sábado, 9 de agosto de 2014


ANTONIO BANDERAS EN EL PERU
Antonio Banderas vino a Lima para participar en un evento de la Fundación ANAR y prometió volver para visitar el Cusco.  Poco después cumplió su deseo. El actor malagueño llegó a la ciudad emperadora y lo que más le gustó fue que nadie lo reconoció.

Teniendo a Inkaterra como anfitrión se alojó en La Casona de Nazarenas, primer  hotel boutique de la   Alianza Relais & Cháteaux en el Perú. Una mansión que  albergó a Diego deAlmagro, compañero de Francisco Pizarro en el siglo XVI, al libertador Simón Bolívar en el siglo XIX  y en el presente a personalidades del mundo del espectáculo como Mick Jagger, Richard Gere y Bono, líder de la banda U2.

Protegido por el anonimato Banderas paseó por las calles de la capital imperial con su hija Stella del Carmen. Estuvo en la Plaza Mayor, en Saqsaywaman, en el Qorikancha y hasta se dio tiempo para asistir a la fiesta de la Virgen del Carmen de Paucartambo. Padre e hija se deleitaron con las tiernas canciones de los qollas y se perdieron entre las cuadrillas de contradanza, saqras, negritos, qhapaq ch’unchos y otros. probando risoto de quinua, kihura, y paiche en los restaurantes Limo y Fallen Angel.


Unos días después hicieron la la caminata por el camino Inka hasta Machupiqchu  respirando a pulmón abierto en la foresta, entrando por Intipunku al santuario, y visitando sus principales ambientes.

Al terminar se alojaron en Machupiqchu Pueblo Hotel donde repusieron sus fuerzas. Nuevamente en Cusco, Antonio Banderas escribió sus impresiones en el libro de visitantes de La Casona: “Viene uno a Perú a  encontrarse a sí mismo. En el Camino Inca lo he intentado. Son muchos los amigos que dejo atrás. Me llevo tanto de Cusco y de Machupiqchu, y de su gente maravillosa. Volveré  para completar los ciclos de vida que dejé paso a paso en ese camino que nunca olvidaré.”

PERÚ PROFUNDO DISCRIMINADO
Hace un par de años o más me visitó una joven cineasta. Había hecho un documental sobre un campesino que conoció en su niñez. Ella era la hija de un antiguo hacendado que volvió al caserío a preguntar qué le había sido  en el tiempo transcurrido.
Le dijeron que llegaría a media tarde. Para ella que había hecho un largo viaje desde Europa esperar unas horas no le preocupó. Verle sería más bien un motivo de alegría. Tenía todo preparado para ese encuentro en que grabaría su conversación para un festival de cine testimonial.
Martín, el campesino,  se sorprendió al encontrarla y la abrazó cariñosamente.
Su vida seguía siendo la misma. Uno que otro domingo bajaba al pueblo  con su ropa limpia para escuchar  la santa misa. Al terminar se sentaba un rato en las gradas del atrio y luego volvía a su estancia con piso de tierra. En la comunidad trabajaba para vivir y bajaba al caserío cuando lo necesitaban para arreglar el techo, llevar leña o acarrear agua del manantial.
A la joven cineasta le dio un vuelco al corazón. Le pareció injusto que Martín, su familia, y otras de la comunidad, no hubieran dado un giro de ciento sesenta grados. No tenían que ser prósperos, pero sí gozar por lo menos de los beneficios de la civilización, la radio y la televisión. En su mirada sólo había un polvo de cansancio.
Las comunidades en general viven muy apartadas y discriminadas de toda clase de servicios, salvo el caso de  algunas que están próximas a las ciudades. Son miles las que sufren esa situación impuesta desde el virreinato y que continúa en la república. La discriminación es de tal calibre que no se les toma en cuenta. Nadie escribe o habla de los descendientes de los antiguos peruanos, agricultores o alpaqueros que sufren increíbles penurias Perú adentro.
En Lima, que seguirá siendo la metrópoli, existió durante mucho tiempo la intención de que la radio y la televisión tuvieran espacios dedicados a la música de las provincias, por lo menos unos minutos dentro de su programación.

