LOS
APUS DE HANS
Hans es una
persona excelente. Le conocí en la casa de Mario Cama, el altomisayoq de Qhatqa,
Cusco. Estaba allí, callado, con sus ojos admirados hasta que se apagaba la
luz. Si alguien la habiera prendido habría visto el asombro en el fondo de sus
pupilas. Ahora que está aquí pienso que sin hablar fue conquistando poco a
poco, mes tras mes, año tras año, la simpatía de los Apus, espíritus
protectores de los cerros, y de las Pachamamas, las Madre Tierra de plazas y comarcas de los Andes. Un día me
contaron que había recibido “una mesa”, es decir el poder para convocarlos, que
es mucho decir. Vino a verme en Lima. Quería llamarles en mi casa. Eran los
mismos que conocí cuando iba a verles en
la casa de Mario Cama. Ellos me hablaron de tantas cosas del Ande que escribí
un libro, “Hablando con los Apus” (y las Pachamamas), que es muy leído en el
Perú. (En
el próximo blog y los que vengan copiaré algunas páginas para los lectores de
este blog)
Aquella vez esperamos
la quietud de la noche y cubrimos las ventanas con edredones. Hans rezó el
Padre Nuestro que abre su camino, -no olvidar el sincretismo-, y después del
peculiar silbido de llamada vinieron muy puntuales. Sus alas los fueron
anunciando. Pero, se escuchaban pequeñas. Sus voces también no eran altas.
Tampoco pudimos poner una mesa grande sino una de dimensiones recortadas.
Hans ha vuelto después de un largo tiempo. Según me cuenta sus Apus están
creciendo. Quizá todavía son de la Segunda División. Claro que su empeño es
grande. Irán creciendo hasta el tamaño que suelen tener cuando van donde los
altomisaq de gran energía. Me sentiré feliz cuando podamos conversar de la
tierra, del agua, de los cerros, del viento, de las nubes, del cielo, como
antes de que los años y la distancia nos impidieran reunirnos. Cama ya no está.
Ahora tengo a Hans.
MI PRIMER QOYLLUR RIT’I
Juan Achahui me ayudó a sentir el respeto que guardan las
gentes del Ande por el Padre Sol. La jornada que hicimos para asistir a su
saludo, en Ocongate, a 4,800 metros
sobre el nivel del mar, en
Quispicanchis, Cusco, fue larga. Las horas, los minutos y los segundos
se hacían trizas en cada pisada. Fuimos trepando andén tras andén en Tayankani y cuando terminaron seguimos por un chakiñan
que iba bordeando como una cinta los cerros. En el cielo las estrellas parecían
moverse risueñas hasta que se iban convirtiendo en burbujas de luz que se
desvanecían en la niebla.
Julia Chambi, Zuly Azurín y yo caminamos hasta que nuestro guía llegó a
una cumbre. Me había ofrecido mostrarme un Inti Raymi auténtico de siglo XX, y
sólo veía sombras que pasaban.
“¡Aquí!” y, cuando el sol hizo brillar el pico de los
cerros al derramar sobre ellos oro cósmico,
escuché los majestuosos vivas de júbilo. “¡Haylli!”, “¡Haylli¡”,
“¡Haylli¡”, Miles de voces que parecían
salir de las montañas como si ellas en conjunto lo saludaran. Al fin, con su
claridad iluminando la altura mi corazón copió la alegría de hombres y mujeres
que estaban con una rodilla en tierra y los brazos levantados. El astro
radiante había vuelto en un nuevo solsticio de invierno.
Lo demás fue sencillo. Contemplamos el armónico ballet
de las doncellas con sus guiones de plata sobre la altipanpa y luego el desfile
de los conjuntos de música y danza, seguidos por los peregrinos. Cuando se
fueron nos dejaron una emoción insondable y en cortos minutos estuvimos también
caminando de regreso. La bajada era fuerte y nos cogimos del hilo musical de
los k’arachu’nchos. Cada vez que se
detenían la fatiga era un polvo que se asentaba sobre nuestros músculos tensos.
