domingo, 10 de enero de 2016

DOUG Y KUKULI EN LIMA


Pasar de un gran charco a otro de igual dimensión ya no es una hazaña. El jet acabó con las distancias y en un abrir y cerrar de ojos, sin que se apague la sonrisa que sigue burilando los labios, pasar de un continente a otro, cambiando el paisaje, o hacer el viaje entre un sueñecillo pequeño echado a volar en el aire, desprendido de una pestaña. Eso acaban de hacer Doug Herren y Kukuli que han vuelto a su hogar en Pensilvania con ese pequeño suspiro de gritos y risas que es Vidita, con cuatro años y medio de aventuras y pequeños terremotos y su doble lenguaje de español e inglés muy bien hablados. Se han ido hace unos minutos pero volverán para exhibiciones en la feria de ArtLima y en el MAC. Para Doug es un primer momento de probar la fuerza de su arte en la cerámica y para Kukuli poner su imagen en vigencia en los salones culturales de nuestra ciudad capital.

Han sido casi una quincena de abrir nuevos enlaces, conocer a ceramistas con ayuda de Carlos Runcie, visitar exposiciones y fortalecer amistades.

La vida avanza y tienen que abrir horizontes. Mucha suerte. ¡Felicidades!


UNA PAVA QUE QUIERE VIVIR

Ella es una belleza de la avifauna norteña. Esbelta, de ojos con un charco de luz donde se pierde la mañana. Cuello alto, garboso, de gargantilla roja. Patas largas, rosadas o anaranjadas. Prestancia en el andar, sin prisas. Su linaje está impreso en sus alas que se abren en abanico al volar. Si logra remontar el tiempo será dueña y señora de la quebrada del Frejolillo, su último refugio cerca de Olmos, entre Piura y Lambayeque.
La pava aliblanca (Penelope albipennis) se reproduce una sola vez al año y pone únicamente dos huevos. Si se la sigue ayudando podrá aumentar su población, hasta que se considere a salvo.
Hace más de cien años su hermoso vuelo pareció haberse apagado en el ramaje seco de los bosques arenosos del norte. El hallazgo de un ejemplar fue una apuesta a la esperanza, que se cobijó bajo una ley para intentar su recuperación.
La crácida ha luchado mucho contra la adversidad. Por un lado, la reducción de su mundo. La tala indiscriminada del bosque seco  fue recortando su hábitat haciéndola retroceder, al engullir con voracidad algarrobos (Prosopis pallida), palosantos (Burse huasango),  frejolillos o huayrulos (Eritrina smithiana), almendros (Grave olens) y hualtacos (Loxop terygium); a la vez que era presa de temibles depredadores. Su migración, en busca de  nuevas tierras, no favoreció su existencia.
En 1876 Jean Stolzmann vio un ejemplar desorientado en la isla Condesa de los manglares de Santa Lucía, en el delta del río Tumbes. Un año después, en 1877, el famoso naturalista polaco Ladislao Taczinowsk avistó otro y lo clasificó, dándole su apellido. Se creyó que la especie estaba casi extinta porque no se pudo ubicar otros. Por coincidencia, igual suerte corrió en Piura un “baile de la pava”, en el que las parejas imitaban su galano cortejo. Simplemente se dejó de ejecutar en el siglo pasado.         
Sin embargo, la estudiosa Maria Koepcke sospechó que podía haberse refugiado en otros bosques secos, donde se creyó más segura. Ella convenció al conservacionista Gustavo Del Solar Rojas para que la buscara. Así lo hizo, y en 1977 Sebastián Chinchay le reveló que había algunas en la quebrada de San Isidro en Olmos, Lambayeque. Allí encontró, con el ornitólogo John O’Neill, algunos ejemplares. Su hallazgo fue base para obtener la Ley No. 280499. que protege su vida en libertad.

