EL QOSQO DEL INKA
GARCILASO
Tras
la importante información de su obra el Inka Garcilaso esconde una compleja
existencia. Al ser un hombre de dos mundos se dio cuenta que finalmente no pertenecía
a ninguno. Su padre lo alentó mientras vivió. Después tuvo que luchar para
vivir en tierras extrañas. Sin su arrogancia como ejemplo su timidez fue una
traba constante. Hubiera querido volver al Perú con un nombramiento como
funcionario, recibir tierras o tener por lo menos una pensión. No pudo a causa de un gesto amable. Eso lo perdió
por un gesto caballeroso. En un encuentro de con el grupo de los Pizarros sublevados, uno de
ellos perdió su caballo y se salvó porque le cedió el suyo. Tal gentileza la pagó caro
en la corte como un máximo demérito. Personalmente no pudo mantener
el nombre de Gómez Suárez de Figueroa porque su familia paterna se lo negó y
tuvo que adoptar el de Inka con mucho derecho, pues descendía de Pachakuti.
Cuando
se fue a la península se llevó una imagen de Qosqo más española y menos inka. Para
escribir sus crónicas tuvo que descubrir su historia, contando con la ayuda de
sus parientes maternos a quienes un día quiso olvidar. Su testimonio, ya
terminando el siglo XVI, resulta valioso. Sin embargo se disculpa de penetrar
en las antiguallas de la ciudad que fue madre y señora de un imperio, por haber nacido en
ella.
Durante
su infancia estuvo cerca de su madre, la palla Chinpu Oqllo, hasta los diez años,
aprendiendo a hablar el qechwa. Su padre se casó con la española Luisa Martell
de los Ríos y desalojó de la casa de Oñate a la joven de alcurnia imperial.
Sus recuerdos alcanzan apenas a Qasana, ‘casa nevada’, palacio en el septentrión cuyos muros mostraban un pasmoso pulido y dividían muchos aposentos. Su galpón muy espacioso medía unos doscientos pasos de largo y sesenta de ancho. Relató que en días de lluvia permitía celebraciones a su abrigo. Podían entrar unos sesenta jinetes a caballo si querían jugar cañas. El Inka dijo que vio como derribaron el palacio para hacer tiendas y portales.
Sus recuerdos alcanzan apenas a Qasana, ‘casa nevada’, palacio en el septentrión cuyos muros mostraban un pasmoso pulido y dividían muchos aposentos. Su galpón muy espacioso medía unos doscientos pasos de largo y sesenta de ancho. Relató que en días de lluvia permitía celebraciones a su abrigo. Podían entrar unos sesenta jinetes a caballo si querían jugar cañas. El Inka dijo que vio como derribaron el palacio para hacer tiendas y portales.
De
las dos torres que daban lustre a la Haukaypata sólo alcanzó a ver una. En la
misma dirección habría estado Qoraqora, ‘hierbazal’, de Inka Roqa que no
conoció. Al volver sobre sus pasos solo nombra al ‘corredorcillo' con arquerías
que daban a la calle’, desde el cual espectaba los juegos de sortijas y cañas de
los amigos de su padre. No tuvo tiempo de enterarse que este lugar fue una
waka, Kugitalis. Sitio donde durmió Wayna Qhapaq y retornó con gloria después
de una batalla.
Las
referencias del inka Garcilaso sobre la sagrada Aukaypata o Haukaypata son
escuetas. Si escuchó que Illapa, el
Trueno, se bañaba en una de sus calles adyacentes no le dio importancia porque
se crió y creció en la nueva religión.
A pesar de todo su visión de Qosqo es la más completa. Desde el mirador de Qolqanpata vio como se transformaba mientras pasaba de la niñez a la adolescencia y luego a la pubertad. En el primer recodo de la vía que trepaba a Saqsaywaman, Pachakuti mandó edificar el precioso templete que perennizó la memoria de Ayar Auka. Los sacerdotes lo evocaban en las espaciosas áreas
A pesar de todo su visión de Qosqo es la más completa. Desde el mirador de Qolqanpata vio como se transformaba mientras pasaba de la niñez a la adolescencia y luego a la pubertad. En el primer recodo de la vía que trepaba a Saqsaywaman, Pachakuti mandó edificar el precioso templete que perennizó la memoria de Ayar Auka. Los sacerdotes lo evocaban en las espaciosas áreas
Casa donde vivió. Foto Fernando Seminario |
El
Inka escritor cita una calle maestra que bajaba desde las casas de Manko Qhapaq
y enlazaba a lo largo palacios y wakas. Ya tenía el nombre de San Agustín por
el convento que ocupó el área donde estuvo el Khipukancha con la escuela de
khipus y sus archivos. Sus construcciones fueron arrasadas en su totalidad y no
las conoció. La arteria terminaba a corta distancia de Rimaqpanpa, ‘la plaza de
los pregones’, donde se anunciaban a viva voz las leyes y disposiciones del
Inka. Por allí salía el camino real que se dirigía al Qollasuyu.
Paralela
corría desde la plaza hasta el Qorikancha la imponente calle del Sol, Inti k’iqllu, al costado del Aqllawasi, cuyo
soberbio muro resguardaba de las miradas profanas a las aqllas. Continuando a Maruri y haciendo un pequeño rodeo por la calle Panpa del Castillo,llegaba al
Qorikancha. En tiempo de los Inkas fue una arteria de mucho ajetreo por donde
transitaban comitivas, sacerdotes y viandantes que iban con sus ofrendas al
templo de oro y a sus wakas.
Alfonsina Barrionuevo
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