La capital que no quiere perder su criollismo  defiende al vals, repitiendo viejos éxitos, pero ya dio el gran salto a los ritmos foráneos. Lo demuestra el éxito de nuevas y antiguas estrellas del mundo que actúan en espacios que congregan multitudes en centros comerciales de élite, estadios y auditorios de algunos colegios, donde las entradas son muy caras.
El deseo de cambio en el campo ha dado lugar también a un fenómeno. La modernización en el traje de artistas juveniles del wayno. Algunas han optado por no llevar polleras que identifiquen a los lugares de origen de sus padres, sino a vestirse con ropas extravagantes.
Muy lejanamente se puede pensar en un Perú emergente que tiene el derecho de pretender igualarse a los artistas  que vienen de fuera y son vitoreados aunque nadie entienda su idioma. Por supuesto que esas nuevas voces, donde están ausentes sus ancestros, no lograrán que se abra una carretera, se construya un puente o se instale una posta médica, porque no tienen identidad.
Las naciones de la Amazonía sufren la misma discriminación de gobierno a gobierno. Lima siempre podrá disponer de las tierras que ocupan desde sus antepasados.. Las leyes de la titularidad, en lugar de ayudarlos, los pauperizan definitivamente. Shipibos, asháninkas, witotos, kunibos, amarakaires, para nombrar sólo algunas, -son como sesenta- han aprendido a vivir sin destruir su frágil ecosistema. Para eso tienen que estar moviéndose constantemente dentro de grandes áreas. Habría que darles un título general. Todas son dueñas de la omagua o selva.

Eso no conviene a los planes estatales de vialidad, electrificación y otros ue favorecen mayormente a intereses ajenos al país. Al darles títulos por espacios pequeños los sujetan allí y cuando la lluvia y el viento lavan la pequeña tierra que hay, apenas con dos metros y medio de profundidad como máximo, porque después sólo hay cuarzo, se quedarán sin nada.
En lo que se refiere a sus valores culturales no se les reconoce ninguno. Sólo se da valor a sus artesanías que aparecen abundante y repetitivamente en los mercados turísticos. 
A las comunidades de las provincias del Valle Sagrado o de las partes más altas les causa indignación cómo llevan sus trajes. Es cierto que hace tiempo, hombres y mujeres, comenzaron a usar chompas y jeans, como también pasa en otras regiones. Pero se llega al exceso en la ciudad al distorsionar sus prendas  tradicionales.

En fiestas como en el Inti Raymi hay que ver cómo se comportan las parejas de estudiantes que bailan vestidos con trajes tradicionales. Los muchachos arrastran a las chicas por la pista de la plaza legendaria en una especie de juego que nada tiene que ver con las danzas. Será por eso que las comunidades no se presentan, salvo que vayan  exprofesamente por la belleza de sus atavíos.
Casi la totalidad permanece en el abandono. Los alpaqueros de P’isaq, por ejemplo, a más de 4,000 metros de altura, sufren los estragos del clima. Ellos y sus animales  son diezmados por las excesivas lluvias, las nevadas  o las inclementes sequías.
En Cotahuasi, Arequipa, encontré en una comunidad a una joven campesina, muy guapa, que me invitó un tazón de avena. Me preguntó de dónde venía. Le conté que había estado en Arequipa y se sonrió. Me dijo que estuvo allá. Fue a servir en una casa, donde le permitieron estudiar.

Al terminar la primaria se regresó. Le pregunté por qué volvió. Pensé en muchas cosas. Tal vez sus padres la necesitaron. Su sonrisa se hizo más luminosa. Miró la panpa y me explicó que allí gozaba de libertad, aire puro,  cielo azul y oros vegetales.  
Bien valía el sacrificio, siempre y cuando un día no lotizaran su panpa. En los Andes y en la Amazonía todo puede suceder injustamente.

Alfonsina Barrionuevo
Panpa. Palabra qechwa. Se debe escribir así. 

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