domingo, 29 de septiembre de 2013


APUS Y SANTOS  EN KOREA


Siglo XXI. Mundo globalizado. Nuevas maneras de ver la vida. Juventudes que no quieren contacto con sus viejas raíces. Futuro y sueños en blanco.
¿Saben de verdad adónde van?
En Corea (Korea) del Sur se está llevando a cabo la VII Bienal de Cerámica Internacional de Gyeonggi con la asistencia de 173 maestros ceramistas del mundo. Entre ellos está Kukuli Velarde, de Perú. La localidad de Icheon, donde se aloja con otros expositores, es renombrada en el país asiático por su alfarería milenaria, cheonggia (celedón), baekja (porcelana blanca) y buncheongsagi (celadón en polvo azul grisáceo)
 A una distancia de trece horas de diferencia no se sabe mucho sobre los asistentes. Así como Kukuli llegó allí lo hicieron artistas de países donde la cerámica es también un arte antiquísimo y renombrado.
En el mundo globalizado de hoy, donde millones quisieran reinventarlo con las nuevas tecnologías, el premio de la VII Bienal que le acaban de conceder a Kukuli Velarde  muestra algo que no quiere morir y es el espíritu de este planeta  donde apareció el hombre hace poco, sólo unos setenta mil años.
No se puede borrar la obra de miles de generaciones. No se puede colocar una “x” sobre su memoria. Me parece que eso quiere decir el galardón otorgado en esta bienal. Un homenaje al mensaje de las cerámicas de Kukuli donde está indomable el espíritu de los peruanos prehispánicos.
Recuerdo a un intelectual de esta tierra, Alejandro Romualdo, cuando se refiere a Tupaq Amaru en un hermoso poema y dice: “… y no podrán matarlo!”.  Pareciera que hay mucha distancia entre las juventudes de hoy y sus padres. Lo de siempre. En algún momento se siente que hay un puente y que esa distancia generacional no existe. La modernidad nos facilita muchas cosas como enviar un correo en segundos a cualquier parte del mundo. Pero no nos quita la alegría de compartir un bello amanecer o una  encantadora puesta de sol, o sentir tristeza por los niños desnutridos e indignación por la violencia, o disminuir la admiración que nos despiertan nuestros antepasados prehispánicos desde la gloriosa trinchera de arte donde están.
Felicitaciones a nuestra querida y admirada Kukuli por llevar en sus obras, adonde quiera que vaya, los sueños de las gentes que dan lustre a nuestro país eternamente. No se han quedado en los ayeres, siempre estarán en los mañanas alumbrándonos.
 


ARBOLES DEL VALLE SAGRADO



Las heridas de la naturaleza duelen. En muchas partes de esta tierra nuestra se reclama por los seres que son abatidos injustamente.Un correo electrónico está llevando en este momento fotografías de focas que son masacradas en Canadá. Los ojos de las crías son dulces, de una ternura que conmueve el corazón. Mientras los ojos de los padres demandan piedad los cazadores sólo contabilizan sus ganancias. La muerte no les interesa y manchan la nieve con sangre inocente.

Aunque parezcan solitarias es importante que se alcen voces de protesta en un medio que sale al mundo. Callar es ser cómplice de los verdugos.

Entre tanto en el Valle Sagrado de los Inkas, puro verdor hace décadas, hermosos árboles se convierten en bastones para los viajeros que van en pos de un sueño. Recorrer el camino inka desde Ollantaytambo hasta Machupiqchu. Los turistas no saben cuánta devastación hay tras el apoyo que les dan durante su aventura hacia el santuario grandioso.

El último chachakomo de la ciudad de Cusco se secó en la primera mitad del siglo XX. Hasta allí, durante más de cien años, las familias y los amigos acompañaron a las personas que se dirigían generalmente a la capital para arreglar papeles o hacer negocios. Recomendaciones, risas y lágrimas se confundían en su salida después del banquete de despedida. Seis meses de ida, seis u ocho de gestiones en Lima, seis meses de regreso. No se sabía cuántos no se volverían a ver. Para ellos el chachakomo era un árbol testigo.

Oscar A. Olazábal escribe como la qewña, el chachakomo, el lambran o aliso, la unka, el waranway y el qantu, entre árboles y arbustos, están siendo arrasados en Ollantaytambo. Los turistas que compran en cinco o diez soles el bastón que los ayudará a vencer los largos tramos ignoran que las ramas de su árbol estuvieron cuajadas de flores que parecían gemas preciosas, rojas, granates, anaranjadas, lilas y blancas. No se imaginan que sus pétalos perfumaban o alegraban el ambiente. No se detienen a pensar que oxigenaban el día, que formaban parte del aire puro que respiran.

El ambientalista cusqueño menciona que entraron a la venta en 1998 cuando unos extranjeros vieron, al costado de una tienda en Araqama, unos palos sin su corteza fáciles de manejar. Desde entonces el waranway es comercializado por más de veinte pobladores que intervienen en la actividad turística sin pensar en el daño que están causando a los pequeños bosques donde aquellos no vuelven a crecer. Una suerte parecida corren los otros que sirven además para muchos menesteres.

Encontrar en el camino un chachakomo, árbol de la infancia de miles de cusqueños del Valle Sagrado, evoca a sus padres, sus abuelos y a los constructores de los ciudades santuario de P'isaq, Huch'uy Qosqo y Ollantaytambo. Junto a ellos se evoca a los pisonai de capullos que en setiembre semejan tizones de fuego y que, en Calca, una ciudad vecina un alcalde irresponsable mandó cortar para poner cemento en su lugar.

No se trata de confiscar los bastones que ayudan a los peregrinos de hoy que buscan la energía que irradian los santuarios de paso y Machupiqchu. Es hora de que los ingenieros agrónomos de Cusco inicien una plantación masiva de nuestros árboles nativos para que vuelvan a integrarse al paisaje. Habría que crear viveros en cada provincia para repoblar los cerros circundantes y el mismo valle.

A muchos les resulta más fácil difundir el eucalipto y otros que no son nuestros. En el caso del primero es dar carta blanca a un temible depredador. La bióloga Bertha Balvín explica como sus raíces largas buscan la napa freática y absorben el agua que pueden erosionando los lugares donde están, mientras el ácido de sus semillas quema la tierra.

Los niños y los jóvenes de cada lugar del Perú deben aprender a conocer sus árboles, sus pájaros, los animales silvestres que viven en ellos y en su entorno, y contribuir desde el colegio a las campañas de forestación. En muchos lugares el hacha hace su trabajo para proveer de leña a las cocinas de barro y se ignora como dice Olazábal Castillo que pueden ser fuente de colorantes, frutos y cortezas medicinales.

La madera del waranway, según agrega, es de alta calidad, dura y de grano fino, siendo ornamental por excelencia y gran sujetador de suelos. Su tala indiscriminada es grave porque priva a las generaciones futuras de estas especies que pertenecen al Ande y que durante milenios fueron su característica. Estamos perdiendo, junto a la identidad cultural, nuestra identidad ecológica. Hay que luchar por ella, porque es diferente y es nuestro patrimonio, el legado que cuidaron los antepasados. Que no sea en vano.


Alfonsina Barrionuevo


 
 


2 comentarios:

  1. Muy interesante y nos hace reflexionar sobre el futuro de nuestros pueblos, nuestra identidad integral: hombre, naturaleza y cosmos.

    ResponderBorrar
  2. Es triste que las autoridades prefieran el cemento. Una vez el alcalde de la provincia de Lambrama en Abarca y mando a cortar un árbol de Unko,era el símbolo del pueblo. Ignorancia total.

    ResponderBorrar