ANTONIO BANDERAS EN EL PERU
Antonio
Banderas vino a Lima para participar en un evento de la Fundación ANAR y
prometió volver para visitar el Cusco. Poco después cumplió su deseo. El
actor malagueño llegó a la ciudad emperadora y lo que más le gustó fue que
nadie lo reconoció.

Protegido
por el anonimato Banderas paseó por las calles de la capital imperial con su
hija Stella del Carmen. Estuvo en la Plaza Mayor, en Saqsaywaman, en el
Qorikancha y hasta se dio tiempo para asistir a la fiesta de la Virgen del
Carmen de Paucartambo. Padre e hija se deleitaron con las tiernas canciones de
los qollas y se perdieron entre las cuadrillas de contradanza, saqras,
negritos, qhapaq ch’unchos y otros. probando risoto de quinua, kihura, y paiche
en los restaurantes Limo y Fallen Angel.
Unos
días después hicieron la la caminata por el camino Inka hasta Machupiqchu respirando a pulmón abierto en la foresta,
entrando por Intipunku al santuario, y visitando sus principales ambientes.
Al terminar se alojaron en Machupiqchu Pueblo
Hotel donde repusieron sus fuerzas. Nuevamente en Cusco, Antonio Banderas
escribió sus impresiones en el libro de visitantes de La Casona: “Viene uno a
Perú a encontrarse a sí mismo. En el
Camino Inca lo he intentado. Son muchos los amigos que dejo atrás. Me llevo tanto
de Cusco y de Machupiqchu, y de su gente maravillosa. Volveré para completar los ciclos de vida que dejé
paso a paso en ese camino que nunca olvidaré.”
PERÚ PROFUNDO DISCRIMINADO
Hace un par de años o más me visitó
una joven cineasta. Había hecho un documental sobre un campesino que conoció en
su niñez. Ella era la hija de un antiguo hacendado que volvió al caserío a
preguntar qué le había sido en el tiempo
transcurrido.
Le dijeron que llegaría a media tarde.
Para ella que había hecho un largo viaje desde Europa esperar unas horas no le
preocupó. Verle sería más bien un motivo de alegría. Tenía todo preparado para
ese encuentro en que grabaría su conversación para un festival de cine
testimonial.
Martín, el campesino, se sorprendió al encontrarla y la abrazó
cariñosamente.
Su vida seguía siendo la misma. Uno
que otro domingo bajaba al pueblo con su
ropa limpia para escuchar la santa misa.
Al terminar se sentaba un rato en las gradas del atrio y luego volvía a su
estancia con piso de tierra. En la comunidad trabajaba para vivir y bajaba al
caserío cuando lo necesitaban para arreglar el techo, llevar leña o acarrear
agua del manantial.
A la joven cineasta le dio un vuelco
al corazón. Le pareció injusto que Martín, su familia, y otras de la comunidad,
no hubieran dado un giro de ciento sesenta grados. No tenían que ser prósperos,
pero sí gozar por lo menos de los beneficios de la civilización, la radio y la televisión. En su
mirada sólo había un polvo de cansancio.
Las comunidades en general viven muy
apartadas y discriminadas de toda clase de servicios, salvo el caso de algunas que están próximas a las ciudades. Son
miles las que sufren esa situación impuesta desde el virreinato y que continúa
en la república. La
discriminación es de tal calibre que no se les toma en cuenta. Nadie escribe o
habla de los descendientes de los antiguos peruanos, agricultores o alpaqueros
que sufren increíbles penurias Perú adentro.
En Lima, que seguirá siendo la
metrópoli, existió durante mucho tiempo la intención de que la radio y la televisión
tuvieran espacios dedicados a la música de las provincias, por lo menos unos
minutos dentro de su programación.
La capital que no quiere perder su
criollismo defiende al vals, repitiendo
viejos éxitos, pero ya dio el gran salto a los ritmos foráneos. Lo demuestra el
éxito de nuevas y antiguas estrellas del mundo que actúan en espacios que
congregan multitudes en centros comerciales de élite, estadios y auditorios de
algunos colegios, donde las entradas son muy caras.
El deseo de cambio en el campo ha dado
lugar también a un fenómeno. La modernización en el traje de artistas juveniles
del wayno. Algunas han optado por no llevar polleras que identifiquen a los
lugares de origen de sus padres, sino a vestirse con ropas extravagantes.
Muy lejanamente se puede pensar en un
Perú emergente que tiene el derecho de pretender igualarse a los artistas que vienen de fuera y son vitoreados aunque
nadie entienda su idioma. Por supuesto que esas nuevas voces, donde están
ausentes sus ancestros, no lograrán que se abra una carretera, se construya un
puente o se instale una posta médica, porque no tienen identidad.
Las naciones de la Amazonía sufren la
misma discriminación de gobierno a gobierno. Lima siempre podrá disponer de
las tierras que ocupan desde sus antepasados.. Las leyes de la titularidad, en
lugar de ayudarlos, los pauperizan definitivamente. Shipibos, asháninkas,
witotos, kunibos, amarakaires, para nombrar sólo algunas, -son como sesenta- han
aprendido a vivir sin destruir su frágil ecosistema. Para eso tienen que estar
moviéndose constantemente dentro de grandes áreas. Habría que darles un título
general. Todas son dueñas de la omagua
o selva.
En lo que se refiere a sus
valores culturales no se les reconoce ninguno. Sólo se da valor a sus
artesanías que aparecen abundante y repetitivamente en los mercados
turísticos.
En fiestas como en el Inti Raymi hay
que ver cómo se comportan las parejas de estudiantes que bailan vestidos con
trajes tradicionales. Los muchachos arrastran a las chicas por la pista de la
plaza legendaria en una especie de juego que nada tiene que ver con las danzas.
Será por eso que las comunidades no se presentan, salvo que vayan exprofesamente por la belleza de sus atavíos.
Casi la totalidad permanece en el
abandono. Los alpaqueros de P’isaq, por ejemplo, a más de 4,000 metros de
altura, sufren los estragos del clima. Ellos y sus animales son diezmados por las excesivas lluvias, las
nevadas o las inclementes sequías.
En Cotahuasi, Arequipa, encontré en
una comunidad a una
joven campesina, muy guapa, que me invitó un tazón de avena. Me preguntó de
dónde venía. Le conté que había estado en Arequipa y se sonrió. Me dijo que
estuvo allá. Fue a servir en una casa, donde le permitieron estudiar.
Al terminar la primaria se regresó. Le
pregunté por qué volvió. Pensé en muchas cosas. Tal vez sus padres la necesitaron. Su
sonrisa se hizo más luminosa. Miró la panpa y me explicó que allí gozaba de
libertad, aire puro, cielo azul y oros
vegetales.
Bien valía el sacrificio, siempre y
cuando un día no lotizaran su panpa. En los Andes y en la Amazonía todo
puede suceder injustamente.
Alfonsina Barrionuevo
Panpa. Palabra qechwa. Se debe escribir así.
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