JESUS URBANO EN RIVA AGÜERO
En el Museo de
Artes y Tradiciones del Instituto Riva Agüero de la PUCP están los últimos
retablos que hizo Jesús Urbano Rojas. Así como Joaquín Lopez Antay le dio un
giro al cajón o caja San Marcos o San Antonio que llevaban los ganaderos para
que los santos protegieran a sus animales,
Jesús Urbano Rojas llevó al retablo a los personajes mágicos del Ande.


Su idea me pareció
excelente. Un retablo es una caja mágica de escenas costumbristas. Un lugar exacto
para los sueños infantiles. Pasó algún tiempo y casi me olvidé de su propuesta.
Jesús estuvo muy
enfermo y al cabo no resistió más el tiempo y las desilusiones. Se llevó en su
bagaje, al fin del camino, el título de “doctor honoris causa” concedido por la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Un verdadero honor.

Todavía pueden
verlos. Están en la muestra: “Alfonsina total”, que exhibe el Museo, en el Jirón
Camaná 459, en el mismo Centro de Lima. Mi mundo, armado por Lucho Repetto en la
casona de Riva Aguero. Está de lunes a viernes, de 10 a.m. a 7 p.m. hasta el 3
de noviembre. Al final volverán a casa o se irán a un instituto o museo para que
puedan verlos mejor.
LOS PRODIGIOS DEL CLIMA
A
media mañana de cielo azul, con ligeros flecos de nubes, el Sapan Inka o Unico
Señor, hundía la chakitaqlla con reverencia en el seno oloroso de la Pachamama o “madre tierra”. A él le tocaba
ser el primero en abrir el surco para iniciar la siembra. En los otros suyus,
los Inka Rantin ─sus representantes-, hacían lo propio en su nombre, con la
asistencia de los señores locales.
Posiblemente
el resto de la nobleza presente continuaba con la ceremonia agraria, por orden
de rango, y luego seguían la posta las gentes dedicadas a esta hermosa
actividad creadora de vida. Los cronistas no mencionan cuáles eran las primeras
semillas que la Qoya, esposa del Inka, colocaba en el surco. Tal vez las papas
más escogidas o granos blancos de maíz, especies que se alternaban en cada
campaña agrícola, rotando los espacios cada vez para que la tierra descansara.
El
clima era más abrigado que ahora, porque había bosques de undosos árboles en el
contorno de las chacras y también vegetación.
Cuando
llegaron los españoles se acabó en Cusco la ceremonia de inicio imperial de la
actividades agrarias. Al repartirse los solares el andén de la siembra sagrada
que estuvo en una de las partes altas de la ciudad puma se convirtió en la
plaza de San Francisco.
La
agricultura prehispánica no sufrió cambio y se siguieron cultivando las
especies milenarias con lo poco que llegó del Viejo Mundo: trigo, arroz,
cebada, haba y arveja.
Los
ayllus o comunidades de origen milenario todavía conservan la costumbre de
tener un qollana o jefe que comanda la
siembra y efectúa las ofrendas a la Pachamama, para que las
cosechas sean óptimas. Igualmente están atentos a una infinidad de indicadores
climáticos y astronómicos. La preparación de tierras y algunas
de las siembras comienzan en agosto, cuando las
primeras señales se dan en el cielo donde sale en la noche la Qolqa,
conjunto de estrellas rutilantes que auguran un buen año agrícola. Pero si una
o dos son débiles de un total de cuatro, habrá que retrasar el trabajo, porque
el año será seco o demasiado lluvioso.
El
estudioso Santiago Erick SantiagoAntúnez de Mayolo menciona otros indicadores.
Por ejemplo, si las aves construyen sus
nidos en el curso de los riachuelos, aprovechando que están secos, la falta de
agua no permitirá el brote a tiempo de las plantas. En cambio, si las arañas tejen sus telas en las partes
altas, el año será bueno. Son avisos de la la Madre Naturaleza.
Hasta
la religión católica se
incorpora a la predicción del futuro agrícola. En la
procesión del Corpus Christi de Cusco, si la Virgen de Belén está pálida, el
tiempo será malo para el campo. Si sus mejillas lucen sonrosadas, buen anuncio
para los cultivos. Si sus andas son muy pesadas el año será de pesares. Si se
las siente livianas es una advertencia de que todo irá bien.
Santa
Bárbara doncella, otra imagen que forma parte del desfile religioso, es la Pachamama de la papa y ante sus andas las mujeres juegan con
un bate haciendo correr de un lado a otro una pelota de madera. Su pueblo se
divide en Hanan Poroy, la parte alta, y Urin Poroy, la parte baja. Las
jugadoras de cada lugar tratan de llevar la pelota a su arco en un tiempo
establecido. Aquellas que lo consigan tendrán un buen año.
En
Otuzco, La Libertad, si la lluvia besa a las mejillas de la Virgen de la Puerta
es un buen augurio. La Virgen sale en
procesión un día soleado, limpio,
sin nubes, y es raro que alguna se forme
a lo lejos. Mucho más que sea arrastrada por el viento hasta el atrio de la
iglesia donde la imagen baja de su
capilla en la portada por un palo
deslizador y se detiene
a medio camino. La espera no puede prolongarse más de dos
horas, en que concluye el descenso a sus andas. La gente del agro aguarda
y retorna con una sonrisa o un aire de tristeza, según el pronóstico climático
de la Virgen.
Tuve
la suerte de informarme de su relación con la lluvia conversando con los
agricultores que aprovechaban la fiesta para hacer su feria de productos en las
cercanías.
Tuve
la suerte de asistir al prodigio. Vi formarse la nube y contemplar cómo llegó
rápidamente en alas del viento y me cayó una gota de agua. El anuncio que
aguardaban con ansia los agricultores. No le faltaron a la señora celeste, que
es una talla pequeña muy linda, sus devotos “negros”, de cara pintada con
hollín, que recuerdan a los esclavos que llegaron en el virreinato.
Al
fundar las villas, los españoles las
ponían bajo la advocación de
alguna imagen , como San Carlos de Puno, la Santísima Trinidad
de Huancayo, Santo Domingo de Sicaya o San Valentín de Trujillo, etc. En cada
lugar los celebran en su día que es de fiesta.
El Día del Indio, que se amarraba con el Día
de Cusco, era un motivo para que los provincianos nos diéramos un abrazo bajo
el árbol de sangre andina que entroncaba a todos. Así fue hasta que en 1969 se
convirtió en el Día del Campesino y marginó a quienes
viven en las ciudades.
Es
de ver que al fin de cuentas, el Día del Indio nunca fue festejado por los
ayllus, que pasaron a ser comunidades, porque la nominación de indios viene del
error de Colón, quien creyó haber llegado a las Indias del Asia. Los citadinos
siguen calificando a la gente andina como
indios, pero ellos no se llaman de ese modo a sí mismos. Dicen: “soy de
Panpallaqta”, “de Paruro”, “de Santa Cruz de Flores”, “de Cabanaconde” o “de Santa María de Nieva”, etc. Igual que la
gente de ciudad: “soy limeño”, “soy tacneño”, “soy ayacuchano”, etc. Al final
se vuelven “limeños” cuando sus padres y abuelos dejan su tierra y se integran a la ciudad.
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