domingo, 17 de enero de 2016

ELECCIONES EN EL ANDE
  
Ahora, cuando el asunto de las elecciones está con la bandera izada, recuerdo cómo son las elecciones en muchas partes del Ande. En los eneros se elige una autoridad en las comunidades y el proceso tiene una profunda filosofía. Quienes son propuestos al cargo deben demostrar que son hábiles para dirigir sus destinos. Antes tienen que haber pasado por otros que indican capacidad para el liderazgo. Una de los primeros es haber sido campanero. El virrey Francisco Toledo estableció el cargo para contar con un intermediario responsable, sobre todo, de la recolección de tributos. En los primeros siglos tuvieron responsabilidades políticas y civiles. Luego sólo la última. Sobre eso habría mucho que contar. El caso es que los candidatos deben haberse fogueado como los mejores desde su juventud. Otro cargo desempeñado es haber sido qollana en el trabajo de campo, vale decir el que organiza y da ejemplo en la siembra y la cosecha. La honradez, la honestidad también se cuenta. No existe la ociosidad porque todos trabajan y nadie es privilegiado en este punto. La veracidad también es comprobada y alguien que miente no sería tolerado. 

Tampoco puede llegar a ser propuesto un ladrón. En muchos lugares sus chozas, putukos o cabañas no tienen puertas y si las tienen no llevan candados, si apenas uno de madera para indicar que el dueño está ausente. Llegado el día de la elección el alcalde es elegido.Los votos son coloridos porque se trata de flores. Terminada la elección el nuevo varayoq recibe la vara de autoridad. El saliente. en ceremonia a la que asisten otras comunidades que están en el mismo acto, en la iglesia deja la vara y, demostrando que la ha honrado, recorre la plaza, arrojando sus prendas, el poncho, la casaca, la camisa y el ch’ullu. En cualquier otro año puede ser postulado para llaqta varayoq, alcalde de pueblos, y llegar a ser con el tiempo, más reposado y con mayor energia. a suyu varayoq, alcalde de región. 

En las ciudades, la situación es diferente. Difícilmente un candidato, en otros países y en el nuestro, podría demostrar una trayectoria honesta, limpia, con rarísimas excepciones. Nadie ofrece que trabajará con empeño y que su gobierno será limpio y activo. En las campañas las promesas no se cumplen y la inercia en las oficinas públicas es proverbial. El Perú, en este siglo, necesita un gobernante gerencial e igualmente congresistas, ministros y directores muy capaces, que no tengan que recurrir a un increíble cuerpo de asistentes o consejeros,  a quienes pagan favores y solo son una carga costosa para el erario nacional. 



LA TIERRA EN TINIEBLAS


Hay mitos y leyendas que señalan una época en que la Tierra estuvo en tinieblas. En Puno y Cusco existen bellas historias. Cada versión es apasionante y más de un lector se preguntará cuánto tienen de veracidad y fantasía. En mis viajes periodísticos las recogí y tal como me las contaron las transmito. Todas pertenecen a la tradición oral. Pero, ¿de veras, pudo haber estado nuestro planeta en penumbra? Nunca lo sabremos, aunque pudo ser. 
Un día, cuando la tierra estaba débilmente alumbrada por la luna, dice una leyenda, llegó a Sincheraq, que después se llamó Chinchero, una mujer que llevaba un hijo en sus entrañas. Cuando le preguntaron quién era dijo llamarse Mama Lloklla, “madre aluvión.” no se sabe por qué. Cuando dio a luz un niño el lugar se iluminó porque la criatura llevaba una luz radiante en la frente. Los chinchero construyeron un templo en su honor porque fue su paqarina, donde abrió los ojos.

La gente de otros pueblos se preguntaban por qué  Chinchero se iluminaba entre todos. Era el niño que fue creciendo. Cuando llegó a púber su madre le dijo que debía bajar al valle del Ausanqati y fundar un gran pueblo: Qosqo, que sería cabeza de un imperio. Antes debía casarse con Pitusilla, la hija del kuraka a quien amaba.
Así fue y luego ambos caminaron mucho, hasta que llegaron al lugar y el joven  plantó una vara de oro en el centro. Malko Qhapaq, que así se llamó, “joven poderoso” trasnmitió a los hombres su sabiduría y cuando aprendieron le dijo a Pitusilla que debía irse. Tenía que volar al cielo para que se fundara la luz., pero le ofreció volver por ella. Pitusilla se escondió en unos roquedales del Urubamba y lloró tanto que sus lágrimas formaron un nevado. Willka Weq’e, “lágrima sagrada.”