Para un ave que subsistió aterrada, perseguida por los cazadores o expuesta a enemigos naturales, fue un respiro hallar abrigo en 34,412 hectáreas de fronda que le cedió en Chaparrí la comunidad moche de Santa Catalina,  Chongoyape. A la par Gustavo Del Solar le dio asistencia, creando en su fundo el Zoocriadero “Bárbara d’Achille”. Sus esfuerzos fueron recompensados cuando nacieron las primeras pavitas en cautiverio. En el 2006   varias parejas fueron introducidas —por primera vez— en su ambiente, debidamente monitoreadas para comprobar su adaptación. 
En ese interín, una pequeña pero significativa cantidad de estas princesas de plumaje verde tornasolado, con la característica franja blanca en los extremos de sus alas, fue descubierta en la quebrada del Frejolillo, donde había permanecido casi en secreto. El lugar está  dentro del territorio del caserío Limón, sector El Platanal, exhacienda San Martín de Congoña, distrito de Huarmaca, provincia de Huancabamba, Piura.
El bosque prodigioso toca con un extremo la provincia de Lambayeque, por Olmos. La vía es muy usada por los “bird watchers” u observadores de aves y los investigadores que lo conocen.
Últimamente anduvo por allí el periodista Enrique Angulo Pratolongo, gran conocedor de la vida silvestre, quien me relató la azarosa historia de esta ave, conocida como la pava del pasallo (Eriotheca ruizi), por el árbol, cuyas flores son su postre favorito. Por correo me envió, para nuestros lectores, fotografías que tomó Michell León.  Según dijo es “una gloria internarse en un verdadero paraíso interandino, entre 150 y 2,000 m.s.n.m., donde tienen sus pisos una diversidad de animales, pájaros e insectos.”
La quebrada del Frejolillo, bosque seco de colina, “espinoso, premontano y tropical”, tiene la amplitud que le confieren sus 1,300 hectáreas, de verdes exultantes entre enero y abril,  y de oro pajizo entre junio y setiembre. La pava aliblanca prefiere mantenerse lejos de los sajinos (Pecari tajacu)  las boas, en especial  la macanche (Boa constrictor ortonii), los gatos monteses (Oncafelis colocolo), las ardillas nuca blanca (Sciuris stramineus) y el  puma (Puma concolor).

En cambio es amistosa vecina de viskachas (Lagidium peruanum) y venados grises (Odocoileus virginianus), a la par de una avifauna esplendorosa, cuyos cánticos y estridencias no la molestan.
Los especialistas han reconocido estas especies en peligro de extinción: el colibrí  Estrellita Chica (Acestrura bombus), el rascahojas de capucha rufa (Hylocryptus erytrocephalus),  el mosquerito pechigris (lathrotricus), el jilguero azafranado (Carduelis slemiradzkii), el loro cabeza roja (Aratinga erythrogenys), el carpintero de Guayaquil (Ccampephilus gayaquilensis) y el tirano de Tumbes (Tumbezia salvini).

El ingeniero forestal Fernando Angulo, quien dirigió el Zoocriadero de Olmos y trabajó en el Centro de Ornitología y Biodiversidad (CORBIDI) sucesivamente, menciona otras aves típicas, endémicas y amenazadas, como el elegante pecho-de-luna (Melanopareia elegans), el carpintero ecuatoriano (Picumnuselegante Psclateri), el trogón ecuatoriano (Trogon mesurus), el chotacabras de matorral (Nyctidromus anthonyi) y el zorzal de dorso gris (Turdus reevei). También se puede apreciar a la paloma de vientre ocráceo (Leptotila ochraceiventris), a la lechucita de frente anteada (Aegolius harrisii) y al copetón de corona tiznada (Myiarchus phaeocephalus). Asímismo, especies raras como el águila solitaria (Buteogallus solitarius) y el gallinazo rey (Sarcoramphus papa)”.

El turismo parece interesar a las comunidades de su entorno, que están dispuestas a ofrecer hospedaje, comida tradicional y avistaderos. Actualmente es muy buscado el guía Lino Rico Parra, quien podría ser el maestro de futuros guardaparques. La pava aliblanca  será su principal atracción, junto con todas las criaturas silvestres que constituyen un zoológico al aire libre, a disposición de los amantes de la naturaleza y la vida silvestre.
"Muchos visitantes suelen ir de noche", agrega Enrique Angulo, "alumbrándose con la luz que arrojan sus celulares". Una fascinante experiencia.




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