domingo, 11 de octubre de 2015

JESUS URBANO EN RIVA AGÜERO

En el Museo de Artes y Tradiciones del Instituto Riva Agüero de la PUCP están los últimos retablos que hizo Jesús Urbano Rojas. Así como Joaquín Lopez Antay le dio un giro al cajón o caja San Marcos o San Antonio que llevaban los ganaderos para que los santos protegieran a sus animales,  Jesús Urbano Rojas llevó al retablo a los personajes mágicos del Ande.
Un día me visitó y me dijo que quería poner en sus cajas los cuentos que ilustró mi hija Kukuli. Nunca lo pensé. A lo más creí que sería interesante ponerlos en un plato o tiesto de barro para que los niños los colgaran en su cuarto o los tuvieran los maestros para explicar sus mágicas historias.


Su idea me pareció excelente. Un retablo es una caja mágica de escenas costumbristas. Un lugar exacto para los sueños infantiles. Pasó algún tiempo y casi me olvidé de su propuesta.

Jesús estuvo muy enfermo y al cabo no resistió más el tiempo y las desilusiones. Se llevó en su bagaje, al fin del camino, el título de “doctor honoris causa” concedido por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Un verdadero honor.  

Cuando mucho más tarde vino a verme su viuda, una cusqueña amable y cariñosa, me tendió un paquete que traía. Pensé en un retablo y lo abrí con mi asistente, Victoria Cano Díaz. Mi sorpresa fue enorme cuando advertí que había en él tres retablos. Dentro habían cobrado figura y volumen el Uchuchullko, gracioso guardián de los animales silvestres en Santiago de Tuna, Lima; la Sirenita de la Saraja , de Ica; y, el Muki,  pequeño guardián de las vetas de oro y plata de las minas.

Todavía pueden verlos. Están en la muestra: “Alfonsina total”, que exhibe el Museo, en el Jirón Camaná 459, en el mismo Centro de Lima. Mi mundo, armado por Lucho Repetto en la casona de Riva Aguero. Está de lunes a viernes, de 10 a.m. a 7 p.m. hasta el 3 de noviembre. Al final volverán a casa o se irán a un instituto o museo para que puedan verlos mejor.  



LOS PRODIGIOS DEL CLIMA

A media mañana de cielo azul, con ligeros flecos de nubes, el Sapan Inka o Unico Señor, hundía la chakitaqlla con reverencia en el seno oloroso de la  Pachamama o “madre tierra”. A él le tocaba ser el primero en abrir el surco para iniciar la siembra. En los otros suyus, los Inka Rantin ─sus representantes-, hacían lo propio en su nombre, con la asistencia de los señores locales.
Posiblemente el resto de la nobleza presente continuaba con la ceremonia agraria, por orden de rango, y luego seguían la posta las gentes dedicadas a esta hermosa actividad creadora de vida. Los cronistas no mencionan cuáles eran las primeras semillas que la Qoya, esposa del Inka, colocaba en el surco. Tal vez las papas más escogidas o granos blancos de maíz, especies que se alternaban en cada campaña agrícola, rotando los espacios cada vez  para que la tierra descansara.
El clima era más abrigado que ahora, porque había bosques de undosos árboles en el contorno de las chacras y también vegetación.

Cuando llegaron los españoles se acabó en Cusco la ceremonia de inicio imperial de la actividades agrarias. Al repartirse los solares el andén de la siembra sagrada que estuvo en una de las partes altas de la ciudad puma se convirtió en la plaza de San Francisco.
La agricultura prehispánica no sufrió cambio y se siguieron cultivando las especies milenarias con lo poco que llegó del Viejo Mundo: trigo, arroz, cebada, haba y arveja.
Los ayllus o comunidades de origen milenario todavía conservan la costumbre de tener un qollana o jefe  que comanda la siembra y efectúa las ofrendas a la Pachamama, para que las cosechas sean óptimas. Igualmente están atentos a una infinidad de indicadores climáticos y astronómicos. La preparación de tierras y algunas de las siembras comienzan en agosto, cuando las  primeras señales se dan en el cielo donde sale en la noche la Qolqa, conjunto de estrellas rutilantes que auguran un buen año agrícola. Pero si una o dos son débiles de un total de cuatro, habrá que retrasar el trabajo, porque el año será seco o demasiado lluvioso.