Los Inkas, sus hijos, pensaban que la tierra podía volver a quedar en penumbra y en cada solsticio de invierno, llenos de temor, velaban durante una larga noche, esperándole angustiados. Cuando al fin su cabellera iba dorando las cumbres celebraban jubilosos el Inti Raymi, “la Fiesta del Sol.” Había retornado y daría calor a los huesos de los hombres y los animales para que fueran fuertes; y, colores a las plantas, a la piel y las plumas del resto de los seres vivientes, para que embellecieran a Pachamama en recuerdo de Mama Lloklla.
Cuánto querría Manko Qhapaq a Chinchero que su primer hijo se llamó Sinchi Roqa y después se sucedieron una serie de familias o panakas. Los Inkas amaban a su padre resplandeciente y colocaron una representación de su rostro en el Qorikancha.

En 1572,  el virrey Francisco Toledo, ante la creencia de que podía asestar un golpe mortal a las idolatrías, cuyo centro según él estaba en el Cusco, estableció un Corpus Christi grandioso. A su orden 117 imágenes religiosas de los virreinatos y las audiencias de América se arrancaron de sus iglesias para cruzar los Andes hasta la ciudad emperadora. Trajeron sus velos amarrados para proteger sus cabellos, sus sombreros cubrían hasta sus orejas, los guarda polvos protegían sus ropas de viaje y en petacas de buen tamaño venían sus trajes esplendorosos, sus coronas y sus joyas.

Toledo no podía saber en su ignorancia occidental que en el antiguo Perú no había dioses. Su movimiento celestial sólo despertó la curiosidad de los habitantes de las villas de paso. El adusto virrey no conocía el gran nexo que tenemos desde milenios con la naturaleza. No hubo el tal repliegue de divinidades. El padre Sol sonrió desde su techo de añiles; la Pachamama, madre tierra, siguió ocupada en madurar sus frutos; Mama Yaku, la madre agua, en calmar su sed; Mama Qaqa en irradiar su energía, el padre viento en llevarles frescura y así el rocío; la lluvia, Para; Mikhuy Chiqchi, el pequeño hermanito que lleva en su corazón de nieve un grano de tierra. Hasta la muerte resultaba una especie de pariente que los llevaba al otro lado del Yawar Mayu a una vida feliz.
Las imágenes peregrinas se fueron pero las órdenes religiosas y los párrocos se encargaron de continuar con el Corpus. Los españoles ricos y los descendientes de las panakas imperiales daban donativos cuantiosos para las vírgenes y los santos. Algunas efigies llegaron de España como la Virgen de Belén y otras pertenecen a la Escuela Cusqueña de Escultura como la Virgen de la Almudena, cuyo modelo fue una ñust’a, la esposa del genial Tuyru Tupa Inka, mientras San Cristóbal pertenece a la mano maestra de Waman Mayta. Las más ostentosas en andas forradas de plata y las menos en andas talladas de madera. Toledo se  hubiera indignado de saber que en las imágenes de su Corpus se iba a producir lo que se llama el sincretismo. Santa Bárbara doncella es al mismo tiempo patrona de la papa, Santiago El Mayor del rayo y la tormenta, las vírgenes se con naturalizan con la madre tierra y así sucesivamente son amadas por la gente de la ciudad y del campo que ven en  el color de sus mejillas o en el peso de sus andas un anuncio de tiempos buenos o malos.

Otra leyenda dice que en una isla del lago Titiqaqa, cuando la tierra estaba en sombras, cayó una piedra cósmica sobre el lomo de un puma de piedra que tallaron los hombres de esa época. Rebotó y apareció la luz en el cielo, el sol. Su presencia fue benéfica para los pueblos. Dio color a las plantas y fortaleció los huesos de los seres vertebrados, entre ellos los hombres.


Alfonsina Barrionuevo

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