejor ánimo.
Los
Apus y la Pachamama se sienten débiles cuando se les olvida. El despacho les estimula para ayudar a que la gente pueda afrontar cualquier acción negativa.
La
ofrenda consiste en preparar un paquete con una concha de mar, hojas de coca,
frutos de la tierra como quinua, maní, pallar y otros, plumas de ave, piedra
imán, etc. y brindar con ellos unas gotas de chicha o vino. Al prepararla hay la posibilidad de ver la
suerte de cada persona a través del chiuchi- recado, pequeñas figuras que
simbolizan buena salud, trabajo, amistad, viajes, etc.
El
despacho, pago o pagapu tiene que ser hecho por una persona calificada en ese
menester, -pedir o agradecer para recibir
su atención. Yo estuve buscando durante largos años a los Altomisayoq y
Punkus, herederos de los sacerdotes prehispánicos. En 1994 los encontré y escribí mi libro
“Hablando con los Apus” que tiene un CD donde se escucha su voz, a través de
Mario Cama.
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Victoria Cano tiene su muro
en facebook. Se le puede escribir a través de miskha@terra.com.pe
LOS DUENDES DEL PLATANO
Hace un tiempo estuve en Huacho y conocí al
mismo tiempo el drama del turtupilín, un pajarito que puede morir en aras del
amor, y una fantástica historia sobre
los platanales. Se trata de la existencia de los duendes u hombrecillos que
moran en los anchos tallos de los plátanos o bananos. Como es de suponer sólo
se dejan ver por los niños inocentes. Cuando pasan de cierta edad, salen para
siempre del área maravillosa donde aquellos se mueven.
Al turtupilín lo conocí en la creencia
popular antes de admirarlo en una foto extraordinaria de Heinz Plenge. El
notable fotógrafo lambayecano fue también el único que logró capturar con su
lente una espléndida imagen del águila harpía. Esta hermosa ave de rapiña es
muy temida en la Amazonia. Cuando sale de cacería, cae sobre sus víctimas —generalmente
animales pequeños— con la velocidad de un rayo.
Volviendo al turtupilín, según el relato de
un curandero del lugar, sólo la sangre del pobre pajarito puede “amarrar” amores. El varón o la mujer que quiere obtener
la atención de la persona amada, tiene que mandar bordar un pañuelito con un
hilo empapado en la sangre del turtupilín.
En aras de ello, la avecilla tiene que ser capturada viva, para que la aguja —ensartada con el hilo blanco— atraviese su
corazón. Este triste sacrificio obrará un encanto sobre la persona esquiva, para
sujetarla con lazos eternos.
En cuanto a los hombrecillos o duendes, éstos
suelen aparecer en las noches de luna,
cuando el astro arropa los campos. En
cada mata de plátano hay uno que se arranca
de su interior para pintar las “manos”,
racimos o t’aukas que pasan del babero a
la rotundez entre las enormes hojas que les sirven de cuna y pañal hasta que
adquieren mayoría de edad. Ellos son los que les dan una finísima capa de color
invisible que irá aflorando después cuando lleguen a la mesa.
Como otros personajes mágicos, esos duendes suelen
jugar con los infantes a la ronda, las escondidas y la soga. Es un deleite
verlos moverse en vuelos cortos, porque tienen alas, trabajando con un pincel o
una brocha según el tamaño de los plátanos, dejando su trabajo cuando notan que
son mirados. Entonces se esconden y por ratos se dejan sentir, al descubrir su presencia con risas lindas. Las
familias tienen cuidado, en los platanales de Huacho, de bautizar a los niños
apenas comienzan a caminar, porque a los “moritos” se los llevan.
Este hombrecillo o duende no es oriundo de
Perú. Data del siglo XVI para adelante, porque el plátano, frutal de la familia
musácea (Musax paradisiaca), no es
nuestro. Los gajos, hijuelos o retoños que se plantan y se cosechan una sola
vez, fueron traídos a nuestro continente por los portugueses. Su largo periplo comenzó
hace miles de años en Indonesia, país-isla que vendría a ser su asiento natural.
De allí habrían seguido a Hawai y la Polinesia. Del África Occidental dieron un
salto hacia Europa, dicen los estudiosos, entre los siglos III a.C. al X.
En Huacho el hombrecillo mágico ha cobrado
vida tratando de alcanzar la notoriedad de los espíritus del maíz y el maní, del pallar y
el camote. Vale decir que ha ingresado
al mundo sobrenatural de los Andes, para
adquirir una nueva dimensión en los valles limeños.
Será por eso que se están resaltando las
cualidades alimentario-medicinales del plátano. Jesús Valenzuela Tito ha entrado al internet para destacar algo que se sabe sólo de oídas;
su acción para disminuir el riesgo de la
presión arterial y el accidente cerebrovascular, por la cantidad de potasio que
posee.
También es rico en hierro para luchar contra la
anemia. Lo mismo que en glucosa, para aumentar los niveles de energía, por la
vitamina B6.
Se
sabe que sus condiciones varían de acuerdo con sus variedades y los pisos ecológicos donde se cultiva. La ración
de vitaminas que se le atribuye es muy buena, sea plátano de seda, de isla, de selva,
guineo, manzanito o bizcocho.
Después de una noche de fiesta, el plátano disminuye la “resaca” o malestar mañanero. En batido,
con leche y miel, rehidrata al sistema nervioso. Servirlo en la dieta aporta un alto contenido de fibra para la
digestión, combatiendo problemas de
estreñimiento. Si se va al campo o a sitios tropicales, sin llevar repelente, basta frotar la zona
afectada con la parte interior de la cáscara para aliviar el ardor provocado
por las picaduras de los mosquitos.
Las personas propensas al estrés, en los
llamados “trabajos de presión”, encuentran en este fruto el aporte ideal de
carbohidratos para hacerles frente al pánico, la acidez y la irritación.
En trance
de consultora nutricional, Jesús afirma que el plátano tiene cuatro
veces la dosis de proteínas que tiene la manzana, el doble de carbohidratos,
tres veces más el ácido fosfórico y cinco veces más la vitamina “A”, así como altos porcentajes de minerales.
Si es tan útil, pensemos que el plátano tiene duende y muy
efectivo. Lo cierto es que lo apreciamos poco, porque se da generosamente. Una
“cabeza” puede tener unos 14 frutos de buen tamaño o 24 si son medianos y hasta
más si son pequeños.
Ahora, que las otras frutas se están ausentando de las mesas populares por
sus precios, hay que recurrir al plátano que dosifica sus azúcares y brinda la
invaluable calidad de un corazón de oro.
Alfonsina Barrionuevo
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