El estudioso Santiago Erick SantiagoAntúnez de Mayolo menciona otros indicadores. Por ejemplo,  si las aves construyen sus nidos en el curso de los riachuelos, aprovechando que están secos, la falta de agua no permitirá el brote a tiempo de las plantas. En cambio, si las arañas tejen sus telas en las partes altas, el año será bueno. Son avisos de la la Madre Naturaleza.
Hasta la religión católica se incorpora a la predicción del futuro agrícola. En la procesión del Corpus Christi de Cusco, si la Virgen de Belén está pálida, el tiempo será malo para el campo. Si sus mejillas lucen sonrosadas, buen anuncio para los cultivos. Si sus andas son muy pesadas el año será de pesares. Si se las siente livianas es una advertencia de que todo irá bien.
Santa Bárbara doncella, otra imagen que forma parte del desfile religioso,  es la Pachamama  de la papa y ante sus andas las mujeres juegan con un bate haciendo correr de un lado a otro una pelota de madera. Su pueblo se divide en Hanan Poroy, la parte alta, y Urin Poroy, la parte baja. Las jugadoras de cada lugar tratan de llevar la pelota a su arco en un tiempo establecido. Aquellas que lo consigan tendrán un buen año.

En Otuzco, La Libertad, si la lluvia besa a las mejillas de la Virgen de la Puerta es un buen augurio. La Virgen sale en  procesión un día soleado, limpio, sin nubes, y es raro que alguna se forme a lo lejos. Mucho más que  sea  arrastrada por el viento hasta el atrio de la iglesia donde la imagen baja de su capilla en la portada por un palo deslizador y se detiene a medio camino. La espera no puede prolongarse más de dos horas, en que concluye el descenso a sus andas. La gente del agro aguarda y retorna con una sonrisa o un aire de tristeza, según el pronóstico climático de la Virgen.
Tuve la suerte de informarme de su relación con la lluvia conversando con los agricultores que aprovechaban la fiesta para hacer su feria de productos en las cercanías.
Tuve la suerte de asistir al prodigio. Vi formarse la nube y contemplar cómo llegó rápidamente en alas del viento y me cayó una gota de agua. El anuncio que aguardaban con ansia los agricultores. No le faltaron a la señora celeste, que es una talla pequeña muy linda, sus devotos “negros”, de cara pintada con hollín, que recuerdan a los esclavos que llegaron en el virreinato.

Al fundar las villas,  los españoles las ponían bajo la advocación de alguna imagen, como San Carlos de Puno, la Santísima Trinidad de Huancayo, Santo Domingo de Sicaya o San Valentín de Trujillo, etc. En cada lugar los celebran en su día que es de fiesta.
 El Día del Indio, que se amarraba con el Día de Cusco, era un motivo para que los provincianos nos diéramos un abrazo bajo el árbol de sangre andina que entroncaba a todos. Así fue hasta que en 1969 se convirtió en el Día del Campesino y marginó a quienes viven en las ciudades.
Es de ver que al fin de cuentas, el Día del Indio nunca fue festejado por los ayllus, que pasaron a ser comunidades, porque la nominación de indios viene del error de Colón, quien creyó haber llegado a las Indias del Asia. Los citadinos siguen calificando a la gente andina como  indios, pero ellos no se llaman de ese modo a sí mismos. Dicen: “soy de Panpallaqta”, “de Paruro”, “de Santa Cruz de Flores”, “de Cabanaconde” o  “de Santa María de Nieva”, etc. Igual que la gente de ciudad: “soy limeño”, “soy tacneño”, “soy ayacuchano”, etc. Al final se vuelven “limeños” cuando sus padres y abuelos dejan su tierra y  se integran a la ciudad.

Alfonsina Barrionuevo

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