Volvía su música y nos sentíamos ágiles como
tarukas (venados). Los ukhukus o pabluchas nos adelantaban riendo debajo
de sus máscaras pasamontaña, haciendo restallar sus látigos. Ellos venían de
Qoyllur Rit’i donde subiría el año siguiente para un encuentro con Qolqe Punku,
el nevado por donde entran las fuerzas que irradia desde el infinito la estrella
Qoyllur.
Cuando sea el momento mi alma volverá recogiendo los
pasos de esos viajes inolvidables. El de Ocongate fue mi primera visión desde
las alturas de un Inti Raymi donde los gritos de bienvenida al sol se elevaron
en el orden de un río humano colmando el relieve de la cordillera. Lo tengo en
mi cámara Rollei que los capturó para el futuro mientras mis latidos se fueron
uniendo a los de ellos como uno solo, inconmensurable.
Aún las manos de terciopelo de Pachamama, la madre
tierra, no habían tocado mis mejillas. Pero recibí el fuego de nuestro Padre
llameante fundiéndose en mis huesos. Por eso estoy de pie, en actitud de warmi
pukara, “de guerrera,” y no podrán vencerme.
Cusco celebraría, un poco más adelante, su fiesta
jubilar. El Inti Raymi del mundo andino, los 24 de junio, que un gobierno convirtió en el “Día del
Campesino”, quitándole toda su connotación porque no era un runa.
En el antiguo “Dia del Indio” millones de peruanos nos
abrazábamos porque sentíamos sangre de milenios precipitándose en nuestras
arterias, desgalgándose por nuestras venas. Al pasar a campesino rompió la
columna vertebral de los Andes. Lo dividió. Lima no siente la relación,
prendida del globo modernista, mientras nosotros vamos a pie.
Si le pregunto qué piensa a la Pachamama estará en
silencio. En ese ¡chin!, ese “vacío”, en el que se arropa para no escuchar
cuando sufre. Hay que esperar que vuelva del sueño en que se sumerge porque ama
a sus hijos y se apena al callar.
En agosto habrá en las comunidades y pueblos ofrendas
para que sepa que es amada.

La ofrenda a la Pachamama, que tiene hambre y sed
cuando despierta, puede ser pequeña y abundante. Basta un k`intu, es decir tres
hojas de coca si los tiempos son flacos. Si hay suerte, semillas, chancaca,
wayruros, pallar, maìz, coca, en una mesa grande o en una q`esita, que es el
codiciado ido de un picaflor. Si hay màs se colocan elementos que pertencen a
los tres reinos de la naturaleza terminando con el qori libro y el qolqe libro,
“hojitas de oro y plata”. Hay unas doscientas formas de preparar ofrendas. En
todas tiene que primar el sentimiento. Se dice
tambièn despacho, pagapu, pero me gusta màs ofrenda, amor como
ingrediente precioso.
Desde el 1° de agosto hasta el 31 del mes ella
“saborea” los regalos que comparte con los Apus protectores de las familias que
viven en sus cercanías, de sus cultivos y sus ganados; y también con las
Pachamamas y los Apus olvidados. La gente andina es generosa. Siempre tiene
presente la existencia de las ocho regiones y en ellas, en una diversidad increíble la
naturaleza toda, nevados, cerros, mesetas, ríos, lagunas, bosques, sembríos,
animales domesticados y silvestres, que tienen relación directa con la
Pachamama que a la vez es Mamaqocha, madre tierra y madre agua.
“Mamita, toma este juguito para tu sed” y le derraman
unas gotas de chicha al terminar la ceremonia. La ofrenda debe arder sobre una
“cama” de tizones al rojo vivo y los oferentes se retiran para que concurran
los invitados de la Pachamama. Si se consume dejando una fina ceniza el regalo
ha sido aceptado y ellos corresponderán en lo posible.
Tampoco
hay obligación plena. La reciprocidad depende también del clima, cuando
interfieren los hombres y crean problemas críticos como el efecto invernadero,
el calentamiento global, el adelgazamiento de la capa de ozono, se producen
conflictos que afectan a la Pachamama y a los Apus. Las comunidades expuestas a
los nuevos peligros están advertidas de lo que pasa a través de los sacerdotes
andinos y ya se están preparando. Ellas tienen que defender su vida. Las
promesas que se iniciaron en este Raymi
deben seguir en los que vienen.
Alfonsina
Barrionuevo
miskha@terra.com.pe
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